Ricardo Darín: “Lo que más me impacta de ‘El Eternauta’ es la idea de que no se salva uno solo”

MIRÁ EL TRÁILER. El Juan Salvo de la nueva serie de Netflix cuenta cómo fue sumergirse en los cuadritos de una historia tan argentina y vigente

Ricardo Darín protagoniza la serie de ‘El Eternauta’ (Foto: Sebastián Arpesella/Netflix)

“Te voy a contar algo pero no se lo podés decir a nadie…”.

Es el mediodía de un lunes de septiembre de 2022 y Ricardo Darín fuma en la puerta de un cine de Belgrano. Acaban de estrenar para la prensa Argentina 1985, el film que en poco tiempo sacudirá las boleterías y en el que él es el protagonista descollante. Está expectante por el estreno y se muestra orgulloso, claro, pero, a los pocos minutos, cuando le pregunto qué sigue y cuáles son sus próximos pasos, algo se enciende en él. La ráfaga de una sonrisa allana su rostro y tras un rápido micromovimiento de cuello, como asegurándose de que no lo escuche nadie, se acerca y me dice al oído, con los ojos llenos de celeste optimismo: “Estoy filmando El Eternauta. No digas nada. La dirige Stagnaro. Y es una locura…”.

La noticia era impactante. Al rato, volviendo a casa, comencé a pensar en la idea, y lo primero que apareció fue el enorme desafío al que se enfrentaban. Filmar El Eternauta podía ser como envolver una jirafa: algo imposible. O como escalar el Himalaya, algo tan difícil como único. Desde siempre, desde que en algún momento hace ya mucho tiempo comenzó a circular el rumor de que podía rodarse la obra canónica de Héctor Oesterheld, el comentario inmediato que invariablemente aparecía era ese, que no había forma de que no fuese una proeza, de que técnica y narrativamente debía ser desesperadamente ambiciosa. Pero, además, era un mito, un texto sagrado que solo permite una cosa: estar a la altura.

Treinta meses más tarde, sentado en el jardín de un bar cercano a su casa de Palermo, vestido de jean (campera y pantalón) y con el infaltable Marlboro en los labios, Darín comienza a repasar la larga travesía que fatigaron él y todo el equipo para terminar la primera temporada de la serie basada en la gran historieta argentina, que el 30 de abril se verá por Netflix. A los 68 años (“No sé cómo pasó eso”, ironiza), el gran actor argentino, el protagonista de clásicos como Nueve reinas y El secreto de sus ojos, conserva intactos la elocuencia y el magnetismo que lo hicieron popular. 

“Fue un viaje muy profundo y muy nutritivo –dispara–, porque la esencia misma de esta historia es muy rica. Imaginate lo que habrá significado la aparición de este cómic en el 57, que de casualidad es el año en el que yo nací. Apareció y se fue metiendo en la gente, y yo creo que, básicamente, es porque habla de lo que habla. Le podés encontrar las representatividades y conexiones que quieras, pero, en realidad, de lo que está hablando es de algo que, a todos los que tenemos un poco de sensibilidad, siempre nos ha martillado el cerebro, que es lo contrario a ‘el que cuida su quinta se salva’. Esta historia habla de que no hay forma de salvarse solo, que es codo a codo, interesándote y preocupándote por lo que le pasa al de al lado. Es una historia con la que yo tenía conexión, como creo que la tiene gran parte de mi generación, pero la verdad es que no la había leído toda. Sabía de qué se trataba. Cuando apareció este proyecto y me empecé a enterar de por dónde iba, traerlo a nuestros días, todavía me calenté más. Cuando me junté con Bruno, con la producción, empezamos a planificar y demás, y encima fui invitado a formar parte de la génesis. Eso ya me metió con patas y todo”.

Es una producción con características excepcionales para vos. Nunca habías participado, si no me equivoco, en algo que pusiera un pie en la ciencia ficción, en lo distópico.

