Aunque el 25 de abril no gane el premio a mejor actor protagónico, Anthony Hopkins ya hizo historia en la 93ra edición de los Oscar. Con su nominación por El padre, el británico es el intérprete de mayor edad en aspirar al premio en esa categoría. Con 83 años, superó a Richard Farnsworth, aspirante a la estatuilla por Una historia sencilla en 2000.
Difícilmente hubiera imaginado un destino así cuando era chico y crecía en un gris y sombrío suburbio de Port Talbot en Gales. No tenía aptitudes para la escuela o los deportes, y su duro padre de clase trabajadora lo miraba con escepticismo. “No tenés remedio”, le solía decir el hombre.
Un encuentro casual con el actor Richard Burton, que también había crecido cerca de Port Talbot y terminó convirtiéndose en una de las máximas estrellas de Hollywood, ayudaría a Anthony Hopkins en su camino hacia la actuación. El joven vio todo lo que quería ser reflejado en la trayectoria de Burton.
Anthony Hopkins no tenía aptitudes para la escuela o los deportes. La actuación fue su salvación. Foto REUTERS
“Quería ser famoso. Quería ser rico”, admitió alguna vez en una entrevista con The New York Times al recordar sus comienzos. “Quería tener éxito, para compensar lo que creía que era un pasado vacío. Y me convertí en todo eso».
Después de pasar por el Royal Welsh College of Music y la Academia Real de Arte Dramático en Londres, Hopkins fue invitado en 1967 por Laurence Olivier a unirse al Teatro Nacional, donde se convirtió en el suplente del gran actor para una producción de La danza de la muerte, de Strindberg.
Y entonces tuvo su gran oportunidad: Olivier tuvo una apendicitis y Hopkins tuvo que reemplazarlo. “Se apropió del papel de Edgar como un gato con un ratón entre sus dientes”, escribiría Olivier años más tarde en sus memorias. Anthony tenía en claro lo que perseguía: “Nunca le conté a nadie mis ambiciones, pero sólo quería ir a California y estar en el cine».
Diana Rigg y Anthony Hopkins, compañeros en «Macbeth» en los años ’70. Foto AP.
En esa época ya recibía elogios, pero lo cierto es que tendía a la sobreactuación. Durante una puesta de Equus en Nueva York, el director John Dexter descubrió que Hopkins había garabateado montones de anotaciones en los márgenes del libreto. “¿Qué es esta basura?”, le preguntó. «Sólo aprendé las líneas».
Katherine Hepburn, compañera de elenco en El león en invierno (1986), también le aconsejó que fuera sencillo. Y entonces Hopkins obedeció, aunque mientras crecía profesionalmente, su vida privada se estaba complicando cada vez más. Tomaba demasiado.
Un día se despertó con resaca en una habitación de un hotel de Arizona, sin recordar el viaje que lo había llevado allí. Fue su límite. «Pensé: ‘Tengo que parar esto porque voy a matar a alguien o a mí mismo. Mi vida, a partir de ese momento, adquirió un nuevo significado».
Anthony Hopkins en «El silencio de los inocentes» como Hannibal Lecter.
En 2020 celebró un nuevo aniversario de su sobriedad. «Hace 45 años tuve una llamada de atención. Me dirigía hacia el desastre. Bebía hasta la muerte. Entonces recibí un mensaje. Me pregunté: ¿quiero vivir o morir? Y me dije: quiero vivir. De repente me sentí liberado y desde entonces mi vida ha sido estupenda», recordó.
Fue cuando cumplió 38 años. Sus modales se volvieron más ligeros y su trabajo, más simple. Y toda esa experiencia, esa sapiencia para administrar los recursos expresivos y no hacer ni una mirada de más, se vio en su trabajo más inolvidable, su Hannibal Lecter de El silencio de los inocentes (1991).
“¿Qué fue de tu cordero, Clarice?”. Hannibal Lecter usa un tono monocorde, que a Clarice Starling (Jodie Foster) le congela los huesos. El hombre del otro lado del vidrio de la celda, el que sintió su imperceptible perfume barato, sabe mucho más de ella de lo que la agente del FBI hubiera deseado imaginar.
Anthony Hopkins y Emma Thompson en «Lo que queda del día».
Se trata de uno de los personajes más icónicos de la historia de Hollywood, y sin dudas es gracias a Hopkins, que recuerda que cuando empezó a leer el guion por primera vez, le preguntó a su agente si el trato ya estaba cerrado. “Me dijo que no, y no quise leer más hasta saberlo, porque era el mejor personaje que podía haber soñado nunca».
Muchas veces le preguntaron cómo había compuesto al asesino serial más temible e inteligente de todos, pero él siempre respondió que le había resultado fácil: “Jodie venía con un café en la mano, nos mirábamos fijamente a través de un muro de cristal y soltábamos el texto. Ya está. Aún quedamos a veces para comer juntos y comentamos lo divertido que es este modo de ganarse la vida».
