El territorio de ese centenar comprende un radio de unas cuatro cuadras de arena y tierra. Su centro es un pequeño muelle de madera que cuenta con un improvisado gazebo. Bajo esa sombra anhelada por todos, hay un hombre con gorra y lentes de marco negro; otro, con anteojos, sombrero, bigotes y pelo largo colorados, lleva un traje de neoprene que solo cubre de su cintura para abajo. Ambos miran a través de una cámara que apunta al río.
Los que están fuera del gazebo hacen sombra con paraguas y pantallas de plástico blancas, hablan por comunicadores pegados a los labios secos; llevan y traen cintas adhesivas o trípodes y cámaras pequeñas; dan coordenadas; piden más agua; tiran trapos verdes y rojos a un tacho con agua verde; y cuando pueden, se guarecen rendidos en la zona de árboles bajos que se encuentra en paralelo al río, a unos cien metros. A pesar de ser leonina, el agua suena cristalina y fresca, una invitación al chapuzón … pero es imposible. Acá se trabaja.
«Que Ceci se quede en el tráiler hasta que sea su escena; en treinta que venga Pablo»; «Rafa arranca ahora; que los chicos descansen un poco más»; dicen, en un diálogo coordinado, los asistentes de producción de Los internacionales, la nueva serie policial de Viacom Internacional Studios (Vis), Mediapro y Flow, que tendrá como protagonistas a Cecilia Roth, al colombiano Pablo Shuk y a Rafael Ferro y se verá en este primer semestre por Telefe y Flow.
En uno de los días más calurosos del año, LA NACION es testigo de cómo se rueda el último capítulo de la historia basada en el libro del periodista Nahuel Gallotta, La conexión Bogotá. La serie, de ocho capítulos, es una ficción inspirada en esa investigación periodística, que relata cómo es la vida de esos ladrones colombianos, «los internacionales» del título, que en plena debacle económica y política de 2001, vinieron al país a aprovecharse de quienes le escaparon al corralito bancario y guardaron sus dólares en sus casas.
«Tormenta solar, cagamos, no hay drone«, dice el director Pablo Ambrosini, el de la gorra, desde el gazebo. Se acomoda un trapo verde y otro rojo húmedos alrededor del cuello, mira el cielo. Alguien explica por lo bajo que los circuitos de esos aparatos no funcionan bien en esas circunstancias. Las escenas del río se harán con la cámara que descansa bajo la sombra. El hombre de neoprene, el director de fotografía, se mete en el río y analiza el paisaje. Una lancha se acerca; allí se subirá Shuk en breve. Un asistente que lleva una toalla roja alrededor del cuello, como la mayoría de sus compañeros, le pregunta al hombre feliz que se parece a Charly García en los 80, «¿No tenés calor con esos pantalones de plástico?». El agua le llega a la cintura. Sigue sonriendo. Un aire caliente se levanta y muere. Trae olor a tierra seca. A menta también. Sí, menta.
Ladrón, con códigos
«A Fausto le pediría perdón porque estamos haciendo una serie que no se parece nada a su realidad . y también le agradecería por permitirnos hacer de su historia una ficción, que en realidad se inspira en el libro», dice Shuk, con tono calmo y pausado, sobre el ladrón de guante blanco que entrevistó Gallotta para su investigación y que es el personaje principal de la serie.
Shuk es Fausto, el jefe de la banda. Está listo para su escena en el río. Mientras espera su turno habla con LA NACION en un motorhome cuyo aire acondicionado suspira hilos tibios. Es el mediodía y el actor, que se destacó en series como Narcos y Fariña, rueda desde las siete de la mañana. La jornada se extenderá hasta después de las 18. El cansancio se nota, pero a pesar de eso y del «no aire», se predispone amable.
