Leyenda viva del cine argentino, del que afirma haberse retirado, prefiere no escribir sus memorias: en su lugar conduce un podcast en el que relata su vida y su carrera.
Hace exactamente un lustro, estas páginas presentaban a Graciela Borges como figura central de los homenajes que rendía el Bafici con una síntesis: “Debutó en el cine con Hugo del Carril, pero décadas después se convirtió en ícono del Nuevo Cine Argentino con La ciénaga, de Lucrecia Martel. Intervino en una notable cantidad de clásicos del cine argentino, pero es amada y venerada por los jóvenes realizadores. La sola mención de su nombre, su mirada azabache y su voz velada marcan a fuego la escena nacional”, señalaba esa crónica que explicaba que Graciela Borges era una marca sin tiempo de nuestro cine.
Nada de eso ha cambiado, y pese a la pandemia, continúan ampliándose los horizontes y reconocimientos para la gran estrella que es figura indeleble de nuestra pantalla y como pocas reúne la extraordinaria alquimia del talento artístico junto al reconocimiento popular en una trayectoria que siempre se demuestra eternamente joven.
Cuando el tránsito de la vida vivida permite los balances y las evocaciones, casi como reacción al clásico libro de memorias que afirma que nunca escribirá, Graciela devuelve sus recuerdos en el podcast Mi vida en el cine, disponible en Spotify, presentado por la señal Film&Arts. Todas son estampas de una carrera con reflexiones que amalgaman nombres hasta la ensoñación, pero la notable actriz consigue en esos relatos breves evocar el pasado ya no desde la pátina triste sino desde la vigorosa mirada de un eterno presente que continúa presentando nuevos desafíos.
Además, el canal de cable presentará el especial Graciela Borges, mi vida en el cine que recopila los mejores momentos de esos programas con imágenes inéditas y fragmentos de grandes clásicos del cine que la tienen como máxima protagonista. “Lo voy a ver con una alegría enorme porque es el canal que más me gusta, lo he visto toda mi vida porque los reportajes de Desde el Actors Studio que hacía James Lipton son extraordinarios. Son maravillosos, es un honor para mi estar ahí”, dirá en diálogo telefónico con LA NACION.
Borges se define allí en sus inicios de esta forma: “Crecí en una infancia muy especial. Era muy flaquita, muy pálida, y tenía aquella voz que tenía, no era una voz ‘chiquitita’ como casi todas las chicas tienen. Era una voz media potente, tenía un color de voz difícil para las chicas, entonces se reían mucho de mí”. (Episodio 1, “Cómo empezó todo”).
–¿Cuándo se reconcilió con su voz?
–Es muy difícil no sentirse muy juzgado cuando uno es chiquito. No tener secretos. Que te manden a estudiar declamación y después seguir estudiando, vas al Instituto Lavardén. Pero no me reconcilié nunca porque nunca pienso en reconciliarme o enojarme: no está en mi naturaleza. Lo que te voy a decir parece que no tiene nada que ver pero te aseguro que sí. Hay un señor muy sabio que hace registros akáshicos, y me dijo que mi ojo izquierdo me había dado el olvido: por eso olvido todo lo malo y nunca voy a estar resentida. No me quedé nunca detenida ni angustiada en algo parecido a un fracaso.
–Mucha gente decide volcar sus recuerdos en un libro de memorias, pero en cambio usted se decidió por un podcast: lo último en tecnología y con contenido para nada nostálgico.
–Voy a ser absolutamente franca, y va a ser la primera vez que va estar escrito. Empecé haciéndolo como me pidieron, hablando de uno de los films. Lo que pasa es que cada film, implícitamente, está la vida. Preferí, cómo decirlo, contar más “perdidas” que “ganadas”. Me molestaría profundamente, si es un libro que no es verdaderamente profundo, que algo contara dolores y experiencias vividas que no son buenas y cosas muy personales porque haría mal a la familia, a mis hermanos. No quise herir a nadie. Si me preguntás si dije toda la verdad, la dije. Sí hay mucho que me guardé. Percibiste esto de que yo prefería hablar desde la alegría, desde la gracia, de no darle mucha trascendencia a ninguna cosa. Es así.
–No será fácil entonces conseguir que escriba sus memorias.
