Llegó a su fin Game of Thrones, la serie, que, tras ocho temporadas, goza de ser la más popular del planeta. No es una exageración decir que el último capítulo se vivirá con la misma expectativa de la final de un Mundial en un país futbolero.
Explicar el fenómeno de la saga creada por George R. R. Martin (que en 1996, irrumpió en las librerías con modestas expectativas de venta y que en abril de 2011 estrenó su primer capítulo en HBO), resulta tan complejo como desnudar la propia naturaleza humana. Profunda, adictiva, soberbia, sangrienta, despiadada, son solo algunos de los calificativos de este éxito que ya es un hito de la televisión y que es analizado en las más diversas academias, como la Universidad de Sevilla, que fue la encargada de llevar adelante, hasta ayer, el primer Congreso Internacional: Juego de Tronos, claves desde las Humanidades, que reunió a decenas de especialistas de universidades de todo el mundo para desentrañar las claves del éxito de un producto cultural, y analizar las notaciones históricas (especialmente en relación con la Antigüedad y la Edad Media), el papel de la mujer, la economía y la religión.
Pareciera ser que el universo GoT no tiene fin, como tampoco el imaginado por J. R.R. Tolkien, quien tiene una biopic de reciente estreno y que volverá a aparecer en escena con una superproducción de Amazon. Se sabe que la compañía de Jeff Bezos invirtió US$ 250 millones en comprar los derechos de El Señor de los Anillos, trilogía que se convertirá en serie y que no solo buscará ser la sucesora de la ficción de HBO, sino que consolida el atractivo por estos relatos con inspiración medieval y fantástica, y que permiten trazar un paralelismo con nuestro mundo actual. «El imaginario colectivo de nuestras sociedades está lleno de reminiscencias históricas, medievales y de otras épocas. Todos tenemos interiorizados personajes, acontecimientos, lugares, tradiciones que tienen un profundo valor histórico, pero que al mismo tiempo son absolutamente cotidianos -reflexiona Alfonso Álvarez-Ossorio, académico de la Universidad de Sevilla y uno de los organizadores del congreso-. No creo que lo que ocurre con Game of Thrones(GoT) o El Señor de los Anillos (ESdlA) se trate solo de fascinación por la ficción medieval, sino por el hecho de que estas historias apelan a los elementos sustanciales de las sociedades occidentales, que tienen una base histórica indudable, no solo medieval; también, clásica (o antigua en su conjunto) y moderna. En estos mundos, se tocan de lleno cuestiones que son inherentes a la evolución del ser humano a lo largo de la historia, como el derecho, la religión, el papel de las mujeres, la lucha contra el mal, la muerte. Y todo ello, respondiendo a preguntas que son de la más rabiosa actualidad. Cuando eso se hace a partir de una sólida base intelectual y de una prosa rica, entretenida, cautivadora y apasionante, como sucede con la obra de Martin y de Tolkien, se dan todas las circunstancias que explican el éxito de estas sagas».
Una de las características más atrapantes de GoT y ESdlA es la capacidad de evocar un pasado sin someterse a las restricciones de tener que dar cuenta a la verdad histórica (a diferencia de la novela histórica o las series de época que introducen la trama ficcional dentro de un contexto histórico). «En tal sentido -sostiene Héctor R. Francisco, doctor en Historia e investigador adjunto Imhicihu-Conicet-, el mérito más grande de Martin es justamente esa capacidad de evocar una Edad Media, imaginaria de acuerdo con las construcciones mentales contemporáneas, sin caer en la pretensión de hacer historia y así exponerse al escrutinio de los historiadores. Martin introduce en la narrativa alusiones a un pasado determinado, pero sin aspirar a reproducirlo en la narración. Pero, sobre todo, el éxito está relacionado con la proyección en un mundo medieval imaginado de muchas de las características y preocupaciones de nuestras sociedades. En ese caso, el paralelo con otras series como House of Cards, incluso Breaking Bad, puede ser otro análogo válido, que reflexiona en torno a la ambigüedad de lo moral, no es para nada casual. Probablemente, el mayor de los secretos de su atractivo es funcionar como un espejo en el que vemos reflejados las miserias de nuestra sociedad. La paradoja es que el atractivo de GoT reside más en su actualidad que en su anclaje en el pasado».
El pasado 10 de abril, en su columna de opinión del The New York Times, la periodista científica y novelista Annalee Newitz tituló «¿Por qué necesitamos Game of Thrones?» e intentó dar las razones posibles hacia el fenómeno mundial: «Una posible respuesta es que GoT no tiene nada que ver con el pasado (.) Sus conflictos se han convertido en parte de nuestro discurso político (.). La serie no solo nos permite especular sobre qué terrible líder de la vida real se parece más al sádico rey Joffrey, sino también ver cómo el cambio climático puede dañar la Tierra con una fuerza sobrenatural».
