Rodolfo Ranni: de la “separación” de María Valenzuela a su niñez en la guerra y un amor inesperado

El popular artista estrenará una nueva versión de La noche de la basura, de Beto Gianola, en el Metropolitan y junto a Graciela Pal

Estampa italiana con idiosincrasia porteña, buena mixtura para encarnar a los innumerables personajes que le tocó interpretarMARTIN COSSARINI – LA NACION

“Sempre avanti”, enfatiza Rodolfo Ranni, en una pausa del ensayo de la pieza La noche de la basura, que protagonizará junto a la siempre efectiva Graciela Pal desde el viernes 25 de abril en el Metropolitan porteño y en gira nacional.

Voz portentosa. Identitaria. Se lo oye desde lejos. Como esos grandes actores de otros tiempos que no necesitaban de micrófonos para ser escuchados hasta en la última fila de la platea. De proyectar la voz se trata o, mejor dicho, de comenzar a desandar en frecuencia alta buena parte de su historia a partir de un presente que lo encuentra, a los 87 años, bien activo. Entero.

Alejado de la ficción televisiva y cinematográfica, el actor se refugia en el teatro
Alejado de la ficción televisiva y cinematográfica, el actor se refugia en el teatro MARTIN COSSARINI – LA NACION

Aunque desciende una escalera con paso tieso, debido a una caída doméstica que sufrió hace un tiempo, aparece de buen humor. Invita al diálogo. La vida de Rodolfo Ranni bien podría haber inspirado a uno de los capitostes del Neorrealismo italiano.

Se crio en la guerra y jugó entre las bombas y la destrucción. Está claro que podría haber sido aquel niño de Ladri di biciclette. “Las viví todas”, remarca sin mentir y hasta con cierto aire de suficiencia. Está claro que el “privilegio” de haberse criado entre estallidos no es lo más habitual, al menos en esta parte del mundo. “El Tano”, de pronto, comenzará a recuperar imágenes de esa infancia en Trieste, Italia, su terruño natal y uno no puede más que conmoverse ante las postales de lo bélico confundidas con la realidad de un niño.

Hay mucho para hablar con este hombre de la escena teatral y la ficción televisiva y que fue uno de los íconos del cine argentino, con prestancia de macho aguerrido y un porte que estremece en cámara.

Cómo olvidar sus trabajos en los films Amorina (Hugo del Carril), En retiradaLa búsqueda y El desquite (Juan Carlos Desanzo), No habrá más penas ni olvido (Héctor Olivera) o Tiempo de revancha (Adolfo Aristarain).

Aunque, cada tanto, Ranni se relajaba y jugaba “de taquito” en producciones como Camarero nocturno en Mar del Plata y Me sobra un marido (Gerardo Sofovich) o La herencia del tío Pepe (Hugo Sofovich). Y todo lo hacía bien.

“Creo que un actor tiene que hacer de todo. Por criterio propio, hacía dos o tres cosas distintas a la vez; podía estar en Zona de riesgo en televisión y, al mismo tiempo, hacer una comedia picaresca de Huguito Sofovich; por eso admiro tanto a Marcello Mastroianni, el más grande de todos. El actor tiene que hacer de todo y bien, porque para eso le pagan”.

Ahora es tiempo del teatro. Un formato que le calza bien a sus necesidades artísticas y a la funcionalidad de su vida repartida entre su casa en San Isidro y su chacra en Ingeniero Maschwitz.

La charla con LA NACIÓN se lleva a cabo en Escobar, en el precioso teatro Seminari, un espacio municipal centenario tan bien conservado que, con Ranni enfrente, vuelve a remitir a la Italia reflejada por Giuseppe Tornatore en Cinema Paradiso. Y sí, el actor podría haber sido aquel niño Totó que hizo llorar al mundo entero desde la cabina del viejo cine de pueblo.

Trapitos al sol

En La noche de la basura se desnuda la intimidad de un matrimonio de casi tres décadas, luego de la boda de su hijo. Reproches, silencios que escondían incomodidades, frustraciones. Descarnadamente a la luz, aflora todo, como en una botica de la negociación conyugal. “Nunca hablaron entre ellos y hasta aparece cierta frustración de la esposa por haberse casado con un carpintero y no con aquel ingeniero con el que había noviado”.

