Uno de los pocos que todavía pueden ser definidos como autores cuando ese concepto está prácticamente perimido en una industria donde los productores y los ejecutivos de los grandes estudios concentran buena parte del poder de decisión.
Venerado en el Festival de Cannes, donde presentó su ópera prima Perros de la calle (Reservoir Dogs) en 1992 y ganó la Palma de Oro con su segundo largometraje, Tiempos violentos ( Pulp Fiction) hace exactamente 25 años, Tarantino se convirtió desde entonces (y nunca dejó de serlo) en el paradigma del director-estrella, el artista de culto, el líder de las huestes cinéfilas, el creador de modas, el reivindicador de géneros, el que reinventa viejos éxitos musicales, el que -como en el caso de la flamante Había una vez… en Hollywood, que hoy se estrena en nuestro país– consigue rodearse de lo más cool del star system como Leonardo DiCaprio, Brad Pitt y Margot Robbie(más leyendas como Al Pacino, Bruce Dern y un largo etcétera).
En su cine y en sus apariciones públicas todo es desmedido y desbordante. Para sus adoradores es una suerte de profeta; para sus detractores, un encantador de serpientes que ha logrado a puro marketing conseguir que su filmografía sea la más analizada de la historia, con más libros y ensayos dedicados a sus películas que a la obra de John Ford o Alfred Hitchcock.
Tráiler del film que se estrena hoy
Tarantino se da todo los gustos, se permite (o le permiten) todos los caprichos. Disponer de 100 millones de dólares para una película de 165 minutos ambientada en 1969 en la que ofrece su mirada sobre el fin de la inocencia en Hollywood y reescribe la historia del clan Manson; rodar en fílmico, organizar decenas de funciones con viejos proyectores de 35 y 70 mm en salas comerciales o programar un ciclo televisivo con títulos de aquella época que influyeron en la génesis del proyecto. Para algunos es un justiciero, el guardián de los mejores aspectos de la cinefilia; para otros, un nene grande demasiado consentido.
Con Había una vez… en Hollywood, como no podía ser de otra manera, volvieron las polémicas que lo han acompañado durante toda su carrera (y que de alguna manera él también alimenta). Ya no está a su lado un productor caído en desgracia como Harvey Weinstein; tampoco Uma Thurman, quien se sintió maltratada por él durante el rodaje de Kill Bill; y dejó de pelearse con Spike Lee por cuestiones raciales; pero esta vez una periodista del diario The New York Times lo cuestionó en plena presentación en el Festival de Cannes por el escaso desarrollo y los pocos parlamentos que tiene Margot Robbie como Sharon Tate (que es, de todas maneras, el personaje femenino más importante en toda la película). Tarantino, enfurecido, solo atinó a contestar: «Rechazo tu hipótesis».
Y eso no fue todo: recibió también múltiples críticas por una escena de fuerte violencia contra la mujer y otras por ridiculizar al movimiento hippie, para finalmente pelearse públicamente con Shannon Lee por la forma en que el film describe a su padre, Bruce Lee, al que Tarantino luego calificó de «arrogante». Para los familiares del maestro de las artes marciales, Quentin cae directamente en la burla y hace que el público se ría de él.
A la hora de responder sobre por qué meterse con las sangrientas andanzas del clan Manson, tampoco se anduvo con rodeos en Cannes: «Investigué muchísimo y, cuanto más profundizaba, más oscuro me parecía todo. Justamente el costado más perverso, satánico y violento es lo que lo hizo fascinante para tantas generaciones». Por otra parte, confirmó que no habló con otro artista muy cuestionado como Roman Polanski(marido de Tate en aquel momento, e interpretado en la película por Rafal Zawierucha) para que el realizador de origen polaco le contara su versión de los hechos. «De todas maneras, soy un fan de su cine y, muy especialmente, de El bebé de Rosemary«, aseguró.
Cada espectador podrá defender o denostar las búsquedas artísticas e incluso ciertas posturas ideológicas de Tarantino, pero lo que no puede dejar de reconocérsele es que se trata de un guionista y director que se mantiene fiel a sus búsquedas y obsesiones, al margen de las conveniencias, de las olas sociales y de los dictados de la corrección política.
Por un lugar en la historia
Cada una de sus nueve películas (diez si se toman las dos entregas de Kill Bill por separado) ha generado discusiones acaloradas que en el caso de Había una vez… en Hollywood tienen que ver hasta con la sorprendente vuelta de tuerca final (el debate quedará para otra ocasión para evitar los spoilers) y con una cuestión que desvive a los analistas de las principales tendencias de la industria: ¿tienen lugar los «Tarantinos» en un negocio dominado por las franquicias de superhéroes, por las sagas literarias de corte fantástico, por la animación familiar y por las trasposiciones de best sellers para adolescentes? ¿Es el cineasta algo así como el último mohicano, el sobreviviente de un modelo que podía sostenerse en las décadas de 1960 o 1970, pero que hoy es inviable?
Al Tarantino revisionista (su objetivo no solo es reciclar, sino también reinventar hechos o elementos del pasado) no le cabe el término medio: de hecho muchos lo han acusado por lo mismo que otros lo reverencian. Su cine siempre ha tenido una fuerte dosis de violencia (gratuita, exagerada, estilizada) y aquí para colmo se mete con una de las matanzas que más sacudieron a la sociedad estadounidense. Sin embargo, casi a manera de compensación, Había una vez… en Hollywood resulta al mismo tiempo la película más sentida, lúdica y en ciertos aspectos empática y querible de su carrera. Solo hay que sintonizar, claro, con el espíritu y la sensibilidad que él propone.
Aunque a esta altura (aseguró varias veces que dirigirá un solo largometraje más y luego se retirará) los números ya no cambiarán la suerte del cine de Tarantino ni su lugar en la historia del séptimo arte, sí sirven para medir el impacto que todavía puede genera una historia original, de esas que a Hollywood hoy le causan pánico (para los ejecutivos, siempre es más tranquilizador retomar una saga que ha demostrado ser popular). Y hay que advertir que mal no le fue: desde su estreno en los Estados Unidos, hace ya cuatro semanas, Había una vez… en Hollywood recaudó más de 115 millones de dólares y el último fin de semana resultó el título más taquillero fuera de su país, con ingresos por 54 millones en 46 mercados.
Algunos podrán argumentar que esas cifras se deben al empujón que le dieron al proyecto DiCaprio y Pitt (el encanto y glamour que aportan semejantes figuras no es algo para minimizar), pero lo cierto es que Tarantino ha salido otra vez indemne (y a su manera, victorioso) con una película que mixtura todo tipo de géneros (western, comedia, thriller, buddy movie, musical, gore, etc.), suma más y más capas de cine dentro del cine y que por su complejidad y ambiciones parece concebida contra todos los cánones y fórmulas de los productos pasteurizados, artificiales y predigeridos que en muchos casos imperan entre los grandes estudios. El triunfo de la audacia y la desmesura.
Fuente: Diego Batlle, La Nación