“Son como gusanos”. “¿Qué tipo de gusanos?” “Como gusanos, en todas partes”. Como en la novela, la película empieza reproduciendo el diálogo entre Amanda y David. La diferencia, desde luego, está en las imágenes y los sonidos: un bosque, árboles, el cielo brillante que se filtra entre las ramas, el tono pausado, casi susurrante, un bote surcando el río, la incertidumbre. Distancia de rescate se estrena hoy en el Festival de Cine de San Sebastián y el 18 de octubre en Netflix. Las protagonistas son la argentina Dolores Fonzi y la española María Valverde, y la dirección es de la peruana Claudia Llosa. La adaptación del guion estuvo a cargo de la cineasta y de Samanta Schweblin, la autora de la novela, que es argentina y que desde hace años reside en Berlín. No es cualquier libro, no, se trata de una nouvelle publicada en 2014, premiada, traducida, vendida y además celebrada por la crítica. Hay muchos elementos dando vueltas en su trama, pero sobresalen dos: la maternidad y el ecologismo, ambos en amenaza. Y la forma en que se narra la historia sumerge al lector —y ahora al espectador— en una profunda y magnífica tensión.
La primera vez que Samanta Schweblin vio la película se emocionó mucho. Incluso antes de que terminara, faltando diez minutos, ya tenía un nudo en el estómago, “y creo que hasta se me cayó algún lagrimón”, confiesa en diálogo con Infobae Cultura. “Estuve muy presente durante todo el proceso, el casting, las locaciones, algunas cuestiones de producción, en el rodaje y hasta en la edición, pero no fue hasta que la vi el resultado en pantalla que entendí completamente la mirada de Claudia, y me encantó”. Había visto La teta asustada —una película de 2009 nominada al Oscar que se mete en la mente de las mujeres que fueron violadas durante el conflicto entre el Estado peruano y las agrupaciones armadas en las dos últimas décadas del siglo XX— y le había encantado. “Había recibido ya muchas ofertas para llevar Distancia al cine, pero me sentía insegura. Me parecía que esta era una historia demasiado delicada, la verdad es que no me animaba a soltarla. Pero la primera reunión con Claudia fue una explosión de ideas, y a la vez la confirmación de que entendía perfectamente la novela, eso mi animó a intentarlo”, cuenta.
Amanda y su hija Nina llegan a un pueblo a pasar el verano. Vacaciones. Pronto llegará su marido, pero está trabajando, ellas lo esperan. Carla es una pueblerina que aparece en la tranquera. Es una vecina, se presenta. Les trae agua limpia para tomar. Charlan y se genera un vínculo. Carla le cuenta de su hijo, David, un chico un poco más grande que Nina que sufrió un accidente: una intoxicación. Para salvarlo, Carla recurrió al esoterismo. Ese el punto en que la historia se oscurece, se enturbia. El título da cuenta del hilo invisible que une a padres e hijos: la atención permanente de que no les pase nada: la distancia de rescate. “¿Y Nina? Si todo esto realmente sucede, ¿dónde está Nina? Mi Dios, dónde está Nina”, pregunta Amanda. “No es importante”, responde David. Y si bien la novela es muy visual, Schweblin, mientras la escribía, no la pensaba en la pantalla. “En mi cabeza la literatura funciona de una manera muy distinta al cine. Es verdad que hay temas comunes en ambos, como el ritmo, el tono, el argumento, los personajes, pero en lo práctico las dos disciplinas trabajan con materiales diferentes”, explica.
“La literatura no necesita acercarse al cine para ser visual, porque la literatura cuenta con algo todavía mucho más concreto y poderoso que la imagen, me refiero a la cabeza del lector. Por ejemplo, si el lector lee ‘se miró los zapatos’, conecta intuitivamente con imágenes muy concretas de su presente y su pasado, probablemente elija él mismo un color, un material, un peso, un momento particular del día en el que se miran esos zapatos, toda esa elección personal la pone el lector y la contiene la literatura. Como lectora, para mí no hay nada más movilizante que un mundo construido con pedazos de mis propias vivencias. En el cine solo hay un par de zapatos, y es el que eligió el director”, agrega. Y así fue: aquello que sólo ocurría en la imaginación del lector se incrustó en el lenguaje audiovisual sin abandonar la esencia literaria. Además de María Valverde como Amanda y Dolores Fonzi como Carla, las protagonistas, completan el elenco Germán Palacios, Guillermo Pfening, Emilio Vodanovich, Guillermina Sorribes, Marcelo Michinaux y Cristina Banegas.
—En la película la problemática de los agroquímicos se vuelve mucho más explícita. ¿Te interesa que tanto la novela como la película se lean como “arte de denuncia”? Y puntualmente sobre un tema urgente que de a poco irrumpe en la agenda.
