Hombre Muerto

Comentario de Amadeo Lukas, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Dirección: Andrés Tambornino y Alejandro Gruz

Con Diego Velázquez, Daniel Valenzuela, Roly Serrano y Yanina Campos.

Una suerte de western bien argento ofrece Hombre muerto, que también propone otros matices o subgéneros, pero fundamentalmente un bien logrado costumbrismo pueblerino de nuestra tierra adentro. Ya desde los títulos, concebidos con una clara estética del western spaguetti, el film de Andrés Tambornino y Alejandro Gruz anticipa un formato que se va desarrollando de una manera acorde al marco que propone la fotografía, las características de los principales personajes y la trama, que se apoya básicamente en una venganza, uno de los móviles predilectos del género. Aunque los pasos de comedia tampoco están ausentes dentro de la propuesta.    

Con una singular caracterización del reconocido actor Osvaldo Laport, esta interesante propuesta nacional transita por diferentes alternativas dentro de los límites de un pueblo perdido, empequeñecido entre las montañas que lo rodean, y condicionado por el cierre de la mina que le daba vida. Allí arriba un visitante ofreciendo una importante paga por un trabajo de que muy pocos se animan a aceptar y a concretar. Y claro, porque el encargo consiste en llevar adelante una tarea de sicario: asesinar al propietario de la mina, que está trayendo tantos trastornos a la comunidad.

Rodada en escenarios naturales de La Rioja, Hombre muerto tuvo su participación en la Competencia Argentina de la 25ª edición de BAFICI y aún permanece en cartel en el cine Gaumont y otros Espacios INCAA del país. La película va atravesando por diferentes alternativas que giran alrededor de la premisa expuesta, fundamentalmente a partir de que el “trabajo” le es ofrecido a Almeida (Osvaldo Laport), un peculiar sujeto que dentro del pueblo es una suerte de marginal que trata de alejarse de su adicción al alcohol, y que inesperadamente parece haber aceptado la peculiar y fatídica diligencia.

La película está ambientada en los años 80, ingrediente que colabora con el marco estético pretendido. Aquí no hay computadoras ni celulares ni pantallas led, y la comunicación entre los habitantes es la que prevalecía entre las personas hasta no hace más de dos décadas atrás: la interacción personal. El “Ingeniero” (Diego Velázquez) es un misterioso y desamorado hombre del que no se sabe su nombre a lo largo de toda la película. Lo que sí queda claro es que ha despertado en el pueblo un mayúsculo encono, un resentimiento por parte de sus habitantes muy difícil de conciliar.

Algunas escenas tienen una peculiar poesía visual y dramática, como aquellas que describen la travesía de Almeida y su posible víctima por los desérticos paisajes que rodean al pueblo, o el enfrentamiento entre ambos y otros hombres armados en una calle de tierra, homenajeando a A la hora señalada y otros westerns. También el vínculo entre ambos ligado a la música de jazz, enmarcado por la partitura inspirada en un trío de jazz legendario, compuesta y grabada por Sergio Gruz y su Quinteto Barcelona, ofrece una vertiente muy particular. Que se escucha a través de un disco de vinilo un par de veces en la casa y en un aparato portátil del ingeniero y que inspira una escena histriónica y pintoresca entre ambos remedando instrumentos de viento jazzísticos.

Uno de los puntos altos de Hombre muerto, como ya fue apuntado, son las interpretaciones. Laport ofrece una de sus mejores composiciones para el cine, su Almeida es un hallazgo, un ermitaño con ciertas habilidades de lucha acrobática, que vive aislado y con escaso contacto con el resto de la población. Y que, pese a todo esto -y acaso paradójicamente-, apuesta a construir una familia con su joven pareja embarazada. Junto a él Velázquez aporta una formidable caracterización, con un rol multifacético. El resto del elenco muestra convicción en cada uno de los roles, como los casos del Padre de Roly Serrano, el dueño del almacén y bar del pueblo, a cargo de Daniel Valenzuela, y los más jóvenes Yanina Campos Sebastián Francini, como la mujer del protagonista y elcomisario.

Además de la mención al tema de jazz de Gruz, hermano de uno de los directores, la música incidental de Christian Basso también da en la tecla con el espíritu del film. Y lo propio se puede decir de la lograda fotografía de Alejo Maglio.

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Amadeo Lukas – Periodista de espectáculos y crítico de cine. Miembro de APTRA, Asociación de Cronistas Cinematográficos y Premios Gardel. Cancionista.