«Mi personaje en el libro es un lobo solitario, pero en la serie convoca a unos jóvenes y viajan a Buenos Aires para aprovecharse de la crisis. Ellos escapan también de una situación que se da en toda América latina por la que un grupo de menos favorecidos comienzan a robar, porque lo que no reparte el gobierno lo reparte la gente», explica a modo de justificación.
Es la primera vez que trabaja con Rafa Ferro y con Cecilia Roth, quienes serán sus antagonistas. Esos argentinos estarán del lado de la ley… o algo así. «Ojo con los spoilers«, recuerda el asistente de prensa atento y risueño. «Es un placer trabajar con ellos. Soy súperfan de Cecilia y eso es intimidante, es todo un honor», retoma Shuk.
Los Internacionales «se caracterizan por robar por todo el mundo y tener códigos que respetan a rajatabla. No usan armas», aseguró a LA NACION Gallotta, vía WhatsApp.
«Usan engaños -comenta Shuk-. No tener armas implica que si los agarra la policía es menor el delito y es excarcelable. Lo robado se reparte en partes iguales. Si alguien del grupo no pudo irse se le guarda su parte, si alguien está en la cárcel y tiene hijos, se encargan de cuidarle al hijo y a su familia. Son códigos que aparentemente existen».
Porque sí, los Internacionales existen en el mundo real. La banda nunca fue desarticulada y se cree que siguen robando por el mundo. El Fausto real vive en algún lugar de Latinoamérica luego de cumplir un par de condenas, aseguró Gallotta a este diario ¿Verá la serie por Netflix? «Sé que la última vez que estuvo en la cárcel, los otros reclusos tenían el libro y lo estaban leyendo. Así que lo leyó y le gustó», aseguró el periodista.
En tiempos en los que abundan las series con antihéroes, y en las que el mundo de la delincuencia a veces corre el riesgo de ser demasiado «romantizado» por los guionistas, Shuk aclara: «Estos personajes no tienen nada de Robin Hood. Sí, como el libro describe, todo lo que hacen lo hacen por sus familias. Con la primera plata que roban le compran una casa a su mamá, a sus hermanos y sus hijos. Pero es para beneficio personal básicamente».
No obstante, cree que su personaje se ganará a los televidentes. «Fausto y los muchachos van a empatizar con el público, pero no necesariamente se legitimiza lo que hacen. Por otra parte están los policías y la Justicia, que es corrupta, y ellos son víctimas también de injusticias. Él va a la cárcel por once años y quiere venganza. Pero nuestro trabajo, el de actor, no tiene que ver con dar moralejas, ni apoyos morales, aunque a veces lo hacemos. Uno de los motivos por los cuales me gustó mucho el guion es que no se juzga a alguien y al final se castiga porque tomó malas decisiones. Aquí más bien estás mostrando la vida misma».
¡Atento spoiler! Hoy se resuelve la serie. Pero el rodaje seguirá. Cecilia Roth aún está en su propio motorhome, en plena preparación de su personaje. En la parte trasera del vehículo, desde una pequeña habitación con cuchetas, comienzan a salir tres muchachos y una chica. Tienen entre 21 y 25 años. Son la banda colombiana de Shuk.
Muchachos, muchacha
Una madeja de árboles de moras, un montículo de arena y una pared de ladrillos gigantes de piedra dan cierto respiro al pequeño rincón del predio infernal. Allí, detrás del motorhome con el aire acondicionado que suspira, los actores jóvenes de la serie sonríen y bromean. Menos uno de ellos, que se pasea de un lado a otro. Explica: «Necesito que el aire me entre por la nariz».
La joven asiente. «Se siente mal», dice Ramistelly Herrera o Jennifer, la chica de la banda. Camilo Amores, el engripado, dentro de media hora estará dentro del río, gritando. Saldrá y se envolverá con una toalla. Luego volverá a entrar. Los labios azules. Pero tiene experiencia. Ya estuvo en Narcos, El Chapo y otros productos de Netflix.
