El mafioso Tony Soprano recoge el diario en el portón de su mansión en Nueva Jersey: vendrá otro día de acción criminal, de vida familiar y de terapia conductual. Walter White se quita una máscara antigás en el desierto de Albuquerque, Nuevo México, y camina en calzoncillos hasta la ruta polvorienta, alzando un revólver. En un bar costoso de Nueva York, Don Draper busca frases seductoras para publicitar cigarrillos y disimular que dan cáncer: “Están tostados”. ¿Cómo fueron los primeros episodios de las grandes series de este tiempo, con Los Soprano, Breaking Bad o Mad Men? ¿Por qué nadie olvida esos arranques sin igual?
En esta nueva era dorada de las ficciones de TV, con Disney y Amazon disputando el negocio del streaming y el fervor de las audiencias con HBO y Netflix, aún hay consenso sobre las series en el podio: Los Soprano, sobre el capo criminal ítalo-americano, es considerada la número uno. Breaking Bad tiene fortuna afín: el neo-western sobre el frustrado profesor de química devenido en genio narco de la metanfetamina azul es un relato que siempre atrapará. Y Mad Men, sobre los creativos publicitarios de la New York de los ‘60, sin miedo a la nicotina y con los tragos como terapia, eternizó a su protagonista atractivo y complejo: Don Draper.
En la lista de las mejores series de esta época también figura The Wire, con foco en las intervenciones telefónicas de un sector de la policía de Baltimore contra el tráfico de drogas, el contrabando, los sindicatos y otros amigos del poder invisible. Como Los Soprano, Mad Men o Breaking Bad, el primer episodio de The Wire disparó el fuego que expandieron sus numerosas temporadas de mítica calidad. Aquí, un repaso de los arranques de estas ficciones magistrales y, como yapa, de otra prestigiosas que hoy se puede redescubrir en el on demand, la nórdica Borgen.
“Los Soprano” (1999): “¿Por qué se fueron los patos?”, FLOW y HBO GO
“Mire, Dra. Melfi. Es imposible para mí hablar con una psiquiatra”, le dice Tony Soprano a los pocos segundos de su primera sesión. Un ataque de pánico lo llevó hasta ella, no sólo por el estrés de ser el líder de la Cosa Nostra de Nueva Jersey, sino por sus vínculos familiares y por su madre narcisista y despreciativa. “Dra., admiro a los héroes fuertes y silenciosos como Gary Cooper. ¿Por qué no podemos volver a eso en este país?”, se queja Soprano (James Gandolfini), en plena crisis de la mediana edad.
En Los Soprano, los avatares mafiosos son tan importantes como la tensión entre Tony y su esposa, Carmela (Edie Falco), y con dos hijos adolescentes. También, los disgustos que le genera su sobrino, el drogadicto e incontrolable Christopher Moltisanti. Y la competencia con su tío Junior, el ex capo que no tolera que Tony ocupe su lugar.
En este primer episodio, el conflicto con unos rivales por la gestión ilegal de residuos fue menos problemático que la razón de su último ataque de pánico: los patos que vivían en la piscina tuvieron pichones y se volaron. ¿Qué temía perder Tony Soprano? ¿Su poder, su juventud o sus afectos?
Así comenzaba en 1999 el drama mejor escrito de la TV estadounidense, pleno de simbologías y referencias culturales, y que exploró la crisis moral de los estadounidenses en el fin de siglo, con sus peores legados: la violencia, el delito y el racismo. También fue pionera en humanizar (sin idealizar) al antihéroe con alto calibre psicológico y cierto humor. Como el de este primer episodio: el núcleo de sus seis temporadas incomparables.
“The Wire” (2002): “El objetivo”, en HBO GO
Arrecia el narcotráfico con chicos negros pobres en Baltimore, EE.UU. Cerca de las industrias y de los puertos, en la calle grasienta hay un cadáver, lleno de tiros, por culpa de un juego ilegal. Mirando la escena, el detective Jimmy McNulty (Dominic West) intuye quiénes silencian y coimean a los inocentes. Lo va a corroborar en el juicio de un traficante menor, acusado de matar a un rival: una testigo, una guardia de seguridad negra, cambia su historia cuando el mafioso Stringer Bell (Idris Elba) le hace un gesto. Y llega la absolución.
Allí inicia el peregrinaje de McNulty y de sus compañeros, autorizados a hacer escuchas telefónicas para desarmar el curso de las drogas y de las muertes en la inmensa Baltimore, Maryland, a sólo 50 minutos de Washington DC. La burocracia federal y policial son otro enemigo.
Alguien desde las filas oficiales hace que los chicos negros pobres sigan muriendo con los ojos nublados para que el veneno les llene los bolsillos a otros. Este es el planteo primal de The Wire: el legado testimonial del ex periodista David Simon sobre la Norteamérica sin sueños. Hoy como ayer.
Este primer episodio, “El objetivo”, arranca con asfixiante lentitud, pero no tarda en mostrar la ansiedad de oficinas igual de grises y peligrosas. Stringer Bell no es el único villano: el sistema es el que condena a los niños a volverse matadores de otros y los policías lo saben: tardarán años (cinco temporadas) en poder limpiar las calles, los sindicatos y los estrados de sus invisibles redes del mal.
