Si nos dejamos llevar por los titulares bomba y los trending topics, todo es tan inmenso que nada lo es realmente y somos Homero Simpson distrayéndose con el perro de la cola peluda. Lo hiperbólico del fanatismo actual, con el mundo a un click de distancia, relativiza fenómenos. En el medio de todo eso encontramos un show que nunca dejó de crecer, que suma récords de público y prestigio y combina las dos eras doradas de la televisión. Es un bicho tan raro, valioso y especial como su mitología y se llama Game of Thrones.
Después de casi 10 años en pantalla, la joya de la corona de HBO llega a su fin con una octava temporada que tendrá sólo 6 episodios y empieza este domingo a las 22. Lo que arrancó como un proyecto casi torpe y de ambiciones desmedidas, con un capítulo piloto fallido que tuvo que ser filmado nuevamente, terminó convirtiéndose en un espécimen único.
Algunos de sus números más sorprendentes: mantiene el hito de transmisión en simultáneo para un producto de este tipo (194 países), tuvo equipos técnicos rodando en hasta cuatro territorios distintos al mismo tiempo, un presupuesto de USD 90 millones para este cierre, fue el programa más pirateado por cinco años seguidos y tiene la mayor cantidad de premios Emmy ganados en un mismo año (12 en 2016, 47 en total, 132 nominaciones hasta la fecha).
Según Parrot Analytics, compañía de datos que mide la demanda mundial de audiencia, tenía un promedio de 7.191.848 Demand Expressions diarias, lo que la convertiría en la serie actual más popular. Sus ratings fueron subiendo entrega a entrega: en Estados Unidos el debut alcanzó los 9.3 millones de espectadores, mientras que su temporada 7 (transmitida en 2017), superó los 30 millones. La devoción por Game of Thrones generó un nuevo tipo de piratería y filtraciones que hizo que abogados y especialistas en seguridad cibernética tuvieran que generar nuevas herramientas, incluido un sistema para trackear los números y las locaciones de la descarga vía torrents de su temporada final en tiempo real, y ya esperan que sea la más bajada en la historia de Internet.
Mención aparte para el boom turístico. Westeros y Essos será continentes ficticios, pero sus contrapartes reales ganan un buen ingreso gracias a ellos. El país más beneficiado es Irlanda del Norte, ya que Belfast y alrededores funcionó como casa central. Ahí se puede encontrar lo que se usó como Winterfell y parte de Dragonstone. A partir del año que viene tendrá un circuito turístico de más de 10.000 metros cuadrados inspirado en uno similar que hay de Harry Potter, con decorados, utilería y vestuario. Le sigue Croacia, ya que Dubrovnik hizo de King’s Landing, capital del reino. No se quedan atrás Marruecos, Malta, España e Islandia, cada uno con su propia pequeña industria generada a partir de escenas icónicas filmadas ahí.
¿Una de las claves para conseguir todo esto? Supo usar las herramientas del hype actuales, con un modelo clásico de televisión premium. O sea, desde la estrategia empresarial mezcló lo mejor de ambos mundos. Por un lado, obligó al espectador a sentarse determinado día y hora, a esperar los acontecimientos semana a semana, como se hacía décadas atrás, a diferencia de la pulsión on demand en boga. Pero, por el otro, generó todo un universo paralelo que acompañó y alimentó el entusiasmo y las expectativas desde redes, con material detrás de escena directo a YouTube, muestras de arte online, debates y más.
Desde el relato también tuvo su propia alquimia. En una especie de diagrama de Venn de consumos culturales, GoT logró reunirlos a todos. Ya tenía adentro a los fanáticos del fantasy -que conocían el material original de George R.R. Martin-, pero supo tentar a los que buscaban acción, sexo, intriga política, chanchada medieval y juego de teorías. Los cinco libros ya publicados (entre 1997 y 2011) van de las 800 a las 1.200 páginas, tejen un mundo complejísimo plagado de protagonistas e intrigas. La titánica tarea de adaptar algo así acarrea tantas victorias como maldiciones. Esa labor cayó sobre David Benioff y D. B. Weiss, dos hasta ese entonces guionistas cuyo gran logro fue aprender de ese piloto defectuoso y balancear la trama para cautivar sin confundir.
En 2011 ya vivíamos lo que se conoce como una nueva «golden age» de la televisión, con títulos prestigiosos y queridos como Breaking Bad y Mad Men al aire, ambos productos de AMC que le deben mucho a la escuela HBO. Por ahí pasaba la charla «seria» sobre la pequeña pantalla, mientras que por otro carril crecían las series de «nicho» como The Walking Dead. La fantasía, ciencia ficción y terror estaban listas para dar el gran paso hacia el mainstream total, para acaparar el discurso, tal como en el cine lo lograron Star Wars, El Señor de los Anillos, Harry Potter y Marvel. Lo que antes era de culto ahora sería colectivo, sólo se necesitaba un gran show que reuniera a todos. El ejército de fans ya cautivos esperaba online desde que en 2007 anunciaron que Canción de Hielo y Fuego (A Song of Ice and Fire, tal como se llama la saga) iba a ser adaptada, preparados para salir a predicar la palabra del gran Martin.
El camino de Benioff, Weiss y todo su elenco fue tan gradual y consistente como el de los mismísimos Jon Snow y Daenerys Targaryen. Convertirse en una sensación de la cultura mundial no sólo se consigue con números contundentes, se necesita que esa audiencia dialogue constantemente con el producto, sólo así se pasa de «algo que miramos» a algo que vivimos, algo que está tan arraigado al zeitgeist que es imposible ignorar. Ser una especie de lenguaje global en tiempos en los que, pese a la comunicación casi ilimitada, todo es cada vez más segmentado es el gran logro de Game of Thrones. Su comunidad variopinta -en la que aparece el obseso del material original, el analista político, el humorista y el adolescente consumista- ayudó a lanzar carreras, vender zapatillas, whiskyes, galletitas, discos y un sinfín de productos antes impensado para una ficción adulta.
Netflix, Amazon y los cientos de canales y servicios de distribución y producción que hay ahora trabajan de una manera u otra en base a algoritmos y división, con recomendaciones cada vez más fragmentadas y orientadas. Los conceptos cine y televisión están en debate constante. Los fenómenos son calculados, inmediatos y fugaces. Sacuden a su demográfica, pero su impacto se achica a medida que uno se aleja. Los sucesos televisivos omnipresentes en la charla cotidiana, los medios y la cultura, duraderos, esos que interpelan y penetran, son una especie en extinción, tal como dragones y lobos huargos en Westeros. Hoy tenemos uno frente a nosotros, aunque sea por seis semanas más. No sabemos cuándo volveremos a cruzarnos con algo así, o si volveremos a tener algo así. Game of Thrones es la última gran serie de televisión y, como sus protagonistas, está lista para hacer historia una vez más.