Karina Hernández, con Teleshow
Nació en Villa Crespo en el seno de una familia de padres sordos, que se comunicaron con ella por lenguaje de señas y la lectura de labios. Su mamá, Alicia, es sorda de nacimiento, y su papá, Martín, perdió la audición a los tres años, afectado por una meningitis. Y a Karina Hernández le costó que la apoyaran cuando les contó que quería ser actriz: consideraban que era un mundo poco seguro. Con el tiempo los convenció. Y la vida le dio mucho más de lo que esperaba.
Karina acaba de estrenar Gorda, una ficción que interpela sobre la aceptación personal y la gordofobia, poniéndola en el centro del debate. Por su interpretación, fue distinguida como mejor actriz en el festival Die Seriale de Berlín, que premia a lo más destacado de las series digitales. Además, protagoniza la obra Delia junto a su amiga Leticia Siciliani, mientras que en cine forma parte del reparto de La odisea de los giles, la exitosa película de Ricardo Darín.
El tráiler de la serie «Gorda», con Karina Hernández
—¿Cuándo se te despertó el sueño de ser actriz?
—Profesionalmente, creo que de más grande. Mi tía abuela fue la encargada en la familia de llevarme todos los fines de semana a ver todo tipo de obras infantiles.
—¿En tu casa te apoyaban?
—No. Mis papás son sordos, entonces hay algo del mundo de la televisión, del teatro, del cine, que desconocen ya por natura. Terminé la secundaria y les dije que me quería anotar en el IUNA (Instituto Universitario Nacional del Arte), y me dijeron: «No, ni se te ocurra». Y empecé a estudiar diseño gráfico. Mientras cursaba la carrera, en paralelo estudiaba teatro.
—¿Cómo es vivir en una familia de padres sordos?
—Para mí es bastante normal porque crecí en esa familia. Distinta es la persona que crece y a los 20 se quedó sordo; un poco te querés matar. Pero para alguien que nació sordo, su naturalidad es sorda.
—¿De que trata Gorda?
—Es la historia de Joy, la chica que interpreto yo, y su pesar con el qué dirán y su sufrimiento con el bullying que le hacen desde chica.
—¿Cuánto de lo que le pasa al personaje te pasó a vos?
—Pasa un auto y me grita: «¡Gorda!». Y yo me río, lo miro y digo: «Qué mala vida tendrás como para tomarte el tiempo de bajar la ventanilla y gritarme a mí…». O sea, hacé tu vida.
—¿Cuándo te dejó de importar?
—Nunca me importó. Fui a un colegio de mujeres y creo que eso ayudó un montón porque el insulto físico muchas veces viene de los hombres. El hombre es más directo con el bullying. Yo fui a un colegio de mujeres desde los cuatro años hasta los 17. A mí me da lo mismo el cuerpo que tenga el otro.
—¿El espejo te devolvió algo que no te gustaba?
—Sí, mil veces. Por eso digo: conmigo; opiniones no me interesan. Me da mucha lástima la gente que va por la vida señalando al otro y diciéndole lo que tiene que hacer. Y tengo muy claro que ser gordo no es un insulto y que te griten gordo o gorda por la calle me da lo mismo. Gritame gil, boboncho, boludo, no sé, gritame otra cosa, pero no me grites gorda porque yo ya sé el cuerpo que tengo. No es un insulto.
—¿Por qué crees que en nuestro país hay tanto tema con la delgadez?
—Porque hay medios, y los medios son bastante hegemónicos y han construido una imagen de las mujeres que les gustaría ver a ellos, y que hicieron que a mucha gente también le guste ver esa imagen. Siempre digo que los medios siguen mostrando las figuras y las imágenes que muestran porque el público las sigue consumiendo. Me parece que lo que pasó con la serie Gorda es que intentaron cambiar un poco ese parámetro, y que la protagonista sea una gorda que cuente una historia, funcionó.
—Cuando vas a hacer un casting, ¿te terminan dando determinados personajes?
—Si. Cien por cien. Mucama, monja, recepcionista, enfermera: todos esos los tengo adentro. Ahí voy, seguro. Por eso digo, está todo muy estructurado y muy cómodamente pensado.
—En un punto, ¿no te da bronca?
—Sí, re. (Pero) siento que se está cambiando un poco, que están ampliando las miradas. Siento que hay productoras que están cambiando las miradas.
—¿Qué te dio esa seguridad en vos misma?
—Tener la convicción de lo que uno quiere hacer y de lo que uno quiere ser en su vida te genera mucha seguridad. El final de la zanahoria es actuar. Y eso hago todos los días de mi vida.
—¿Nunca te quisieron cambiar?
—No. Si viene un productor y me dice: «Tenés que bajar 40 kilos», le digo que no. «No sé si puedo bajar 40 kilos. No lo pude hacer en mi vida, ¿por qué lo voy a hacer para vos, que sos un productor?». Distinto que te pidan algún cambio físico por algún personaje; eso me parece espectacular. Si están buscando a alguien que tenga 40 kilos menos que yo, están buscando a otra persona. Digo, yo soy esto, con este peso, con el pelo…
—¿En algún momento te cansaste de esta profesión?
—Es lindo el camino: aprendés un montón de cosas, conocés un montón de gente, entendés qué querés hacer, qué no, qué te gusta, qué no, qué gente te gusta y qué no. Y siento que eso es súper importante, que a veces no se valora mucho porque no tiene una fama inmediata y porque no tiene una visualización o una visibilidad masiva. Pero que sí la tiene para mucha gente que te va conociendo en el camino, y que va eligiendo trabajar con vos, o no.
—¿Que reflexión haces de la serie?
—Este país en particular está muy regido por estereotipos y por modelos hegemónicos que nos dicen cómo tenemos que ser y qué tenemos que hacer en la vida, básicamente. A mí me da un poco de pena. Hoy, no ves muchas niñas esqueléticas muy felices con su esqueletismo. Empezar a juzgar al otro por su cuerpo cuando no sabés su historia, su antes, su después, por qué lo tiene, cómo lo tiene, cómo llegó a eso, me parece muy injusto, muy irreal. Y básicamente porque el 90% de la sociedad no tiene los cuerpos que se muestran en Instagram.
—¿Cómo es esto de que no nos enseñaron a querernos?
—Te enseñan a tener miedo y ser muy cauteloso con las decisiones. «¿Querés ser maestra jardinera? No, no, te vas a morir de hambre. Tenés que ser abogado. Tenés que ser médico». Te van implantando un modelo de que si no sos flaco, te va ir mal.Y si nos enseñaran un poquito más a querernos encontraríamos herramientas en nosotros para tener más poder y que cada uno haga lo que quiera. Por el miedo que te da, a veces te sacan las ganas de intentar hacer algo.
Fuente: Infobae