Camila Perissé murió a los 70 años. La actriz venía luchando desde hacía años con distintas afecciones y en plena pandemia se contagió en dos oportunidades de Covid-19, complicando aún más su estado de salud. Estaba internada en el Hospital Español en estado crítico a causa de una neumonía, según confirmó el marido de Perissé, Julio Fernández. “Su cerebro ya no responde”, afirmaba hace cinco días.
Hay muchísimas historias en el mundo del espectáculo como las de Perissé. Dueña de un talento artístico apreciable y de una figura agraciada, debería ser recordada antes que nada por el reconocimiento alcanzado en distintos escenarios (sobre todo en la pantalla de TV) durante su momento de esplendor, en la década del 80. Pero como tantas otras figuras, ella en un momento quedó atraída (y atrapada) por los excesos y los brillos engañosos que suelen aparecer junto al éxito rápido.
El resultado es conocido, porque se aplica a innumerables ejemplos. Perissé se enfrentó al ocaso de su vida sin vestigio alguno de aquel tiempo de fama. Se había quedado sin recursos económicos, sin puertas para tocar y sin un solo espacio propicio para el regreso al mundo que la vio brillar.
Los coleccionistas del morbo y los cultores del sensacionalismo inundarán las redes sociales con imágenes recientes de la casi irreconocible Perissé de los últimos años, muy lejos de la belleza y la poderosa sensualidad que exhibía en aquellos momentos triunfales de canto y baile junto a Tato Bores. Y se limitarán a repetir las confesiones más descarnadas de la artista. “Ya no queda mucho de aquella mujer que fui”, dijo cuando empezaron a conocerse sus penurias. Hablaba de un tiempo en el que recibía invitaciones muy parecidas a las que Robert Redford le hizo a Demi Moore en la ficción de Propuesta indecente.
Establecidas así las prioridades del recuerdo, es muy alto el riesgo de dejar de lado lo más importante. En el tramo final de su vida, Perissé parecía estar genuinamente arrepentida de las decisiones que la arrastraron a una larga etapa de padecimientos físicos y confusión personal. Estaba dispuesta a encontrar la paz interior.
“Nunca fui vedette, sino que trabajé de vedette y para mí fue como hacer un personaje más. Lo gracioso es que la gente veía en mí algo que yo no era. Por eso siempre digo que los que me conocieron por mi c… me adoraron y los que me conocieron por mi cabeza me temieron”, le confesó a LA NACION en una reveladora charla publicada en 2013.
Una crucial elección de vida la mantuvo voluntariamente fuera de la Argentina durante 17 años. Se fue con su esposo, el músico Julio “Chino” Fernández, en 1996 y no regresó hasta 2008. Quería en ese momento, según reconoció a su vuelta, dejar definitivamente atrás esa imagen de símbolo sexual que había acompañado los momentos más exitosos de su carrera artística. También el oscuro período marcado por dependencias y adicciones.
“Mi época en la droga fue tremenda. Un día me tomaba todo y quizás al siguiente no. Pero nunca fui promiscua ni alcohólica. En esa época los caballeros (algunos, no todos) traían bolsitas para que consumieras y luego llevarte a la cama, pero a mí me podrían haber llevado un cargamento de cocaína y jamás hubiera aceptado. El foco autodestructivo estaba muy claro. Era la droga”, llegó a confesar a la revista Caras.
Perissé tocó fondo en 1987, cuando fue internada en una institución para personas con problemas mentales. Dice que logró recuperarse a pura convicción y fuerza interior. “No existe nada de afuera que te pueda ayudar. Vos podés ir a un lugar para que te desintoxiquen, pero la determinación siempre es única, privada y personal”, agregó.
Fue todavía más lejos. Contó que “solo esperaba la muerte porque estaba todo terminado”. Hasta que conoció a Fernández, quien se mantuvo junto a ella hasta el final, acompañándola durante ese primer tramo de la relación en todo su largo periplo por Estados Unidos, España e Inglaterra, un viaje que Perissé consideraba indispensable para curar definitivamente sus heridas y dejar atrás la etapa en la que el triunfo artístico convivió con excesos casi fatales.
A ese momento de éxito llegó después de una vida que tuvo en la niñez y la adolescencia características propias de cualquier chica de clase media, en este caso llegada a Buenos Aires desde Mar del Plata, donde Perissé nació el 1° de enero de 1954. Su apellido real era Porro y eligió el materno como nombre artístico. Hizo buena parte de su educación formal en el Lenguas Vivas, pasó por la Cultural Inglesa, estudió guitarra y obtuvo a los 15 años su primer título, el de profesora de danzas nativas.
Llevó adelante su vocación artística formándose junto a Carlos Gandolfo, Julio Ordano y Hedy Crilla, y debutó bajo la dirección de esta última en 1976 con Despertar de primavera. Su nombre y su figura comenzaron a hacerse notar cuando formó parte del elenco de La señorita de Tacna, obra de Mario Vargas Llosa que encabezó Norma Aleandro, dirigida por Emilio Alfaro, en 1981. Allí, en plena dictadura militar, Perissé se arriesgó a un desnudo total en escena, aunque siempre de espaldas.
