El mundo estallaba por los aires y Freud seguía corrigiendo. La semana en que se produjo el famoso martes negro, el 29 de octubre de 1929, cuando la Bolsa de Nueva York hizo crack, Freud le daba las últimas lecturas a uno de sus ensayos más importantes. En su casa de Viena, con los papeles en el escritorio, anota un título tentativo: “La felicidad y la cultura”. Pero a esa misma noche o tal vez algunos días después, tacha y escribe arriba: “La infelicidad en la cultura”. A la semana siguiente lo entrega a la editorial. No sabemos con certeza qué pasó en el medio pero finalmente el título sería El malestar en la cultura. ¿Y de qué habla El malestar en la cultura? “¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo», se lee.
Aquí hay una idea central: la felicidad. “Esta aspiración —continúa—tiene dos fases: un fin positivo y otro negativo; por un lado, evitar el dolor y el displacer; por el otro, experimentar intensas sensaciones placenteras. En sentido estricto, el término ‘felicidad’ sólo se aplica al segundo fin». Esa palabra, tan usada por estos tiempos, para Freud es posible en tanto ráfaga, en tanto sensación; más nunca como un estado emocional pleno. “Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles”, escribió a sus 74 años mientras el nazismo crecía a un par de kilómetros. No hay ni habrá satisfacción total y la humanidad tendrá que aprender a convivir con eso replanteándose por qué persiste la exigencia de ser feliz. Para comprender mejor la vigencia de este ensayo, Infobae Cultura dialogó con seis psicoanalistas. Antes, los presentamos; luego sí, conversamos.
Marc Pepiol Martí es un Doctor en Filosofía español, profesor en la Institución Cultural del CIC y en la Escola d’Humanitats Artkhé, y autor de Sigmund Freud: un viaje a las profundidades del yo (Shackleton Books, 2016). Darío Charaf es Magíster en Psicoanálisis, docente en la UBA y autor de Ética de lo imposible (Modesto Rimba, 2019). Constanza Michelson es Magíster en Psicoanálisis y escritora chilena; su último libro es Hasta que valga la pena vivir (Paidós, 2020). Lionel F. Klimkiewicz trabaja en el Hospital Borda, es investigador de la UAI, profesor en la UCES y editor junto al Dr. Cosentino de los manuscritos de Freud en edición bilingüe. Sofía Rutenberg escribió Hacia un feminismo freudiano (La Docta Ignorancia, 2019), actriz y dirige el espacio Hacer-Clínica junto a Julián Ferreyra que es docente en la UBA, editor en El Sigma y autor de #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (La Docta Ignorancia, 2020).
Este manuscrito original de Freud es una copia en limpio donde se ve que primero tituló, en alemán, «La felicidad y la cultura» y luego lo tachó y le puso «La infelicidad en la cultura» (Gentileza de Lionel F. Klimkiewicz)
—¿Cuál es la vigencia que tiene El malestar en la cultura? ¿Por qué es uno de los textos fundamentales de Freud?
