Alude también al momento que vive hoy, particularmente tomado por la palabra escrita. Porque no solo protagoniza, desde hace varias semanas, Norma en la nube, espacio de Film & Arts donde la actriz lee sus propios cuentos, sino que además está embarcada en la puesta a punto de Confieso que pinto, libro que la editorial Fera publicará el mes que viene, con cuentos y dibujos hechos por ella misma. «No me aburro», asegura entre risas. Y cuenta que, por estos días en los que el mundo exterior se presenta tan hostil y su mundo interior está tan teñido de palabras, le gusta hacerse el tiempo para releer los cuentos de la canadiense Alice Munro. «La adoro», asegura con vehemencia. Explica que, en las pausas entre sus propios textos y el trabajo que le demandan, la relectura de ciertos autores le hace bien. Recomienda sumergirse en el universo deOjos azules, la novela de Toni Morrison. Y, si la idea es recorrer territorios más ligados a la ironía, inclinarse por los cuentos de Saki o La biblia de neón, de John Kennedy Toole, autor «que escribió poco pero bello», afirma. «Un genio», agrega, por si quedaran dudas. Cuenta que, a la hora de encender la televisión, está optando por las series de origen coreano -una ventana hacia otra sociedad y otros modos de entender la cultura- y, cada tanto, viaja con las imágenes de los documentales de National Geographic. Para bailar y relajarse opta por Ravi Shankar o Janis Joplin y, para compartir un momento en pareja, sugiere permitirse las deliciosas y aromáticas artes del wok, como hacen ella y su marido, Eduardo Le Poole.
RECETA
Wok de langostinos. Delicias de la comida thai para despertar los sentidos
Antes de la cuarentena, Norma y su marido eran habitués del restaurante a puertas cerradas Casa Lotus. Ahora lo siguen siendo, gracias al take away y la audacia de, algunas noches, recrear en casa el wok de langostinos de la chef Seso Carena. Saltean en un wok vegetales de estación, los condimentan con salsa de ostras, salsa de pescado y azúcar. Aparte, saltean con un poco de aceite y ajo los langostinos, los condimentan. Y, cuando quedan como acaramelados, los colocan sobre los vegetales. Dónde conseguirlo. Instagram, @casalotusthai; Facebook, @CasaLotus
SERIE
Mi señor.
«Corea del Sur es muy joven como país libre, por eso está en condiciones óptimas para la creación. Y sus series nos cuentan cómo viven los coreanos, qué les pasa, qué se preguntan», explica Aleandro, que acaba de ver el último capítulo de Mi señor. Destaca, por sobre todo, las interpretaciones («está actuada como los dioses», se entusiasma) de esta serie que cuenta una historia intimista: el encuentro de un hombre que promedia los cuarenta años con una chica que ronda los veinte, y el modo en que ambos se vinculan, se ayudan y acompañan, cada cual con sus heridas y cargas a cuestas. Pero, como en muchas realizaciones cinematográficas de ese país, el tono íntimo se entrecruza con el registro de un entorno social cruel. «En estas producciones -se explaya Aleandro- hay una crítica muy interesante a su propia vida, a su modo de vivirla. Y un respeto enorme a las religiones e ideas de los demás. Yo los veo muy dispuestos, receptivos». Dónde verla. En Netflix
MÚSICA
Pearl, de Janis Joplin. Una voz poderosa que desafía el paso del tiempo
La belleza de los blues con los que Janis Joplin hacía algo más que cantar es parte de la música que por estos días rodea a Norma Aleandro. Ella sugiere, además, las canciones de Bob Dylan, el universo musical de Ravi Shankar («para bailar, para relajarse») y, desde otro registro, la intensidad de Carmina Burana. Dónde escucharlos. En Spotify, Deezer y en CD.