Nunca, nunca jamás. Esto es algo muy grande, muy fuerte. Me dio un poco de vértigo la ciencia ficción, tener que convivir con efectos especiales grosos, luchar con monstruos y ese tipo de cosas. Pero cuando empecé a conocerlo a Bruno sentí muy rápidamente que estábamos bastante alineados, que el corazón nos va más o menos para el mismo lado. Es un tipo genial desde muchos puntos de vista, y como profesional ni hablar, es de los que meten los pies en el barro, que no tocan de oído.

Es una historia de ciencia ficción, pero es una historia muy humana.

Muy humana, casi que no tenés permiso de decir que es ciencia ficción. Lo que más me calentó es el hecho de que es una historia recontra argenta, no sabés hasta qué punto, cómo se va desmenuzando y se va claramente identificando con el sentir, no sé si nacional, pero sí con las particularidades de la argentinidad.

Con nuestra idiosincracia.

Sí, y esta fusión entre una historia tan argentina, por sus locaciones, por la forma de hablar y por un sentir, sumado a la ciencia ficción, es un cóctel distinto. No quiero exagerar, pero es distinto. Tengo muchas expectativas con respecto a cómo le llega esto al espectador, porque, además, cuando arrancó esta historia, a los fanáticos acérrimos de El Eternauta no les entraba un alfiler en el culo, porque dijeron: “Esto va a ser una cagada”. Me muero por verle la cara a cada uno de esos, de arranque.
Porque es como una bandera intocable.

Exacto. No me toques esto, no te metas con esto porque me vas a hacer una americaneada. Estoy seguro de que fue por ahí porque, de hecho, lo escribían en las redes. Más allá de que algún que otro boludo puso: “¿Cómo Darín va a hacer de Juan Salvo si Juan Salvo tiene 30 años?”. Se adelantaron. No sabían por dónde iba la bocha. Ese es otro de los aspectos importantes de encarar este proyecto, que es traerlo a nuestros días. A esos también los quiero ver.

¿Cómo fue el proceso de creación de tu personaje?

Fue un laburo codo a codo con Bruno y con los guionistas, que hicieron un trabajo espectacular. Nos juntábamos en casa muchas veces a leer los guiones, los esbozos de guiones, y a tratar de detectar juntos algo que es bastante frecuente: una cosa es la letra escrita y otra cuando pasa por el cuerpo y las voces de los actores. Fue tan intensa y tan larga esa primera etapa, que la disfruté y la padecí casi por partes iguales. La padecí porque, obviamente, no le pude sacar el cuerpo a nada y fue de altísima exigencia, sobre todo para un tipo de mi edad. Fue estar todo el tiempo bajo una nieve inventada.

El Eternauta. Ricardo Darín. (Foto: Sebastián Arpesella/Netflix)

¿Por qué creés que la historia de El Eternauta mantiene cierta actualidad, a casi 70 años de haberse escrito?

Teniendo en cuenta que esta es una versión sobre el original, te diría que lo que más me impacta es el rescate de lo colectivo, del grupo. La idea de que no se salva uno solo. Eso, si lo trasladás a la actualidad, a la sociedad, es algo para reflexionar, porque venimos de mucho tiempo en donde parece que si cuidás tu quinta estás cubierto. Y la realidad nos fue demostrando que no solo no es cierto sino que tampoco es suficiente ni funcional. Porque esta marcada intención de hacer foco en lo individual no solo te aleja de los demás, no solo te muestra como desinteresado y falto de sensibilidad con respecto a lo que les ocurre a los demás, sino que, en términos tácticos y estratégicos, ni siquiera es efectiva. Entonces, ¿qué pasa en El Eternauta? De alguna manera propone que, por necesidad o porque no queda otra opción, la única salida es estar codo a codo, estar muy atento a qué necesita el otro, y esa energía es circular, va y viene. Me parece una metáfora amable, por lo menos.

¿Qué creés que vieron en vos para representar a Salvo?

¿Aparte del fisiculturismo?… No, la verdad es que es muy difícil meterse en la cabeza de los que llevan adelante un proyecto y empiezan a citar gente, y conocer cuáles son los motivos por los que eligen a esas personas. En lo que a mí respecta, yo toda vez que tuve a cargo esa tarea, que no fue nada fácil, uno mira o busca o hace foco sobre cuestiones que no necesariamente tienen que ser las físicas: temperamento, carácter, capacidad, no sé, algún tipo de relación que te ofrezca mínimamente una garantía como para ir adelante con un proyecto de semejante envergadura.

