Entre esas figuras, estaban Sterling Hayden, Jean Hagen, James Whitmore, Sam Jaffe y Louis Calhern.
1950 fue el año en que Marilyn intervino en cinco películas estrenadas, aunque algunas habían sido rodadas el año anterior -como «A Ticket to Tomahawk», no vista en la Argentina- y la actriz sufría porque era costumbre no acreditarla en los repartos.
Los otros títulos que la tuvieron en pequeños papeles fueron «Entre el águila y la serpiente» (Righ Cross), de John Sturges, «Fama sin gloria» (The Fireball), de Tay Garnett, y «La malvada» (All About Eve), de Joseph L. Mankiewicz.
Ese martes 18 de abril de 1950 algo sucedió, porque el director Huston parece haber descubierto el potencial de aquella joven de 23 años que con solo intervenir en dos secuencias -una a mitad del metraje y la otra al final, en una instancia definitiva- aportó una luminosidad totalmente opuesta a la grisura y la impiedad de aquel mundo de gánsters sin destino.
Si bien el papel de Angela Phinlay es una mantenida que de alguna manera se sabe mercancía sexual -como cuando intenta seducir al inspector que viene a detenerla- hay en lo inmaculado de su piel, su sonrisa y su actitud infantil algo angelical que la aparta de ese ámbito de marginales.
En ese cine en riguroso blanco y negro de la época, con personajes carne de calabozo, con trajes ajados y con el fracaso marcado en la mirada, «Mientras la ciudad duerme» es un ajedrez perfecto en el que todo lo que podría salir mal sale mal y la fortuna en joyas y diamantes que está en un portafolios fracasa contra una alarma que suena cuando no debe y un par de heridas de bala absolutamente de carambola.
Allí, Angela Phinlay relumbra. Con algún kilo de más para el gusto actual, la belleza de Marilyn en su plenitud contrasta también con la mustia esposa de su amante (Dorothy Tree) y con la otra mujer importante de la trama, la bobalicona pretendiente (Jean Hagen) uno de los perdedores.
La película tuvo cuatro nominaciones a los Oscar -película, John Huston como mejor director y guión adaptado y Harold Rosson como mejor fotógrafo en blanco y negro-, pero perdió en todas.
Ese mismo año, Marilyn intervino en «La malvada», donde fue protagonista del furioso enfrentamiento artístico y generacional, tanto en lo cinematográfico como en la vida real, de Bette Davis y Anne Baxter, ambas nominadas al Oscar como actrices principales, pero su tarea no pasó inadvertida.
Debieron sucederse los años y algunos trabajos menores, pero aquella Norma Jean Baker, nacida en Los Angeles en 1926, con una madre con alteraciones mentales, abandonada en un orfanato, abusada desde pequeña y que había cobrados unos pocos dólares a los 18 para posar desnuda en lo que después fue un famoso almanaque, no se daba por vencida.
Tan solo en 1952 llegó a aparecer como protagonista: en «Almas desesperadas», de Roy Baker, con Richard Widmark, y como tal actuó en comedias como «Vitaminas para el amor», de Howard Hawks, con Cary Grant, «Lágrimas y risas», de Henry Hathaway, con Charles Laughton, «Torrente pasional», también de Hathaway, con Joseph Cotten.
Siempre por el estilo liviano actuó en «Los caballeros las prefieren rubias», de Hawks, con Jane Russell, y «Cómo pescar un millonario», de Jean Negulesco, junto a Betty Grable, cuya gran novedad publicitaria era su proyección en CinemaScope y sonido estéreo.
Caratulada como actriz hermosa, de vida cercana al escándalo y con papeles que la menospreciaban frente a sus coprotagonistas masculinos, rodó también «Almas perdidas», de Otto Preminger, con Robert Mitchum, y «Nunca fui santa», de Joshua Logan, basada en el éxito de Broadway «Bus Stop», pero cuyo título en castellano era una contraseña para el público timorato de la época.
El gran momento le legó en 1955, cuando el gran Billy Wilder la convocó para «La comezón del séptimo año», en pareja con el ya olvidado Tom Ewell, donde pudo demostrar su capacidad como comediante, virtud que repitió cuatro años después con la inoxidable «Una Eva y dos Adanes», también con Wilder y la compañía de Tony Curtis y Jack Lemmon.
En el medio fue elegida por el severo Lawrence Olivier para dirigirla en «El príncipe y la corista», donde fue su coequiper, y por el especialista en actrices George Cukor para «La adorable pecadora», con Yves Montand como su galán.
Su último trabajo oficial fue «Los inadaptados», de su descubridor Huston, con Clark Gable y Montgomery Clift.
A esa altura, Norma Jean Baker había mostrado sus debilidades, se había peleado con medio mundo y al mismo tiempo tomó clases con Lee Strasberg y se convirtió al judaísmo para casarse con el dramaturgo Arthur Miller, uno de los intelectuales más prestigiosos del siglo XX.
Lo innegable de su personalidad magnética le permitió codearse con el mundo de la política y en particular con el poderoso clan Kennedy, tal vez el principio de su catastrófico fin en la soledad de una habitación, acompañada por un tubo de barbitúricos.
Cuando fue hallada sin vida, el 5 de agosto de 1962, comenzó para ella una segunda vida en la que fue retratada por Andy Warhol con imágenes reproducidas en remeras, afiches y dormitorios de adolescentes y no tanto; además se reveló icono gay y protagonista de historias literarias, películas, series y hasta una obra de teatro, «Después de la caída», escrita por Arthur Miller.
Fuente: Télam