Un reciente título catástrofe de Variety sintetizó el estado de ánimo con el que Hollywood atraviesa las horas previas de su máxima celebración anual. «¿Por qué el Oscar 2019 podría convertirse en un desastre?», se preguntó la publicación madre de la capital de la industria del entretenimiento mundial.
En el resto de los espacios informativos impresos y online, blogs y sitios especializados abunda por estos días esa clase de análisis. El máximo temor de la industria es la repetición de una experiencia por la que todavía Hollywood siente vergüenza y baja los ojos. Ocurrió hace exactamente tres décadas, con un inquietante punto en común con la actualidad. La entrega número 61 del Oscar, celebrada el 29 de marzo de 1989, fue la última en la historia en la que no se incluyó un maestro de ceremonias. Hasta ahora, porque lo mismo ocurrirá el próximo domingo.
Los historiadores registran aquella velada como la más torpe y desastrosa en términos artísticos de toda la historia del Oscar. El número musical de apertura, compartido por el actor Rob Lowe y la cantante Eileen Bowman, fue tan malo que al día siguiente un grupo de 17 figuras de Hollywood dio a conocer una carta abierta en la cual dejaban expresa mención de «la vergüenza que semejante despropósito les había hecho pasar a la Academia y a toda la industria del cine norteamericano».
En esa secuencia inaugural que hoy nadie quiere recordar, Lowe (expuesto por entonces a un monumental escándalo por la revelación de un video con imágenes sexuales explícitas) y la desconocida Bowman, vestida como Blancanieves e imitando en su voz a Betty Boop, destrozaban un cuadro musical ambientado con escenografías de la década de 1950. Ese mismo cuadro incluyó a varias personalidades legendarias de Hollywood (Vincent Price, Dorothy Lamour, Roy Rogers, entre otros), que en vez de recibir un justo homenaje parecían puestas en ese lugar para dar lástima. La indignación fue tan grande que la carrera del productor de la ceremonia, Allan Carr, terminó en ese mismo momento. Lo mismo le ocurrió a la pobre Bowman, de quien nunca más se supo nada.
Nadie cree que el domingo nos encontremos en el Teatro Dolby con otro número musical de esas características, pero el temor a que la historia se repita desde otro contexto es muy grande. Sobre todo porque a la ausencia de un conductor a la usanza tradicional se sumaron esta temporada varios otros desaciertos, tropiezos y desafortunadas decisiones. Por fortuna, y para tranquilidad de todos, la Academia corrigió sobre la marcha el traspié que más amenazaba hacer estallar por el aire toda la ceremonia del próximo domingo. Después de una ola de protestas se decidió dejar sin efecto la idea de dejar fuera de la ceremonia televisada cuatro de los 24 premios. En consecuencia, según confirmó la Academia, todos los Oscar serán anunciados y entregados a la manera tradicional.
Lo que llevó a la Academia a volver sobre sus pasos y dejar sin efecto una medida que hasta hace pocos días parecía dispuesta a sostener contra viento y marea fue otra carta abierta, pero distinta en su tenor a la de 1989. La que Newman, Peck y otros firmaron treinta años atrás hablaba de la vergüenza que sufrieron la Academia de Hollywood y toda la industria por algo que pareció haber escapado al control de los organizadores del Oscar. La actual rechazaba con una inusual dureza la entrega de cuatro de las 24 estatuillas durante las tandas publicitarias de la emisión televisada de la ceremonia. Iban a quedar fuera del «vivo» los premios a mejor fotografía, edición, cortometraje y maquillaje. Algo que no ocurrirá. La Academia dio marcha atrás y frenó a tiempo esa medida, después de haberla anunciado y sostenido durante varios días.
