«No me retiré. Ni de la actuación ni del amor. Quiero volver a filmar. Y a enamorarme».
Libertad está viva. Muchos de los espectadores de sus películas no lo sabían. Desconocían el paradero de «La diosa rubia», de «la enemiga íntima de Isabel Sarli», de ese mito platinado a cuyos filmes les colgaban el cartelito de «censurado». Vida silenciosa en Madrid, Cataluña, Suiza. Este año su corazón falló, pero ella firmó su alta médica, subió a un avión y decidió intentar sanarse acá, entre recuerdos de aquel reinado que exportó a Tanzania, Kenya y Uganda. Volvió para dejar en claro quién fue, quién quiere ser para la historia.
«Creo que fui de las primeras feministas, pero otra forma de activismo. Cortaban mis desnudos, los prohibían, y se hacían sus propias películas caseras para pasar a sus amigos. Luché contra los molinos de viento. Un día fui hasta al lugar e increpé al tipo. ‘Devuélvame lo que es mío’. No se la iba a llevar de arriba, así que lo agarré a los arañazos. Me hice sola. No tuve un Armando Bó. Yo fui mi propia empresa».
Libertad hoy, en su departamento de Recoleta, junto a su retrato. (Foto: Marcelo Carroll).
Libertad vive cerca de Libertador. Audaz hasta para comprar piso sin sugestionarse, habita el 13. El techo de su living es de espejo. Levanta la cabeza y se ve como en una película permanente en plano cenital.
Las paredes hacen juego con la oda al dorado que es su pelo. Alguna vez retuvieron aquel empapelado de los muros en un aeropuerto y tuvo que jurar que no estaba hecho de hilos de oro. Está vestida de blanco, a tono con su palidez. No por nada eligió el Leblanc apellidándose en realidad Vichich. El juego era ser por oposición. Rubia ella, morocha «La Coca». Ambas sometidas al desafío de la blancura por igual. «Impúdicas, amorales, obscenas», se las describía. Todo por pensar -60 años atrás- que sus cuerpos eran suyos, templos con los que podían hacer lo que quisieran.
Todo empezó con un bikini a lunares, diminuto, justo justo. Y con una táctica de visibilidad. Fue en Caracas a comienzos de los sesenta. Había conseguido una invitación «de colada» para el Festival de Cine de ese país. Las estrellas eran Graciela Borges y Gilda Lousek. Mientras los periodistas le hacían entrevistas a «La Borges» al costado de la piscina del hotel, a la ignota Libertad María de los Ángeles se le ocurrió lo que los franceses llaman «Effet frappé». Golpe de efecto y aparición.
«Me desnudo porque tengo un cuerpo hermoso. No sé qué significa objeto sexual.. / Archivo Clarín
«Me saqué el vestido y me tiré. Fue un escándalo, se me vinieron todos los periodistas encima, y logré la atención. No podían creer que no hubiera filmado nunca. Me dedicaron las primeras planas de los diarios. Al tiempito, conseguí mi primer buen contrato. Eso fue el germen de La flor de Irupé, mi primer protagónico en cine. Al afiche le inventé el ‘estelarizada por la rival de Sarli’. Bó después se enojó conmigo y me gritó, ‘oiga, ¿por qué usa el nombre de Isabel?’. Él tenia razón, pero de descarada le contesté: ‘¡Todavía que le hago publicidad gratis se queja!’».
Una obrera de la fantasía
Alguna vez Dalmiro Sáenz le preguntó en televisión el motivo por el que «siendo tan inteligente jugaba a ser idiota en las películas». «Liber», gacela de la respuesta con escote, lo frenó: «No sabe la guita que da hacerse la idiota». Pocos entendían de qué modo estratégico había elegido montar un imperio para educar a su hija Leonor en Suiza. «Me desnudo porque tengo un cuerpo hermoso. No sé qué significa objeto sexual. Soy como un museo en donde se va a mirar lo lindo. A lo sumo le hago un bien a las parejas, conmigo se recrea y siguen sus vidas».
Muchos de los grandes contratos del apogeo de Leblanc tenían sus cláusulas innegociables. «El productor se compromete a no hacer figurar en la película a ninguna otra actriz con cabello claro». «Será la actriz quien elija al galán». «El nombre de ella irá en tamaño grande arriba del título del filme». «El productor cederá a la actriz el derecho exclusivo de explotación en no menos de cinco países».
