«¿Está en Netflix?». La pregunta aparece como un reflejo automático cada vez que escuchamos de alguna voz autorizada una recomendación o una sugerencia para ver películas o series en streaming. Escuchar esta frase ya era costumbre antes de la aparición delcoronavirus, pero desde que arrancó la pandemia se convirtió en algo tan extendido y obligatorio como la cuarentena misma.
Desde que supuestamente tenemos más tiempo para disfrutar del entretenimiento en casa, las ganas de completar todos los casilleros posibles de nuestra formación como espectadores constantes y ansiosos no hizo más que crecer. Hasta que nuestra voluntad de hacerle caso a los consejos de los que saben empiezan a chocar en más ocasiones de las que nos gustaría con barreras infranqueables.
La primera certeza que aparece, en algunos casos como respuesta inmediata, es que el título que buscamos no siempre está en Netflix. Tras la primera frustración muchos empiezan por fin a entender que el gigante del streaming no dispone de un catálogo infinito en el que hay lugar para todas las películas que nos gustaría ver en casa, sin excepción. Es hora de desterrar ese lugar común.
Netflix todavía es en el imaginario de muchas personas el símbolo del entretenimiento hogareño a cambio de un abono mensual. Pero de a poco ese equívoco original empieza a corregirse. El poder transformador del streaming en la industria del entretenimiento le abrió la puerta a una expansión impresionante. Y la aparición de nuevos participantes para competir en este terreno fue inmediata. Algunos de ellos, muy fuertes, todavía no están instalados en el mercado local (Disney+, con fecha de arribo para fines de este año). Otros, también poderosos, están por llegar (HBO Max, probablemente en 2021).
Hay unos cuantos más. Y todos, más chicos o más grandes, comparten una característica. Quieren ganar la mayor cantidad posible de clientes y seguidores con la oferta de contenidos más atractiva. De ser posible, con material exclusivo, el que siempre marca la diferencia frente al resto. Hasta que aparece un problema. Esa película que queremos ver sí o sí, la que nos recomiendan todos los expertos, la que no hay que perderse por nada del mundo, no sólo no está en Netflix. No está en ningún otro lado.
Un ramillete de nombres orbita hoy dentro del «sistema solar» del entretenimiento hogareño. A Netflix se suman Amazon Prime Video, Movistar Play, DirecTV Go, Qubit TV, HBO Go, Fox Premium Play y hasta la plataforma gratuita Pluto TV. También están las plataformas que ofrecen contenidos nacionales (Cine.Ar Playy Cont.ar). A todas ellas se suma YouTube, sorprendentemente propicia para reencontrarnos con algunos materiales de otras épocas que creíamos perdidos y el inabarcable mundo de Internet, listo para que los más diestros navegantes salgan a la pesca para encontrar en largas travesías virtuales algún tesoro escondido.
Cualquier optimista (o desprevenido) podría suponer que en semejante escenario la disponibilidad de películas y de series resulta inacabable. Y que bastarían unos cuantos clics y cierta perseverancia en la búsqueda para encontrarnos con ese título que nos recomendaron con tanto entusiasmo y que puede llegar a convertirse en obsesión. Pero ni siquiera los pilotos más experimentados en búsquedas online son capaces de encontrar algunos materiales valiosos que hasta ayer mismo parecían fáciles de conseguir.
Es más. Ahora, entre recomendaciones, sugerencias o simples ganas, nos gustaría reencontrarnos con cierto material que hace tiempo no vemos. Ese mismo material, a lo mejor, que desdeñábamos porque la televisión lo repetía una y otra vez, o dejamos de tener en cuenta cuando los videoclubes pasaron a ser un recuerdo lejano. Ahora queremos verlo de nuevo.
No se trata de películas «difíciles». Tampoco son ejercicios experimentales. Muchas fueron éxitos colosales de crítica y de público. Otras ejercieron en su tiempo una gran influencia. ¿Están en Netflix? Para nada. Y en el resto de las plataformas tampoco. Quizás sí, cuando aparece una buena edición en DVD o Blu Ray. Pero no siempre está disponible la herramienta que nos permite verlo. Los aparatos reproductores de estos discos que parecían antiguallas volvieron a cotizarse en este tiempo de aislamiento forzoso.