Sobre el material, escrito por el recordado Beto Gianola, podría decirse que se trata de un clásico de la dramaturgia argentina. “Hice esta obra hace 25 años con Ana Acosta, es uno de mis ´caballitos de batalla´”, reconoce el actor. En ese listado también incluye Aeroplanos, otro clásico de la escena nacional, escrito por Carlos Gorostiza.

-¿Por qué volver a La noche de la basura?

-Me gusta mucho el texto, está muy bien escrito por Beto Gianola, quien fue amigo mío y con quien escribimos varios materiales a dúo. Hoy le hablaba a Graciela (Pal) sobre algunas cosas personales que tenían que ver con lo que plantea la obra. Uno se identifica mucho. Lo que cuenta, lo bueno y lo malo, le pasa a todo el mundo.

-No excluye.

-Ni envejece, es totalmente actual.

-María Valenzuela iba a ser su coequiper. Se vieron las imágenes de promoción y habían comenzado a ensayar. ¿Por qué ya no forma parte del proyecto?

-Eso tiene una historia.

-Lo escucho.

-La protagonista siempre iba a ser Graciela (Pal), hace siete meses que veníamos hablando, pero la producción tenía un compromiso anterior con María (Valenzuela) que yo desconocía. Finalmente, María, en conjunto con la producción, decidió dejar el proyecto y lo encaró Graciela, que debía haber estado desde siempre.

-¿Existió alguna pelea entre usted y María Valenzuela?

-No, para nada. Además, fue una decisión de la producción. Es más, María debutó conmigo a los 12 años en Muchacha italiana viene a casarse. ¡Mirá si la conozco!

María Valenzuela, cuando anunció su vuelta al teatro de la mano de Rodolfo Ranni
María Valenzuela, cuando anunció su vuelta al teatro de la mano de Rodolfo Ranni

-¿Cómo es el vínculo con Graciela Pal?

-Nos conocemos desde hace 60 años, hemos trabajado juntos en muchísimas oportunidades. Tenemos una relación de amistad de muchos años y, ahora, estamos muy esperanzados con lo que pasará con la obra.

-De sacar miserias a la luz se trata.

-“¿De qué te reís?“, le pregunta mi personaje a su esposa y ella le responde “de nosotros dos, que nunca hablamos, pero, cuando lo hacemos, damos vuelta el tacho y sale toda la basura”.

Faltaría un “grazie” y un “prego” irónico e itálico para rematar tal espadazo argumental. “Esa es la llave de la obra”.

A simple vista y dado el planteo argumental de La noche de la basura, podría decirse que Graciela Pal es la intérprete más adecuada para protagonizar el material. Ya no solo por una cuestión generacional y su solvencia como actriz, sino también por lo empática que resulta la dupla con Ranni: “Recuerdo cuando hicimos juntos una infinidad de capítulos de Teatro como en el teatro, un gran ejercicio de actuación”.

El actor recuerda a aquel recordado programa de televisión semanal, creado por Nino Fortuna Olazábal, que recreaba la atmósfera de una sala teatral y ofrecía una pieza distinta en cada entrega. Otra televisión. Desde ya, con mejor nivel artístico que la actual.

-¿Sabés por qué se llamaba “Olazábal”?

-No.

-Su nombre verdadero era Nino Fortuna, pero como vivía en la calle Olazábal, se lo sumó al apellido.

Apoya las manos sobre la mesa. Manos importantes. Como las del carpintero de ficción que ahora le toca interpretar. Su risa contagiosa, también recuerda a tantas criaturas de ficción que interpretó.

Ranni está adosado al inconsciente colectivo. “Hace tanto que uno está en la cocina de la gente, que es como de la familia”, reconoce el actor, uno de los más populares de nuestro país. “En las giras, el público me invita a comer en sus casas, son muy cariñosos y generosos”. No duda en reconocer que el saludo por la calle es “chau Tano”, con la singularidad y cercanía que implica ese apodo que lo identifica y que denota sus orígenes.

-Hoy los actores no pueden entrar a la cocina de la gente porque no hay ficción nacional en el aire de las señales abiertas.

-Nos queda el teatro, la gente agradece eso. Viene a mi memoria cuando debutamos con la Saccone (Viviana) en Villa Carlos Paz en medio de la pandemia y la gente se sentaba en la platea con el barbijo puesto. Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina.