«La decisión de la Academia es nada menos que un insulto a todos los que hemos dedicado nuestras vidas y pasiones a esta profesión elegida». Había dicho esa carta, que no dejó de sumar adherentes de peso mientras seguía firme la división entre Oscar de primera y de segunda. A los primeros firmantes (Quentin Tarantino, Spike Lee, Martin Scorsese y los más importantes directores de fotografía de la industria, entre otros) se agregaron más tarde Brad Pitt, George Clooney, Robert De Niro, Guillermo del Toro, Michael Mann, Christopher Nolan, Alejandro González Iñárritu, Peter Dinklage, Kerry Washington y Elizabeth Banks. Y también varios de los nominados top al Oscar de este año: Alfonso Cuarón, Emma Stone, Yorgos Lanthimos y Pawel Pawlikowski.
La reacción más dura surgió cuando los directores de fotografía y los editores más influyentes de Hollywood recordaron una obviedad. En la máxima celebración anual del cine y de la industria del entretenimiento iban a ser segregados al menos dos de los rubros que funcionan como componentes básicos y esenciales de esa actividad: la fotografía y la edición. Por eso, en otra carta abierta difundida inmediatamente después de conocerse la rectificación de la Academia, la American Society of Cinematographers, que reúne a los directores de fotografía de Hollywood, agradeció la «valiente» decisión de la entidad y recordó que la entrega del Oscar no puede verse solamente como una más de las muchas presentaciones artísticas con famosos de la temporada. «Nuestra prestigiosa Academia tiene un propósito más elevado y debe permanecer al margen de las otras organizaciones que igualmente reconocen los méritos artísticos y técnicos en todas las categorías de la industria», afirmó.
Ahora, la Academia y la cadena ABC, dueña de los derechos para la emisión televisada, deberán revisar toda su estrategia para cumplir con la meta inexorable que se fijó desde hace un año: lograr por fin que la ceremonia del Oscar tenga una duración máxima de tres horas. Confirmada ahora la entrega de todos los premios en vivo, ahora toda la atención estará puesta en la extensión de cada uno de esos 24 momentos. La señal más clara en ese sentido la había dado Donna Gigliotti, una de las productoras de la ceremonia televisada, en el tradicional almuerzo de agasajo a todos los nominados. Allí dijo que cada premiado tiene 90 segundos desde que se levanta de su asiento hasta que termina de agradecer. «Mientras más rápido lleguen al escenario, más tiempo tendrán para hablar», advirtió.
Este empecinamiento de los organizadores por lograr que la ceremonia de este año no se extienda más allá de las tres horas no es la única razón por la cual podemos imaginar el Oscar 2019 como una experiencia bien distinta a todas las anteriores, sobre todo las más recientes. Desde que la actual temporada de premios se puso en marcha hubo varias señales en esa dirección. Y es que, desde que en 2018 el Oscar registró la medición de audiencia más baja de toda la historia, la Academia inició una serie de cambios estratégicos, convencida sobre todo de que es necesario achicar el tiempo de la ceremonia para recuperar el rating perdido. Este último dato avala las presunciones de que ABC viene ejerciendo una fortísima presión para impulsar cambios de fondo en el diseño de la ceremonia y garantizarse un piso de audiencia, entre otras cosas porque será la primera vez en la historia en que una ceremonia completa del Oscar podrá seguirse en vivo a través de internet vía streaming.
Sin embargo, la mayoría de los cambios pensados y alentados en el último año para agilizar la ceremonia del Oscar tuvieron el efecto contrario. En vez de aparecer como indicios de una plausible transformación, se convirtieron en dolores de cabeza para la Academia. Abundaron los «pasos en falso, controversias y heridas autoinfligidas», según la certera definición de The Hollywood Reporter.
El primero de estos tropiezos ocurrió en agosto pasado, cuando la Academia anunció que sumaría una nueva categoría al Oscar, el de «película más popular». La idea de poner en competencia a los títulos de mayor convocatoria en las boleterías abrió de inmediato una cantidad innumerable de debates, objeciones, quejas y cuestionamientos. La categoría era lo suficientemente ambigua y confusa en su definición como para despertar el interés imaginado por la Academia. Por el contrario, nadie supo muy bien qué significaba el concepto y cuáles eran sus alcances. Hasta que a mediados de septiembre la Academia decidió postergar la instrumentación de este nuevo premio elegible para el Oscar («muchos no entendieron la intención de este reconocimiento», admitió la entidad) hasta que un análisis más minucioso facilite su puesta en marcha.
