Argentina, 1985 se convirtió en un fenómeno. Agota las entradas y genera discusiones. ¿Cuánto se ajustaron a los hechos los guionistas?
Argentina, 1985 se convirtió en un fenómeno. No sólo el público agota las funciones, sino que en los medios y en las redes sociales es un tema permanente de discusión. Están los que apoyan la película con decisión y otros le reclaman por sus carencias o silencios.
El disclaimer que abre el film parece haber sido leído por pocos: “Está película está inspirada en hechos reales”.
Como toda creación audiovisual basada en un hecho real por momentos debe sacrificar la más estricta realidad histórica. Ficcionalizar hechos reales requiere, en ocasiones, correrse de los hechos rígidos para contar la historia verdadera de lo que sucedió.
Quienes escriban un guión cinematográfico basado en una historia real debieran tener un solo credo y es el que expresa Jorge Luis Borges en el final de “Emma Zunz”. Parafraseándolo, se puede afirmar sobre la adaptación de cómo el fiscal Strassera preparó el Juicio a las Juntas y consiguió la condena perpetua de Videla y Massera que “la historia era increíble, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono, verdadero el dolor, verdadera la muerte. Verdadero también era el daño irremediable que habían producido la mentira y el ocultamiento. Solo eran falsas algunas circunstancias y uno o dos nombres propios”.
El apego a la historia de la película
Los apartamientos de la realidad de Argentina 1985 no afectan su apego a los hechos. La película narra en esencia (y muchas veces en detalle) lo sucedido más allá de que un personaje resuma a otros, de un subrayado de más, de un protagonista con menores matices (los ex comandantes parecen caricaturas) o que imagine alguna escena familiar.
No es tema de esta nota la calidad cinematográfica ni la profundidad del guión. Sólo su apego a los hechos históricos. Una aclaración necesaria: es simplemente una especie de juego, un acercamiento a la manera en que Santiago Mitre y Mariano Llinás trasladaron los hechos a la película. Quien investigó ese periodo histórico y en especial el desarrollo del Juicio, reconoce que la investigación (realizada por Martín Rodríguez y Federico Scigliano) fue muy rigurosa. Hasta en alguna escena en particular se pueden reconocer las fuentes. Por momentos llama la atención cómo fueron trasladados algunos hechos, cómo lograron ser incorporados al guión. El cine necesita de la elipsis y de la síntesis para seguir contando la historia que desea. Y en líneas generales eso es lo que hicieron los guionistas.
Julio Strassera y el presidente Raúl Alfonsín se reunieron antes del comienzo de las audiencias a pedido del fiscal. El presidente no le dio ninguna indicación. La foto de este saludo la tuvo el fiscal en su escritorio hasta el día de su muerte
El juego de las diferencias
Acá un breve listado de algunas de las diferencias de lo que se muestra en la película protagonizada por Darín y Lanzani con lo ocurrido en la realidad.
1) La reunión con Alfonsín: Una de las grandes críticas que se le hicieron a la película es que apareciendo tantos personajes históricos, se retacea la presencia y la importancia del presidente Alfonsín.
Desde la campaña electoral, Alfonsín había decidido derogar la Ley de Autoamnistía (en realidad, los pomposos militares la llamaron de Pacificación y declaraban la amnistía para los crímenes cometidos por ellos durante la represión salvaje y los cometidos por los integrantes de las organizaciones armadas, dando la impresión de una falsa simetría) y que iba a haber tres niveles de responsabilidad a ser juzgados: los Comandantes de las Juntas y los Jefes de Zonas, los que cometieron excesos y los que cumplieron órdenes. Tanto Alfonsín como sus principales asesores en la materia (Carlos Nino, Jaime Malamud Gotti y Martín Farrell) consideraban que debía limitarse los juzgamientos a un número clausus y acotar la extensión en el tiempo para eliminar la incertidumbre y poder seguir adelante con los otros temas que la coyuntura argentina imponía. En la primera semana de su gobierno, sacó los decretos de juzgamiento de las Juntas, de las cúpulas guerrilleras, envío los proyectos de modificación del Código de Justicia Militar y de derogación de la Autoamnistía al Congreso y creó la CONADEP.