Ranni también rememora cómo transitó los primeros meses de la pandemia en su casa de San Isidro. “Me armé una huerta en la terraza. Me hice una composición de lugar y me acordé de la posguerra. Si este bicho cree que, por tenerme encerrado, me va a hacer engordar, sucederá lo contrario, voy a comer muy frugalmente; y si cree que voy a tomarme cinco botellas de vino, voy a beber soda con limón. Eso hicimos con mi mujer durante dos meses y fueron tiempos maravillosos”.

Entre estallidos

"El actor tiene que hacer de todo y bien, porque para eso le pagan”, asegura Ranni
«El actor tiene que hacer de todo y bien, porque para eso le pagan”, asegura Ranni MARTIN COSSARINI – LA NACION

-Menciona la posguerra.

-Así me tomé a la pandemia.

-Es un testigo de primera mano de la Segunda Guerra Mundial.

-Nací en la guerra y viví en la posguerra. Llegué a Argentina a los diez años.

-Interesante el paralelismo que traza entre posguerra y pandemia.

-Era igual, si hasta había hora de veda en la que no se podía salir a la calle.

-Vivió el posterior Neorrealismo italiano en carne propia.

-Así es, la destrucción.

“Nuestros juegos tenían que ver con lo bélico”, naturaliza. No está errado en su consideración. “Preguntale a un chico de Afganistán, que nace con un fusil al hombro, si sabe qué significa la palabra paz. Yo no puedo decir que lo pasé mal en la guerra, porque era una cosa cotidiana, lo que me tocó vivir en los primeros diez años de mi vida. Uno pensaba que la vida era así. Por supuesto, estaban los bombardeos, había que esconderse, ponerse debajo de la escalera. Mi mamá, del terror, le rechinaban los dientes y se olvidaba de mi hermano y de mí, que salíamos a la calle para ver cómo caían las bombas. Tuve primas que murieron abrazadas en un baño”.

Así transcurrió su infancia. “Mi casa estaba a metros del mar y era común para nosotros ver pasar cadáveres flotando”.

-Siendo usted tan pequeño, esas imágenes dantescas ¿no le generaban un trauma?

-Para nada, era lo cotidiano. Si los cuerpos pasaban con las manos atadas con alambres de púa eran partisanos, pero si llevaban las manos sueltas, se trataba de alemanes. Insisto, era cotidiano, no conocía otra cosa. Nuestra vida era como lo que se muestra en la película Roma, città aperta.

-¿Regresó seguido a Italia?

-Sí, sobre todo, cuando viví cuatro años en España, iba todos los fines de semana.

Ranni vive en San Isidro, pero también pasa gran parte del año en Ingeniero Maschwitz
Ranni vive en San Isidro, pero también pasa gran parte del año en Ingeniero Maschwitz MARTIN COSSARINI – LA NACION

De otro tiempo

Se ufana de ser “antitecnología”. “Estuve un tiempo sin teléfono, pero no me preocupaba. Y, ahora, que tengo un celular que me regalaron mis hijas, solo lo uso para hablar. Suena y digo ´hola´. Como tiene tapa, sé que tengo que levantar la tapita y ya estoy comunicado y, para cortar, solo tengo que cerrar la tapa. No sé mandar mensajes ni usar WhatsApp”.

-Sin demonizar a la tecnología, ¿se siente más libre con ese “modus operandi”?

-Totalmente. Aún conservo el hábito de mirar a la otra persona a la cara y escuchar su voz. Mis nietos, que tienen alrededor de 20 años, están con sus amigos, uno al lado del otro, y se mandan mensajes por celular. Odio eso. Un día el cerebro les dirá “no”. Una vez escuché al médico Facundo Manes decir que “dentro de 15 años el cerebro se va a vengar, porque la gente no lo está usando más”. Ahora todo te lo soluciona Google. Por eso los chicos no razonan y no saben nada, a pesar de ir al colegio. Entiendo que el teléfono ayuda, pero no se puede estar pendiente del aparatito todo el día. Detesto la gente que va a comer a un restaurante y está con el teléfono en la mano. En mi casa, antes de cenar, siempre digo “acá no hay celular, por favor, déjenlo”.

-¿Le hacen caso?

-Sí.

-Ni hablar la sensación de agobio cuando el teléfono suena en los teatros.

-Siempre a alguno le suena.

-Una falta de respeto al artista y al resto de los espectadores.

-Es una adicción y eso es lo que no me gusta.

-¿Tuvo adicciones?

-Sí, al cigarrillo, pero, gracias a Dios, hace 36 años que no fumo.

-¿Le costó dejarlo?

