Sean Connery, como James Bond
Debía ser elegante y sofisticado. Seductor, sin oposición alguna. Y además, matar villanos para salvar al mundo. Todo eso a la vez, y sin que se le arrugara el traje. Cuando los productores decidieron llevar al cine la historia del Agente 007, de las novelas de Ian Fleming, los requisitos que exigía el papel hicieron que la elección del actor no resultara sencilla. Terminaron descartando 200 nombres, con Richard Burton, James Mason y Peter Finch entre ellos. Y sin embargo, el resultado final fue un gran logro: pocas veces en la pantalla grande un interprete pareció tan similar a su personaje. Hasta parecía que el agente secreto inglés había sido escrito inspirado en él. Y así fue como en 1962, con Dr. No, Thomas Sean Connery pronunció por primera vez: “Mi nombre es Bond… James Bond”, dando inicio a la leyenda.
Cuentan que en ese largo casting que ya los había acercado al desgano, cuando los productores Cubby Broccoli y Harry Saltzman vieron llegar caminando a Connery -a quien habían convocado casi por descarte- le dieron el papel sin necesidad de hacer una prueba de cámara. Aunque dedicaron varios días a cambiar sus modales y manera de hablar: este oriundo de Edimburgo debía comportarse como un señorito inglés y no un recio escocés.
En un principio, a Ian Fleming no lo convencía su acento. Pero muy pronto Sean le hizo cambiar de parecer. Y el escritor quedó tan maravillado con él que se permitió un par de licencias: creó un padre oriundo de Escocia a modo de homenaje, y hasta incorporó en Bond el sentido del humor que el actor mostraba en el set de filmación.
La primera aparición de Sean Connery como James Bond
El éxito del debut, en el que Connery compartía cartel con Ursula Andress, hizo llegar las secuelas casi en seguidilla: From Russia with Love (1963), Goldfinger (1964), Operación Trueno (1965) y Solo se vive dos veces (1967). Por la manera de desempeñarse en el personaje, daba la impresión de que lo hacía sin esfuerzo. En parte, esto era cierto: Sean era un seductor innnato. Y se convirtió en un símbolo de la moda y el estilo. Sus facciones -que jamás se vieron empañados por el paso del tiempo, al punto que fue elegido como El hombre vivo más sexy con 59 años, ni por una calvicie demasiado precoz, que asomó apenas concluida la adolescencia- lo distinguieron a lo largo de su carrera. Sean era todo lo que un hombre quería ser.
Luego de siete películas entregó la posta, algo cansado de hacer siempre el mismo papel: lo reemplazó Roger Moore, quien pese a su solvencia quedó a la sombre del mejor James Bond de la historia.
El éxito trae aparejado su lado oscuro, y el principal objetivo de Sean Connery era despegarse del agente secreto, que su carrera no quedara atrapada allí. Llegó a odiar al Agente 007: alguna vez dijo que, si pudiera, lo hubiera matado. Testarudo, lo consiguió. No ese crimen, claro, sino el desarrollo de una trayectoria en el séptimo arte que resultaría notable.
Su intención fue seguir actuando en otros roles entre cada estreno de la saga de Bond. Por caso, se lució en la bélica El día más largo (1962). El maestro del suspenso Alfred Hitchcok rompió una máxima con él: le entregó el guión de Marnie (1964) para su aprobación. Su coprotagonista era Tippi Hedren, quien exhibió sus propias dudas sobre cómo haría para compartir escenas con un hombre de semejante magnetismo. “Se llama actuar, querida…”, le respondió el actor, quien supo ganarse popularidad de cabrón. Él se defendía argumentando que todo era una confusión: lo suyo, era pura exigencia. “No es la persona más tolerante, pero no soporta a los tontos con gusto. Es una persona capaz y espera que los demás también lo sean”, lo describió el dramaturgo británico Tom Stoppard.
Sean Coonery y Tippi Hedren, en Marnie
Los 80 serían una gran década en el cine para Connery. En 1986 hizo gala de su amplio registro al convertirse en un fraile inquisidor en la brillante El nombre de la rosa, basada en el libro de Umberto Eco, y logrando ser inmortal en Highlander, con Christopher Lambert. En 1987, con el policial Los Intocables (de Brian de Palma, encabezada por Kevin Costner) alzó un Óscar como mejor actor de reparto. Sería el único que colocaría sobre su vitrina. Suena a poco de parte de la Academia de Hollywood. Por ese mismo filme también ganó un Globo de Oro.
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La película de aventuras Indiana Jones y la última cruzada, un clásico rodado en 1989 con el protagónico de Harrison Ford, le valió una candidatura al BAFTA. El director Steven Spielberg se deshizo en elogios para Connery: “No hay más de siete estrellas genuinas en el mundo, y una es Sean”. Y la atrapante La caza del Octubre Rojo (1990) lo llevó a una nominación al BAFTA, como había ocurrido con Los Intocables. Lo había ganado con El nombre de la rosa. Y se lo llevaría nuevamente en 1998, pero esta vez, con un premio honorífico.
En 2007 hizo gala de aquella fama de cabrón al anunciar su retiro de la pantalla grande: “Me cansé de tratar con idiotas -explicó-. En Hollywood es cada vez más grande la brecha entre los que saben hacer películas y los que las financian”. Lo que en realidad escondía era la idea de que su figura no perdiera brillo en el cine. Prefirió irse a tiempo. Y desde entonces, se lo extrañaba. A él no le sucedía lo mismo, y se ufanaba de eso. “Estoy bien: sigo nadando todos los días y trato de recuperar mi swing”, declaró al cumplir 80 años, haciendo referencia al golf.
Este sábado 31 de octubre el corazón de Sean Connery dejó de latir mientras dormía. Tenía 90 años. Y quién sabe: quizás soñaba que todavía actuaba, combatiendo villanos, seduciendo mujeres, jugando al policía bueno, haciéndose inmortal. No, no. Más bien, eso ya lo era.
Hasta siempre, Sir Thomas Sean Connery.
Sean Connery
Fuente: Infobae