—Marc Pepiol Martí: Estamos inmersos en una insufrible cultura de la positividad que, en general, pone bajo sospecha todo aquello que rezuma dureza y pesimismo; y, sin duda, El malestar en la cultura es un texto punzante, que produce siempre desazón. Sin embargo, si se me permite elevar mi experiencia como profesor de filosofía a categoría, debo decir que no hay persona con la que haya trabajado el texto que no confiese su infinita atracción por el profundo análisis de la cultura que Freud lleva a cabo en este texto de madurez. En mis clases nunca he tratado el texto como una antigualla, como una pieza sin vida; no nos preguntamos, por ejemplo, “¿qué concepción tiene Freud sobre la pulsión de muerte?” sino “¿qué nos enseña Freud sobre nuestra cultura?”, y la respuestas, por su vigencia, nunca dejan de sorprendernos e impresionarnos, a mí mismo y a los alumnos, jóvenes y adultos. Son muchos los textos en los que Freud ensayó las potencialidades explicativas de la teoría psicoanalítica, no solo en el ámbito del sujeto, sino de la cultura humana en general, pero creo firmemente que es en El malestar de la cultura que consigue sus resultados más satisfactorios y memorables. Se trata de una síntesis perfecta que logra conjurar en una unidad superior sus tesis sobre la religión, sobre los orígenes de la cultura, sobre la naturaleza humana, e incluso sus intuiciones, por desgracia acertadas, sobre el porvenir de la cultura. Pero más allá de estas interesantes tesis científicas, en El malestar de la cultura podemos sentir, entre líneas, a la persona, al hombre, a aquel Sigmund Freud que reflexiona y escribe sumido en unas circunstancias vitales francamente duras. Nunca puedo esconder mi admiración por su persona, por el científico que luchó infatigablemente por la verdad. El malestar de la cultura es, sin lugar a dudas, su testamento vital e intelectual.
—Darío Charaf: El problema que aborda Freud en El malestar en la cultura (el de la renuncia pulsional que exige la cultura, la pérdida de una satisfacción individual que implica la vida en sociedad, el lazo con otros), resulta especialmente vigente en la actualidad. Freud señala en este texto que la búsqueda del placer como fin de la vida, la búsqueda de la felicidad, es irrealizable, que nada en el mundo está organizado para ese fin. La vida tal como nos es impuesta resulta penosa, la felicidad completa es imposible. Esta cuestión cobra especial importancia en la actualidad, un tiempo en el que la promesa de la felicidad y el imperativo de ser felices bombardean no solo las redes sociales y los medios de consumo y de comunicación sino también las plataformas y propuestas de algunos partidos políticos (por ejemplo, en Argentina, la “revolución de la alegría”). La felicidad es un factor de la política, y Freud nos dice que ella es imposible. Sin embargo, el psicoanálisis no transforma la imposibilidad en impotencia; por el contrario, propone saber hacer con la falta, inventar lo que hay (o puede haber) sin desconocer lo que no hay. El malestar en la cultura es entonces un texto esencialmente ético, y es por ello que es uno de los textos fundamentales de Freud: es un complemento ético a la metapsicología freudiana, en él se extraen las consecuencias éticas (y políticas) de la teoría psicoanalítica. Freud anuda en este texto lo clínico con lo ético y lo político, y así nos lega lo mejor que el psicoanálisis puede ofrecer a nuestro tiempo: su ética.
—Constanza Michelson: Su vigencia está intacta, creo que si Freud viviera en nuestros días y escuchara a Trump o a Bolsonaro, confirmaría la tesis de que no hay progreso. Lo que demuestra que la cultura, la ciencia, la educación no son artefactos que nos libren de la barbarie; primero porque hay algo de las pulsiones que no se domestica del todo, y en segundo lugar -y esta es quizá la idea más peturbadora del psicoanálisis -, es que la razón, la moral no son lo opuesto a la pulsión, sino que son pulsión: la locura carece de todo salvo de razón, escribió Chesterton. Este ensayo no es solo vigente sino urgente, por su crítica al humanismo, al proyecto de la Ilustración que estalla en el siglo XX (dicen fue Auschwitz la evidencia rotunda del fracaso del proyecto de la Razón), y que en nuestra época sigue siendo un debate inacabado: ¿qué progreso va del lado de la vida? ¿qué tipo de pensar está a la altura de orientar a la racionalidad científica, económica y política?
