La película se centra en un tema que al cineasta le funcionaría para expiar su propia historia
Hay un destino casi inexorable que parece marcar a fuego la larga vida de Roman Polanski. Lo hemos visto a lo largo de los años recurrir una y otra vez al cine, la materia que domina con un talento que hasta sus acérrimos adversarios no dejan de reconocerle, para describir, enfrentar, alejar, cuestionar, combatir y hasta exorcizar los episodios más controvertidos de su propia historia personal.
Polanski lleva varios años escribiendo el texto más reciente de esa extensa novela. Tiene como materia central su película más reciente, J’accuse (también conocida en el mundo de habla hispana como El oficial y el espía), que llegará a los cines argentinos el próximo jueves, un día después del cumpleaños número 88 del director. Y el renovado interés por conocer los detalles, las derivaciones y las consecuencias de ese episodio se fortalece por un dato del que fue protagonista esencial una directora argentina.
Hace casi dos años, el 30 de agosto de 2019, J’accuse tenía su estreno mundial en la competencia oficial por el León de Oro del Festival de Cine de Venecia. En las horas previas, Lucrecia Martel había anunciado en su primera aparición pública como presidenta del jurado de la muestra que no participaría de la función de gala de la película, en solidaridad con las víctimas de los casos de abuso sexual en los que Polanski fue acusado. El más notorio de todos ocurrió en 1977 en Los Angeles y tuvo como víctima a Samantha Geimer, que tenía 13 años cuando el director la sedujo, la drogó con un relajante muscular, la emborrachó y la sodomizó.
Polanski se declaró culpable, fue condenado por violación de menores y cuando estaba a punto de iniciar el cumplimiento de la pena se subió a un avión y abandonó los Estados Unidos, país al que jamás pudo regresar porque de hacerlo deberá ser trasladado de inmediato a una prisión. “Represento a muchas mujeres que estamos luchando en la Argentina por cuestiones como esta. Y no desearía tener que ponerme de pie y aplaudir”, dijo en ese momento Martel.
De inmediato, uno de los productores de la película, el italiano Luca Barbareschi, comenzó a evaluar junto a Polanski (ausente durante todo el festival) el retiro de la película si no había una “disculpa” por parte de Martel. “Es grave que la presidenta de un jurado oficial haya expresado un juicio oral no sobre una película sino sobre un director que está en la competencia”, señaló Barbareschi. Volvía al primer plano de la discusión pública un dilema muy antiguo: ¿cómo se reconoce el mérito artístico en aquellos creadores que en su vida personal exhiben conductas que pueden llegar a la abyección?
No hace falta ser alguien demasiado sagaz para entender por qué Polanski eligió como inspiración de su obra más reciente, cuyo estreno en la Argentina anuncia CDI, el resonante caso protagonizado por el capitán Alfred Dreyfus, el oficial francés que en 1985 fue acusado sin pruebas, condenado, despojado de su grado y enviado a la Isla del Diablo por espionaje y alta traición.
La película comienza con la escena en la que Dreyfus (Louis Garrel) expone en voz alta su inocencia frente al militar que le quita a la fuerza del uniforme las insignias del grado y parte en dos su espada. Polanski coloca frente a frente a Dreyfus y al capitán Picquard (Jean Dujardin), que después de participar del proceso condenatorio comienza, como responsable de los servicios secretos franceses, a investigar el hecho y a desmontar una trama que la historia comprobó llena de engaños, argucias y prejuicios (el tema del antisemitismo estuvo siempre en primer plano). De esa búsqueda también surgió el famoso “Yo acuso” de Emile Zola, que convulsionó todavía más la vida política y social de Francia en aquel fin de siglo.
“Quería ratificar con esta película que hoy vivimos tiempos muy parecidos. Estamos en la época de la post-verdad, donde las emociones son más importantes que la realidad. También todo lo que se escribe sobre mí suele responder mayoritariamente a las emociones y tiene poco que ver con los hechos. Debemos aprender a enfrentarnos al hecho de que hay algo mucho más fuerte que la verdad: la opinión pública”, le dijo Polanski al diario italiano Corriere della Sera a fines de noviembre de 2019.
En ese momento seguían resonando, sobre todo en Italia, los fuertes ecos de la polémica abierta en el Festival de Venecia. La película finalmente no fue retirada luego de que Martel agregara que no tenía ningún prejuicio hacia ella, que “naturalmente” iba a mirarla y analizarla como el resto de los títulos en competencia. Ovacionada tras sus primeras proyecciones, J’accuse se llevó finalmente de Venecia el Gran Premio del Jurado, segundo en importancia de toda la muestra.
Martel volvió a la Argentina y en su primera aparición pública, frente a un auditorio de vecinos de Villa Crespo y seguidores de su obra, dijo que si Polanski se compara con Dreyfus (un inocente acusado de un hecho grave que no cometió) está equivocado. Definió esa acción como el “intento cobarde de salvarse de su problema”. Para Martel, Polanski es un maestro del cine y J’accuse una película hecha con maestría, pero a la vez “es una persona que sabe que cometió una falta muy grave y trata al final de su vida de armarse un final perfecto. Y es tristísimo ver eso”.
No muy lejos de ese pensamiento está el de Adéle Haenel, una de las protagonistas de Retrato de una mujer en llamas, de Celine Sciamma, que en ese mismo 2019 participó de otra competencia oficial importante, la de Cannes. Haenel fue la primera en levantarse de su asiento en marzo de 2020 en el mismo momento en que se anunció en la entrega de los premios César (equivalente del Oscar para el cine francés) que el premio al mejor director lo había ganado Polanski por J’accuse.