-Cuando dejé, fumaba cuatro atados de Chesterfield por día. Si yo pude dejar de fumar, puede dejar cualquiera.

-¿Cómo tomó la decisión?

-Estaba haciendo una obra de Huguito Sofovich en el Tabaris y, cada vez que levantaba la voz, sentía un pinchazo en la garganta. Era algo que me tenía cansado.

-Afectaba la salud y la profesión.

-Estaba manejando cuando me dije “no puede ser que esta mierd… me domine” e, inmediatamente, bajé la ventanilla, tiré el atado y no fumé más. No dije nada en casa, no quería que me preguntaran sobre el tema porque me iba a generar el deseo de salir corriendo a comprarme un atado. A la semana, una de mis hijas comentó por lo bajo “parece que papá no fuma más” y, al mes, me organizaron una comida de festejo. No solo no fumé nunca más, sino que no soñé con volver a hacerlo y odio el olor a cigarrillo.

-Doblemente meritorio no solo por tu excesivo consumo, sino también porque comenzó a fumar siendo un niño.

Arranqué a fumar a los cinco años.

-¿Cinco años?

-En Italia, iba al campo de mi abuelo y me hacía cigarros con hojas secas y papel de diario y me iba a fumar al muelle.

En pareja

-¿Fue hombre de muchos amores?

-Sí, pero también muy selectivo.

Concretó tres matrimonios formales “y unos cuantos sin libreta”. Cuatro hijas. Varios nietos. A su esposa, con quien lleva 40 de relación, la conoció siendo una nena.

Ranni estaba sentado en un bar de Retiro junto a sus amigos y vio que una chica le rogaba al dueño del lugar poder hablar por teléfono para comunicarse con su familia. Como no lograba su cometido, el actor se ofreció a abonar la llamada. Cuando la jovencita se retiró porque había logrado que su padre la fuese a buscar, Ranni les dijo a sus amigos “con ella me voy a casar”.

Veinte años después, conoció a su actual esposa. Una tarde, la llevó a dar una vuelta por ese barrio que lo cobijó en su adolescencia y primera juventud. Cuando pasaron por el histórico bar, el actor le contó que allí se juntaba con sus amigos. En ese momento, su flamante novia le contó que, siendo ella una niña, un señor le permitió hablar por teléfono con su padre.

-Usted, ¿qué le respondió?

-“Era yo”. Es una historia mágica.

-¿Le suceden ese tipo de alucinaciones o premoniciones?

-Sí, me pasan mucho ese tipo de cosas.

Ser visto

-En Zona de riesgo realizó una escena, para la época, muy jugada con Gerardo Romano.

-Se habló de amor homosexual.

-Y los personajes se besaban.

-Así es, fue la primera vez en televisión que se mostró a un matrimonio homosexual, ya que siempre se hablaba del tema en broma en los programas cómicos. Fue la primera vez que se tomó en serio. Fue impactante.

Rodolfo Ranni y Gerardo Romano en una escena de Zona de riesgo que resultó jugada para su época
Rodolfo Ranni y Gerardo Romano en una escena de Zona de riesgo que resultó jugada para su época

Un libro abierto resulta este hombre que, como siempre, luce sus habituales bermudas. “Mirtha Legrand le dijo a su nieta, ´va a ir a tu programa en bermudas´, pero le aparecí a Juanita (Viale) vestido con pantalón largo”, se ríe.

-Un estilo propio, no hay dudas.

-Una vez, en Ingeniero Maschwitz, estaba comprando en una carnicería, vestido con mis bermudas de siempre, una remera y alpargatas salpicadas con bosta de gallina, así nomás. Atrás mío había dos señoras muy paquetas que esperaban en la fila. Una le dijo a la otra “es Rodolfo Ranni” y la amiga me miró de arriba abajo y respondió “cómo va a ser Rodolfo Ranni así vestido”. Nunca caminé como actor por la calle.

-Nunca le interesó la figuración.

-Para nada, no me gusta lo social de mi profesión. Yo laburo y salgo del teatro antes que el público.

-Casi una fobia.

-No es una fobia, más bien es por fiaca. Además, a mí lo que me gustaba era cantar.

-¿Sí?

-Pero pensé que ganaban más plata los actores que los músicos.

-Jamás respondió a determinados mandatos del medio.

Soy un señor que trabaja de actor, nada más. Ah, y también fui monaguillo del Santísimo Sacramento.

Fuente: Pablo Mascareño, La Nacion