«Un productor mexicano me decía que para negociar me veía bigote. ‘Usted es monstruo, señora’», se ríe ahora la protagonista de La perra, La Venus maldita, Psexoanalisis, El derecho de gozar y otras 40. No tenía representante. Ni promotor. Así amasó una fortuna, a los codazos limpios, entre la exhibición de esa piel cristalina y la negociación de las cintas. En el diario londinense The Times llegaron a apodarla «Liberated Liberty». Después, los avatares cíclicos del país, hicieron lo suyo. Con el Rodrigazo perdió el 60% de su patrimonio.
En su casa de Recoleta. Libertad Leblanc tiene casa en Madrid y a su hija viviendo en Suiza. (Foto: Marcelo Carroll).
«Yo nunca hice porno. Era algo más elegante», avisa para nombrar lo que muchos consideran un erotismo kitsch del que Sarli fue la maestra. El personaje que explotaba era «el otro yo de las amas de casa, lo que ellas no se animaban. Me inventé una vamp nostálgica e irreal». Decenas de historias que filmó están borradas. Difícil desmenuzar su obra en otro contexto social, repensar películas con títulos como «Acosada» o analizar escenas donde muchas veces las mujeres son violentadas. Libertad es la historia de primera mano, la sobreviviente de un paradigma imperante que todavía se reproduce y que puede ayudar a entendernos.
«Creo que no pudieron ponerme mejor nombre, tengo un nombre ideal, muy apropiado, soy libre», dice la que hace más de medio siglo declaraba en Radiolandia -y otras publicaciones de moda- que «los manicomios están llenos de reprimidos sin sexo». Las Liberfrases son hoy un festival de anticipación.«Me tapan el escote porque la boca no pueden». «Feminismo es igualdad social. Misma remuneración, mismo derecho al goce, pensarse como ser humano íntegro».
Historia de un crimen
«La de avanzada», como siempre se autoproclamó, declara haber nacido el 24 de febrero de 1938, en Río Negro. Todavía tiene recuerdos del shock que le provocó una conversación «de grandes» cuando ella apenas acusaba 5 ó 6 años. «Decían ‘pobre César’, refiriéndose a mi padre, que había muerto cuando yo era un bebé. Unos hombres lo habían matado para quedarse con su dinero, de un tiro en la nuca, pero nunca esclareció, y en la familia hicieron creer que él se había suicidado».
Su abuelo, dueño de un almacén de ramos generales «que vendía desde un alfiler a un automóvil», enseguida se hizo cargo de su hija y de la pequeña Libertad. Decidieron enviarla como «pupila» a la escuela de monjas María Auxiliadora, de Trelew. Su «costado salvaje» se despertó temprano. «Le tiré una vajilla a una hermanita, le partí la cabeza y tuvieron que llamar al médico», se tapa la cara, atragantada por su propia risa. Después, su madre, profesora de dibujo, se volvió a casar y la familia se mudó a Moreno, provincia de Buenos Aires. Ya en la Capital, a los 17 años, Libertad conocería al empresario Leonardo Barujel, su futuro esposo, quien le haría descubrir el mundo subterráneo del Maipo y la noche.
Fotonovelas, teatro independiente con Alejandra Boero, publicidades de camisón y películas «insignificantes». La separación tempranísima a menos de dos años de casada y con una hija bebé la emancipó. Vendió hasta su última alhaja y empezó a «agudizar los sentidos, a estudiar a los mercados y a los hombres», a desarrollar un instinto de autoprotección y lectura de letra chica. Descubrió que «ser rubia era una ventaja artística», se tiñó y evitó el sol. Camaleónica, multitasking, actuaba y después salía a comercializar su imagen a Puerto Rico, a Venezuela, a Nueva York.
Junto a Isabel Sarli en un programa histórico de Mirtha Legrand en 1994.
Para 1965 llegó un ofrecimiento de Hollywood para perfeccionar el inglés y la actuación e intentar el camino de una «Marilyn latina». El tema se frustró por no poder sacar a su hija del país sin el consentimiento de su ex. La lengua karateca continuaría sus pinceladas filosas: «Me prohíben, me persiguen sin razón, como si fuera pecaminosa. Parecería que mis senos y la forma de mi cuerpo fuesen la única demostración de sexo en este país. Más que mi imagen erótica, cortan mi imagen de mujer que se abre camino sola en la vida. No produce incomodidad mi escote, sí mi expresión de mujer pensante».
Recién en 1975 se animó al teatro de revista y no repitió. Alejandro Romay le produjo Que viva la libertad, en el Nacional. Plumas de faisán importadas y el trámite continuo de cambio de número de teléfono fijo. Vivía recibiendo llamados con “propuestas románticas y con porquerías”. «Los militares que se escandalizaban en público, mandaban flores en privado».
