Hace sesenta años se estrenaba en Italia Mamma Roma, la segunda película del que era por entonces un cineasta con poca experiencia: Pier Paolo Pasolini tenía 40 años, una carrera como poeta y una militancia crítica en el Partido Comunista, pero su relación con el cine recién empezaba. Había llamado la atención con su ópera prima, Accatone (1961), una cruda pintura de la Roma marginal en la que su asistente de dirección fue nada menos que Bernardo Bertolucci. Mientras la filmaba, ya tenía en mente su siguiente paso en el cine: la historia de una prostituta de unos cincuenta años que abandona su pueblo en el interior de Italia, en compañía de su hijo, para abrirse camino en una gran ciudad, Roma. La misma historia de miles y miles de desahuciados que en aquellos años buscaban cumplir los sueños pequeñoburgueses que vendía el capitalismo europeo, empujado por la inyección de dinero del Plan Marshall.
El film fue exhibido en el Festival de Venecia, e inmediatamente se lo acusó de obsceno e inmoral. La copia fue secuestrada por la policía italiana después del alboroto posterior a su proyección: simpatizantes del fascismo protestaron en zonas aledañas a la sala y en las calles del Lido. Su lanzamiento comercial también estuvo rodeado de escándalos: la función en el cine Quatro Fontane, en la que estuvo el propio Pasolini para presentarla oficialmente, tuvo un corolario violento. Un grupo de estudiantes de las agrupaciones fascistas Giovane Italia y Avanguardia Nazionale promovieron un tumulto en el hall de la sala y agredieron al director, que se defendió y terminó en una comisaría de la zona. La mayor parte de los medios italiano culparon a Pasolini, un personaje incómodo para las mentalidades más conservadoras: abiertamente gay, comunista y católico, no encajaba en ningún molde.
En el marco de las celebraciones por el centenario del nacimiento de este artista provocador, valiente y talentoso, se reestrena ahora en la Argentina una copia remasterizada de Mamma Roma, también censurada en su momento en Gran Bretaña y Estados Unidos.
Ya la primera secuencia de la película, inspirada en el famoso mural de Leonardo da Vinci La última cena pero transformada en una viñeta trash en la que deambulan cerdos y en la que la protagonista se burla del himno nacional italiano, tiene suficiente picante como para ser tolerada por estómagos sensibles.
La historia del film tiene tintes autobiográficos: nacido en Bolonia, donde más tarde cursaría sus estudios universitarios, Pasolini tuvo una infancia marcada por constantes mudanzas familiares y siempre pensó que su madre, Susana Colussi, había tenido que “prostituirse”, obligada por las circunstancias: era maestra primaria pero terminó trabajando de criada.
La elección de la actriz que se haría cargo del protagónico de Mamma Roma no fue fácil: los productores querían un film más convencional que Accatone y una figura convocante para ese papel. Eligieron a una musa del neorrealismo, Anna Magnani, con la que Pasolini sintonizó muy bien en términos personales pero no congenió del todo en las decisiones artísticas. Habituada a la interpretación naturalista que exigía el cine en auge en Italia en ese momento, Magnani se rebelaba ante cada indicación del director que fuera en otro sentido. “Yo entendía que a él le gustaba trabajar con amateurs para manejarlos como robots, pero había estudiado a conciencia el guion que me dio y había analizado hasta los más pequeños estados de ánimo del personaje. Fui un animal intuitivo que se sumergió de lleno en el personaje”, explicó Magnani años más tarde.
“Hizo un gran esfuerzo para hacer lo que le pedía -dijo por su parte Pasolini-, pero el personaje no surgió”. Estaba claro que su método de trabajo -filmar pequeñas “mónadas figurativas” bajo un control estricto de cada gesto y cada movimiento- no cuajaba bien con una actriz expansiva y expresionista como Magnani.
Mucho mejor fue la experiencia con Ettore Garofolo, uno de los famosos raggazi di vita a los que Pasolini les dedicó un libro: jovencitos del proletariado a los que podía moldear a su gusto en las películas que dedicó a retratar la vida de los suburbios de Roma. Su interés en el tema era de orden antropológico, pero también evidenciaba un gesto político: en las vivencias de las clases populares, e incluso en la marginalidad, el cineasta encontraba una zona inmune a los valores burgueses. Estaba seguro de que allí había personas que expresaban genuinamente su alegría de vivir y estaban alejadas de la vulgaridad y la avidez propias de la burguesía.
Lo cierto es que tanto el trabajo de Garofolo como el de Magnani, aun cuando se mueven en registros diferentes, son magníficos. Y tanto la relación entre ellos como la que fueron construyendo con Pasolini durante el rodaje fueron muy cordiales. Hay unas cuantas fotos de los tres hechas después de terminada la película que lo testimonian, y Magnani y Pasolini siempre se elogiaron públicamente sin esconder las diferencias que tuvieron mientras hacían juntos Mamma Roma.
Como retrato de un sector de la sociedad italiana de la época, la película es realmente muy certera. La delicada fotografía en blanco y negro de Tonino Delli Colli crea belleza en lugares que normalmente hubieran lucido desangelados, y las alusiones religiosas, que abundan en el relato, sacralizan un universo profano que Pasolini consideraba mucho más puro que el de las urbes cargadas de progreso y artificialidad. Lo que él valoraba, expresado en nuestro lunfardo, era el arrabal (ya que estamos: en la banda sonora hay un tango, “Violín gitano”, cantado en italiano por Joselito, “El pequeño ruiseñor” español). Pero al mismo tiempo, la música culta que también suena en Mamma Roma -Luigi Cherubini, un compositor de la Toscana celebrado por Beethoven, el gran Antonio Vivaldi- le agrega otro matiz a una pintura de por sí singular. Artista heterodoxo y voraz, Pasolini era capaz de dominar diferentes lenguajes, combinarlos de las maneras más inesperadas y elaborar a su modo un discurso rabiosamente personal.
Mamma Roma se podrá ver en copia remasterizada 4K en Cinépolis Recoleta, Cinemark Palermo, Cine Lorca, Cabildo Multiplex, Cines del Centro (Rosario) y Cine América (Santa Fe).
Fuente: Alejandro Lingenti, La Nación