«Desde chico me fascinaron las películas bíblicas. Cuando llegaba Pascua me la pasaba días enteros frente a la televisión, porque dada la coincidencia con el Pesaj judío, se solían pasar a la vez filmes sobre el Evangelio y sobre el Éxodo -dijo Bernstein, también arquitecto y periodista, en diálogo con Télam-. Desde esa época me quedó una suerte de obsesión con las figuras de Cristo y de Moisés, las dos figuras míticas de Occidente».
Periodista: ¿Considerás que el cine es la entrada de Cristo en el arte más popular?
Gustavo Bernstein: Me gusta ver qué rasgos pretenden resaltar del personaje los cineastas y con qué recursos pretenden conmover, convencer y evangelizar al espectador. Por su poder de penetración y llegada a las masas, el cine fue la gran caja de resonancia, la herramienta más poderosa de difusión de la fe.
P.: Abundá, por favor.
GB: Toda religión es un relato, una construcción hecha de episodios que ponen a rodar cierta exégesis del mundo y terminan por forjar el mito en el que se cimienta una cultura. Muchas de nuestras conductas como sociedad, ante hechos banales o trascendentes, están instauradas desde el cine. Tanto el cine como la religión me interesan como propiciadores de mitos, como ficciones que condensan emociones colectivas que se instalan en el imaginario social.
P: ¿Por qué la elección de Jesucristo?
GB: Cristo es la mayor construcción mítica de Occidente, el héroe moral por antonomasia en el que se sostiene nuestra cultura. Me interesaba examinar el modo en que esa idea moral es representada por el cine e indagar si el cine había logrado construir una figura icónica novedosa respecto a la tradición pictórica.
P: ¿Y qué hallaste?
GB: -Me encontré con una gran sorpresa: si bien en su época más primitiva se subordinó a imágenes consolidadas en la pintura, en un momento logra independizarse para forjar su propia iconografía, para consolidar sus propias efigies de fe. Al punto de llegar a una situación fascinante como que un fotograma del Cristo de (Franco) Zeffirelli estuviera en los altares del mundo y que las masas le terminaran rezando a Robert Powell.
P.: ¿Cómo se desarrolló tu trabajo?
GB.: Soy profesor de literatura y cine. Me especializo en los cruces entre ambas disciplinas expresivas y, sobre todo, en las adaptaciones, en las traducciones de lo retórico al lenguaje audiovisual. Pareciera una decantación natural que me interesara indagar en cómo el cine había recreado el mayor «bestseller» editorial. Además encontré que se había escrito muchísimo sobre la imagen de Cristo en la historia de la pintura, pero nada sobre cómo lo había representado el cine. Venía barruntando varias ideas en torno a esa imaginería hasta que finalmente me decidí a afrontarlo y analizarlo de un modo sistemático. Fue muy propicio que el Fondo Nacional de las Artes me concediera una beca, porque me facilitó la tarea y también fue un disparador para abordar la pesquisa de un modo más sistemático y disciplinado.
P: -¿Trabajaste con archivos y acceso a material fílmico no habitual?
GB.: Gracias a la beca tuve la posibilidad de acceder a mucho material fílmico foráneo, aunque no la posibilidad de dialogar con otros autores porque, como dije, es un tema sobre el que no se ha escrito nada, salvo fichas técnicas con anécdotas de rodaje o algunas reseñas breves de los filmes. A mí no me interesaban tanto esos datos como las ideas en torno al tema, las reflexiones que se hubieran vertido sobre el dispositivo representacional en torno a la figura del Cristo, y no hay ensayos sobre ese tema. Me parece muy importante que una cultura indague en la iconografía que la factoría cinematográfica hace de su mito fundacional, al menos como una vía de autoconocimiento.
Porque al proyectarlo en las pantallas da cuenta no sólo de la plataforma ideológica en la que se asienta su fe.
P.: ¿El libro fue una experiencia religiosa para vos?
GB.: Cuando la escritura es genuina, todo libro lo es porque se transforma en una experiencia reveladora para el autor. La escritura de un libro es un rito de pasaje del cual uno sale transfigurado. En ese sentido hay una liturgia religiosa. Y además, porque el escritor, sea poeta, ensayista o narrador, opera socialmente como una suerte de chamán de la tribu, o un médium que trae voces del más allá para que dialoguen con los dilemas de una sociedad.
Fuente: Télam.