Santa Evita, la novela de Tomás Eloy Martínez publicada en el año 1995, fue un hito de la literatura argentina. Premiada, convertida en best-seller, elogiada por escritores de renombre. Fue también el regreso de un mito en clave literaria, la amalgama definitiva entre la historia oficial de Eva Perón y la creación novelada alrededor del periplo de su cadáver embalsamado. Llevarla al cine, intentar adaptarla al lenguaje audiovisual, convertirla en una serie televisiva, fue desde entonces todo un desafío. No solo por su condición de novela ejemplar, su trabajo en la frontera de la biografía y la novela histórica, de la crónica y el fantástico, sino por el aura alrededor de su protagonista, una mujer que pasó por todas las categorías, desde actriz de cine y radioteatro hasta abanderada de los humildes, amada y odiada, materia de himnos y leyendas, de anécdotas apócrifas y musicales de Broadway, tensada siempre entre su misterio privado y su consagración pública.
Al cumplirse 70 años de la muerte de Eva Duarte de Perón, Star+ estrena finalmente la miniserie inspirada en aquella obra capital de Tomás Eloy Martínez, pero lo hace desde un abordaje puntual: el itinerario de su cuerpo convertido en símbolo en disputa. A los 33 años moría Eva y su cadáver embalsamado por el doctor Pedro Ara, destinado a reposar en un monumento que nunca se construyó, inició un largo periplo a lo largo de la historia argentina, que incluyó falsos entierros, sombríos escondites, improvisados santuarios. Ese viaje es el que recrea Santa Evita, en la intersección entre la realidad y la invención, siguiendo a cada uno de sus captores y sus custodios, hombres que anhelaron poseerla, esconderla, silenciarla para siempre. Una historia contada a partir de sus diversas voces, que entrelaza el presente de una investigación sobre el destino del cuerpo en los años 70, en las vísperas del regreso de Perón a la Argentina, y los múltiples pasados, los de la vida privada y la pública, los de la muerte y la leyenda.
“El cambio más grande en el trabajo de adaptación -revela Marcela Guerty, una de las guionistas de la serie, fue la construcción de la línea de investigación, el trabajo con el policial como género. La novela atraviesa muchos años, por lo tanto era imprescindible ajustar esa línea temporal y definir el tono del relato. Entonces elegimos la alternancia de dos tiempos: uno, el presente en los años 70, con el periodista siguiendo la pista del cadáver, y el otro, el pasado, del que los años 50 fueron la clave, luego del golpe militar y el periplo del cuerpo sin entierro, pero también los sucesivos flashbacks que nos mostraban la vida de Eva, su realidad antes del mito”.
La estructura del policial le brinda a la serie su hilo conductor a través del periodista Mariano Vázquez, interpretado por Diego Velázquez, quien resulta un alter ego del propio Tomás Eloy Martínez en tanto sigue la pista del cuerpo a lo largo de la historia, entrevista a quienes conocieron en vida a Eva, y también a quienes escondieron su cuerpo después de muerta.
“Trabajamos en conjunto con los directores –Rodrigo García, quien también oficia como showrunner, y Alejandro Maci-, una colaboración que no es tan usual en televisión”, explica Pamela Rementería, co-autora de la adaptación. “Eso nos permitió ajustar los guiones a la puesta en escena y concebir una idea conjunta de cómo recrear en imágenes ese universo literario. En general los guionistas trabajamos en una instancia anterior a la llegada de los directores, por ello concertar nuestras inquietudes con las de ellos no siempre es posible. Pero en Santa Evita fue diferente, logramos un intercambio muy enriquecedor entre las propuestas que ellos tenían sobre el lugar de la cámara, la atmósfera de ciertas escenas y el tono que nosotras estábamos buscando. Escribir a Eva y a Perón fue un desafío, pero también entrar en esa frontera entre la crónica y la novela que propuso Tomás Eloy Martínez, y sobre todo contar la historia de la desaparición de un cuerpo, con todas las implicancias que tuvo en la historia argentina”.