Maestro de la interpretación, no se da aires por conocer los secretos de su profesión: «Actuar no requiere ser un genio ni un gran esfuerzo intelectual. Habrá gente a quien le interese que parezca sí, pero no», dijo en una conferencia reciente a propósito de El padre.
Anthony Hopkins, en sus apariciones en Instagram.
«Simplemente soy viejo, llevo muchos años activo así que conozco algunos trucos. El método Stanislavski es maravilloso y lo practiqué de joven, pero ahora es más sentido común que otra cosa».
Como fuera, El silencio de los inocentes no sólo lo divirtió muchísimo (“Hay que actuar con humor”, suele decir), sino que le dio a Hopkins el estrellato que tanto anhelaba, así como su primer –y hasta ahora único- Oscar al mejor actor protagónico, en 1992.
Tuvo otras grandes actuaciones en la década del ‘90. Se lució en La mansión Howard, de James Ivory y en Lo que queda del día, que le valió su segunda nominación al Oscar, en 1994. La tercera llegaría en 1996 por Nixon.
Anthony Hopkins pintó en la cuarentena. Foto Instagram
Después empezó a tomar decisiones más guiado por lo económico que lo artístico. Así se lo vio en películas como Al filo del peligro (1997) actuando mano a mano con un oso, o sumergido en las mediocres secuelas de El silencio de los inocentes, repitiendo al inmortal Hannibal Lecter. Más tarde se incorporaría a franquicias como Thor o Transformers.
Parecía que su carrera había entrado en un coma irreversible, pero en los últimos años experimentó algo así como un renacimiento. Considera a El padre el mejor papel que tuvo en años, la culminación de una buena racha que incluye Los dos Papas; El vestidor, junto a Ian McKellen; una versión de El Rey Lear llena de estrellas; y una aparición de una temporada en Westworld, la serie de HBO.
Con Los dos Papas consiguió su quinta nominación al Oscar, como actor de reparto. Ahora, en la sexta, compite con Riz Ahmed (Sound of Metal), Gary Oldman (Mank) y Steven Yeun (Minari), aunque los cuatro saben que el fallecido Chadwick Boseman es el casi seguro ganador por La madre del blues: ser negro y estar muerto son dos condiciones imbatibles para ganar un premio en estos días.
Las pinturas de Anthony Hopkins, que él suele mostrar en Instagram.
El padre está basada en la obra teatral homónima de Florian Seller, también director de la película, que narra cómo una mujer (Olivia Colman) va viendo el deterioro mental de su progenitor (Hopkins) enfermo de mal de Alzheimer.
En caso de que Hopkins logre su segundo Oscar, rompería el récord del actor protagónico más veterano en alzarse con la estatuilla, que hasta ahora es Henry Fonda, ganador con 76 años por su papel en En la laguna dorada en 1982.
También superaría a Jessica Tandy, que se llevó el Oscar a mejor actriz con 80 años por Conduciendo a Miss Daisy, como también a Christopher Plummer, ganador como mejor actor de reparto a los 82 años por su papel en Beginners.
Olivia Colman y Anthony Hopkins en «El padre».
Como forma parte del grupo de riesgo, respetó estrictamente el confinamiento por el coronavirus. Y se entretuvo con las redes sociales. En su cuenta de Instagram, donde tiene más de dos millones de seguidores, escribió: «Y a lo mejor no estoy tan cuerdo». El mensaje fue acompañado con un video en el que se lo ve pintando. Dice que lo hace con furia, con pinceles sobre lienzos, para calmar la ansiedad.
En otro posteo sumó un video de una de las esculturas que talló: un perro. Como artista plástico, aunque no tiene una técnica definida y sus obras de arte son diferentes, Hopkins mantiene firmes algunos detalles: mucho color y ojos expresivos.
“La cara no es importante, son los ojos la parte más hechizante del alma”, opina. “Yo sólo pinto. Descubro mientras pinto, no lo analizo, solo lo hago. Es primitivo mi arte. Un arte infantil», agregó. «Tiene que ser infantil, porque soy un niño«.
Muchas de sus pinturas originales y firmadas están a la venta al público y cuestan desde 5 mil dólares. Tiene una galería virtual en la que puede apreciarse su arte: anthonyhopkinsart.com.
Otra de sus actividades fue tocar el piano en el living de su mansión. Porque también es músico y hasta llegó a lanzar un disco, Composer, en 2012, con composiciones propias, interpretadas con la Orquesta Sinfónica de Birmingham.
Sus seguidores le elogiaron que se tomara el encierro con buena actitud y mucho humor. Y viralizaron otro de sus videos, en el que bailaba al ritmo de Drake y desafiaba a que Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone hicieran lo mismo.
Hopkins no lamenta estar en los últimos años de su vida. Al contrario, le busca las ventajas a la experiencia: “Cuando llegás a los 83 años, no sé si sos más inteligente o más estúpido, pero desde luego no perdés el tiempo pensando demasiado en vos mismo».
Fuente: Clarín