Veamos algunos ejemplos flagrantes. Y por cierto muy incómodos para nuestra ansiedad cinéfila. No hay manera de encontrar en streaming las dos películas que encabezanla muy difundida lista de las 100 mejores del siglo XXI, elaborada por la BBC con el aporte de grandes críticos y expertos internacionales. Ninguna plataforma incluyó en sus respectivos catálogos El camino de los sueños (2001), de David Lynch, y Con ánimo de amar, de Wong Kar-wai. Tampoco están ni la china Yi Yi (2000), de Edward Yang, ni la iraní Una separación (2011), de Ashghar Farhadi.
Vamos todavía más lejos. Si queremos ver El ciudadano (1941), de Orson Welles, considerada por el American Film Institute la película más importante de todos los tiempos, no podemos. No está en Netflix y en ninguna otra plataforma. Lo mismo pasa con clásicos indiscutidos de diferentes épocas como Lawrence de Arabia(1962), de David Lean; 2001: una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick; El graduado (1967), de Mike Nichols; El halcón maltés (1941), de John Huston, y Más corazón que odio (1956), de John Ford.
¿Alguien quiere ver hoy en la Argentina vía streaming Los infiltrados (2006), deMartin Scorsese? Imposible. ¿Million Dollar Baby (2004) y Cartas desde Iwo Jima (2007), de Clint Eastwood? Lo mismo. ¿El silencio de los inocentes (1991), de Jonathan Demme? Igual. Para reencontrarse con Corazón valiente (1995), de Mel Gibson, solo queda la opción del alquiler. Esa es la única opción que también tenemos para volver a ver a la encantadora y ya añorada Kelly Preston en Jerry Maguire – Seducción y desafío (1995), junto a Tom Cruise y Renée Zellweger.
Otros clásicos modernos que están completamente afuera del menú de las plataformas argentinas de streaming son Danza con lobos (1990), de Kevin Costner; Rain Man(1989), de Barry Levinson; Amadeus (1984), de Milos Forman, y La fuerza del cariño (1983), de James L. Brooks. La misma suerte corre la primera Rocky (1976), que inició la fértil aventura de Sylvester Stallone con su mejor personaje.
Hay más. El streaming local deja agujeros gigantescos si queremos revisar la filmografía de Woody Allen. No aparecen, por ejemplo, Zelig (1983), La rosa púrpura de El Cairo (1985) y Crímenes y pecados (1989), tres de sus obras cumbre. Lo mismo pasa con el cine de Francis Ford Coppola. No hay manera de encontrar títulos como La ley de la calle (1983), Peggy Sue: su pasado la espera (1986) y Jardines de piedra (1987). Por fortuna, Netflix incorporó hace poco una joya de esos tiempos: Tucker, el hombre y su sueño (1988). Es poco frente a todo lo que falta.
Y a propósito de Coppola, ninguna plataforma nos ofrece hoy la posibilidad de ver en la Argentina una de sus películas esenciales, Apocalypse Now (1979). Lo mismo pasa con otros títulos clave de la mejor década de la historia del cine, la de los años 70. No están El francotirador (1978), de Michael Cimino; El golpe (1973), de George Roy Hill; Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula; Harry el Sucio (1971), de Don Siegel, y Barry Lyndon (1975), de Stanley Kubrick.
Esta orfandad alcanza a todos los géneros y a todas las edades. Este es un tiempo ideal para recorrer por ejemplo toda la historia en el cine de James Bond, pero en la Argentina solo es posible verlas a través de la opción de compra de cada uno de los títulos. Y tampoco es posible hallar algunos clásicos históricos de Disney como Pinocho (1940), La dama y el vagabundo (1955), 101 dálmatas (1961) y El libro de la selva (1967).