¿Habrán visto algo de tu argentinidad?

Sí, probablemente, pero también hay otros actores que podrían aportar la argentinidad al palo. No sé, a lo mejor es una mezcla entre tener los pies en un terreno definitivamente argentino y al mismo tiempo la posibilidad de una proyección, porque los fanáticos de El Eternauta están desparramados por todo el mundo, incluso Asia. La explicación de esto puede estar en que, cuando apareció, El Eternauta era una pieza sin ningún tipo de pretensión, era como una botella lanzada al mar con un mensaje. Porque empezó de una forma muy precaria y poco a poco cobró adeptos y gente interesada, y así fue creciendo. Yo creo que debe haber sido de alto impacto la aparición de un cómic latinoamericano, argentino específicamente, con esa historia. Ese es otro de los atributos: que es nuestro, que es esta mezcla de argentinidad con ciencia ficción a todo trapo.

Ahora que ya sos un experto, ¿qué creés que representa hoy la imagen de El Eternauta?

Es difícil calcular cuál es la representatividad hoy, pero supongo que tenemos una posibilidad de que, tratada y trabajada de la forma en que lo hicimos, encuentre un capital joven muy grande en el recorrido, más allá de los que conocen la historia desde hace tiempo. Por las características de esta versión, que vale aclarar que ha sido traída a la actualidad. Me parece que va a haber una identificación muy rápida con todo lo que ocurre, dónde ocurre y cómo ocurre. Tengo la esperanza de que el público joven, aun sin conocer el origen del cómic, se interese, le guste y lo vibre. Es una historia llena de suspenso, de intriga, de tensión. Se trata en definitiva de la supervivencia, de cómo hacemos para superar un ataque, si podemos llamarlo así, de algo que no controlamos ni sabemos qué es. ¿Qué nos sucede? ¿Qué ocurre? ¿Cómo nos comportamos? ¿Cómo reaccionamos? ¿Entramos en pánico, nos desesperamos o apelamos no solo a nuestros instintos, sino a nuestras capacidades y posibilidades sumadas? Y vuelvo a lo del equipo, el conjunto, el colectivo, para intentar superar un desastre.

Hay una vieja entrevista a William Friedkin (director de Contacto en Francia, entre otros hits) en la que se refiere a las diferentes formas de actuación. Friedkin cuenta que trabajó con Tommy Lee Jones y Benicio del Toro en La cacería (The Hunted, 2003), dos actores absolutamente antagónicos en sus métodos. “Tommy era un tipo brillante. Yo no le tenía que decir nada. Simplemente le indicaba: ‘Venís hasta acá, luego vas acá, luego te vas’. Entonces él llamaba a mi asistente y le pedía que colocara las marcas en el piso. Y listo: filmaba. Del Toro era todo lo contrario. ‘¿Por qué tengo que venir desde esa puerta?’, preguntaba. ‘¿Qué pensaba mi personaje cuando tenía 12 años?’. Un disparate”.

¿Vos qué tipo de actor sos?

A los dos modelos los conozco y, a esta altura, los detecto en el aire. Hay actores que necesitan entender. Creo que todos los actores necesitan entender, pero algunos entienden más rápido y otros necesitan más datos. No sé bien, yo puedo ser las dos cosas, dependiendo de cada caso.

Uno de tus personajes más icónicos, que fue el de El aura, es muy particular, muy distinto de lo que venías haciendo…

Inexpresivo total.

Inescrutable.

Esos chabones son peligrosos porque no sabés para dónde van, qué les está pasando en la cabeza. Laburamos mucho con [el director Fabián] Bielinsky, en esa oportunidad. Nos preguntábamos todo el tiempo cómo es esta gente, cómo es un paciente epiléptico. Averiguamos. Él investigó muchísimo más que yo, y resulta que son todos distintos. No hay un patrón, no hay una metodología, no hay una forma que los pueda encasillar a todos.