El mundo que Martin creó está enraizado en la realidad. En una entrevista que ofreció al mencionado diario estadounidense, el autor señaló que los líderes políticos podrían aprender de los personajes de la saga que, por varias temporadas, libraron sus batallas individuales por el poder, el estatus y la riqueza. «Deberíamos unirnos y hacer frente a la gran amenaza, la del cambio climático que, en mi opinión, tiene el potencial de destruir nuestro mundo», reflexionó y trazó la equivalencia de lo que ha significado Winter is Coming para la historia. El cambio climático para Martin debería ser la prioridad número uno para cualquier político que sea capaz de ver más allá de las próximas elecciones, lo que no ocurre con Donald Trump, el presidente al que se atrevió a comparar con el personaje de Joffrey: «Le gusta recordar a todos que él es el rey. Y piensa que eso le da la capacidad de hacer cualquier cosa».
Si nos referimos al terreno político, la competencia, corrupta e inescrupulosa por alcanzar un poder, que siempre se percibe como individual, es el tema central de GoT. «Estamos ante una saga que se transformó en una herramienta de análisis del mundo contemporáneo -sostiene Cristina Rosillo, profesora de Historia Antigua de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla y una de las organizadoras del Congreso Internacional dedicado a la serie-. En cualquier sistema político, sea monarquía absoluta o democracia parlamentaria, existen juegos de poder para hacerse con el control. House of Cards, por ejemplo, da una visión muy certera de esto mismo. ¿Pero acaso hay mucha diferencia de ambición entre Frank Underwood y Cersei Lannister?».
Las pujas de poderes imaginadas por George R. R. Martin sirven de ejemplo para la mayoría de las sociedades. El actual líder español de Unidos Podemos, Pablo Iglesias, publicó Ganar o morir. Lecciones políticas en Juego de Tronos (Akal) y a modo de presentación del libro, en el que aportan sus miradas analistas, politólogos y activistas, escribió: «El mundo de GoT es, al igual que el nuestro, un tablero complejo con múltiples tensiones y luchas de poder».
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 18 de abril de 2019
También Donald Trump es uno de los tantos políticos que suele recurrir a GoT. Recientemente lo hizo en su cuenta de Twitter para hacerse eco de las declaraciones del fiscal William Barr, quien aseguró que en la investigación de la trama rusa no ha hallado pruebas en su contra. En España, por ejemplo, en plenas elecciones, la líder de Ciudadanos por Barcelona, Inés Arrimadas, apareció vestida de Daenerys en su cuenta de Instagram. No hay duda de que la madre de los dragones es uno de los personajes más celebrados por las mujeres que se mueven en el universo político. «En la Argentina -escribió Carlos Pagni, en 2017-esta serie tiene un significado especial: se lo dio Cristina Kirchner cuando confesó que se identificaba con el personaje de Daenerys».
Entre el Bien y el Mal
A pesar de ser un confeso admirador de Tolkien, George R. R. Martin supo marcar diferencias entre El Señor de los Anillos y su creación. «Tolkien quería crear una mitología para Inglaterra -confesó en alguna oportunidad al The New York Times-. Yo quería algo más realista. En el final de El señor de los anillos, Tolkien escribe: ‘Aragorn gobernó sabiamente durante cien años’. ¿Qué significa eso? Muchos buenos hombres han sido reyes terribles. Muchos hombres malos han sido buenos reyes. Creo que una sociedad necesita de héroes. Pero no tienen por qué ser perfectos».
Este mismo punto defendió Lev Grossman, autor de The Magicians, en un artículo publicado en el sitio de Barnes & Noble: «Como Alan Moore hizo con los superhéroes en Watchmen, Martin se atrevió a hacer cosas con la fantasía que nadie más hacía. Rompió las reglas. Fue sucio, sangriento y sorprendente, pero así es la realidad». Un gran acierto de Martin es su negativa a polarizar a los personajes en héroes y villanos. «La gran diferencia está en un trasfondo religioso, decisivo en Tolkien, y ausente en Martin -subraya Jorge N. Ferro, investigador del Conicet y partícipe de la fundación de la Asociación Tolkien Argentina-. Ives Coassolo, un estudioso italiano, sostiene que sin el espíritu del Cardenal Newman no habría existido el Tolkien que leemos. Educado en el oratorio de Birmingham (cuando la madre de Tolkien quedó viuda y con dos niños pequeños, fue acogida por el padre Francis Morgan), fundado por Newman. Y su catolicismo, desafiante en la Inglaterra del momento, impregna toda su obra. De allí una apertura a la trascendencia y a una mirada cristiana sobre la realidad y los grandes interrogantes, desde el sentido de la vida y la muerte hasta la concepción sacra y simbólica de su mundo de ficción, inquietante y provocativo para el lector moderno».