Amar después de los ochenta
-El medio las enfrentó, pero muchos no saben que usted y «La Coca» eran amigas, que la mentira del versus era funcional al negocio…
-Nunca fuimos enemigas en la vida real. La pelea era con Armando, porque él manejaba los billetes. Para mi modo de ver, él era machista. Ella estaba enamorada. Yo era distinta, cuando vi a mi marido como era en realidad, le dije, ‘querido, me voy, que te vaya bien’.
-¿Y se fue?
-Sí, me llevé una canasta con mi hija de meses, agarré al canario y la ropa. Yo tenía mi coche que me había comprado él, me subí, lo choqué contra el mármol. Y lo reventé. Tomé un taxi en la esquina y me quedé en casa de mi madre. Las mujeres tenemos que saber lo que yo siempre supe: yo estaba convencida de que tenía todo el derecho del mundo.
-¿Y él intentó volver?
-Si, se ponía de rodillas en la esquina de Avenida Las Heras, me pedía volver. Una vez le dijo a un modisto mío: «No puedo vivir sin ella». Cuando mis suegros se enteraron de que me quería separar me ofrecían dejarlo y casarme con el hermano para no irme de la familia. Me adoraban. Pero él se drogaba. Yo lo llevé a dos médicos y no hubo caso. Le dije: «Tenés que dejar la droga». Los médicos me advertían, «ustedes tienen algo muy apasionado, esto va a terminar mal, en un arrebato». Y le di a elegir. O la droga o yo. Y él la eligió a ella. Yo me miraba al espejo y me preguntaba: «¿Quien está primero, Libertad?».
-La respuesta era que estaba primero usted.
Sí. «¿Y tu salud, tu vida y tu futuro?», me preguntaba yo. Y de algún modo esa desilusión impulsó mi carrera. Me hice más fuerte. Él me hacía echar de los lugares donde trabajaba para que volviera a su casa. Amor real fue él. Mi despertar sexual, el puente para aprender a amar a los otros después. Son lo más hermoso que existe para mí los hombres.
-¿Todavía?
-Todavía. Eso sí, la que manda soy yo. Tuve una relación con un médico francés. Pero se murió hace casi un año. Al mismo tiempo yo tenía un amor de un cantante muy importante al que no voy a nombrar, que me llamaba cinco veces por día, desesperado: pero él vive con su mujer. Y yo no rompo matrimonios. Ahora estoy sola.
-¿Se siente sola?
-Un poco. Lo ideal es la compañía. Esa magia de estar con alguien a quien con sólo mirar ya sabés qué esta pensando. El sexo es como comerse un confite… ¡y a mi me gustan muchos los confites! Pero nada más. Lo ideal es lo otro, sentir algo profundo por el otro.
En los setenta. Libertad, ícono de la sensualidad. (Foto: Archivo Clarín).
Perón, Sabato y Escobar Gaviria
Diva de otra era, coleccionaba tapados de visón y leopardo, capas de zorro y estolas de oso y piel de monos. En algunos mercados «La Leblanc» llegaba a ganarle en recaudación a Sophia Loren. «Cuando ella estrenó El Cid, La Flor de Irupé la desbarrancó en países como Venezuela», se jacta mientras Andrea, la mujer que la acompaña, le acerca las pastillas obligatorias tras el infarto de junio en Madrid.
Está preocupada porque se le terminó el perfume. Necesita comprar uno para dormir a lo «Monroe», con dos gotitas de Carolina Herrera (y no de Channel). Habla continuamente por teléfono con su hija –kinesióloga especialista en niños con problemas neurológicos- y su nieto, afincados en Suiza. Sabe que sus pausas artísticas llevaron a que varias generaciones la desconozcan. La prueba de su huella es profunda. El sitio inglés IMDB la define como «símbolo sexual platinado, piel de alabastro (una piedra translúcida)».
Peronista desde los 12 años, la que participó de la campaña de Carlos Menem en 1989 explica que la razón de su adherencia hay que buscarla en su cruce con Juan Domingo Perón. «Acompañaba a un tío a un acto político y en eso apareció el General con pantalones y botas de montar y dijo: ‘Qué linda nena’. Desde entonces seguí a ese partido. Después encarné parte de la vida de Eva, vestida por el propio Paco Jamandreu y eso me llevó al Festival de Berlín».
Mujer «de mil romances», amante de boxeadores, futbolistas, políticos, artistas, peones, toreros, fue «amiga» del escritor Norman Mailer y «musa» de Ernesto Sabato, con quien se casó en la ficción. Él la incluyó en Abbadón el exterminador, en un capítulo en el que cuenta que celebra su boda con LL (en homenaje a ella) y agrega a la sátira la presencia del conductor televisivo Nicolás Mancera.