Hablando de actuación, reconocimiento y formas de vivir, hay una frase que está pintada en la antesala del court central de Wimbledon, justo antes de la salida de los jugadores. Es de Rudyard Kipling y dice: “Si podés encontrarte con el triunfo y el desastre, tratalos a esos dos impostores de la misma manera”. ¿Cómo procesás eso? ¿Cómo procesás el asunto del ego?

Es tal cual esa frase. La gente que tiene trabajos de exposición pública, que pueden ser artistas, músicos, deportistas, funcionarios, tiene una lucha especial frente a su ego. Hay una tendencia marcada, medio irracional, más emocional, a ponderar. La palmada en la espalda, decir: “Sos un fenómeno, maestro, crack, capo, máquina, fiera”. Cuando empezás a juntar doscientas de esas por día, algunos generan un anticuerpo y otros no. Otros, a lo mejor, supongo yo, se lo creen. Llegan a su casa y creen que son un fenómeno. Se manejarán como si fueran un fenómeno con su pareja, con sus hijos, con su familia, con sus amigos. Desde hace mucho tiempo, eso lo tengo bastante detectado. He luchado toda la vida contra eso. Luchado es una manera de decir. Es mío, es un problema mío. No es que no me guste un halago, no es que no me guste que me digan: “Acá estuviste bárbaro”. Pero de ahí a creer que sos especial…

Recuerdo una frase que contaste que te decía tu viejo, que también fue actor, que es todo lo contrario de lo que venimos hablando, algo así como: “No crea nada, porque todo es mentira”.

Sí, sí. Mi viejo decía: “Usted tiene que saber que no se puede creer en nada porque nada merece que usted crea, pero a pesar de eso, usted cree, si no, se pierde la mejor parte”. Mi viejo tenía esas frases que, para mí, son una especie de Biblia. También tenía el tema de lo material, de la posesión: “Usted tiene que andar ligero, no se ate a las cosas materiales”.

Alguna vez contaste que cuando murió fuiste a buscar sus cosas a la pieza en la que vivía y no tenía casi nada.

No tenía nada. Cuando falleció, fuimos a desarmar su casa y no había nada, no tenía nada, o sea que lo que decía era cierto. Tenía dos camisas, un par de zapatos, dos pantalones, una campera que no sabés lo que era, no me olvido más. Era de corderoy, de bastones anchos, unos botones como si fueran de madera. Ese era su abrigo. Me acuerdo de que abrí el cajón de los cubiertos y tenía dos cucharas, tres tenedores, dos cuchillitos, obviamente tenía un sacacorchos y nada más. Lo más valioso que nos llevamos de su casa fue una caja de zapatos donde estaban sus escritos, sus cuadernos, hojas sueltas con sus cosas. Nada más. Algunos carnets, su carnet de aviación, porque era piloto, el carnet de actores, el registro de conductor. Esas eran sus posesiones.

Un bohemio de los de antes, de una época que no existe más.

Sí, porque hoy hasta los bohemios están obligados a tener cosas…

A estar inscriptos en la AFIP.

Sí, a mí no me tocó nunca eso, por eso yo siempre digo que soy un privilegiado y un afortunado. Desde chiquito siempre encontré que me invitaban, me llamaban, me tiraban una mano, incluso gente que se la ha jugado por mí y se ha peleado con otro, que le decían: “Ese es un boludo”. Pero sí, la espera es traumática, porque empezás a dudar de vos mismo, empezás a decir: “Será que no funciono, que no sirvo, que no rindo”. La verdad es que no es así. Este es un rubro muy jodido, muy perverso. En esta era, vemos cosas que realmente son irritantes: gente que se convierte en fenómenos sociales que mueven masas y dinero, y las empresas los convocan porque tienen 14 millones de seguidores. Decís: “¿Pero qué sabés hacer?”. Es muy perverso. Para la gente talentosa, que está esperando una oportunidad y está sumergida en un universo en donde ve a diario que ocurre eso, debe ser una explosión mental.