–A menos que sea una biografía divina y bien hecha. Me la han ofrecido hacer y no he querido y no creo que quiera. Detesto detenerme en los éxitos, los hombres, cómo se han enamorado. O en las cosas muy tristes de la vida como sucede ahora gracias al feminismo, que es algo muy poderoso porque es el cambio del mundo, y devela cosas que se han padecido mucho. En la época en la que no se tenía celular para sacar fotos, me decía Juan Manuel [N. d. R.: el piloto de carreras Juan Manuel Bordeu, su gran amor y padre de su hijo Juan Cruz] sobre los recuerdos: “No te preocupes, lo tenemos en el corazón”. Cuando vivíamos en Italia por ejemplo, desde la sopa más rica hasta la vida con Enzo Ferrari y sus perros o con el Chueco [Juan Manuel Fangio]. Todo eso está en mi corazón, salvo alguna foto que tengo. No lo he perpetuado en imágenes pero está en mi corazón, aunque parezca una cursilería. Yo conté en el podcast, por ejemplo, con mucha alegría, el día en el que, Alex Phillips, mi director de fotografía, por el cual moría de amor, me dijo que se aburría conmigo.
Lo cuenta así: “Me había enamorado terriblemente de uno de los hombres más crueles que conocí en mi vida, Alex Phillips, un mexicano con un aspecto de yanqui que mataba: ojos claros, pero muy mexicano. En mi programa siempre cuento mi historia con él. No historias mentirosas sino verdaderas: estaba fascinada con él, y él no conmigo al principio. Después, sí. Un día estaba tan enojado él conmigo que nos íbamos a dormir y yo le dije: “Bueno, buenas noches, hasta mañana”, haciéndome la linda. Él me miró y me respondió: “No sabe lo que me aburro con usted”. Es un cuento horrible y como me gusta contar “pérdidas” me encanta contarlo” (en el episodio “De Puerto Rico a Londres”).
–No puedo omitir consultarle sobre la pandemia, y cómo convive con todo lo que sucede…
–Es un momento difícil para todo el mundo porque además, estamos pendientes de lo que le pasa a los demás, ¿no? Entonces estas preocupada no sólo por los tuyos sino por lo que estas viendo en la gente, emocionalmente, económicamente. Entonces no podés estar vibrante. Pero yo tengo algo de “niña esperanzadora”, de jugar con el perrito, de estar entre los árboles, de pensar en los libros que puedo leer, en las muchas películas que aún me faltan ver, en el hecho de que hay muchos países que no conocí pero los puedo ver en YouTube, o la posibilidad de recorrer toda África en un documental en TV. No digo que te vas contentando sino imaginando y creando de otra manera. Yo no sé que va a suceder, qué hay por delante, como será el arte que tengamos. El porvenir es un acto de esperanza y de resistencia y de saber que actúa mucho más nuestra creatividad. Hay un proceso de amor y de desconsuelo, pero siento que va a venir algo bueno si resistimos”.
Si hay alguien que vive pendiente de sus seres queridos es Graciela, cuyo WhatsApp muchas veces tarda en marcar los dos tildes cuando esta en comunicación o aparece el aviso de que Graciela está en otra llamada. Esa es una constante; la otra es el cariño por las mascotas, que además siempre buscan atraer la atención de la prensa: “¡Salí mi amor, salí que estoy trabajando! ¡Bajá Vicenta, bajá Vicenta! Sé buena”, dirá en otra parte del diálogo cuando una de sus perritas haga su aparición estelar.
Pese al cansancio de un largo día por las sesiones de fotos que acompañan esta entrevista, Graciela se muestra generosa ante las preguntas y entusiasmada ante la propuesta que resume no sólo un manantial de anécdotas sino también los audios que la acercan a su otra gran pasión: la radio. Su ciclo Una mujer en Radio Nacional, donde está acompañada por la periodista cultural Lorena Peverengo –quien además es su sobrina– tiene un público muy fiel. “¡Te juro que los fans dicen cosas tan lindas! Cuando uno quiere a alguien o le gusta mucho el trabajo de alguien dice cosas enormes, que a lo mejor no son merecidas”, dice La Borges, con su voz inconfundible y ese apellido obsequiado por el autor de El aleph que reemplazó al Zabala original.
“Hay cosas que no puedo repetir porque sería caer en lo mismo que no quiero. Es muy fuerte. Y eso te causa dos cosas: una emoción enorme y también estar alerta: recibimos cosas divinas, pero empaparte de eso y decir que todo es verdad tampoco es cierto. Hay que tomarlo con el amor y la prudencia necesaria porque es como la imagen de un casamiento donde uno está hermoso. Las cosas que me escriben son divinas. Y me llegan en el justo momento en el que no tengo más ganas de hacer cine”, afirma.