“Mad Men”: “El humo entra en tus ojos” (2007), en Amazon Prime Video
En un bar rutilante del centro de Nueva York, Don Draper fuma sin parar y bebe un cóctel Old Fashioned, mientras borronea eslóganes publicitarios para una campaña de tabaco. Le pide fuego a un mozo negro, Sam, quien lleva cigarrillos de otra marca en su camisa, y le pregunta por qué la elige. Sam responde: “Por hábito. Nos lo daban en la guerra”.
Draper prosigue: “Si su marca no existiera, ¿usted elegiría otra?”. El mozo confía: “Seguro. Adoro fumar”. Draper (Jon Hamm) sonríe, anota la frase en su libreta y Sam agrega: “Mi esposa odia el cigarrillo. Reader’s Digest dice que mata. Las mujeres adoran esas revistas”. Draper eleva la vista a la nube de humo entre los clientes del bar.
¿Qué pensará él de las mujeres? ¿Todo se puede comprar y vender? En dos trazos iniciales, Mad Men anticipa sus marcas: el consumismo, la ambición y el machismo en la Nueva York de los ‘60. Los publicistas blancos beben, fuman y compiten desde los rascacielos de Madison Avenue (de ahí el título, Mad Men: “hombres locos”). Draper es el director creativo de la agencia Sterling Cooper y acarrea un secreto nada heroico desde la Guerra de Corea.
Dos escenas después ya se mueven las piezas: la amante de Draper; el joven publicista trepador y sus compañeros iguales de sexistas; el jefe sarcástico; la secretaria voluptuosa con un oculto mundo interior y la nueva empleada talentosa, Peggy Olson.
La encarnó en forma magistral Elisabeth Moss, un balance perfecto ante el narcisismo de Draper, en este reflejo pasatista del American Way of Life. Hay afectos y dolores que el humo no puede ocultar.
“Breaking Bad”: “Piloto” (2008), en Netflix
En Albuquerque, Nuevo México, el desierto puede ser enloquecedor. Un tipo en calzoncillos y con una máscara antigás conduce un motorhome, con las sirenas policiales de fondo. Su copiloto también lleva máscara y está desmayado. Walter White frena contra un arbusto y, desesperado, graba un mensaje para su familia con una cámara de mano: “Todo lo hice con el corazón puesto en ustedes”. Se planta en calzoncillos en medio del camino y apunta su revólver.
Estos 3,47 minutos de Breaking Bad son uno de los arranques más perfectos de la historia de las series. Combina tensión y absurdo para presentar a White (Bryan Cranston): un profesor de química inofensivo, que se transformará en Heisenberg, el narco-productor de la purísima metanfetamina azul.
¿Qué hizo para terminar huyendo en el motorhome? ¿Qué nuevos delitos va a provocar, con su amor creciente por el mal? White sabe que padece un cáncer de pulmón terminal. Vive con su esposa embarazada, Skyler, y con su hijo adolescente, Walter Jr., quien usa muletas por una parálisis cerebral. Hank, el querible y fuerte cuñado de White, es un sagaz agente de la DEA. Y en Albuquerque, tan cerca de México, la metanfetamina es un negocio millonario y adictivo. White necesitaba dinero por su tratamiento. Al acompañar a Hank en una operación contra un laboratorio clandestino vio escapar a su ex alumno Jesse Pinkman (Aaron Paul).
Luego lo chantajeó para que fueran socios: montaron su laboratorio en un motorhome. La resolución del Piloto será circular, con White en calzoncillos entre el polvo, con un arma en la mano. ¿Qué será capaz de hacer cuando pierda el miedo?
“Borgen”: “La virtud está en el centro” (2010), en Netflix
La alta y baja política se rifan en televisión. Y la serie danesa Borgen aún interpela con su retrato a escalpelo sobre gobernantes librados al mejor postor. Se estrenó en su país en 2010, tres años antes que House of Cards, en Netflix. Menos cínica que aquélla, Borgen atrapa por el contraste entre ciertos políticos sin escrúpulos y el humanismo de una líder fuera de lo común: la Primera Ministra Birgitte Nyborg (Sidse Babett Knudsen).
El planteo del arranque estallará en tres temporadas sin decepción, disponibles en Netflix. En vísperas de las elecciones en Dinamarca, Nyborg, la referente del opositor Partido Moderado, se niega a utilizar información secreta en TV para hundir al Primer Ministro saliente en el debate final de campaña. Los Laboristas lo hacen, pero pierden el fervor popular. En un giro de timón, Nyborg termina siendo la nueva Primera Ministra. La que nunca transigió y le habló al público con el corazón.
Borgen es el término coloquial para nombrar al palacio presidencial de Christianborg. Con una elevada producción, que no escatima en exponer a empresarios, lobbystas, políticos y medios que se venden por un punto o dos de rating, Borgen emociona allí donde otras series parecidas se vuelven simples noticieros.
Fuente: Patricio Féminis, Clarín.