Casi diez años después de que se emitiera su tercera temporada, Borgen, la serie danesa que reinventó el drama político en la TV, está de regreso. Y, lo más importante, sus ocho nuevos episodios, ya están disponibles en Netflix, justifican su retorno. No solo por la satisfacción que suelen dar los epílogos cuando relatan qué fue de los personajes más queridos –o detestados– del cuento. En este caso, se trata de un reencuentro a la altura del trabajo que habían realizado durante tres temporadas el creador Adam Price y la actriz Sidse Babett Knudsen, la estrella del programa. Con más canas y algunos escrúpulos menos, Birgitte Nyborg, el personaje central, reaparece en escena y como sucedió antes, es imposible dejar de seguir cada uno de sus pasos.
Ahora, la exprimer ministro de Dinamarca es la ministra de relaciones exteriores de un gobierno de coalición comandado por Signe Kragh (Johanne Louise Schmidt) quien, como los medios no dejan de recordarle, es menor que ella. En las primeras escenas queda claro que el pacto de conveniencia entre ambas no es demasiado fluido: las dos marcan su territorio para establecer los límites de sus respectivos poderes. Una tensa calma que se altera cuando se descubre un lucrativo yacimiento petrolífero en Groenlandia, territorio gobernado a la distancia por el reino de Dinamarca, cuya soberanía depende del ministerio de Nyborg.
Planteado el conflicto geopolítico del lado del gobierno, el relato también se enfoca en los medios y especialmente en el retorno de Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sørensen) a TV1, el canal informativo escenario de buena parte de la trama en las primeras tres temporadas. De regreso como directora de noticias, la periodista verá que todas las características personales que la hacían una gran profesional no la ayudan demasiado cuando se trata de ser la líder de sus excompañeros.
Claro que más allá de la detallada y fascinante historia sobre los hilos del poder en Dinamarca, Borgen se destacó siempre por la habilidad de los guionistas para intercalar la vida personal de sus personajes en el relato que se hacía más rico y profundo gracias a eso. Un recorrido que casi una década después resulta tan atrapante como antes. En el caso de Nyborg, el drama hace el esfuerzo de demostrar que no hay separación entre la mujer y la ministra: en una de las escenas más significativas del primer episodio, el personaje debe abandonar momentáneamente una reunión importante cuando empieza a sentir los síntomas más incómodos de la menopausia. Sin nombrar lo que le está sucediendo, la historia incorpora ese hecho como una parte más de las muchas que construyen su identidad.
“Sin esposo ni niños esperándome, ya no tengo obligaciones. Tengo mucha energía para gastar en el trabajo”, le dice la protagonista a Katrine, quien sigue en pareja con el economista Søren Ravn (Lars Mikkelsen). Aunque Nyborg parece disfrutar de su vida “sin obligaciones”, lo cierto es que aquella vieja culpa en relación al final de su matrimonio y al tiempo que le dedicó a sus hijos no desapareció del todo. Los chicos, ya no tan chicos, están bien aunque todavía la necesitan: especialmente Magnus, cada vez más comprometido con la causa ecologista, lo que eventualmente le creará más de un problema a su madre.
Con el foco de la trama puesto en Groenlandia, la serie -que menciona al pasar los estragos del Covid pero no se detiene en ellos-, también abre el abanico de las preocupaciones políticas en Dinamarca. A través de la ficción aparecen temas como la alianza con los Estados Unidos, la amenaza rusa -sobre la que Price escribió antes de que ocurriera la invasión a Ucrania-, y el pasado colonialista danés que mantiene a Groenlandia bajo su poder. Esos tópicos que en manos menos sensibles podrían resultar demasiado ásperos para construir una serie entretenida, Price los presenta con una veracidad y humanidad notable. La familia ensamblada y complicada de Hans Eliassen (Svend Hardenberg), el ministro de minerales de Groenlandia, decidido a pelear para sostener el negocio del petróleo que podría conseguir por fin la soberanía de su país, y las peculiaridades de Asger Holm Kirkegaard (Mikkel Boe Følsgaard), el joven embajador danés, enviado a confrontarlo sin la experiencia necesaria, son apenas algunos de los-mejores- ingredientes de una fórmula narrativa que, más allá del tiempo transcurrido fuera del aire, sigue resultando tan brillante y efectiva como antes.
Fuente: Natalia Trzenko, La Nación