–En uno de los episodios del podcast hace un chiste remedando la generala diciendo que “tachó cine”, en relación a la relevancia de El dependiente y La ciénaga. ¿Sigue tachado el cine o la pantalla puede volver a convocarla en un futuro?
–Me dieron algunos libros, e inclusive vi una película que finalmente se hizo con otra actriz y ella estaba estupenda. Nunca hay que nombrar las cosas que uno no ha hecho porque hiere a los que se lo pidieron y a quien finalmente sí lo hizo. Eran dos libros muy buenos, pero yo me cansé mucho porque hice dos películas [N.d.R.: El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella, y La quietud, de Pablo Trapero), y al mismo tiempo la gira de Acercarte. Fue mucha ida y venida, y además, siempre se lo digo a Campanella: ¿caminar y correr con taquitos en el pasto? Se terminó la historia (risas). He cumplido los suficientes años como para saber que detenerse está bien. Es muy difícil tener personajes como los que he tenido y directores como los que tuve. Siempre hay gente divina que aparece y es talentosa, yo apunto mucho a los chicos nuevos y a las chicas, hay directoras fenomenales.
–Sin hablar de las películas que pudo haber hecho, existen aquellas que le hubiera gustado protagonizar y no pudo porque se rodaron en otro país o en otra época. ¿Cuáles son?
–El otro día pensé profundamente en Blue Jasmine, de Woody Allen. Así de corta es la respuesta. Porque el trabajo de Cate Blanchett es excepcional y hubiese amado hacerlo. Pienso ahora mismo en cuál film o qué actriz me deslumbró y no es algo que tenga en la memoria.
–¿Pasa seguido ese deslumbramiento ante una película?
–No, no me pasa seguido. Me deslumbra el talento: veo actrices divinas, pero en los últimos tiempos salvo los trabajos individuales que me parecen espléndidos no me gusta tanto el cine que hay. Me parece que está perdiendo emoción, y no estoy diciendo hacer un cine fácil, de sensibilidad con golpes bajos, sino de un maravilloso film con sentimientos que brillen. A mí, Juventud de Paolo Sorrentino me había parecido maravillosa, pero hay otras que tocan una parte tuya de la vida tan fuerte. Por ejemplo se estrenaron casi juntas El gran pez y Las invasiones bárbaras, y la de Tim Burton me pareció una película sensible, divina. Pero algo pasó con la película de Denys Arcand que me hizo pensar y conmoverme tanto. Darme cuenta que él y yo no habíamos tenido la conversación que hubiésemos tenido que tener. Y por “él” hablo de mi padre, pero no me voy a extender sobre el tema porque prometí a mis hermanos que no hablaría.
Si algo se destaca en los videos que anticipan el especial Graciela Borges: mi vida en el cine es la impresionante búsqueda fotográfica que acerca instantáneas desde su más tierna infancia –jamás vistas en público– hasta otras en festivales internacionales que ni la propia actriz conocía. Fotos de una pequeña Gracielita en la Bristol de Mar del Plata o, ya convertida en bello rostro del cine argentino, viajando en compañía de Paul Newman, otra vez, a Mar del Plata pero ahora en el “tren de las estrellas” rumbo a su festival internacional. Su respuesta ante las fotos es asombrosa: “Yo no vi nada, ¿dónde las viste?”
–En el canal de YouTube de Film&Arts…
–¡Ah, sí! De algunas de esas fotos no conocía siquiera su existencia. Mucho menos las de los festivales de Cannes, Venecia o Berlín, o tal festival, o el éxito tal, o el fracaso tal: son fotos tan vitales que consiguieron ellos, fue un trabajo estupendo el que hicieron los de Films&Arts, a la cabeza mi productor Patricio Orozco. Me pareció divino porque todo adquirió una grandiosidad no pedida. Cuando me dijeron: “El canal quiere hacer un especial sobre tus películas y sobre el cine”, y después cuando empezamos a grabar yo pensaba en cómo saldría y salvo unos epígrafes que ellos necesitaban, me largué y lo hice y fue verdadero y nadie me dijo lo que tenía que decir. Hubo total libertad y fue adquiriendo una fuerza inusitada. De golpe me llamaban de todos los países de América latina y también de España. Me quedé impresionada. Confirma la verdad de mi frase preferida: “hacer todo lo mejor posible sin esperar resultados”.
