La noche. Hay que empezar por ahí. Apenas un compás con catorce segundos de un arreglo orquestal a cargo de Jorge López Ruiz que suena, huele a lluvia y chanson francesa y se corta el aire. La voz del cantante ocupa toda la atención, en cualquiera que sea el formato que se lo haya escuchado (de un Wincofón a You Tube) pero en el espacio mental lo que se arma es un teatro y sobre el escenario un spot separa a la voz del vacío, de la penumbra. Sandro es el centro absoluto de la experiencia. Y en ese intersticio de ficción hay lugar para una sola imagen: la noche.
«La noche» arranca a cantar Sandro en «Penumbras», banda 4 del lado B de su LP número 8, y la orquesta baja la intensidad, lo sigue despacio, al trote, acompañándolo en el delirio de su viaje amoroso que es internarse en esa noche que parece un invento del cantante antes que del universo. El LP se llama La magia de Sandro y si parece obvio no lo es: la interpretación de Sandro en «Penumbras» es de veras mágica, en el sentido que le damos a la magia como una de las ramas del espectáculo. Sandro, el de fuego, Elvis de Valentín Alsina, pelvis incómoda para nuestra televisión valvular de los tempranos 60, es también mago y no deja de tirar trucos aquí. Construye una criatura a la que cantarle con los elementos del cosmos: la noche (en el pelo), la luna (en la piel), el mar (en los ojos). Y como buen demiurgo se despedirá de ella ofreciéndole el mundo, esto que ha creado en la canción, como máximo gesto de sacrificio amoroso.
Sandro construye una criatura a la que cantarle con los elementos del cosmos: la noche (en el pelo), la luna (en la piel), el mar (en los ojos)
«Penumbras» es lo que en los discos de los 60 se consignaba como una «balada», el género con el que Sandro se sacó el rocker de cuero negro de encima para capturar la sensibilidad melódica de América toda (sí, incluyendo Estados Unidos, donde en 1969 recibió un disco de oro y donde se reeditó este álbum en CD por primera vez). Fue grabada en los estudios de CBS el 19 de agosto de 1968, el mismo día que Roberto Sánchez, el «Gitano», cumplía 23 años y se convertiría en un standard, un clásico de su repertorio que aparece una y otra vez en sus compilados a partir de Los más grandes éxitos de Sandro, de 1971. En su vida streaming, «Penumbras» ocupa el puesto nueve del top ten de Sandro con 1.568.642 clicks pero, ¡ups!, no se trata de la versión original sino del dueto fantasmático con Il Volo que se incluyó en el álbum post mortem Sandro dúos, de 2018. Ni la orquestación ni mucho menos el agotador esfuerzo lírico de los tenores peninsulares se acercan al inmejorable original.
Sandro estrenó «Penumbras» para Yoli Scuffi, Miss Argentina 1959 con la que estaba saliendo entonces. Fue en un rapto de inspiración en los pasillos de Canal 9 mientras esperaba entrar al estudio para una actuación. Graciela Guiñazú, biógrafa y curadora del archivo del cantante, apunta que el ídolo le reveló la historia a Eduardo Aliverti en el programa radial «Dos Gardenias». «‘Penumbras’ es uno de los temas más espontáneos que escribí en mi vida», le dijo al periodista y locutor una noche de 2004. Lo hizo sentándose frente a un piano vertical donde, de un tirón, apareció la frase: «La noche se perdió en tu pelo, la luna se aferró a tu piel» y ahí mismo, con la morocha de ojos verdes embelesada a su lado, completó muy rápido el resto de la canción. Parece prodigioso (lo es) que el Everest melódico de Sandro haya surgido así, una polaroid, pero Guiñazú dice que era algo muy común en él. «En el archivo hay muchas letras escritas en servilletas o papeles casuales. La letra de ‘Penumbras’ está pasada a máquina y, originalmente, él la tituló ‘Penumbra’».
Yoli Scuffi ya se había dejado ver como parte del mundo Sandro abrazando al cantante en la tapa de Una muchacha y una guitarra (que muestra eso: una muchacha y una guitarra). el LP anterior a La magia de Sandro que, en ese vertiginoso 68, afirmó la segunda etapa de su carrera, la que lo consagró en los 70 como «Sandro de América». Como su vida amorosa fue siempre hermética como un tupperware, el ídolo nunca reconoció el romance pero la bellísima modelo (que llegó a ser finalista de Miss Mundo) no tuvo empacho en hacer público que la canción «Una muchacha y una guitarra» había sido dedicada a ella en el masivo programa de Pipo Mancera, donde además la cantó (muy mal). Su nombre inspiraría a un grupo de teatro-performance del underground (Los Peinados Yoli) y a Lali Espósito que se puso en su cuerpo para la serie Sandro de América (Telefe, 2018).