Hipnotizados por «La Diosa Blanca», muchos hombres quisieron demostrarle su simpatía, pero otros la aborrecían. Hace 25 años, en un almuerzo histórico con «La Coca» en lo de Mirtha, Leblanc le confesó a Legrand una pelea: la primera vez que vio a Daniel Tinayre, él le propuso protagonizar La cigarra no es un bicho. Ella pidió un disparate de dinero y un lugar destacado en el cartel. Daniel se enojó «espantosamente» y le respondió que su apellido no valía tanto. «Me levanté, le canté las cuarenta y le advertí que mi tiempo valía, así que me fui de la reunión llevándome su pañuelo de seda marrón y su botella de whisky».
En Brasil, el mismísimo presidente Joao Goulart intentó «secuestrarla». Una foto da fe del nivel de obsesión. Cuenta la leyenda que ella le dijo que no y el gerente de una distribuidora de cine le mandó de inmediato 14 policías a custodiarla durante su estadía en Río de Janeiro.
Una vez, en medio del Festival de Cine de Colombia, un anónimo le envió un estuche con tres esmeraldas y una invitación a desayunar. Desayunaron. Años después, abrió un diario y reconoció al muchacho de las noticias. «El dulce chico» que había querido seducirla no era otro que el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria.
-¿Si sufrí acosos? ¡Lo que no pasé! Pero yo siempre los ubicaba. Un día un señor me dijo que si quería triunfar tenía que pasar por él antes. Le dije que antes de pasar por él me convertía otra vez en virgen. Estoy con quien quiero y no por dinero. Yo enseguida me defendía a los sopapos.
Esa rubia debilidad
Algún día la blonda eterna se animará a escribir esas memorias que esbozó en cuadernos, mientras vivía diez mil vidas. Esa forma de parirse al mundo artístico, sus cenas con Vinicius de Moraes y Dustin Hoffman, sus juegos con lo francés (el mito del apellido inspirado en el escritor Maurice Leblanc), su rodaje en la selva ecuatoriana junto a los nativos Tsáchila (Cautiva en la selva), sus aventuras al grito de «si no hay amor que haya flirt».
«Hablé con Isabel unos días antes de que la internaran. Nos quisimos mucho. No pensé que fuera a terminar así», se angustia recordando a su falsa adversaria, a la misma a la que le aconsejaba por teléfono: «Coca, dejá esos bichos, dejá esos 70 perros. Es mejor tener un señor en tu casa. Será que yo prefiero los bichos pero de dos piernas».
«Libertad Leblanc fue un personaje con pestañas postizas y como travestida», cuenta ahora que llega la noche y su departamento toma el tono rojizo que sale de los veladores y las lámparas. «Tenía que diferenciarme de las divas de teléfono blanco y exageré, exacerbé los rasgos, usé pelucas. Mi secreto fue no aportar un centavo y convertirme en productora asociada de las películas. Llevaba los rollos en las valijas y peleaba por un lugar en los cines latinos. En el fondo había una mujer que sufría como cualquiera, que criaba sola a una hija», admite la que en Las 24 horas de las Malvinas anunció en vivo ante Pinky y a Cacho Fontana que donaba el vestido que llevaba puesto.
Su habitación ostenta un retrato de pared de la misma medida que la cama: el suyo. Será que en el fondo «Liber» se amó tanto que no hay lugar para otro más en la foto.
-¿Usted se sentía hermosa?
-Sí. Porque me endiosaban desde chiquita. Ya desde mi infancia existía la canallesca y mi abuelo me advertía ‘Nunca dejes en la calle que te toquen ni que te acaricien’. Yo no dejaba que nadie se me acercara. De jovencita se me han venido en encima, sí, pero se han llevado sus trompadas.
-Durante muchos años congeló su carrera. ¿Qué pasó que estaba como retirada?
-Nunca me retiré, cambié de rumbo, estuve en distintos países. Tomé una pausa. Viajé, viví intensamente. Pero quiero mejorar mi salud y filmar otra vez.
-A Sarli se la reivindicó tarde. ¿Quién cree que fue usted para el cine? ¿Qué dirán de usted cuando ya no esté?
-Cada uno me recordará de distintos modos. Mis películas llegaron lejos. A mí me enorgullece que las mujeres me quieran. Ellas llevaban a los esposos a verme. Yo era lo que ellas no podían. Triunfaba en un mundo hecho para el género masculino. En cada una estaba yo, una Libertad escondida.
Fuente: Clarín