¿Cómo ves esta época en la que cambió la manera de consumir? Para nosotros antes el cine era un programón, una ceremonia.

Ahora te cuesta un huevo ir al cine. La gente no está yendo al cine. ¿Cómo va a ir al cine? Si en la casa pagó la suscripción de tal plataforma y tiene a su disposición todo lo que se le cante. ¿Adónde va a ir? Además, salir es obligadamente un presupuesto, no se trata solo de la entrada del cine, vamos a comer una pizza o vamos a cenar afuera. La gente no puede. Lo que lamentablemente ocurre, es que nos estamos olvidando de la diferencia que hay entre ver una película en tu casa y verla en el cine. Es una gran diferencia. De tamaño, de calidad, de percepción. Lo que sale más fortalecido en este caso es el teatro. El teatro no tiene reemplazos.

¿Por eso también seguís haciendo teatro, porque es como tu refugio?

Sí, es la resistencia. El teatro es la resistencia del actor. No nos van a mover nunca.

Ricardo Darín como Juan Salvo en El Eternauta. (Foto: Marcos Ludevid/Netflix)

Buenos Aires, octubre de 2013, teatro Maipo, función de Escenas de la vida conyugal, clásico de Ingmar Bergman, con Ricardo DarínValeria Bertuccelli y dirección de Norma Aleandro. Antes de ingresar a la sala, en el hall, se escucha por los parlantes una voz inconfundible. Es la de Darín, que anuncia que ya es momento de ingresar, pero antes les pide por favor a todos que vayan apagando sus celulares. Una vez adentro, con todo el público sentado, con el telón a punto de abrirse, nuevamente irrumpe la voz de Ricardo para volver a pedir, encarecidamente, que apaguen sus teléfonos y que aquel o aquella que ya lo hizo, lo chequee, por las dudas. “No saben lo insoportablemente perturbador que es estar en escena y escuchar el ring de un teléfono. Muchas gracias”. Bajan las luces, se corre el telón, arranca la función. La pieza de Bergman no tiene una trama liviana: es densa, inquietante, un melodrama espeso y universal. En el cenit de la obra, cuando la pareja protagonista atraviesa uno de los momentos de mayor tensión emocional, cuando ambos deben definir si efectivamente se van a separar o no, desde el medio de la platea emerge el inconfundible sonido de un celular. Parece parte del acting, porque el teléfono empieza a sonar inmediatamente después de que el personaje de Bertuccelli le hiciera una pregunta crucial a su pareja. Yo estoy en un palco y miro hacia el lugar desde donde viene el sonido: nadie se mueve. El celular suena, el desasosiego crece, la atmósfera cruje. Desde el escenario, los dos actores –los únicos actores en la obra– se quedan callados. Darín, que está repantigado en un sillón individual, cierra los ojos.

Bertuccelli, sentada a su lado en una silla, mira hacia abajo. El teléfono sigue sonando, y el responsable del aparato, probablemente por vergüenza, no lo apaga, no se mueve. El momento es sumamente incómodo: la obra está detenida y un enorme agujero de incertidumbre amenaza con tragarnos a todos. Tras unos 15 segundos que duran un siglo, el celular se calla. Entonces Darín, el mismo que nos había advertido que por favor apagásemos los aparatos, pega una especie de brinco, la típica exaltación de alguien que se despierta de repente, y dice: “Uy, me quedé dormido y soñé que sonaba un celular… Por suerte no es cierto”. La audiencia, que se había asomado a un abismo insufrible, estalla en una carcajada estentórea, mezcla de alivio y catarsis.

Media hora después, invitado por el actor, bajo a camarines a saludarlo. No bien ingreso a un salón subterráneo de techo bajo atiborrado de utilería y escenografías, veo que desde la otra punta viene caminando Ricardo, en cueros y con la camisa al hombro. Detrás vienen Bertuccelli y Aleandro. Ricardo tiene el rostro desencajado. Nunca lo vi así. “Son unos hijos de puta”, repite, “son unos hijos de puta…”. No está enojado, pero sí intervenido: es obvio que el episodio no pasó inadvertido para nadie. Bertuccelli y Aleandro lo miran en silencio. Sin saludarme y mirándome a los ojos, se sincera: “Estaba muy difícil hoy la cosa. Había una energía extraña. Ahora, te digo algo: después de ese chiste, todo fluyó y cambió la mano”. Aleandro asiente: “Estuviste genial. Gracias a eso se corrigió todo”.