La mayoría de estos proyectos no contaba con el beneplácito inicial de la oposición ni de los organismos de DD.HH (preferían una Comisión Bicameral –con una fe insólita en los partidos políticos- y que los militares fueran juzgados directamente por la justicia civil, entre otras cosas).
Muchos criticaron a Argentina, 1985 porque no están explicitados estas medidas del gobierno radical. El presidente aparece difuminado, en una breve escena, y sólo se escucha su voz.
Mostrar a Alfonsín hubiera traído un problema práctico innegable. Más que una actuación, debía ser una imitación. Si el mecanismo de no imitar, de no buscar la mímesis total funciona en Strassera, Moreno Ocampo y la corta aparición de Neustadt, hubiera fracasado con Alfonsín: alguien demasiado conocido, del que todos tienen una imagen cristalizada. Por otra parte, esa presencia misteriosa y retaceada le da una estatura mítica –irrepresentable- que funciona muy bien.
Respecto a ese encuentro, los guionistas se tomaron algunas licencias. En la película el presidente convoca al fiscal. Pero, según narró él en decenas de entrevistas, la reunión la solicitó Strassera. Y no ocurrió en la parte final del Juicio, sino un día antes del inicio. Durante años, el Fiscal dijo que tenía un problema personal y necesitaba hablarlo con el presidente. Hoy se sabe que alguien haciéndose pasar por emisario de Alfonsín, le había pedido que no fuera a fondo en la acusación. Antes de empezar las audiencias él quería saber si esto era así (para poder renunciar). Alfonsín no sólo lo desmintió sino que le dio libertad de acción. Y le pidió que no se volviera loco. “Ya es tarde para eso”, respondió Strassera.
2) Los jueces: Más allá de que en la década del ochenta la gente parecía mayor, los jueces están caracterizados como personas más grandes de lo que eran en su momento. El más grande era Jorge Torlasco que tenía 50 años. Arslanián, Ledesma y DÁlessio apenas superaban los 40. Y Ricardo Gil Lavedra y Jorge Valerga Aráoz tenían 37 y 38 años respectivamente.
Los jueces de la Camara Federal de Apelaciones tal como fueron representados en Argentina, 1985
Tuvieron que decidir, tal como muestra Mitre, si empezaban o no las audiencias por las amenazas de bombas. Era una época en que las amenazas eran permanentes y el juicio atrajo sobre sí demasiadas (contra el Palacio de Tribunales, a los jueces, al Fiscal y a los testigos).
También es muy certero la manera en que muestran cómo manejaban las audiencias. Ellos encabezaban los interrogatorios y eran los que autorizaban y hasta reformulaban las preguntas de Strassera y los defensores. Evitaron todo tipo de exceso en la sala (la intervención que hace el presidente del tribunal en medio del testimonio de Calvo de Laborde para pedirle que se ciña a los hechos está representada a la perfección).
La reunión final para determinar el monto de las condenas a dar fue en Banchero, la pizzería de la calle Corrientes, tal como lo muestra el film. Naturalmente, el hijo del Fiscal no fue testigo del momento. Es un recurso para no violar una regla de la gramática cinematográfica: si nunca vimos la dinámica interna del tribunal, no podemos verla en ese momento a menos que sea a través de los ojos de algún otro protagonista. El hijo del fiscal tampoco podría haberla presenciado vestido de uniforme escolar: ese almuerzo en la pizzería fue un domingo, el 8 de diciembre, un día antes de que se diera a conocer el fallo.