Las sesiones de «Penumbras» marcaron el regreso de Sandro a los estudios de CBS después de un tiempo prolongado producto de las giras pero también de la enfermedad de su padre Vicente, que murió el 27 de julio de 1968. Como tantas otras, la canción fue firmada a dúo con Oscar Anderle, un músico al que Sandro consideraba su segundo padre y con el que estableció una sociedad estratégica. Pero letra y música de «Penumbras» le pertenecen por entero al cantante y sex symbol de la patria pop. La producción del disco La magia de Sandro corrió por cuenta de Héctor Techeiro, quien contribuyó a delinear su perfil de megaestrella melódica que ascendía al mismo tiempo que la influencia de Elvis, su modelo, se apagaba en pleno furor contracultural. En esa misma sesión del 19 de agosto Sandro grabó también futuros clásicos como «Así», «Penas» y «Por tu amor».
El éxito de la sociedad entre Techeiro, Sandro y López Ruiz (que es fundamental en esta etapa) había quedado sellado antes con «Quiero llenarme de ti», la canción con la que Sandro pasó del cuero negro al smoking y del rock and roll a un formato que tenía a Frank Sinatra como espejo. Pero es justamente lo que desborda ese formato lo que provocó el arrasador efecto (4.250.000 discos vendidos para 1969) de Sandro. No hay nada cool en él: todo es hot, arrebatado, gitano tal como lo indicaban sus genes maternos hundidos en la etnia magyar. Sandro, tal como Minujín bautizó a sus colchones ganadores del Premio Di Tella 64, era «Erótico en technicolor».
Así, «Penumbras» fue elegida por Techeiro como cara A del segundo corte del LP con «Tengo», el irresistible shake reivindicado por el rock argentino veinticinco años después, en la cara B. A la distancia, «Tengo» es un souvenir de época, sonido sixtieestereotipado, mientras que la densidad dramática de «Penumbras» parece fuera de cualquier alcance. En el desmesurado libro «La música de Sandro» (Gourmet musical), Pablo Alonso cita a López Ruiz: «Yo sé que la grabación que más nos gustó siempre, tanto a Roberto como a mí, fue ‘Penumbras’ (.). Eso es lo mejor de todo lo que hicimos, lejos».
En México, en tanto, «Penumbras» fue editado en la cara A de un EP que incluía «Como lo hice yo», «Penas» y «Por tu amor», todas extraídas de las mismas sesiones de CBS de agosto de 1968.
Como Jacques Brel o Mick Jagger, Sandro era un fantástico actor de sus propios textos. Hay que correr a YouTube para ver el video posteado en enero de 2009 (un año antes de su muerte) donde interpreta «Penumbras» en un set de televisión. La seda de la camisa, su pelo, los ojos y la pelambre que deja expuesta al voyeur conforman un bloque tan negro como esa noche sobre la que empieza cantando. Cada palabra es replicada por un signo gestual, un índice erótico que sobrepasa el lenguaje para instalarse en el centro sudoroso de la líbido. Pero atención. Cuando canta eso de «Tu boca, sensual, peligrosa» mientras cierra los ojos y hace un movimiento confuso con las manos, ¿De qué boca está hablando? ¿De la de su potencial amante o de la suya sobre la que los y las oyentes proyectan sus fantasías sexuales? Es en esa transferencia donde el mago ejecuta sus trucos. Así, lo vemos llegar hacia el final (tres minutos y medio brillantes) ensimismado y furioso repitiendo como un mantra eso de «Si quieres yo te doy el mundo, pero no me pidas que no te ame así». No es el amante despechado de un tango o un bolero sino otro, sofocante, que no puede resignar intensidad a riesgo de volverse loco (como enloquece Sandro en la interpretación). Tanto que terminará abrazado a sí mismo como para confirmar que lo suyo era pura autoexploración erótica y que el otro, la otra, siempre es una proyección, una fantasía.
Ese video de «Penumbras» que según Guiñazú se grabó junto a otros éxitos en Televisa (México) en setiembre de 1971, tiene 19.432.371 visualizaciones y los comentarios de los usuarios de You Tube conforman un peculiar libro de visitas a su museo virtual. Muchos se preguntan si hay alguien más escuchándolo (prendiéndole una vela) en pandemia, otras repasan su ardor adolescente o rescatan el valor de un texto que, dicen, no cae en la grosería del reggaetón, la nueva lingua franca (musical y erótica) del continente. Antes, en su primer film Quiero llenarme de ti (1969), un Sandro de saco negro y polera blanca se la cantaba a una Soledad Silveyra que lo miraba por tevé (un viejo televisor Continental). A partir de 1988, apunta la autora de Sandro, el ídolo que volvió de la muerte y Sandro de América, la balada grabada pocos días después de la muerte de su padre se afirmó como cierre de sus shows en una performance erótica realzada por el uso de su legendaria bata roja.
Hay, además, una versión instrumental de «Penumbras» que permanece inédita. Está en un cassette que Sandro grabó con el alter ego de Robert Della Nina. Son reversiones caseras que hizo con teclados en su fortaleza de Banfield mientras su madre, Irma Nydia Ocampo o Nina, agonizaba en una de las habitaciones. El cassette, cuyo arte de tapa hizo el mismo Sandro en una PC, se llama también Penumbras y, como su nombre lo indica, permanece guardado en las sombras de su refugio inexpugnable.
Fuente: Fernando García, La Nación