Marc Pepiol Martí, Constanza Michelson y Darío Charaf
—Lionel F. Klimkiewicz: Cuando alguien me pide que le recomiende un texto de Freud para comenzar a leer e introducirse en su obra le recomiendo empezar por El malestar en la cultura. ¿Cuáles son las causas del sufrimiento de los seres hablantes?¿Cómo hacen para mitigarlo? Freud nos introduce en temas que han preocupado desde siempre al hombre con una destreza en su escritura que es asombrosa. Hay que recordar que el mismo año en que se publicó su texto también recibió el prestigioso Premio Goethe. En el capítulo 3 Freud nos muestra una manera, novedosa hasta ese momento en la historia de occidente, de entender qué es el desarrollo cultural del ser humano. ¿Es acaso un camino de perfeccionamiento, de progreso? Mas bien, nos dice, el desarrollo cultural está caracterizado por producir alteraciones, modificaciones, cambios, sobre las pulsiones, cuya satisfacción -de esas pulsiones- es la finalidad de nuestra vida. La cultura, dice Freud, impone que nos rehusemos a esa satisfacción, y al mismo tiempo se edifica sobre esa renuncia exigida. Y esto no es sin consecuencias, ya que entonces el ser hablante se lanza en busca de compensaciones a esa renuncia. Esta idea, de la cual Freud saca múltiples consecuencias, nos permite pensar la condición humana en cualquier época de su devenir histórico. De ahí su vigencia. A su vez es uno de sus textos fundamentales ya que nos brinda numerosas llaves para entender el sufrimiento humano, lo que lo hace legible para cualquier persona a la que le interesen esos temas, además de plantear numerosos problemas de la clínica psicoanalítica. Es uno de los textos de su obra que tiene la categoría de clásico, es decir, que no estará sujeto a la caducidad que el tiempo muchas veces impone, como si les pasó, por ejemplo, a todos los que hasta ahora han criticado sus postulados.
—Sofía Rutenbenrg: El malestar en la cultura es la obra de Freud que introduce una pregunta por la cultura y su relación con el malestar. El estar-mal no sólo remite a causas intrínsecas y psíquicas, sino que el psiquismo se constituye dentro de una cultura. El malestar es político y cultural. Cada época tiene sus imperativos de goce que generan malestar. Freud rompe con la dicotomía individuo-sociedad. El malestar en la cura también es cultural. No es que haya “síntomas viejos” y “síntomas nuevos”, sino que cambian los imperativos culturales y las personas deben adaptarse y convivir con nuevas exigencias. La obra gira en torno a un antagonismo inexorable: las exigencias pulsionales y las restricciones de la cultura. El yo quisiera hacer ciertas cosas que la cultura no le permite, entonces se reprime. El sujeto está dividido por deseos que son inconciliables con el deber-ser. El sujeto está reprimido, pudoroso, vergonzoso, limitado y frustrado. No es casualidad que el psicoanálisis se haya fundado en la escucha de las mujeres. Destinadas a la reproducción y el matrimonio, arrasadas por el machismo, Freud escucha mujeres insatisfechas con ese destino prefijado por la cultura patriarcal. Ya sea en su época o en la nuestra, la cuestión es la misma: ¿Cómo alcanzar la felicidad y mantenerla? Aparecen las exigencias: ¡Sé feliz! ¡Viví el hoy! ¡Pará de sufrir! ¡Sé libre! Todos los imperativos superyoicos que borran la tristeza del mapa e intentan meter el malestar abajo de la alfombra. La tristeza es obscena: vemos más gente desnuda que triste. La tristeza que no tiene lugar, que no es escuchada, se transforma en ira, bronca, agresión. Los niños que golpean y agreden a sus compañeros en la escuela suelen ser niños que están profundamente tristes y se sienten solos. Entonces se los diagnostica y se los medica desde edades muy tempranas: se anestesia el dolor. Uno de los reclamos ideales de la sociedad es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En este punto Freud choca con la pulsión destructiva: “El hombre intenta satisfacer su necesidad de agresión a expensas de su prójimo, de explotar su trabajo sin compensación, de utilizarlo sexualmente, sin su consentimiento, de apropiarse de sus bienes, de humillarlo, de infligirle sufrimiento, de martirizarlo y de matarlo”. Amar a tu prójimo como a ti mismo nos confronta con una verdad irremediable: el odio hacia uno mismo, que Freud llama “la necesidad de castigo”.
