El extraordinario triunfo de Parasite en la noche del Oscar adquiere el carácter de histórico por todo lo que representa hacia el futuro. Hollywood recibió anteanoche un mandato que no paró de crecer a lo largo de la temporada de premios desde que Bong Joon-ho, su director y figura excluyente del momento, les dijera en su idioma a los habitantes de la capital mundial del entretenimiento que «tendrán muchas más películas increíbles una vez que superen la barrera de una pulgada de altura de los subtítulos».
Estas palabras fueron dichas desde el escenario de los Globo de Oro, en el comienzo de un frenético recorrido de cuatro semanas en las que Bong y Parasite se vieron dentro de una ola de entusiasmo y respaldo que no paraba de crecer. El decisivo premio al mejor elenco otorgado a Parasite en la fiesta anual del Sindicato de Actores y la ovación sin fin que se le tributó a Bong en el almuerzo con que la Academia agasajó a los nominados al Oscar de este año fueron señales de ese camino ascendente coronado anteanoche en el Teatro Dolby, con un final que tuvo un poderoso significado simbólico.
Todo el mundo vio en vivo y en directo cómo varias estrellas, con Tom Hanks y Charlize Theron a la cabeza, se plantaron en sus asientos y al grito de «¡up, up!» se negaron a que los organizadores bajaran las luces y dieran por terminada la ceremonia.
El mensaje hacia la industria de Hollywood que dejó ese gesto resultó muy claro. Aquellas palabras de Bong en la fiesta de los Globo de Oro (y todo lo que dijo después en sus muy festejados agradecimientos por cada Oscar ganado) debían convertirse, por fin, en el prólogo de un manual de instrucciones diseñado por Hollywood para actuar de aquí en adelante. El manual del tantas veces declarado camino hacia la apertura y la inclusión.
En un universo tan endogámico, autorreferencial y refractario, hechos como el ocurrido en el cierre de la fiesta del Oscar resultan casi revolucionarios. Aunque no hacen más que reconocer cómo funciona la industria a partir de su nuevo perfil global y sus cambiantes hábitos de comportamiento, producción y consumo.
Aunque suene incómodo para el manual de corrección política desplegado en alfombras rojas y discursos durante esta temporada de premios, la primera señal de esta apertura tan pronunciada pasa por el carácter cada vez más internacional de la industria y, por consiguiente, la disminución de la influencia del mercado estadounidense en las estrategias globales. La industria crece más que nunca en Asia, por más que la crisis sanitaria del coronavirus haya paralizado por tiempo indefinido la actividad cinematográfica en China, hoy el mercado más fuerte del mundo.
Lo que ocurrió con Parasite aparece como el primer paso de un largo proceso que Hollywood quiere acompañar con la tantas veces proclamada amplitud del espacio que le concede a las mujeres, los latinos, los afroamericanos, etc.
Lo que no tuvo el reparto de nominaciones de este año trató estérilmente de remediarse en una ceremonia tan desconcertante que perdió el 20 por ciento de la audiencia del año pasado y tuvo el rating televisivo más bajo de la historia. No hay nada más inútil que mostrar en los hechos una cosa y querer remediarla con otra de manera culposa, como ocurrió todo el tiempo el domingo.
Las simulaciones terminaron con el triunfo de Parasite y con la agudeza de Bong, que supo destacar en sus agradecimientos a dos de sus colegas incluidos junto a él en la lista de directores nominados de este año: Martin Scorsese y Quentin Tarantino. De esas menciones (sobre todo al segundo, que hizo muchísimo para que el cine de Bong se difundiese en los Estados Unidos) también surge, nítido, el mensaje de este Oscar distinto de todos los demás. Primero, no hay tanta distancia entre el cine estadounidense y «expresiones foráneas» que deben verse subtituladas. Y segundo, ahora es posible prestarle atención a lo que pasa en territorios en los que el cine puede funcionar a la vez como expresión artística y como muestra de arte masivo y popular.
En ese sentido, Parasite funciona como un ejemplo: una obra apreciada en los circuitos más exigentes (ganó nada menos que el Festival de Cannes, desde el cual se festejó con llamativo entusiasmo lo ocurrido en Los Ángeles) y también un éxito global de taquilla, algo que no resulta infrecuente en un país como Corea del Sur, cuya población prefiere apoyar fervorosamente a su producción de cine local frente a la oferta de películas extranjeras.
La ceremonia del Oscar puso en escena el laberinto del que Hollywood no puede salir. Se metió en él con un espíritu conservador tan extraño que reniega de su propia historia. Y para evadirse recurre a un plan de fuga cargado de demagogias y frases efectistas con más ruido que utilidad.
Hasta que Bong y Parasite despertaron tanto entusiasmo que hasta llegó a imaginarse a través de ellos el primer esbozo de una posible escapatoria, que a la vez funciona como primer inventario para el futuro. Se apoya en una cita que el propio Bong le atribuyó a Scorsese: «Para hacer películas, la visión más personal resulta la más creativa». Esa inspiración, que Hollywood extravió desde hace tiempo, puede empezar a recuperarse con una salida al mundo.
Fuente: La Nación