LECTURA
La escritura, un camino para llegar a casa
El discurso de aceptación del Nobel 2013 por parte de Alice Munro -autora que Norma Aleandro recomienda con fervor- fue una entrevista realizada por la televisión sueca; aquí, los pasajes centrales de aquel texto. (Fragmento del prólogo de Todo queda en casa (Lumen). Entrevistador: Stefan Åsberg. Producción: Sveriges Utbildningsradio AB y Sveriges Television. Grabado el 12 y 13 de noviembre de 2013, en Canadá).
Por Alice Munro
Me interesé muy pronto por la lectura gracias a un cuento, La sirenita, de Hans Christian Andersen, que alguien me leyó. No sé si se acordará usted de La sirenita, pero es un cuento muy triste. La sirenita se enamora del príncipe, pero no puede casarse con él porque ella es una sirena. ¡Era tan triste.! No recuerdo los detalles. Pero en cualquier caso, en cuanto terminó el cuento salí fuera y estuve dando vueltas y vueltas alrededor de la casa donde vivíamos, una casa de ladrillo, e inventé un cuento con un final feliz, porque pensaba que la sirenita tenía derecho a ser feliz; me inventé un cuento distinto solo para mí, que no recorrería el mundo, pero pensé que lo había hecho lo mejor que pude; la sirenita se casaría con el príncipe y viviría feliz para siempre, lo que ciertamente se merecía, puesto que había hecho cosas terribles para ganarse la voluntad del príncipe. Había tenido que transformarse hasta conseguir unas piernas como las que tiene la gente corriente y caminar, ¡pero cada paso que daba era dolorosísimo! Estaba dispuesta a pasar por eso para conseguir al príncipe. Así que pensé que merecía algo más que morir en el agua. No me preocupó el hecho de que seguramente el resto del mundo no conocería el nuevo cuento, porque para mí era como si se hubiera publicado desde el primer momento en que pensé en ella. Así que ahí lo tiene. Fue un temprano inicio en la escritura.
-Díganos: ¿cómo aprendió a contar una historia, y a escribirla?
-Yo inventaba historias constantemente; el camino de casa a la escuela era largo, y por regla general durante ese trayecto inventaba historias. Conforme fui creciendo los cuentos versaban cada vez más sobre mí misma, era como una heroína en una u otra situación; no me molestaba que los cuentos no se publicaran enseguida y no sé si pensaba siquiera en que otras personas los conocieran o los leyeran. Lo importante era la propia historia, generalmente una historia muy satisfactoria desde mi punto de vista, teniendo en mente la valentía de la sirenita, que ella era inteligente, que era capaz de hacer un mundo mejor, porque actuaba y tenía poderes mágicos y habilidades por el estilo.
-¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiva de una mujer?
-No creía que eso fuera importante, pero tampoco pensaba nunca en mí misma como en algo que no fuera una mujer, y hubo muchas buenas historias sobre niñas y mujeres. Quizá al llegar a la adolescencia el asunto tenía más que ver con ayudar al hombre a satisfacer sus necesidades, etcétera, pero de niña yo no tenía absolutamente ningún sentimiento de inferioridad por ser mujer. Y es posible que eso se debiera al hecho de haber vivido en una parte de Ontario donde eran sobre todo las mujeres las que leían, las que contaban la mayoría de las historias, mientras los hombres estaban fuera haciendo cosas importantes; ellos no se dedicaban a las historias. De modo que me sentía como en casa.
-¿Cómo le inspiró aquel entorno?
-No creo que necesitara inspiración alguna, pensaba que los relatos tenían mucha importancia en el mundo, y yo quería inventar algunos de ellos, quería seguir haciéndolo, y eso no tenía nada que ver con los demás, no tenía por qué decírselo a nadie, y hasta mucho después no comprendí que sería interesante que pudieran leerlos más personas.
-¿Qué es lo importante para usted cuando cuenta una historia?
