“Es La Gioconda latinoamericana”, se oyó decir a alguien que integraba ayer el primer grupo que se acercó a ver Diego y yo(1949), pintura récord del arte latinoamericano, en la “capilla” especialmente montada para la obra de Frida Kahlo dentro del Malba. En ese espacio contemplativo, en penumbras, se exhibe junto a Autorretrato con chango y loro (1942), otro cuadro de la artista donado por Eduardo Costantinial museo cuando lo fundó, en 2001.
Ya en esa visita inicial, cuando un grupo de periodistas se aproximó a tomarse selfies con la pequeña obra llegada días atrás desde Nueva York, donde Costantini la compró para su colección personal por 34,8 millones de dólares, se intuía lo que provocaría hoy su encuentro con el público: la inauguración, con entrada libre y gratuita, atrajo a unas 1500 personas que formaron fila en el primer piso para ver de cerca este objeto de culto.
Si bien no tiene la enigmática sonrisa de la Mona Lisa retratada por Leonardo Da Vinci ni el gesto seductor de Marilyn Monroe recreado por Andy Warhol –récord reciente para una obra del siglo XX, también comparada con La Gioconda–, el rostro de Frida magnetiza con la representación del dolor: muestra a la artista mexicana con el pelo suelto rodeándole el cuello, lágrimas cayendo sobre sus mejillas y en el entrecejo el rostro de Diego Rivera, que entonces mantenía una relación con María Félix.
Cómo fue la llegada de la obra de Frida Kahlo a Buenos Aires
“Yo solía pensar que era la persona más extraña del mundo. Pero luego pensé: hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de esta misma forma”, dice la voz de la escritora Ana Negri que interpreta a Frida en un video producido por el Malba, que registra elcomplejo operativo de seguridad para trasladar la obra hasta Buenos Aires.
“Me vine directo para acá, siempre vengo al museo y muchas de las obras de la muestra ya las conozco”, dijo a LA NACION la socióloga Liliana García Papa, una de las primeras en formar una fila que creció en pocos minutos. Ya dentro de la “capilla”, agregó: “Me siento como los que van al Louvre a ver La Gioconda y dicen que la imaginaban más grande, pero lo pequeño de la obra es lo contrario a lo que es ella: esos ojos expresan un mundo misterioso, y al mismo tiempo, triste.”
Detrás suyo entró el reconocido historiador del arte Hugo Petruschansky, quien definió la pintura como “fantástica”. “La Gioconda es hermética, casi sin sentimientos, y padece –observó–; Frida es vehemente, muy seductora, tiene un pensamiento de fuego. Su tercer ojo es la amplitud de la mirada, que incluye la de Diego”.
“Esa obra retrata lo que te pasa cuando a alguien no te lo podés sacar de la cabeza”, comentó segundos después Graciela Casabé, directora de la Bienal de Performance, mientras la fila afuera ya ocupaba todo el pasillo del primer piso. “Frida me conmueve -agregó-; uno de los recuerdos más fuertes que tengo es de cuando fui a la Casa Azul, en México, y vi cómo trabajaba postrada en su cama. Es una figura muy fuerte para esta época, por su mundo y por su lucha”.
Para agendar
Tercer ojo. Colección Costantini en Malba. Hasta el 1° de septiembre de 2023 en Av. Figueroa Alcorta 3415. De jueves a lunes, de 12 a 20, y miércoles de 11 a 20. Entrada general: $900; estudiantes, docentes y jubilados: $450.
Fuente: Celina Chatruc, La Nacion.