(Hablando del uniforme: Julián Strassera iba al Ilse, el colegio que se muestra y que queda frente a Tribunales. En uno de los dos anacronismos de la ambientación que este cronista detectó la película muestra que la población del colegio era mixta, cuando en esos años todavía era exclusivamente de varones. El otro: en la sala de audiencias, que se mantiene igual, falta el crucifijo enorme que colgaba sobre la cabeza del presidente del tribunal).
3) Los abogados defensores: Cada imputado tuvo varios defensores. Fueron 23 en total. Algunos pasaron desapercibidos y realizaron sólo una defensa técnica. Las actividades de la defensa están puestas en la cabeza del abogado de Videla, defensor de oficio. Su verdadero nombre era Tavares. Y ante la negativa del dictador de nombrar abogado, fue puesto en ese lugar. Más allá de que su tarea fue impuesta no se lo veía incómodo con su papel ni con los argumentos que debió esgrimir. Sin embargo, Tavares tuvo una conducta más sosegada durante las audiencias, menos estruendosa. A pesar de que en algún arrebato (la acusación al diputado Conte de atacar a otro defensor o el intento de abandonar la sala con sus colegas cuando ingresó a declarar Patricia Derian) se hizo notar fugazmente, lo suyo fue el perfil bajo. En las ocasiones en que se salió de tono fue aconsejado por el Fiscal Strassera que le recordó que él era un funcionario de la justicia.
El defensor que se hizo notar desde el primer día, que llegó a parecer una parodia de sí mismo, que interponía recursos disparatados (siempre hacía “reserva del caso federal”) fue José María Orgeira, uno de los abogados de Viola. Histriónico, daba entrevistas todo el tiempo, levantaba la voz y provocaba todo tipo de escándalos. Fue una especie de villano de cómic, exagerado, dibujado con trazo grueso, que se convirtió en uno de los personajes del Juicio.
4) Las indagatorias: Videla se negó a declarar tal como se lo muestra. No reconocía la autoridad del tribunal. El resto no estaba cómo muestra Argentina 1985 todos juntos en la sala. Es un acto individual, que cada imputado hizo por su cuenta.
El fiscal Strassera y el dramaturgo Carlos Somigliana caminando por Tribunales. Somigliana era el más veterano del equipo fiscal y el último en ingresar
5) El equipo fiscal: Nadie quería acompañar a Strassera en el trabajo. Ninguno de los fiscales con experiencia se sumó a su equipo. No le quedó más remedio que recurrir a jóvenes. El único al que conocía de antemano era a Sergio Delgado, cuyo padre era su amigo. Fueron llegando por recomendación de los mismos chicos de diversos lados. De la Procuración, de la CONADEP y de otras dependencias. No tenían demasiada experiencia pero sí un notable entusiasmo. Carlos Somigliana, el dramaturgo, fue el último en sumarse. Lo hizo en abril, en las semanas previas al Juicio. Su hijo Maco ya integraba el equipo. Somigliana (padre) se conocía con el Fiscal. Trabajaba hacía 32 años en la Justicia. Como no era abogado, ocupaba el cargo más alto en el escalafón que se podía obtener sin título habilitante: Oficial Primero. Somigliana fue una pieza clave en la escritura del alegato.
6) Moreno Ocampo: Llegó desde la procuración en la que hacía dictámenes. Fue esencial para la parte logística y para organizar al equipo. Algunos dicen que su participación como personaje en la película está sobredimensionada por su cercanía con la producción. La historia de sus antecesores militares (descendiente por línea paterna de Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, primer general de la Nación y sobrino de un alto mando) y el cambio de mirada de la madre es real. Lo narró en diversas entrevistas a lo largo de los años. Lo que no se muestra es que no pudo intervenir activamente en las audiencias hasta bien entrado el mes de junio porque el Congreso no sacaba su nombramiento: la oposición no brindaba su apoyo para que el Procurador pudiera en casos excepcionales y de alta complejidad designar fiscal adjunto o sustituto.