Luego de su debut en el cine en Una cita con la vida, de Hugo del Carril, la trayectoria de Graciela Borges quedó emparentada con la renovación del cine nacional de la mano de dos grandes nombres como Fernando Ayala y Leopoldo Torre Nilsson, además de la dura filmación de Zafra, de Lucas Demare (”Como estuve tuberculosa nadie se quería acercar en las escenas: todos se ponían barbijos como los que nos ponemos con esta horrible pandemia que nos humilla y me decían: “Nena, no te preocupes estamos bien todos, habla tu parte”, sacaron los besos, todo”, recuerda en el podcast).
Más tarde tuvo trabajos de notable compromiso en Piel de verano, de Torre Nilsson y Los viciosos, de Enrique Carreras. Otros grandes roles fueron a las órdenes de Manuel Antín, en Circe y en El dependiente, en la lente de Leonardo Favio. La década del 70 la encontró como la actriz fetiche de Raúl de la Torre: su protagónico en Crónica de una señora, le ganó el premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián y el premio en Bogotá por Pobre mariposa. En los ochenta protagonizará para Alejandro Doria Los pasajeros del jardín, y volverá a tener varios premios por la última película rodada juntos, Las manos.
Hace veinte años, en 2001 su Mecha en La ciénaga la llevará a abrazar el Nuevo Cine Argentino convirtiéndose en referencia de una joven generación de directores como Luis Ortega, Daniel Burman o Pablo Trapero, como parte de un camino que se resume en el especial televisivo que la actriz celebra sin olvidar las simetrías con la vida cotidiana.
“No quiero usar palabras como trabajo o carrera pero este medio en el que estamos los que creamos, escribiendo, pensando –digamos los intelectuales entre comillas, para no sentirnos elevados por encima de los otros– conlleva una percepción del espíritu que hace más fácil movernos para mirar el afuera. Es como cuando una amiga te dice “No me gustó esta película”, y yo siempre respondo lo mismo: “¿Quién quiere hacer una mala película? No pudo…”. Con la vida pasa lo mismo. Hay cosas que no salen, talentos que no rinden, pero también hay gente que va por caminos que no están en los mapas, ¿no?” .
Encuentros cumbre con otras estrellas
El objeto del afecto, según Jeanne Moreau
“Yo miraba fijamente a esta mujer estupenda que me enseñó una cosa que nunca olvidaré. Me dijo: ‘Mirá, no te tiene que importar tanto el director. Tenés que enamorar al director de fotografía. El director de fotografía tiene que ser tu aliado” (del episodio “Torre Nilsson y Beatriz Guido”).
Para qué no sirve Hollywood, según John Huston
“John Huston me contó muchas cosas. Y me preguntó: ‘¿Te gustaría trabajar en Hollywood?’ Aunque pensé que no me gustaría mucho, porque pasó tras las andanzas en Europa, y soy muy del lugar donde vivo para actuar, me parece que es muy necesario eso, para no quedar mal le dije: “Sí, ¡claro!”, “¿Y para qué?”, me contestó. “Los actores tienen que trabajar en su idioma” (del episodio “John Huston y las películas en inglés”)
El error gravísimo con Muhammad Ali
“Pude ver un match de box, a pesar de que no me gusta el box, entre Cooper y Cassius Clay. Después lo vi al día siguiente en el hotel y le pedí un autógrafo, y él firmó ‘Muhammad Ali’, Tiré el autógrafo porque pensé que se había burlado y quería que me escribiera Cassius Clay. ¡Error gravísimo!” (del episodio “La aristocracia londinense”).
El zen, según Catherine Deneuve
“Estábamos en Biarritz (…) y frente al hotel había una piedra muy grande a la que solo llegaban los nadadores muy avezados. Yo soy buena nadadora y Catherine Deneuve también. Entonces un día dijimos, ‘mañana nos encontramos después del desayuno y nos vamos hasta la piedra’ (…) Parecía tan cerca, pero era tan lejos, ¡tan lejos! Soy vasca: no quería dar el brazo a torcer, imaginate. Y dale, dale, crawl, pecho, espalda. Ella nadaba y nadaba. Y cuando finalmente llegamos me dio la mano para subir. Fatigada como yo estaba, no me animaba a decir nada. Ella me dijo: ‘¡Qué difíciles que son las cosas que parecen fáciles!’” (del episodio “El París de Catherine Deneuve”).
Fuente: La Nación