¿Te acordás de eso?

Sí, claro. De esas, tengo mil. Eso se ve mucho. Veo mucho las pantallas que de golpe se prenden. A veces me la agarro con la gente. He parado funciones.

¿Qué les decís?

Digo: “Bueno, no, no, hay algo que no entendiste y nos está haciendo mal a todos, no solo a nosotros, a todos los demás”. A la gente le encanta el escarnio público. Pide sangre. Pero con la dinámica, te empezás a acostumbrar a que hay tantas posibles versiones de por qué no lo hacen, que trato de no ponerme malo, pero me pongo mal. Te rompe profundamente las bolas. La que hago mucho, es palparme yo, como que es mi teléfono que está sonando y la agarran todos. Esa la agarran todos. También ves al que le suena el teléfono y lo apaga enseguida, o sea que se le escapó. Está bien, no merece la guillotina. Por ejemplo, la última que nos ocurrió, fue la temporada pasada en Barcelona. Última noche, transcurre toda la función, espectacular, tenemos una escena pequeña en el final, cuando se reencuentran ellos, se dan un beso y se dicen alguna cosa linda. En ese momento veo una escaramuza en la platea, un tipo tirado en el medio del pasillo, diez personas encima, prenden la luz de la sala y era un tipo que le había dado un infarto. Nos quedamos los dos mirando, la Negra [Andrea] Pietra me dice: “¿Qué hacemos?”. Eso es lo que tiene de distinto el teatro: es peligroso, puede pasar cualquier cosa, es vertiginoso. Al tipo le dio un infarto y llamamos a la ambulancia. Quince minutos estuvimos detenidos. Se lo llevaron. Por suerte, después nos enteramos de que lo habían atendido a tiempo, que estuvo bien y que zafó. Lo gracioso fue que cuando retomamos, la Negra me dice: “¿Dónde retomamos?”. Y arranqué de nuevo con la escena que se había interrumpido. En un momento ella me dice: “Es que eso me da un poco de miedo”, y yo, que soy un tarado, le digo: “¿Miedo? Miedo es el que acabamos de pasar recién”. Porque es una circunstancia colectiva, nos pasó a todos eso, no es que nos pasó a nosotros dos, nos pasó a todos los que estábamos ahí. Todos estábamos preocupados, todos estábamos asustados, a todos nos pasó lo mismo. Eso tiene el teatro, abajo del techo ese estamos todos metidos en lo mismo.

¿Cómo seguís encontrándole placer a hacer la misma obra tantas noches? ¿Cómo funciona eso?

Es que nunca es lo mismo. Sí, claro, hay una repetición, es el mismo texto. Pero nunca lo decimos de la misma manera, siempre pasa algo distinto, tenés un estado de ánimo distinto. Me han pasado cosas muy significativas, a veces no tenés ganas de ir. Decís: “La puta madre, ahora tengo que ir, está lloviendo, hace un frío de cagarse, tengo que ir hasta ahí caminando”, además no tengo auto, sobre todo en España, me manejo caminando para todos lados. Llegás, empezás a meterte en las exigencias del personaje, el vestuario, con el equipo, empezás a hablar con uno, con el otro, empieza a sonar la música. Pisás el escenario y es una salvación, una salvación de vos mismo. Son dos horas en las que te olvidás de vos. He llegado a hacer funciones con fiebre, mucha fiebre, pisar el escenario y acordarme que tenía fiebre cuando termina. Es rarísimo.

Es mejor que jugar al tenis [Darín es fan del tenis. De hecho, no bien terminamos la entrevista chequeó en una app el resultado de Francisco Cerúndolo, que jugaba esa tarde].