Strassera brindaba entrevistas a todo el que se lo solicitara. Una de sus funciones fuera de la sala fue pedagógica: educaba a la ciudadanía, explicando las diferentes instancias, por qué delitos acusaba y sobre cuál era su estrategia. Tenía una sola excepción: no conversaba con Bernardo Neustadt por “estrictas razones de buen gusto”, decía (esa limitación la extendió, décadas después, a Víctor Hugo Morales). Moreno Ocampo sí le dio una entrevista. Lo que no sucedió como Mitre nos cuenta fue la reacción de Strassera: se enojó mucho y tardó bastante en perdonar que su adjunto se sentara con Neustadt.
Ítalo Luder fue el primer testigo del Juicio. Como presidente provisional había firmado en 1975 en le decreto en el que se ordenaba aniquilar el accionar de las organizaciones armadas
7) Luder: El ex candidato presidencial por el Justicialismo en 1983 fue el primer testigo de la primera audiencia. La primera tanda de testimonios fueron testigos pedidos por las defensas y eran Luder, presidente provisional en 1975, y los demás ministros que firmaron los decretos que hablaban de “aniquilamiento” de las fuerzas subversivas. Así pasaron por el estrado, entre otros, Carlos Ruckauf y Antonio Cafiero. Fueron testimonios ascéticos, muy controlados, casi quirúrgicos en los que no cometieron deslices, ni fueron presionados por la fiscalía. Casi como si hubiera una pax política consensuada. Explicaron el sentido técnico del verbo “aniquilar” y se refirieron a que lo buscado era terminar con su capacidad operativa pero dentro de la normativa vigente.
Se le reprocha a la película que esta aparición de Luder sea más extensa y concreta que la de Alfonsín y que no se editorialice alrededor de él, que no se diga nada sobre el explícito apoyo durante la campaña electoral a la Ley de Autoamnistía.
El resto de los testimonios, los de las víctimas del terrorismo de estado (Calvo de Laborda, Basterra y otros), están reconstruidos a la perfección. Se eligió el posicionamiento original de las cámaras de televisión y algunos planos granulados que replican cómo se vieron las imágenes (aunque no se escucharon: la televisión pasaba tres minutos por día de imágenes mudas. Lo único que se vio y escuchó en vivo y en directo fue la lectura de la sentencia por parte de Arslanián).
8) El Loco: Ya fue dicho que ni Darín, ni Peter Lanzani buscaron imitar a las personas reales que inspiraron sus personajes. El ejemplo más claro: el fiscal adjunto tiene una dicción particular, con las erres cortazarianas, algo arrastradas, y eso está ausente en el habla del Moreno Ocampo de Argentina, 1985.
Darín tampoco imita a Strassera. Su cadencia al hablar no es la misma ni la profundidad de la voz. Su peinado es mucho más prolijo: al Fiscal solía abandonarlo la gomina y el pelo que tiraba a un costado se desarmaba, quedando casi en flecos. Y su bigote y sus ojeras eran más espesas. Pero tal vez lo más alejado del personaje real sea esa construcción temerosa que hacen al principio para justificar como ese héroe se va erigiendo de a poco. Sí, se trató de un héroe imprevisto y hasta improbable pero no hay ningún indicio que permita afirmar que lo dominó el temor o el deseo de no hacerse cargo. Al contrario: desde un principio impulsó la avocación y empezó a trabajar contra reloj sin equipo y sin ninguna tecnología que lo ayudara.
El fiscal Strassera durante una de las audiencias del Juicio a las Juntas. Su apodo en Tribunales era El Loco, aunque en la película no se vean demasiados escenas en que se justifique el mote
Varios de los que hablan con él, le dicen El Loco. Y ese era el apodo por el que era conocido en Tribunales. Se lo había ganado a fuerza de rabietas, enojos súbitos, explosiones y su carácter fuerte (aunque rápidamente volviera a su estado natural). Y en la película, nada de eso sucede con Strassera. El de ficción, el de Darín, no tiene nada de Loco. Siempre controlado, sólo tiene alguna efusión (graciosa) contra el defensor. Cuando tiene el gran enfrentamiento con su ayudante, en el que le enrostra su pasado, hasta tiene tiempo de cerrar la puerta del despacho y no levanta jamás la voz.