Después llegó la ruidosa polémica en torno del conductor. Como sabemos, el comediante Kevin Hart había sido anunciado a principios de diciembre como animador de la ceremonia de este año, pero la difusión casi inmediata de una serie de viejos textos y frases irónicas e hirientes hacia la comunidad gay que Hart había hecho desde su cuenta de Twitter en 2011 llevaron al propio artista a declinar esa postulación. Una serie posterior de marchas y contramarchas dejaron abierta una puerta hasta que Hart decidió cerrarla definitivamente a comienzos de enero. Desde ese momento quedó cada vez más claro que la Academia estaba decidida a llevar adelante un Oscar 2019 sin anfitrión, aunque nunca dio a conocer oficialmente esa decisión.
Un tercer escenario de conflicto se abrió pocos días después cuando trascendió que la Academia había decidido reducir al mínimo el segmento dedicado a la interpretación en vivo desde el escenario del Teatro Dolby, durante la ceremonia, de la competidoras a mejor canción original. Los primeros trascendidos hablaban de que solo se incluirían dos canciones: «Shallow», de Nace una estrella, por Lady Gaga y Bradley Cooper, y «All the Stars», de Pantera negra, por Kendrick Lamar y SZA.
Días después, al parecer por la persuasiva acción de convencimiento realizada por los mismísimos Gaga y Cooper, la Academia confirmó que las cinco canciones nominadas estarán en el escenario. A los mencionados se sumarán los interpretes de country y folk Gillian Welch y David Rawlings («When a Cowboy Trades His Spurs for Wings», de La balada de Buster Scruggs, y la cantante Jennifer Hudson («I’ll Fight», del documental RBG). El quinto tema («The Place Where the Lost Things Go», que Emily Blunt canta en El regreso de Mary Poppins) será presentado en vivo el domingo 24 con la voz de un «intérprete sorpresa», según adelantó la Academia.
Y casi al mismo tiempo se abrió un cuarto foco problemático, cuando en las vísperas de la entrega de los premios del Sindicato de Actores de Hollywood (Screen Actors Guild), esa entidad hizo una muy fuerte acusación contra la Academia, señalada como responsable de haber «intimidado» a varias estrellas para garantizar de ellas una presencia supuestamente exclusiva en la noche del Oscar. «Los actores deben de ser libres de aceptar cualquier oferta para participar de celebraciones de la industria», dijo el sindicato, después de calificar de «egoísta» la conducta de la Academia, que no respondió nunca a esas acusaciones.
Es muy probable que el foco de conflicto de mayor riesgo potencial haya sido superado tras la rectificación de la Academia, pero la mayoría de los interrogantes persiste, mientras todos coinciden en que la ceremonia del próximo domingo tendrá poco que ver con las anteriores, sobre todo en el tramo inicial. ¿Cómo será un Oscar sin el clásico monólogo de su anfitrión? ¿Cómo se ocupará ese lugar?
Nadie se sorprende por esta abundancia de preguntas irresueltas. «¿Podrá la Academia salvarse de sí misma?», se preguntaba el experto Erik Anderson desde el sitio awardswatch.com. Hay por estas horas muchos títulos de igual tenor en los medios y las redes que aluden a los preparativos del Oscar y los envuelven entre inquietantes presagios. Mientras tanto, la gran fiesta de la mayor industria del entretenimiento global está a la vuelta de la esquina y los 7902 miembros de la Academia habilitados para elegir el Oscar deben votar por los ganadores antes de las 17 (hora del Pacífico en Estados Unidos) de este martes. Pero más allá de rituales, tradiciones y procedimientos, lo que todo Hollywood teme es que este 24 de febrero ocurra, como hace 30 años, alguna catástrofe sobre el escenario.
Fuente: Marcelo Stiletano, La Nación.