-Bueno, en aquellos primeros días lo importante era, sin duda, el final feliz, pues yo no toleraba finales infelices para mis heroínas. Más adelante empecé a leer obras como Cumbres borrascosas, y había finales muy, muy infelices, de modo que cambié mis ideas por completo y opté por lo trágico, y me gustó.
-¿Qué puede haber tan interesante en la descripción de la vida provinciana canadiense?
-Hay que estar allí. Pienso que cualquier vida puede ser interesante, cualquier entorno puede ser interesante. Creo que no habría sido tan osada si hubiera vivido en una ciudad, compitiendo con personas con lo que puede denominarse un nivel cultural, en general, más alto. Yo no tuve que enfrentarme a eso. Era la única persona que conocía que escribía cuentos, aunque no se los contara a nadie, y hasta donde sabía, al menos durante un tiempo, la única persona capaz de hacerlo en el mundo. (…)
-¿Hasta qué punto le absorbe la historia cuando está escribiendo?
-¡Ah, por completo! Pero siempre daba de comer yo a mis hijos, ¿eh? Yo era un ama de casa, de modo que aprendí a escribir en los ratos libres, y creo que nunca lo dejé, aunque hubo momentos en que me sentí muy desalentada, porque empecé a ver que los cuentos que escribía no eran muy buenos, que tenía mucho que aprender y que era un trabajo muchísimo más difícil de lo que yo esperaba. Pero no me detuve, no creo que lo haya hecho nunca.
-¿Qué parte es la más difícil cuando quiere contar una historia?
-Creo que probablemente cuando terminas la historia y te das cuenta de lo mala que es. Ya sabe: la primera parte, entusiasmo; la segunda, ¡bastante bueno!; pero luego te levantas una mañana y piensas «Qué disparate», y es entonces cuando realmente tienes que ponerte a trabajar en ello. A mí siempre me parecía que eso era lo que tenía que hacer: si la historia no funcionaba era culpa mía, no de la historia.
-Pero ¿cómo le da la vuelta a la historia si no se siente satisfecha?
-Trabajando duro. Intento pensar en un modo mejor de contarla. Tienes personajes a los que no has dado una oportunidad, y tienes que pensar en ellos o hacer algo completamente distinto con ellos. En mis primeros días era propensa a utilizar una prosa muy florida, y poco a poco aprendí a eliminar muchas cosas. Solo hay que seguir pensando en ello y averiguar cada vez más de qué iba la historia, al principio creías que la habías entendido, pero en realidad tenías más que aprender de ella. (…)
-¿Cómo ha ido cambiando su escritura con la edad?
-De una manera muy predecible. Empiezas escribiendo sobre hermosas princesas jóvenes y luego escribes sobre amas de casa y niños, y más tarde sobre ancianas, y eso sencillamente ocurre, sin que intentes hacer algo a propósito para cambiarlo. Cambia tu visión.
-¿Cree que ha sido usted importante para otras escritoras por ser ama de casa, por ser capaz de combinar el trabajo doméstico con la escritura?
-En realidad no lo sé, aunque espero haberlo sido. De joven acudí a otras escritoras, y eso supuso un estímulo para mí, pero no sabría decirle si he sido importante para otras. Pienso que ahora las mujeres lo tienen no diría mucho más fácil, sino mucho mejor para hacer algo importante, no solo tontear con un juguete al que se dedican mientras los demás están fuera de casa, sino tomarse realmente en serio la escritura, como lo haría un hombre.
-¿Qué impacto cree que produce en las personas que leen sus cuentos, sobre todo en las mujeres?
-Quiero que mis cuentos conmuevan a las personas, no me importa si son hombres, mujeres o niños. Quiero que mis cuentos cuenten algo sobre la vida que haga que la gente diga: «¡No, eso no es verdad!», pero sentir una especie de recompensa de la escritura, y eso no significa que tenga que haber un final feliz, sino simplemente que todo lo que cuenta la historia conmueva al lector de tal modo que cuando haya terminado sienta que es una persona distinta.
Fuente. La Nación