Fue la ceremonia más tensa que recuerde el cine francés en los últimos tiempos. Otras mujeres, entre ellas la propia Sciamma, abandonaron la entrega de los César imitando el gesto que Haenel ya había anticipado en palabras y se sumaron junto a grupos femenistas y colectivos de actrices a las expresiones de condena al director. Polanski, además, estuvo a punto de ser expulsado del gremio de los directores franceses. “Premiar a Polanski es como escupir en el rosto de todas sus víctimas. Y eso lo mismo que decir que no es tan grave haber violado a una mujer”, señaló Haenel, que en noviembre de
2019 confesó que cuando tenía entre
12 y 15 años el director Christopher Ruggia abusó de ella.
En sucesivos momentos de su vida, 11 mujeres señalaron a Polanski como responsable directo de distintos tipos de abuso sexual. Geimer, la víctima más conocida de esa lista, dijo en 2009 que había perdonado al director y viene reclamando el olvido de la horrible historia de la que fue protagonista. No quiere sentirse obligada, según dijo, a revivir una y otra vez una experiencia tan estremecedora. Y además dijo que su salud se quebrantó debido al constante asedio mediático y que quiere seguir adelante con su vida. El último reclamo que hizo en ese sentido encontró en 2017 el rechazo de un magistrado.
A pesar de los reclamos de Geimer el caso de agresión sexual que tiene a Polanski como acusado sigue abierto en la justicia de los Estados Unidos. Muchos creían que en 2009 finalmente iba a llegar a ser extraditado luego de haber sido detenido durante unos días en Suiza, país al que llegó desde su residencia en Francia para recibir un premio en el Festival de Zurich.
Lo que parece ser un caso cerrado es la expulsión de Polanski de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, la entidad organizadora del Oscar. Es el mismo premio que se llevó como director en
2002 por El pianista, otro relato en el que sobrevuelan hechos dramáticos que tuvieron a Polanski como testigo y protagonista, como sobreviviente en tiempos de la Segunda Guerra Mundial de las atrocidades cometidas en el ghetto de Cracovia y la muerte de su madre en Auschwitz.
A fines de agosto de 2020, la jueza de Los Angeles Mary Strobel rechazó el pedido de Polanski para ser reincorporado a la Academia de Hollywood y dijo además que la entidad tenía todo el derecho de expulsarlo. La medida fue tomada en mayo de
2018 y se justificó en la necesidad de exigir a todos los miembros de la Academia “el cumplimiento de los valores orientados al respeto de la dignidad humana”. El castigo también alcanzó en esa oportunidad a Bill Cosby, acusado como Polanski de múltiples delitos sexuales.
El director dijo que había sido expulsado sin el “derecho a un proceso justo” y volvió a defenderse utilizando argumentos paralelos a los del caso Dreyfus. “Hay una similitud en ambas situaciones. Alfred Dreyfus era inocente y el señor Polanski nunca ha negado su culpa, pero cuando los militares franceses se dieron cuenta de que cometieron un error no pudieron admitirlo. Fue la burocracia. Y en este caso, juez tras juez, se ignoran las soluciones obvias. Este caso no se olvidará. Es como un caso Dreyfus. Y quizás sea más importante que el caso Dreyfus”, señaló en su alegato, sin fortuna por lo visto, el abogado de Polanski, Harland Braun.
El letrado también dijo que Polanski fue al mismo tiempo víctima de las burlas de Quentin Tarantino, que retrata en Había una vez…en Hollywood los últimos años de la vida de Sharon Tate, la actriz que en 1969 estaba casada con el director y esperaba un hijo de él cuando fue asesinada por Charles Manson y su banda.
En todo caso, el debate sobre el caso Polanski permanece latente en el corazón de la comunidad de Hollywood y no tardará en reaparecer. Nos lo recordó por ejemplo hace un año Kate Winslet, que trabajó a las órdenes de Polanski en la película Un Dios salvaje (2011). “¿Qué diablos estaba haciendo mientras trabajaba con Woody Allen y con Roman Polanski?”, le dijo la actriz a Vanity Fair en el Festival de Toronto 2020.
De estos temas, con todo, no se habla en el documental más reciente que tiene como protagonista al director. A fines de mayo de este año se conoció por primera vez en Cracovia, el lugar en el que Polanski pasó su infancia (había nacido en París el
18 de agosto de 1933), un documental que lo lleva de nuevo a ese lugar lleno de horribles recuerdos.
Allí, por ejemplo, Polanski recuerda haber visto cuando tenía 6 años a un oficial nazi mientras le disparaba por la espalda a una anciana. “Fue mi primer encuentro con el horror. Aterrado, corrí a través de la puerta que estaba detrás de mí y me escondí detrás de esas escaleras”, recuerda durante la visita a la ciudad en compañía del fotógrafo Ryszard Horowitz, un antiguo amigo suyo, sobreviviente de Auschwitz. Casi al mismo tiempo se anunció el nuevo proyecto que Polanski prepara para su vuelta a la dirección. Se llamará The Palace y tendrá como co-guionista a su destacado compatriota y colega Jerzy Skolimowski.
¿Cuánto cambió Polanski en los
50 años que pasaron desde aquella precipitada huida de Los Angeles y la actualidad? “Envejecí y cambié mucho -le responde el director a la pregunta que le hizo el Corriere della Sera en 2019-. Como director creo que ahora cometo menos errores. Trato de narrar sin mostrar demasiado, como aquellos pintores japoneses que siguen la línea de la pureza. De joven era más exuberante y me sentía marcado por el surrealismo y el teatro del absurdo. Hoy me siento muy lejos de todo esto y quizás un poco más sabio”.
No falta mucho para saber si en su próxima película seguirá dibujando algunas de las líneas que el destino le marcó. Y si Roman Polanski se mantiene firme en la resistencia a la rendición de cuentas que muchos todavía le reclaman.
Fuente: La Nación