Al mismo tiempo empezó un camino distinto en el cine y la televisión, primero con papeles menores en películas picarescas. Y más tarde, con una rutilante presencia en los ciclos cómicos de Tato Bores que no tardaría en llamar la atención. Había empezado en la pantalla chica junto a Juan Carlos Calabró, pero vivió la consagración junto a Bores, primero con Tato vs. Tato (1980) y un año después en Tato %. Allí había logrado muy rápidamente un lugar central cada domingo con un lujoso cuadro propio de danza, coreografía y canto, sumada a sus apariciones permanentes en los sketches.
Allí empezó a vivir una aventura sentimental con Sebastián Borensztein, uno de los hijos de Tato, y también enfrentó una denuncia muy comentada de playback (se decía que su voz era doblada por la cantante profesional Marianella) que forzó el desplazamiento del programa de Dalma Milebo (por entonces llamada Millevos), enfrentada con Perissé por ese tema.
El crecimiento profesional de Perissé por esos años parecía imparable y todos querían aprovechar la atracción que despertaba cada domingo junto a Tato, pero en otra dirección. Así se convirtió en una de las protagonistas femeninas de la fugaz telecomedia de Canal 13 LR13 Radio Amor, hizo humor junto a Mario Sánchez (¡Viva la risa!) y hasta terminó como protagonista de la telenovela Esa provinciana. Allí interpretaba a una mujer del interior (chaqueña, para más datos) que se enfrentaba al desconcierto de una nueva vida en una gran urbe mientras se enamoraba de su galán, Juan José Camero.
El recorrido se completó con la fallida miniserie Al Sur, filmada en San Martín de Los Andes en 1984 junto a Ricardo Darín, Carlos Calvo y Cristina Murta. Allí Perissé personificaba a la propietaria de un camping y no dejó de recibir críticas negativas por esa actuación. Era el pico de una sucesión de cuestionamientos a la carrera de una figura que había sido llevada por las necesidades de la fama rápida a multiplicar su presencia en espacios que terminaron desequilibrándola en más de un sentido.
El ejemplo más cabal de esta caída es la sucesión de títulos que tuvo en aquel momento su carrera en el cine: Atrapadas, Las lobas, Las esclavas, Los gatos, Delito de corrupción. Tenía que mostrar el cuerpo, ensayar poses insinuantes, mover a sus personajes en ambientes oscuros y sórdidos. Estereotipos de una realidad marcada en la ficción por toda clase de excesos, algunos de los cuales practicó en la vida real. Pagó por ellos un altísimo costo.
Después de un prolongado silencio y una reaparición muy pasajera en Zona de riesgo (1993), el hastío, el cansancio y una clara voluntad personal de cambio la llevaron silenciosamente a dejar la Argentina. Primero se instaló junto a Fernández en Nueva York, donde manejó un espacio de comidas y jugos naturales llamado Cafetín. También se dedicó al diseño (a través de un negocio dedicado al reciclaje artesanal de muebles) y la gimnasia. Los atentados de septiembre de 2001 impulsaron a la pareja a cambiar Nueva York por España e Inglaterra, sin tanta suerte como antes en los emprendimientos laborales (intentó ser broker inmobiliaria), hasta que se hizo inevitable el regreso.
De nuevo en la Argentina, Perissé encontró a fines de 2008 un primer momento de sosiego en el partido de Lobos. Dio clases de inglés y llevó adelante un programa de radio con un impulso que la llevó también a volver al cine y al teatro con un par de proyectos independientes, completamente ajenos a sus apariciones de otro tiempo en la pantalla.
La pareja se estableció en 2015 en un paraje llamado Mariano Benítez, a 30 kilómetros de Pergamino. Vivían en una casa con muchos perros que ni siquiera contaba con agua potable. La falta de trabajo se agravó con los problemas de salud que empezaron a aparecer, especialmente una fractura de cadera luego de una caída.
Perissé encaró una difícil convalecencia que incluyó tres operaciones mientras se aferraba cada vez más a la fe budista. Mientras tanto, Fernández confesaba en televisión los duros momentos que atravesaba la pareja. “Hace tiempo que no trabajamos. Hemos vendido todo. No nos queda ni un peso. Hay días que comemos y otros que no”, admitió en el programa Confrontados.
La última gran aparición pública de Perissé fue en el programa Quién quiere ser millonario, más dedicado a contar historias de vida con gran carga emotiva que a premiar el conocimiento con una recompensa en dinero. Pero logró las dos cosas: revivir su carrera y su presencia ante el público y llevarse 180.000 pesos por responder bien varias de las preguntas del ciclo.
Con todo el mundo a sus pies en el comienzo, dueña de nada en el final, Camila Perissé vivió una historia muy conocida. Ese mismo mundo que la vio triunfar terminó aprovechándose de ella. Dejó constancia hasta la despedida definitiva del enorme esfuerzo que hizo en el último tiempo, cuando ya era demasiado tarde, para tratar de cambiar su destino.
Fuente: Marcelo Stiletano, La Nación
Fuente: Infobae