—Julián Ferreyra: El malestar… fue también el malestar de Freud, quien lo escribió luego de un período de receso de escritura, muy probablemente a causa de su enfermedad. El malestar… es paradójica e inmediatamente posterior a El porvenir de una ilusión, otra obra fundamental. Este anudamiento entre porvenir, ilusión y malestar resulta crucial para que el abordaje de este último no se degrade en control o normalización. La apuesta freudiana es, en ese sentido, una apuesta por la construcción íntima y a la vez común de alguna clase de porvenir para el malestar, dignificándolo como lo más propiamente humano: el malestar de cada quien y de los pueblos incluye historia(s) y conflicto; nos confronta con ello que no está hecho para funcionar maquínicamente, el deseo. Es freudiano entonces afirmar que no hay tal escisión entre deseo y malestar, ya que un “completo bienestar” sería únicamente homologable a la muerte, a un ideal demasiado mortífero. Esta es una preocupación central en el texto: la (auto)destrucción, la pulsión de muerte. Vale una alusión al título original, el cual era “La infelicidad en la cultura”: al no existir una traducción literal al inglés, en esa lengua fue publicado como “Civilization and its Discontents”, trayendo así un problema, un síntoma, estrictamente freudiano: equiparar cultura a civilización. En este sentido la anécdota permite esbozar algunas preguntas interesantes: ¿infelicidad es sinónimo de malestar? ¿No podría haber malestar aun estando-feliz? ¿qué porvenir para el malestar y su tratamiento? ¿hay hecho cultural sin malestar? ¿qué dispositivos sociales, comunitarios, afectivos y políticos para su tratamiento Dichos problemas son freudianos, aun cuando lo que él entendiera por cultura, o la cultura de su tiempo, incluya matices, cambios y diferencias cruciales con “nuestra” cultura. Otra época, otro tiempo, no obstante preguntas y problemas que incluyen rasgos humanos fundamentales. Freud tenía una ilusión del hecho cultural y humano en la cual el Bien podría salir del Mal mediante alguna clase de proceso, natural en tanto psíquico. Una ilusión maniquea, neurótica, pero una ilusión que le permitió trazar un porvenir, que incluyó un tratamiento posible: el psicoanálisis. Porque para Freud las ilusiones son poderosas. Quienes dicen “no te hagas ilusiones” suelen ser los estúpidos… En un psicoanálisis se trabajan esas ilusiones, sobre todo la más difícil de soportar: la (des)ilusión amorosa y su relación al malestar.
Lionel F. Klimkiewicz, Sofía Rutenberg y Julián Ferreyra
—¿Se ha resignificado ese malestar en los tiempos actuales? ¿Cómo se actualiza en el presente esa mirada?
—Marc Pepiol Martí: Noventa años nos separan del texto, pero muchas ideas y análisis de Freud se mantienen incólumes. La reciente pandemia de la covid-19 nos ha demostrado una vez más que seguimos siendo “dioses con prótesis”, y que frente a la naturaleza inclemente nuestra admirable ciencia y tecnología solo puede lograr mitigar, no eliminar, los reveses de la existencia. Frente a la dureza del existir, el ser humano sigue buscando refugio en la religión –el fenómeno religioso, lejos de desaparecer, como auguraban los positivistas, se intensifica en el presente–, o en determinadas “substancias” que le prometen una huida momentánea del mundo –actualmente crecen las adicciones tecnológicas–. Pero, sin duda, sigue siendo la convivencia con los otros lo que nos produce más resquemor. El lema de la positividad que todo lo inunda no logra esconder, por ejemplo, el preocupante fenómeno de la violencia en la red, en internet. A menudo, la plácida convivencia social que impera en unas pocas partes del planeta se edifica sobre una extrema violencia que los sujetos ejercen secretamente sobre sí mismos. Seguimos basculando, pues, entre diversas formas de violencia, a veces muy sutiles, y una permanente sensación de insatisfacción o infelicidad.