9) El Alegato: La escena en la que Strassera hace su alegato es una de las centrales de la creación de Mitre. Utiliza un recurso similar al de la biopic sobre Freddie Mercury. Se detiene largamente en su momento cumbre. La otra en los 15 minutos de Queen en Live Aid, reproducidos fielmente, movimiento tras movimiento. Aquí eso era imposible de hacer. Lo que vemos en pantalla es un greatest hits de la presentación de la fiscalía que duró varias jornadas de largas horas. Se alternaron en el uso de la palabra Strassera y Moreno Ocampo. Sin embargo el resumen de 1985 (¡11 minutos!) condensa los grandes lineamientos del alegato y sus aciertos retóricos más evidentes.
10) El Número: en los últimos días Argentina 1985 recibió críticas por varias situaciones, circunstancias históricas y hasta discusiones que quedaron fuera de la película. Seria imposible incorporar en una película de poco más de dos horas la densidad del tema y lograr reconstruir con absoluta fidelidad el espíritu de la época. Lo que los guionistas hicieron fue reconocer que tenían entre manos un gran tanque, una película de presupuesto alto –Darín, la época, un elenco amplio, producción enorme- y tratar de que en tiempos de grieta y en el que la gran mayoría del público lee los diarios, escucha radio, sigue a un programa de tv o hasta ve una película, para que le digan lo que ya piensa antes de enfrentarse a esa información o ese análisis, trataron de no predisponer mal a ningún espectador y ceñirse a la historia que estaban contando.
Así omite las diferentes oposiciones que el gobierno radical enfrentó, es mezquino con Antonio Tróccoli (en él y en el personaje ficticio de Bruzzo el guión engloba a los distintos funcionarios que no querían extender los juicios debido al clima inestable y la enorme presión militar no sólo en el Ministerio del Interior sino en el de Defensa que en ese momento encabezaba Raúl Borrás; tal vez el que más apoyaba de los ministros involucrados fuera Alconada Aramburu de Educación y Justicia, consuegro del presidente), entre otras cosas.
Esa voluntad de no entrar en polémicas se puede apreciar en el tratamiento de El Número. Es decir sobre las discusiones respecto a la cifra de desaparecidos a manos de la Dictadura militar (hace poco en el sitio La Mesa Hugo Vezzetti escribió una gran nota al respecto). En dos momentos de la película aparece, muy someramente, la cuestión. En la primera una de las jóvenes mujeres que trabajó en la CONADEP – y que luego se integrara a la fiscalía- recibe a dos de los colaboradores y les muestra el archivo con los expedientes de las denuncias que recibió el organismo. Y dice: “¿Sabés la cantidad de casos que tenemos acá?”. Sin proporcionar ninguna respuesta ni cifra aunque los empleados de la CONADEP hubieran brindado el número exacto (y seguiría siendo sólo el número de los casos recolectados por el organismo).
En otro momento posterior, ya en la fiscalía, y mientras analizan la estrategia para acusar y para mostrar los casos ante el Tribunal y poder acumular material probatorio, uno de los jóvenes se pregunta “¿Cómo vamos a probar treinta mil desapariciones?”, una frase poco verosímil en ese clima de trabajo en el que el trazo grueso –en el que el guión en su vocación universalista en ocasiones no esquiva- estaba prohibido. Todos sabían que el trabajo era de exactitud, de lograr demostrar crímenes de los que era difícil recolectar pruebas por el carácter clandestino de la represión, un trabajo de precisión jurídica, que lograron llevar a cabo contra las circunstancias adversas y casi contra todos los pronósticos. Una hazaña de la Argentina democrática. La CONADEP y el Juicio fueron proezas de esos años iniciales de la recuperación, fueron la respuesta institucional a la barbarie.
Fuente: Infobae