Federico Fellini, Mario Monicelli, Roberto Rossellini y Ettore Scola son nombres desconocidos para los catálogos locales de plataformas de streaming. De Jean Luc Godard y Robert Bresson están disponibles unos pocos títulos en Qubit TV, casi el único espacio dentro de las plataformas de streaming que busca enriquecer su oferta con títulos clásicos. Solamente allí es posible encontrar, por ejemplo, títulos de Yasujiro Ozu y Akira Kurosawa. También hay una buena cantidad de obras de Alfred Hitchcock, no solo las más conocidas.
Las razones más fuertes de esta visible escasez hay que buscarlas por el lado de los derechos. El material tiene un acceso dispar en función del territorio al que está dirigido. Inclusive en el caso de las plataformas de mayor difusión planetaria, como Netflix, que cuenta con un catálogo mucho más rico y diversificado fuera de la Argentina. Basta el ejemplo de Los 8 más odiados, la película de Quentin Tarantinoque ofrece para los clientes del gigante del streaming en Estados Unidos una versión ampliada en formato de miniserie. Con todo, hay quienes logran acceder desde nuestro país a ese catálogo más completo en caso de que dispongan de una VPN o red privada virtual. Pero siempre existe el riesgo (ocurrió en otros países) que Netflix decida bloquear en cada país a los usuarios que recurren a ese artilugio para sumar oferta de contenidos.
Lo que no parece posible es sumar contenidos a través de catálogos que directamente no están disponibles en el territorio argentino. La versión estadounidense de TCM es una genuina y casi inacabable fuente de títulos clásicos. Y también están algunos sitios especializados y muy cuidados en cuanto al material que ofrecen (Criterion Channel, Mubi), a los que puede accederse a través de una suscripción.
A todo esto hay que sumar un espacio que fortaleció y perfeccionó su oferta de títulos gracias a la cuarentena, el del VOD (video on demand), que permite acceder a títulos de producción muy reciente en carácter de estreno a cambio de una suma fija en concepto de alquiler a través de plataformas como Flow, Google Play Películas o iTunes. Desde el comienzo de la pandemia, numerosos títulos adelantaron sus lanzamientos o se sumaron a esta propuesta al ver imposibilitado el estreno en los cines. También algunas distribuidoras independientes locales, imposibilitadas de estrenar en salas, se volcaron a esa actividad.
Algunos de esos lanzamientos, solo disponibles en sitios externos a la Argentina, son muy buscados, pero no sólo es posible acceder a ellos de manera anómala, irregular. Las descargas hechas al margen de las normas vigentes y aceptadas de propiedad intelectual, así como el el regreso de la piratería, se convirtieron en una alternativa usada cada vez con más frecuencia. De otra manera sería imposible verlos.
Son tiempos de excepción que conviven con reglas que conservan la rigidez de la añorada normalidad. Y en los que la pregunta «¿Está en Netflix?» deja de tener sentido después de una búsqueda más o menos rigurosa. Habrá que reemplazarla con otra: ¿Por qué no está en ningún lado?
En materia de series, también se sienten las ausencias
Si está claro que la promesa de que el streaming abriría una puerta de infinita felicidad audiovisual nunca se cumplió para el cine, lo mismo sucede con la TV. Es cierto que las diferentes plataformas ofrecen una significativa cantidad de series, pero está muy lejos de ser una biblioteca repleta de ejemplos esenciales de distintas épocas.
En la «era de platino» de las series, con el interés por este formato bien establecido, muchas de las producciones que hicieron historia no están accesibles en la Argentina vía streaming. Por ejemplo, no se puede ver en ninguna plataforma Twin Peaks, la creación de David Lynch y Mark Frost, que a principios de los 90 revolucionó la televisión, poniendo los pilares sobre los que se construiría el dominio de las series como consumo cultural en el siglo XXI. Solo está disponible la última temporada en Netflix, ya que este regreso de 2017 es una producción original propia.
Las plataformas que cimentaron su éxito en la tentadora propuesta de poder ver completos grandes éxitos televisivos comenzaron en los últimos años a volcarse a sus propias producciones, que tienen distintos niveles de calidad y recepción entre el público. La decisión de producir contenido es un paso lógico a seguir, pero nada indica que no podrían convivir lo nuevo y lo viejo en las plataformas. La falta de series clásicas no se explica por el surgimiento de la producción original de los servicios de streaming sino que tiene su origen en conflictos de derechos.
