La Suprema Corte de Estados Unidos no tiene empacho alguno en considerarse experta en casi todas las áreas, y en breve piensa hacerlo también en el ámbito de la crítica de arte. El máximo tribunal tendrá que lidiar con un tema que irrita y confunde a los jueces desde hace décadas: ¿cómo considerar el arte de Andy Warhol? Con anterioridad ya varios tribunales han dicho que Warhol es un caso aparte.
En 2001, por ejemplo, la Suprema Corte de California falló que un artista llamado Gary Saderup no podía vender dibujos en carbonilla de Los Tres Chiflados sin permiso de los herederos de los cómicos, argumentando que las imágenes infringían la ley de ese estado sobre el uso comercial de cualquier parecido con las celebridades. De hecho, en un curioso apartado de la sentencia, el juez Stanley Mosk aclaró que otro habría sido el caso si el acusado hubiese sido Warhol. Sus serigrafías de los rostros de Marylin Monroe, Elizabeth Taylor y Elvis Presley, escribió el magistrado, “bien podrían estar protegidos por la Primera Enmienda.”
“A través de la cuidadosa distorsión y manipulación del contexto”, abundó Mosk, “Warhol fue capaz de transmitir un mensaje que iba mucho más allá de la explotación comercial de la imagen de la celebridad y se convertía en una forma irónica de crítica social sobre la deshumanización de la celebridad en sí misma.”
El año pasado, en un caso sobre códigos informáticos, para argumentar su sentencia el juez Stephen Breyer apeló a un concepto similar con el ejemplo de las obras de Warhol con imágenes de las sopas Campbell y otros productos comerciales, un tema totalmente ajeno al caso específico que se juzgaba. “Por más que replique precisamente el logotipo de una publicidad protegida por el copyright, una ‘pintura artística’ podría considerarse un ‘uso legítimo’ del copyright para hacer una crítica social al consumismo”, argumentó Breyer.
Pero el caso que llega ahora a la Suprema Corte concierne al propio Andy Warhol. El 12 de octubre, los magistrados evaluarán si el artista violó la Ley Federal de Copyright de Estados Unidos con su retrato del cantante Prince, basado en la foto de un prestigioso fotógrafo.
Y para hacerlo tendrán que decidir si las modificaciones que introdujo Warhol en la foto la convirtieron en una cosa diferente. Podrían dictaminar, como lo hizo el juez John G. Koeltl, del distrito de Manhattan, que al haberle imbuido un nuevo significado, Warhol transformó esa fotografía en otra cosa.
Pero la Suprema Corte también podría adoptar la línea del Tribunal de Apelaciones del Segundo Circuito, que los jueces simplemente deben comparar las similitudes entre ambas obras y no meterse en la interpretación de su significado. “Un juez de distrito no debería asumir el rol de crítico de arte ni tratar de determinar el significado o la intención detrás de las obras en cuestión”, escribió Gerard E. Lynch, del tribunal de apelaciones. “Y eso se debe tanto a que los jueces no suelen estar capacitados para hacer juicios estéticos y también porque esas percepciones son inherentemente subjetivas.”
Cuarenta años después
El caso que pronto estará en manos de la Suprema Corte es de la Fundación Andy Warhol para las Artes Visuales versus Goldsmith, y todo empezó por un encargo periodístico de rutina. En 1981, la revista Newsweek le pidió a la exitosa fotógrafa de rock Lynn Goldsmith que le hiciera fotos a Prince durante un concierto, y también en su estudio de fotógrafa. La revista finalmente publicó una foto del concierto, y Goldsmith se quedó con los retratos de estudio.
Tres años después, alrededor del momento en que Prince lanzó su disco Purple Rain, la revista Vanity Fair contrató a Warhol para crear una imagen que acompañara un artículo titulado “Purple Fame”. La revista le pagó US$400 a Goldsmith por la licencia de usar uno de sus retratos de 1981 como “referencia artística”, acordó que su nombre figuraría en el crédito de la imagen y que solo sería usada con ese único propósito.
En su serie de 16 imágenes, Warhol alteró la foto de diversas maneras, sobre todo recortándola y coloreándola para crear lo que los abogados de su fundación describen como “una apariencia de máscara, impersonal y desencarnada”. Vanity Fair eligió una de las imágenes y la publicó.
Warhol murió en 1987 y la propiedad de su obra pasó a manos de su fundación, incluidas las 16 imágenes de lo que se denominó la “Serie Prince”. Esas obras se fueron vendiendo por valores de seis cifras en dólares, un precio relativamente bajo para los estándares de Warhol. La presentación de la Fundación Andy Warhol para las Artes Visuales ante la Corte Suprema consigna que las subastas de obras de Warhol en la década 2004-2014 superaron los 3 mil millones.
Cuando Prince murió, en 2016, Vanity Fair publicó un número especial como tributo a la vida del cantante y compositor, y le pagó US$10.250 dólares a la fundación para usar la portada una imagen diferente de la Serie Prince. Pero en esa oportunidad Goldsmith no tuvo crédito ni compensación alguna.
Entonces se desató el litigio judicial, que en gran medida gira en torno a si Warhol transformó o no transformó la fotografía de Goldsmith. La Suprema Corte ha dicho en otros casos que una obra está transformada “si agrega algo nuevo, con un propósito adicional o un carácter diferente, alterando lo primero con una nueva expresión, significado o mensaje”. En su alegato ante la Suprema Corte, los representantes legales de la fundación solicitaron a los jueces que dictaminen que las obras posteriores están amparadas por la doctrina del “uso legítimo” del copyright siempre que agreguen un significado o mensaje nuevo.
Pero eso plantea una serie de dilemas. ¿Quién puede determinar el significado de una obra de arte? ¿Cuánto significado nuevo tendría que incorporar? ¿Y qué hacer entonces con lo que la ley de derechos de autor llama “obras derivadas” como las adaptaciones de novelas para el cine o la televisión?
En un escrito presentado la semana pasada, los abogados de Lynn Goldsmith le pidieron a los magistrados que evalúen el caso “de una manera holística” que equilibre los cuatro factores de “uso legítimo” que establece la Ley de Copyright. Ese enfoque plantea un conjunto de dilemas diferente, entre otros, si la falta de una directriz judicial clara no tendrá un efecto de autocensura en los artistas que quieran construir y elaborar a partir del trabajo de sus predecesores, una práctica tan antigua como el arte mismo.
Así que los jueces supremos tal vez no tengan más remedio que salir a opinar sobre el significado de un retrato de Prince. Hace más de un siglo, en otro litigio sobre derechos de autor, el juez Oliver Wendell Holmes Jr. dijo que los magistrados deberían ir con pie de plomo cuando se discute sobre obras de arte. “Para personas solo capacitadas en leyes, sería una aventura peligrosa ponerse a sí mismas en jueces del valor de ilustraciones pictóricas”, escribió Holmes hace más de cien años.
(Traducción de Jaime Arrambide)
Fuente: Adam Liptak, La Nación