«Venimos a arruinarle la vida un poco más a los argentinos», dice tratando de respirar, hablar y sonreír a la vez. Habla de su personaje, Mario, el chico duro del grupo que no tolera equivocaciones.
«Es cierto, robamos, pero no le queremos hacer daño a las personas. Cumplimos con los códigos», dice simpática la joven, que define a Jennifer: «Es muy soñadora y luchadora. Le pone el poder femenino a la fuerza masculina».
«Nuestros personajes tienen un ritual, que es decir una oración de protección para nosotros y para las personas a las que les vamos a robar para que se les devuelva el doble todo en la vida», explica el chico duro.
Casi 40 grados. «¿Y dicen que en Colombia hace calor?», comentan. En ese país también rodaron junto a Shuk, el jefe. En total se realizarán exteriores en 60 locaciones diferentes entre los dos países.
Sebastián Osorio es Walter, el novio de Jennifer. Mira las manchas de mora en las piedras, trata de despegarse la musculosa del cuerpo, se lleva los rulos hacia atrás y cuenta: «Somos de barrios marginales de Bogotá, y nuestro sueño siempre ha sido ser un Internacional. Es como ser Robin Hoods para nosotros mismos y para ayudar a nuestras familias».
Cristian Vega es Tino, el más alto. También es el más tierno del grupo. «Tino es el más emocional, es inocente, está enamorado de lo que hace y es muy leal, pero es un poco torpe y Walter no se lo perdona mucho».
Contento, el grupo desea una segunda temporada y por las dudas Osorio le dice a la cronista: «¡Recuerden que después estamos libres y a la orden para otra serie!». En unos minutos, deberán salir al sol y acercarse a la lancha que los espera en el río. Lo único que pedirá Vega a las dos maquilladoras, a metros del muelle, es más filtro solar.
«No hay un gran trabajo de maquillaje que debamos hacer, es retocar con polvo para que la piel no les brille tanto», dice una de ellas cerca de un camión con botellas de agua y materiales de utilería. Un líquido rojo pasa de mano en mano y algo huele a menta.
Los malos y sus matices
«Siempre hago de malo. No sé por qué.. y bué.. hay que pagar los colegios», dice a La NACION entre risas Rafael Ferro, quien tiene tres hijos, los dos más chicos en edad escolar. Hace poco fue uno de los ladrones en El robo del siglo. En Los Internacionales será Carlos Castillo, una suerte de agente de la SIDE.
Con la camisa ya abierta, se pasea por el set haciendo chistes. Espera su turno. Es el más distendido. Disfruta. «Soy una especie de Stiusso, trabajo en las sombras y junto a Ceci persigo a Fausto, parece que .». El de prensa lo mira con cara de ¡spoiler! «Ah, de hoy no hablo, no», dice rápido de reflejos y larga una carcajada. Se rueda el último capítulo, pero no es el último día de rodaje. Esta jornada es una más de las 65 que insumirá la serie.
Cerca del muelle, un hombre delgado, canoso lleva una gorra de marinero y se sube a la lancha que manejará. «¡Capitán!», lo saluda el colorado. La escena de Rafa ya pasó. «Hay que estar así, eh?». Fue una escena difícil, el calor la hacía aún más insoportable de ver. Pero nunca se quejó. La sonrisa no se la quitaría nadie.
Remeras, shorts, musculosas, bermudas, vestiditos frescos, gorras, pañuelos (sí, en el cuello). El único que desentona «el look» es un hombre con unos papeles y una birome en la mano, de camisa celeste y mangas largas. Imposible preguntar quién es. «Chicos, ¿ya firmaron la papeleta? Vino el chico de Actores. Sí, el sindicato se hace presente en todos los rodajes», comenta alguien de la producción. El hombre busca una sombra.