Entre la historia y el mito
En sus siete episodios, la miniserie enlaza dos tradiciones que casi ofician como espejo de ese cruce entre la Historia y el Mito que proponía el material original. Por un lado el policial, conducido por un periodista que oficia de detective, ambientado en los tempranos 70, en un clima tenso recreado desde una atmósfera cercana a la crónica de sucesos, y por el otro, el ambiente enrarecido del gótico, que invade el pasado, los recuerdos de quienes ocultaron el cadáver, los múltiples entierros, las escenas en el laboratorio.
“En los 50 primó el aspecto fantástico de la fábula, pese a que mucho de lo que se ve ocurrió en la realidad”, sostiene Alejandro Maci, uno de los directores. “En tanto se filtraba la mirada de los involucrados en la desaparición del cadáver como artífices de los relatos, tuvimos una carta abierta para la estilización, el uso de la nocturnidad, las atmósferas cargadas de tensión, de misterio. La idea era filmar un cuerpo que lentamente adquiere vida propia para los que deben ocultarlo, silenciarlo o desaparecerlo, pero también para los espectadores que se ven contagiados de su aura casi sobrenatural”.
Y en ese sentido el desafío mayor estuvo a cargo de Natalia Oreiro, quien interpreta a Eva Perón en una dimensión extraña para toda representación, una presencia fascinante para quienes la amaban y también para quienes la odiaban, un cadáver perseguido para evitar su poder como símbolo.
Oreiro recrea a la Eva real en sus inicios en el cine, en su encuentro con Perón (interpretado por Darío Grandinetti), su ascenso como dirigente social, su enfermedad. Pero también asoma como un cuerpo embalsamado en el laboratorio del doctor Ara, una pieza de arte para él, una enemiga mortal para los militares que vinieron a buscarla. “Trabajamos con los dos directores, Maci y García, en la transformación corporal del personaje”, revela Oreiro en la charla con LA NACION. “Era importante encarnar esa fortaleza inicial y luego la transformación a partir de la enfermedad. No quería copiar lo que veía en los archivos sino apropiarme de esa experiencia, vivirla, intentar transmitir ese desgaste en sus escenas cotidianas, en sus pequeños gestos y miradas, en la ronquera paulatina de su voz. Ver sus últimos discursos, su fortaleza y convicción pese a su enfermedad es muy emocionante, captar esos destellos era lo que definía a Eva en esencia”.
Retrato de una obsesión
El personaje que funciona como contrapunto de Evita es el coronel Carlos Moori Koenig, oficial de inteligencia del ejército y designado por Pedro Eugenio Aramburu para secuestrar el cadáver de la ex primera dama y eliminarlo de la escena pública, donde podía convertirse en un arma contra el nuevo régimen. En la piel de Ernesto Alterio, Moori Koenig no es solo una figura espectral en la historia del cadáver sino que se convierte en una de las voces claves del relato de Tomás Eloy Martínez, narrador siniestro de aquel secuestro y pieza ejemplar de la más poderosa obsesión.
“El mayor interrogante para mí –explica Alterio- era cómo hacer atractivo a un personaje oscuro y casi monstruoso, como evitar convertirlo en un villano de una pieza. En esa búsqueda estudié detenidamente el cuento de Rodolfo Walsh Esa mujer, que me pareció revelador. Es el fruto de una larga entrevista con Moori Koenig que me dio pistas sobre cómo funcionaba su mente: Moori Koenig era un militar de inteligencia y su tarea consistía en estudiar a los otros. Estudiar a Perón, a Eva y a todos los que lo rodeaban. Con Eva se produce algo distinto: una fascinación morbosa por alguien a quien detestaba ideológicamente pero en quien no podía dejar de pensar”.
Moori Koenig es también una pieza fundamental para la búsqueda del periodista que sigue la estela del cadáver: es el eslabón más cercano a la verdad, pese a que lo único que ofrece es lo que perdura enredado en su memoria, retazos de la historia mezclados con su voluntad de ocultamiento y su intento de escapar de una maldición. “Moori comienza como un hombre racional, estricto y minucioso, alguien que pugna por mantener el control a su alrededor, y progresivamente va deslizándose en un terreno inasible, nacido de la obsesión” continúa Alterio. “Un creyente, temeroso de Dios, que comienza a padecer esa dimensión profana de su tarea”.