Sí, porque estás jugando a ser otro. Es de alto enfoque, como en el tenis, como en el esquí, como en todos los deportes. Tenés un objetivo, estás pensando en eso y no tenés un gran espacio mental para pensar en otras cosas. Pero te estás salvando de vos mismo un rato, de todos tus quilombos. Es una salvación, no se parece a nada. Además, tengo la suerte de trabajar en estos últimos años con la Negra Pietra, que es una usina de energía permanente, y creo que seguimos haciendo la obra por ella, no por mí. Porque, además, no solo es una muy buena actriz, es una agradecida de la vida.

Esta obra, en particular, aborda un tema universal.

Sí. La identificación es inmediata. Es una obra en la que Bergman se permitió decir las cosas que no se dicen. Mi personaje, en un momento, detesta a sus hijas. Nadie lo dice eso. Da una explicación del porqué, y es racional lo que dice: son egoístas, son mezquinas, son peleadoras, poco agradecidas. ¿Cuántos pensarán eso, pero no se atreven a pensar o decir una cosa así? Él se atrevió a poner eso sobre el escenario. Es urticante. Siempre digo que esta no es una comedia, es una “incomedia”, es incómoda. Veo lo que pasa en la platea, con las parejas, con la gente, más allá de los comentarios que siempre se reciben a la salida.

Es perturbadora.

Me acuerdo de que una vez vino a vernos Diego [Maradona], con una de esas relaciones que tuvo después de su separación con Claudia. Después bajó a los camarines y me dice [Darín carraspea un poco y hace la típica tonada maradoniana]: “¿Por qué no me avisaste que se trataba de esto?”. Jaja. Lo había interpelado la situación. Lo había puesto contra la pared.

Qué encuentro, ¿no? Bergman con Maradona…

Ni hablar. Bergman era una cosa de locos, y Diego ni hablar.

Ricardo Darín: “Algún boludo puso: ‘¿cómo lo va a hacer darín si juan salvo tiene 30 añ0s?’. Se adelantaron”. (Foto: Sebastián Arpesella/Netflix)

El mismo día y casi a la misma hora de la charla con Darín, en las inmediaciones del Congreso se llevaba a cabo una marcha de jubilados, acompañada y apoyada por hinchas de varios clubes, que terminó en una represión brutal y con el fotógrafo Pablo Grillo gravemente herido. El clima en la calle no era el mejor. Alguna vez, una frase suya sobre las carteras de Cristina provocó un revuelo mediático que le ocasionó trastornos y mucha ansiedad. Medio país se le puso en contra, algo impensado. Aun cuidándose con las palabras, Darín no le quita el cuerpo a nuestra atribulada actualidad.

¿Cómo ves la situación social?

Yo no soy optimista por naturaleza. No creo que las cosas vayan a ser mejor, pero no acá, en ningún lado, en el mundo. Las señales que recibo no son de gente amable, amorosa y sensible que está bregando por el bien común. Creo que estamos haciendo una lectura inadecuada de las situaciones. No soy optimista, pero trato de ser positivo. No quiero, no soy de cargar tintas y decir que está todo como el orto. Porque me parece que tenemos un derecho y una obligación, que es tratar de rescatar lo posible del contexto, de la coyuntura actual. La gente escucha las cosas. Me parece que estamos en un momento que necesitamos que nos den aliento. Salimos de otras, ¿no vamos a salir de esta? Vamos a salir como pueblo. Tengo mis dudas también, porque solemos tropezar con la misma piedra, es como si no termináramos de aprender del todo. Alguien dijo una vez que éramos un pueblo adolescente, y es algo que me quedó rebotando dentro de la cabeza, ¿las coordenadas no las leeremos en forma adecuada?

¿Lo de la misma piedra lo decís porque ves que se repiten algunos patrones de la década del 90?