Poder femenino
En GoT, las mujeres ocupan un lugar relevante que se ajusta a los tiempos que vivimos.El poder más grande lo tiene Daenerys Targaryen; en contrapartida, encontramos a Cersei Lannister, la enemiga más despiadada y, en esta temporada descubrimos a la triunfante Arya Stark, que fue capaz de poner fin al temible Rey de la Noche. «La ficción siempre permite plantear resultados diferentes de los que ocurrieron en la historia. En este sentido, resulta atractiva y liberadora. Así mismo, ofrece la oportunidad de repensar el pasado para comprender mejor el presente y ofrecer soluciones alternativas a las ya vividas -analiza Fernando Lozano, académico de la Universidad de Sevilla-. Pero, con todo, tampoco es menos cierto que la ficción bebe de la realidad y de los marcadores de certidumbre del momento en el que se escribe. La imagen, que con mayor frecuencia reproduce la ficción histórica y de fantasía de la mujer, es la que aportó la historiografía de los siglos XIX y XX, en la que la mujer interesó casi exclusivamente en su vertiente familiar y de doncella siempre en apuros. La fantasía está haciendo justicia a la realidad histórica de muchas mujeres a las que los historiadores no han dado la importancia que tuvieron». Desde su estreno, la serie generó debates acalorados acerca del lugar que ocupan sus mujeres. «GoT tiene varios personajes femeninos fuertes que salen del esquema de la dama en desgracia. Pero incluso con esos cambios la lectura patriarcal suele filtrarse. Por ejemplo, hay cierta ambigüedad en algunos personajes femeninos como el de Brienne de Tarth, que es una mujer guerrera solo a costa de masculinizarse y casi de manera caricaturesca -aporta el doctor e investigador del Conicet Héctor R. Francisco-. Es cierto, también que ninguna de estas situaciones refleja la condición femenina en Edad Media. Por el contrario, la posibilidad de ver en las producciones inspiradas en la Edad Media a mujeres ocupando lugares antes reservados a los varones es el reflejo de los cambios en el rol social de la mujer en los últimos 50 años y poco tienen que ver con situaciones específicas de la Edad Media. Desde el punto de vista de las representaciones filosóficas artísticas y literarias, las sociedades medievales fueron jerárquicas y patriarcales. Pero, desde el punto de vista de las condiciones cotidianas, las mujeres podían, con muchas limitaciones, encontrar herramientas para evadir la tutela masculina y adquirir cierto grado de independencia».
Referencias históricas
Acontecimientos y personajes que están en la memoria colectiva de las sociedades occidentales se suceden en las páginas de Martin. «La muerte a manos de los compañeros que se tornan traidores por antonomasia es la de Julio César, que es replica en el asesinato de Jon Snow -ejemplifica Alfonso Álvarez-Ossorio-, la república comercial que todos tenemos en mente es la Venecia bajomedieval y del Renacimiento, a la que Martin inteligentemente le añade una estatua colosal, el Titán, trasunto del Coloso de Rodas (otra de las grandes repúblicas comerciales de la historia). La guerra entre los Lannister y los Stark es, como reconoce el propio autor, una recreación libre de la Guerra de las Dos Rosas que enfrentó por el trono de Inglaterra a finales de la Edad Media a los Lancaster y los York. Pero este conflicto está trufado por el escritor por elementos propios de otros momentos históricos, como la muerte del rey Geoffrey, que es una reconstrucción del casamiento y la muerte del legendario Atila, rey de los Hunos, solo por nombrar tantas referencias presentes».