Como sucede con las películas, los derechos de una serie pueden adquirirse para todos los territorios o solo algunos de ellos. Eso explica porqué una serie disponible en Netflix o Amazon Prime Video en los Estados Unidos puede no estarlo en la Argentina o Europa. Esto también implica que un contenido pueda verse en distintas plataformas según el país en el que nos encontramos.
El gran conflicto con los derechos de las series tiene distintas aristas, que van desde disponibilidad al precio. Algunos casos son problemáticos en todo el mundo, como sucede con la mencionada Twin Peaks y también con Moonlighting. La serie de detectives/comedia/romance creada por Glenn Gordon Caron y protagonizada por Bruce Willis y Cybill Shepard merece un lugar en el Olimpo de la TV y su inclusión en una plataforma de streaming permitiría que una generación vuelva a verla y otra la descubra. Sin embargo, Moonlighting, producida por ABC (propiedad de Disney) no está disponible en ninguna plataforma, con la excepción de algún episodio subido a YouTube y de los pocos afortunados que compraron la colección en DVD lanzada en 2005.
Mientras las plataformas como Netflix, Amazon y Apple TV+ empezaban a producir sus propias series, los estudios y señales de televisión se dieron cuenta de que podían hacer el camino inverso y crear sus propios sistemas de streaming para colocar sus producciones, pasadas y futuras. Así Disney+, HBO Max y Peacock llegaron para competir en el mercado, munidos de bibliotecas repletas de éxitos para atraer a nuevos suscriptores, cuya decisión para pagar un servicio u otro no solo depende de las novedades que ofrecen las plataformas.
Disney tiene a su disposición toda su producción histórica y la de las empresas que fue comprando, como Lucasfilm (Star Wars), Marvel y 20th Century Fox (ahora rebautizada 20th Century Studios). La nueva HBO Max no solo cuenta con las series de HBO, varias de las cuales iniciaron la era de platino de la TV, como Los Soprano y The Wire, sino también con el catálogo de Warner, que incluye a la tan apreciada Friends y The West Wing. La sitcom fenómeno de los 90 estuvo hasta hace poco en Netflix en los Estados Unidos pero desapareció antes del estreno de HBO Max, su nuevo hogar; en la Argentina sigue disponible en Netflix pero habrá que ver qué sucede cuando desembarque la nueva plataforma de WarnerMedia en el país, seguramente en 2021.
También habrá novedades de cambios y nuevos agregados cuando finalmente llegue Disney+ a la región, anunciada para fin de este año. Tal vez entonces esté disponible Lost, que es una producción de ABC, el canal de aire norteamericano del que es dueño Disney. Con su cualidad adictiva propulsada por misterios inacabables, la serie de J.J. Abrams y Damon Lindelof era perfecta para el atracón en medio del confinamiento obligatorio pero el público argentino tuvo que quedarse con las ganas, porque no está actualmente en ninguna plataforma de streaming del país.
Es una incógnita que sucederá con Hulu, ahora propiedad de Disney, plataforma que tiene Lost, entre muchas otras series fundamentales de la actualidad y el pasado, como Absolutely Fabulous y The Office (versión británica), entre muchas otras (sus producciones, en América latina, suelen ser adquiridos por otras plataformas, como StarzPlay, que compró Normal People y The Great, y tendrá High Fidelity). O si llega al país Peacock, la flamante plataforma de NBC, que tiene en su catálogo clásicos de la comedia como Cheers, 30 Rock y Frasier, además del drama Friday Night Lights, entre otros. Ninguno de los títulos nombrados de ambas plataformas se pueden ver actualmente en la Argentina, donde la laguna de las series que faltan es tan grande que abarca a producciones legendarias de hace más de 50 años, como Yo quiero a Lucy yMASH, hasta nuevos clásicos de un par de décadas como Buffy, la cazavampiros. Con un poco de suerte, la guerra de las plataformas derive en más opciones para ponerse al día con esa gran parte de la historia de las series que el público argentino se está perdiendo.
Fuente: Marcelo Stiletano y María Fernanda Mugica, La Nación.