—Por supuesto, es una de las razones por la que escribí Distancia. Conversamos sobre esto con Claudia, y las dos estuvimos de acuerdo en llevarlo también a la adaptación. Creo además que tanto la novela como la adaptación cinematográfica perderían muchísimo sin esta otra lectura más política.
—El otro gran tema es la maternidad. ¿Cómo fue trabajar esa angustia, que en la novela adquiere muchísima intensidad, y pasarla al lenguaje audiovisual?
—El trabajo de adaptación fue realmente muy intenso, trabajamos más de un año. Y el único punto en donde nos importaba ser fieles al detalle con la novela es la tensión que se genera alrededor de la idea de “la distancia de rescate”, es decir la maternidad. Muchas veces había situaciones que a mí me parecían intraducibles, pero Claudia siempre les encontraba la vuelta. Ese año de escritura fue para mí un año de muchísimo aprendizaje, Claudia tiene una manera muy vital y generosa para trabajar y a veces, después de las sesiones de trabajo, yo me quedaba ahí sentada simplemente tomando notas sobre el proceso creativo y los nuevos descubrimientos que iba haciendo alrededor del trabajo de la adaptación.
“Mi madre siempre lo decía: tarde o temprano algo malo va a suceder, y cuando pase quiero tenerte cerca”. “Sí, está sucediendo, Amanda”. El mercado le puso a esta historia la etiqueta de terror, y si bien por momentos la tensión roza el horror, podemos decir que hay algo más o que, al menos, esa categoría queda chica. El suspenso permanente recibe salpicones de experiencias sobrenaturales mientras, en el medio de todo ese torbellino, sólo hay una madre que se pregunta dónde está su hija. Tanto en la novela como en la película, esa centralidad se mantiene. Pero más allá de las personajes que la representan y del contexto que le da volumen, es una tensión que trabaja en toda su obra, que se compone de tres libros de cuentos —El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca y Siete casas vacías— y dos novelas: además de Distancia de rescate, la última: Kentukis, de 2018, que transcurre en varias ciudades donde las personas suman nuevos integrantes a sus familias, los kentukis, unos animales robóticos de peluche que dan amor y compañía pero también ansiedad y dependencia.
En general, las adaptaciones literarias al cine nunca suelen ser transparentes, siempre se prioriza un eje o cierta parte de la historia produciéndose un desprendimiento que evidencia totalmente que se trata de otra cosa. Ejemplos sobra. En Distancia de rescate no. Quizás la relación entre Amanda y Carla —que por momentos cruza al encanto, al misterio, a la seducción— esté mucho más desarrollada en la película que en la novela, pero hay una cierta fidelidad que se mantiene: no es una transcripción lineal, no, pero tampoco hay un desapego total. “Primero nos despegamos muchísimo —confiesa Samanta Schweblin en esta entrevista con Infobae Cultura—, fue un movimiento curioso, incluso había un personaje masculino casi principal que no estaba en la novela. Abrimos, abrimos, abrimos, y en ese abrir descubrimos muchas cosas nuevas que no están en la novela y ahora sí quedaron en la adaptación. Pero luego vino una etapa de limpieza y de orden, y el material volvió a ordenarse siguiendo a la novela muy de cerca”.
—¿Tenés una escena favorita que consideres que “mejoró” a como la habías escrito en la novela?
—Que mejoró no sé, pero sí hay escenas nuevas que adoro, y recuerdo estar escribiéndolas con Claudia en el guion y pensar ¡cómo me perdí de esto! Prefiero no contarlas para no spoilear. Una escena que adoro y que no esta en la novela es cuando Amanda fuma en el Torino y de pronto un caballo pasa muy cerca de su ventana, es una acción muy simple, pero está hecha de una manera que me resulta terriblemente inquietante.
—¿Qué expectativas tenés para cuando finalmente la película se estrene y todo quede en manos de los espectadores?
—Bueno, por supuesto que me gustaría que la película guste, que movilice. Incluso espero que, como denuncia política, sume su granito de arena para cambiar algunas cosas, al menos en los espectadores. Ojalá no sea una ingenuidad pensar que esto podría pasar.
—La última, ¿qué significa para vos llegar a Netflix? No sólo al cine, al lenguaje audiovisual, que ya es súper trascendente, sino que tu historia llegue a una plataforma masiva e internacional.
—El mundo del cine no es nuevo para mí. Yo estudié cine, es mi formación profesional, y he estado involucrada en algunas películas años atrás. Pero siempre fueron experiencias malas, sobre todo en lo personal. Siento que esta es una excursión completamente diferente, sobre todo por la presencia de Claudia, y el generosísimo lugar que me dio durante todo el proceso de hacer esta película.
Fuente: Infobae