Las batallas resultan claves en estos relatos y, como bien dice Leonardo Funes, medievalista, profesor titular de la UBA e investigador del Conicet, permiten condensar en un solo acontecimiento el acto heroico básico: la búsqueda del honor a través del riesgo. «Al mismo tiempo, le otorgan a ese acto heroico básico una espectacularidad impresionante, sea a través de la maestría narrativa de escritores como Tolkien o Cornwell, o de las posibilidades que ofrece la tecnología digital en manos de directores cinematográficos como Peter Jackson». Sin embargo, resulta paradójico, ya que la doctrina tradicional de la guerra, presente en estos siglos medievales, desaconseja la batalla campal por lo que tiene de azarosa e incierta. «Es una situación que hay que evitar -puntualiza Jorge N. Ferro, investigador del Conicet-. La guerra debe hacerse por aproximación indirecta desgastando al enemigo y buscando quebrar su voluntad. Esto es universal, como lo exponen desde Sun Tzu en la China del siglo IV AC hasta Liddell Hart, en el siglo pasado. Los medievales la llamaban guerra guerreada. En la de los cien años, Inglaterra ganó las grandes batallas campales (Crézy, Poitiers, Agincourt) y perdió la guerra. Pero la gran batalla, por lo que tiene de espectacular, se fija en el imaginario posterior, desde Homero hasta hoy. Y permite una especie de catarsis de nuestros impulsos violentos».
La estética de las batalla de GoT tienen poco o nada que ver con lo que probablemente hayan sido las batallas en la Edad Media. «Es poco factible que se hayan desarrollado de esa manera. Por supuesto, los relatos de batallas en las fuentes (iconográficas o literarias) son representaciones genéricas y no tenemos demasiada idea de la magnitud de la violencia-aporta el doctor Héctor R. Francisco-. La violencia no era sinónimo de brutalidad desenfrenada ni estaba generalizada. Por el contrario, estaba regulada por códigos de conducta que determinaban lo que se podía o no hacer ante el enemigo. En ese punto, las reglas de un género narrativo chocan con las reglas de la disciplina histórica y hay que saber entender que sus objetivos son diferentes: uno entretiene, otro aspira a tener valor de verdad».
La guerra siempre ha provocado fascinación en el hombre. «No solo por el mero hecho del peligro, la aventura, el prestigio, la sublimación social, que son elementos inherentes al acontecimiento bélico, sino porque la guerra es un modo de relación entre sociedades, de, aunque parezca duro afirmarlo, de dinamización social -argumenta Álvarez-Ossorio -. Las batallas y guerras que se nos muestran en Juego de Tronos y el interés que por ellos se suscita tienen una explicación muy clara. Y por hablar de la magnificación del peso, entidad y trascendencia de las batallas de la Antigüedad Clásica y Medieval, episodios como el de la batalla de Cannas, que es la más clara inspiración de la conocida como Batalla de los Bastardos, reunieron no menos de 70.000 contendientes en un mismo campo de batalla».
Nuevas lenguas
Valar Morghulis. Los seguidores de GoT bien saben su significado y la respuesta que merece: Valar Dohaeris. Saludo que pertenece al Alto Valyrio, uno de los idiomas, como el Dothraki, que fueron creados para la ficción de HBO (Martin no desarrolla esas lenguas, sino que apenas creó palabras sueltas en sus novelas) por el lingüista David J. Peterson. Lenguas que hoy puede estudiarse en diversos seminarios, incluso en la aplicación gratuita Duolingo. «La creación de ideolenguas o conlanging es un fenómeno intrínseco al género de la fantasía, no hay que olvidar que Tolkien era filólogo (inventó más de quince lenguas, entre las que encontramos la Quenya y la Sindarin), y por tanto despierta el mismo interés entre los fans de este género que el resto de sus elementos -argumenta Rosario Moreno, académica de la Universidad de Sevilla-. El universo de GoT es multicultural: si hay diferentes reinos y ciudades, culturas y religiones, resulta natural que la recreación de esa variedad incluya la creación de distintas lenguas: leer y oír esas lenguas nos sumerge en ese mundo extraño y variado».
Mundos sin fin
La pelea por ocupar el Trono de Hierro llega a su fin y mucho antes de que el propio Martin lo develara en su saga. Quedan pendientes la publicación de dos libros y, según anticipó a Rolling Stone, el final puede resultar diferente: «Van a tener que leerlos y descubrirlo por ustedes mismos».
El vacío que sentirán millones de seguidores al culminar el sexto capítulo será difícil de llenar. HBO lo sabe y por eso está trabajando en la precuela de GoT, que estará ambientada miles de años antes de los eventos conocidos y tendrá en sus filas a Naomi Watts y Miranda Richardson. Pero mucho antes de que eso ocurra, la semana próxima se estrenará el documental Game of Thrones: la última guardia, que permitirá entrar en las «trincheras de la producción».
Atentos al vacío y tal como señalamos al comienzo, Amazon se quedó con El Señor de los Anillos, que promete ser la serie más cara de la historia. Por lo pronto, las historias medievales con toques de fantasía se multiplican y trazan ese espejo que nos recuerda, como bien señaló uno de los más prestigiosos medievalistas españoles, José Enrique Ruiz-Domène: «Nuestros deseos inacabados, nuestros sueños incumplidos».