—Darío Charaf: El malestar que Freudlocaliza en este texto es estructural: la cultura se edifica sobre la renuncia a algunas satisfacciones y esto conlleva un malestar ineliminable. Los seres humanos no somos “buenos” por naturaleza, llevamos en nosotros inclinaciones agresivas y el germen de nuestra propia destrucción; a pesar de los nuevos caminos que emprende el desarrollo cultural, ese rasgo humano permanece indestructible. Hay dificultades inherentes a la esencia de la cultura que ningún ensayo de reforma puede salvar. Sin embargo, si bien el malestar en la cultura es estructural, cada cultura le imprime su sello o su marca a ese malestar: hay entonces malestares de la época (o de las épocas) que se pueden ir modificando en el transcurso del tiempo. Depresiones generalizadas, espectros autistas, patologías del consumo y hedonias depresivas serían algunas de las formas que el malestar cobra en el capitalismo tardío, malestares propios de nuestra época o formas actuales en que se presenta el malestar estructural. Ahora bien, la pregunta con la que culmina El malestar en la cultura permanece inalterada con el paso del tiempo: Freud señala que la cuestión decisiva para el destino de la especie humana es si el desarrollo cultural logrará dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la inclinación agresiva y autodestructiva de los seres humanos. Este problema no sólo permanece vigente, contemporáneo y actual sino que, teniendo en cuenta los acontecimientos de los últimos días, semanas y meses, este problema se presenta hoy como urgente.
—Constanza Michelson: Pienso que si Freud escuchara el proyecto de Elon Musk, también diría lo mismo: no hay progreso. Ya no están los campos de concentración, pero hay algo que nunca cesó, la lógica del número y la destrucción del lenguaje. Musk, en su presentación de Neura Link hace algunos días, decía que este chip cerebral permitiría la “telepatía conceptual”, proponiendo un futuro en el quizá ya no necesitaremos hablar más. Pero eso no es un futuro, el regimen de verdad de la técnica existe hace tiempo, su paradigma es la del dato y la radiografía: una verdad de nosotros sí, pero sin nosotros. Si la verdad es el dato, no hay nada que hablar. Ya no hay palabras para este mundo, dice la poeta chilena Nadia Prado. Nos puede parecer un mundo muy distinto del de Freud, si en el suyo la amenaza sexual se ubicaba en los niños, a quienes había que vigilar, hoy está en los adultos. Los asuntos de la cultura se desplazan, hay revoluciones morales, pero, como sea, hay algo de lo sexual que nunca es pacífico. Todo indica que no hay paz para el ser humano, no al menos, desde la moral, el control y la vigilancia; sin embargo, a veces la hay, a veces hay un equilibrio misterioso en las cosas del mundo, por eso vale la pena vivir.
Portada de “El malestar en la cultura” de Sigmund Freud de 1930
—Lionel F. Klimkiewicz: Freud dice que el sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo, desde el mundo exterior, y desde las relaciones con los otros seres humanos. El modo en que estas tres formas en que el sufrimiento nos perturba dependerá muchas veces del momento histórico. ¿Acaso esta situación de pandemia no nos muestra eso? Un virus que amenaza nuestro cuerpo, una cuarentena que al mismo tiempo que cumple la función de cuidarnos nos impone renuncias a nuestras satisfacciones que a veces son difíciles de soportar, y donde por momentos sentimos o pensamos que los que están cerca nuestro nos pueden contagiar, lo que en principio causa miedo y desconfianza, que termina siendo la peor combinación para establecer un vínculo de cualquier tipo. Y siempre se soslaya una indicación muy precisa de Freud: hay que estar atentos a los modos de compensación que propone cada cultura sobre las restricciones que ella misma impone.