Ya casi son las cinco de la tarde. El sol no da tregua. Alguien pregunta por Cecilia. La escena principal aún no ha sido filmada. Los chicos de la banda se acercan al muelle. Ferro comenta que antes de las 18 se tendrá que ir a buscar a su hijo al cole. El responsable de prensa avisa que a 200 metros del muelle hay refrescos. Una carpa con dos mesas alargadas en ele ofrece frutas, galletitas y jugos. ¡Viva! A un costado cinco autos forman un extraño Tetris.
Martín Méndez elige un agua de pepinos con limón. Es uno de los guionistas junto con Bruno Luciani y Luciana Porchietto, para Viacom International Studios (VIS), The Mediapro Studio, Telecom y Olympusat.
«El corralito y la crisis de 2001 es solo el contexto. No hay ningún personaje político, no queremos hacer una bajada moral tampoco. El género que usamos, que es el policial, sirve también para ablandar algunas cuestiones. No hablamos de las personas que llegan a la casa y ven que les robaron todo y se quieren matar, porque la historia sería otra», explica.
«Ojalá que exista una segunda temporada. Es siempre posible. Los personajes son entrañables y contradictorios porque hoy la ficción se construye a partir de los matices: de sus costados luminosos y costados moralmente cuestionables. Pero eso hace que sean ricos también y que empaticen con el público», aclara Méndez.
Llegó ella, Cecilia Roth
La pantalla blanca está lista, el gazebo del muelle ya no existe. A unas dos cuadras de tierra, guarecida en su motorhome, Cecilia Roth tiene el libreto en la mano mientras se mira en un espejo con luces. El cubículo es un oasis feliz de frío. «No sabés lo que es afuera», le comenta la asistente.
«Vamos, en el fondo está más fresco», dice. Y sí, está más fresco aún. «Marta Costas es una fiscal del Estado que tiene ambiciones de pertenecer a la Corte Suprema. Es el año 2001/ 2002, caos general en la Argentina y esta mujer aprovecha eso para ir subiendo escalones al borde de la ley permanentemente. Pero tiene mucha capacidad estratégica, ambición y obsesión», le cuenta a LA NACION Roth. Con un abanico inmenso en la mano aleja a un mosquito y explica: «Ella es muy estratégica y ambiciosa, pero se sorprende también porque se da cuenta que el sistema de justicia es mucho más border de lo que ella creía».
Costas no existe en la vida real. «Es un personaje muy fliripondeado, hasta en un momento hace esgrima con Fausto. Yo lo persigo porque se interpone en mis objetivos. Nuestros destinos se van juntando en la tira. Es un gran actor Pablo [Shuk] y hace todo sin dobles, eso para mí es admirable», cuenta sonriente.
Nuevamente en el afuera, cerca de la sombra, el olor a menta se intensifica. Le ofrecen un pañuelo a una de las asistentes. Se había descompensado. Ella acepta, pero antes, lo embeben en un balde con hielos y agua verde. Luego se lo ponen alrededor del cuello. «Es licor de menta. Un golazo. Te refresca todo». El misterio de la menta es develado.
Unos chicos chapotean felices en un extremo del río, pasando un portón de alambre. Roth dejó el oasis del motorhome. Camina lento pero sin pausa hacia el muelle, levantando apenas el polvo seco con sus botas. Se cubre el rostro con el abanico enorme. De blusa de mangas largas, en un composé blanco y negro, el pelo bien rubio, parece una geisha inevitable de observar. Llega al muelle y se pone a un costado de una gran pantalla blanca que acentúa su palidez. Se suelta el pelo, sonríe a los directores. Pregunta. Ensaya sus líneas. «¿Cómo sabe Marta esto?». Silencio de un segundo. «Por su padre, militar», contesta una chica que sostiene otro libreto. «Okey, okey». Naturalizada la escena en esa respuesta, se impone el silencio del «¡Rodando! ¡Acción!». Un placer. Todos la miran. Cecilia llegó.
Fuente: Paula Soler, La Nación