La dinámica con Eva está signada por la traición. “En vida, Eva le pide a Moori que la acompañe en el proceso de conquista del voto femenino –aclara Oreiro- y luego será él quien esté a cargo de la custodia de su cadáver. Ese vínculo, mediado en la serie por la mirada y los recuerdos del coronel, nos conduce más a su interior sombrío, a sus propias fantasías con la Eva viva y sus temores a la Eva muerta, que a la verdad”.
En esta pugna por apropiarse de Eva, varios hombres conjugan su ambición de control. Quien fuera su peinador en sus tiempos de actriz se atribuye la creación de su mítico peinado recogido, sus perseguidores retienen su cuerpo arrebatado como un trofeo de guerra, y el doctor Pedro Ara imagina su cuerpo embalsamado como la mejor creación artística. Interpretado por el catalán Francesc Orella, Ara es más que un catedrático de Anatomía encargado de embalsamar el cadáver de la mujer de Perón, es más que un científico y diplomático, agregado cultural de la embajada española en Buenos Aires, alguien se codeaba con la clase dirigente de la época. Su figura asoma como una mezcla entre Miguel Ángel y el doctor Frankenstein, amo y señor del laboratorio en el segundo piso de la CGT, allí donde resguarda su obra más sublime.
“El material que me sirvió para componer al doctor Pedro Ara fue su libro El caso de Eva Perón, donde él analiza el desafío de embalsamar el cadáver de Evita”, sostiene Orella. “Leerlo me sirvió para comprender cómo concebía su trabajo, en la frontera entre el arte y la ciencia, y también para acercarme a los hechos desde su perspectiva. Un hombre reservado, autoexigente, perfeccionista en su labor, y al mismo tiempo, al convertirse en el guardián del cuerpo de Eva luego del golpe militar, en otro de los hombres fascinados con ella”.
El último de los hombres de ese recorrido es el escritor, aquel que siguiendo la letra del propio Tomás Eloy Martínez se convierte en su delegado en la ficción. Mariano Vázquez es el periodista que en 1971 recibe el encargo de seguir la pista del cadáver de Eva, en breve entregado a Perón en Europa como gesto de reconciliación. En la Argentina gobernaban los militares, y la verdad sobre aquel acuerdo todavía permanecía en las sombras. Como en la novela negra, Mariano es el detective, el encargado de develar los nombres involucrados en la desaparición del cuerpo en los 50, de bucear entre las fronteras de lo real y lo imaginado. “Santa Evita supuso la gestación de un nuevo mito sobre aquel mito original, el de Evita”, resume Diego Velázquez. “Una especie de juego de cajas chinas que nunca llega a su fin. Encarnar a Mariano es también apropiarse del arquetipo de esos relatos que suponen un misterio: el investigador que debe llegar a la verdad enredado en un pantano de mentiras”.
Tomás Eloy Martínez decía algo que resulta interesante hoy, a la distancia. “La gente que leía Santa Evita pensaba que lo que él había inventado era cierto y lo que era cierto creían que lo había inventado”. Esa afirmación asoma en la boca de varios de los integrantes del equipo creativo de la miniserie, una contraseña secreta para la búsqueda de la esencia de aquel texto. ¿Cómo llevar ese misterio indescifrable a la pantalla? ¿Cómo preservar el aura de aquello que mantiene su atractivo en la encrucijada entre la verdad y la leyenda? Mariano, como el propio espectador, también se obsesiona con la figura de Evita. Lo que lo diferencia es que su atracción es menos con un cuerpo que con un fantasma, una figura elusiva, apenas capturada en imágenes públicas, fotografías privadas, testimonios de quienes la conocieron. No hay nada material para él, el imaginario está en su plenitud fantástica.
“La serie es eso, un grupo de hombres obsesionados con el cuerpo de una mujer”, concluye Velázquez. Para algunos, el temor está situado en un cuerpo que quieren que desaparezca, para otros el anhelo está presente en un fantasma que quieren que aparezca. Natalio Oreiro parece condensar, en su propia experiencia, aquello a lo que aspira la propia materia de la ficción: “Eva es en sí misma una figura que nunca terminaremos de conocer. Alguien en quien se han depositado infinidad de deseos, anhelos, odios, rencores, pero cuya verdad permanece de alguna manera intacta e inaccesible. Evita es realidad y es mito”. Un cuerpo en disputa, un espíritu sin miedo.
Fuente: Paula Vázquez Prieto, La Nación