—Sofía Rutenbenrg: El malestar del que hablaba y escribía Freud sigue vigente. Su interés no fue ni describir malestares ni dar respuestas taxativas, sino instalar una pregunta: ¿por qué los seres humanos son destructivos? En el presente se trata de una renegación del paso del tiempo, de la vejez y de la muerte. Por eso el psicoanálisis freudiano tiene vigencia: el diván es uno de los pocos lugares en los que el “contrato social” habilita una búsqueda del amor. Sólo allí es posible confrontarse con el motor y obstáculo de la vida: la muerte. El malestar en nuestra cultura es el fraude anti-age: la ilusión de inmortalidad en frascos de cremas. Traducido al español, se enseña a odiar la edad. Cuanto mayor es la persona, más rechazo genera. También su sabiduría es muy incómoda. Suelen hablar del pasado, todo lo contrario a la exigencia de “vivir en presente” necesaria para extirpar la idea de vejez. Podría decir que el malestar de nuestra época es la apariencia. Narciso es inmortal. La sociedad odia la vejez, excluye a los viejos y las viejas. La vejez se torna un secreto vergonzoso del que no hay que hablar. Pacientes jóvenes han dicho en sesión que prefieren una muerte prematura que llegar a la vejez, no podrían soportar la decrepitud física. Se aísla en soledad al moribundo para seguir vendiendo la ilusión de eterna juventud.
—Julián Ferreyra: Resulta tentador afirmar o descubrir malestares específicos de nuestra época, pero quizás convenga abstenernos de esta actitud, en tanto puede comportar la necesidad por la novedad. Exigir novedad, originalidad o unicidad es justamente una exigencia nueva pero al mismo tiempo vieja. Un vino nuevo en un odre viejo, diría Freud. ¿Esto quiere decir que el malestar no adopta nuevos ropajes, nuevas configuraciones? Por supuesto que no. El malestar se actualiza en formas sutiles, sofisticadas, siendo una de ellas su propia renegación. Me refiero a esas formas del malestar que se presentan como su aparente contrario: los ideales de salud perfecta, de felicidad continuada y obligatoria, de productividad a como dé lugar. Un malestar en la cooltura: nuevas culpas de viejas exigencias, modos new age con aparente signo positivo, coolpas. Aunque parezca inverosímil, no hay nada más culpógeno que el imperativo “¡viví sin culpa!”. Un superyó aggiornado, un hipsteryó afín a sofisticados dispositivos de control: por ejemplo el emprededurismo de sí mismo. Y esta cuestión es central, ya que desde el texto en cuestión la culpa era para Freud el problema más importante del desarrollo cultural. A su vez, El malestar… resulta urgente para evitar que el propio psicoanálisis -o cualquier discurso psi- devenga medicalizante, ya que no todo sufrimiento, dificultad o padecer implica o significa desarreglo, trastorno, déficit, enfermedad o (psico)patología. Resulta urgente recordar esta cuestión en este tiempo pandémico, en donde expresar malestar puede ser pensado muchas veces como un signo de salud. La trampa de algunos discursos de época, de corte individualistas y afines al neoliberalismo como modo de subjetivación, es persuadir de que lo injusto es necesario y que la respuesta “adaptativa” y valorada frente a ello debiera ser cualquier forma de la llamada “resiliencia”. Resiliente sería entonces quien se hubiera perjudicado con neurótica docilidad, sepultando la potencia de su malestar. La apuesta ética del psicoanálisis no se estaciona cómodamente en una mera “aceptación” de lo injusto, sino en la posibilidad de quebrar cualquier forma del statu quo, transformándolo. Esto último, claro está, si y sólo si quien conduce un psicoanálisis dota a su práctica de una ética en este sentido. Porque también, lamentablemente, hay un uso posmoderno y cínico del psicoanálisis que podríamos bautizar como resianálisis.
Fuente: Infobae