Claro, pero la verdad es que, básicamente, lo que tengo es un poco de desencanto con respecto no solo a nuestro comportamiento, sino a la clase política. Me parece que la función pública dejó de ser honorable, está respondiendo a otras cosas. Por ahí soy ingenuo, pero creo que debe haber gente que se levanta a la mañana, que ocupa lugares públicos y sale a lucharla para que la gente esté mejor. Pero creo que son los menos, porque me parece que algo de la función pública terminó aferrado al poder. Están agarrados ahí, están viendo cómo se acomodan. No me gustan esas señales, creo que la gente también las percibe. Hay mucha necesidad, cada vez más. Lloro, veo gente, veo a las familias viviendo en la calle y me vuelvo loco.

Mucha gente revisando la basura.

No se puede creer. Decís: “¿Cómo puede ser, en este país?”. Tenemos la posibilidad de generar una riqueza para 400 millones de habitantes y somos 45 millones. ¿Cómo puede haber gente revolviendo la basura? ¿De dónde viene eso? Venimos en picada hace mucho. ¿Cómo se sale? No quiero ser negativo, pero no sé cómo hace la gente hoy para ir a la farmacia. Voy a comprar algo a la farmacia y veo a los que están al lado, ¿cómo va a pagar?, ¿con qué? ¿Cómo puede pagar los remedios, con lo que valen? ¿Cómo hace un tipo con dos pibes para alimentar a su familia? Explicamelo, quiero que alguien me lo explique.

Es incomprensible.

Y es porque estamos acostumbrados a la pata en la cabeza, a que vamos a ver, vamos a mejorar. Es lo que te decía recién, los factores macroeconómicos, un indicador positivo, el Merval, lo que vos quieras. ¿Cuándo nos llega a nosotros? ¿Cuándo nos enteramos de eso? La verdad es que no lo sé.

Bueno, hablemos de cosas más lindas ¿Lo extrañás a Diego?

[Darín tarda unos segundos en responder. Por un breve instante, mira hacia algún punto indefinido. Una cabalgata de emociones parece dispararse dentro suyo. Sus ojos se humedecen] Me pasa con él una cosa que me pasa con poca gente. Me pasó con Bielinsky, con algunos familiares o amigos, con poca gente. No me termino de enterar de que no está. Me niego. Tengo todos los teléfonos anotados acá, en el celular. Tengo el de Bielinsky anotado, no lo puedo borrar. Es una boludez, pero me parece que no puedo hacer eso. Es como dar vuelta una página. Yo viví tantas cosas con él. No solo yo, Flor, mi mujer. Él la adoraba, y a los chicos. Vivimos una gran parte de nuestra vida juntos, familia con familia. Los chicos iban al mismo colegio, nos veíamos todos los días, íbamos a jugar al tenis, jugábamos al fútbol. Mucho más lejos, allá en el tiempo, también estábamos muy pegados. Viví tantas cosas con él que, no las recuerdo con frecuencia, pero las tengo clarísimas. Tengo spots de él desparramados por todo el camino. Sí, lo extraño. La última vez que lo vi, estaba en el círculo central de la cancha del Chelsea con un abogado, amigo de los dos, con quien yo había hablado mucho de él. Había estado acá en Buenos Aires y ese abogado me había pedido encontrarnos porque queríamos rescatarlo, entre comillas.

Una de las tantas veces que lo hiciste, ¿no?

Sí, una de las tantas veces. Él venía de cagarse en mí porque le habían llenado la cabeza y decía que yo me había comprado unos departamentos en Miami. Estaba peleado en ese momento con Claudia. No sólo era mentira lo de los departamentos sino que no me podía imaginar de dónde podría haber salido. Yo no sabía ni dónde quedaba Miami. Había dicho: “El cómico no sé qué, traidor”. Me decía cómico. Una cosa así, de esas que le agarraban a él. Se ve que se encontró con ese tipo en Londres y, por algún motivo, terminaron en el círculo central de la cancha del Chelsea, vacía. Imaginate la escena. Lo que ocurrió es que este hombre, que tenía mi teléfono, me hace un FaceTime. Pone un contacto de video. Y él, llorando, me dice: “Cómico, te tengo que pedir perdón”. Los ojos llenos de lágrimas. Se ve que este tipo le había contado cosas que habíamos hablado, entonces había vuelto, como le pasaba muchas veces, a llamarme para pedirme disculpas.

Fuente: Rolling Stone