Anya Taylor-Joy, la actriz estadunidense-argentino-británica que da vida a Beth Harmon.
Es un recorrido de crecimiento personal, una lucha contra demonios propios y ajenos empapada por las influencias del melodrama clásico y con mirada feminista.
Podría pensarse que no hay deporte menos excitante que el ajedrez, en particular cuando se lo imagina como motor de una narración audiovisual. La falta de movimientos físicos extremos, lo cerebral del desarrollo, lo estático del entorno, la complejidad de las reglas y estrategias no transforman a priori al juego de reyes en un favorito del cine y la televisión. Sin embargo, una de las virtudes de Gambito de dama, la miniserie lanzada por Netflix hace algunos días, radica precisamente en el hecho de que los movimientos de las piezas blancas y negras sobre los 64 escaques del tablero se sienten tan estimulantes como llenos de suspenso y sorpresa.
Creados por Scott Frank a partir de la novela de Walter Tevis The Queen’s Gambit, los siete episodios narran el temprano descubrimiento de una niña de su innegable talento para el ajedrez –como así también la afición por los tranquilizantes– y describen su ascenso en los rankings ajedrecísticos, locales en un primer momento, internacionales algunos años después. Más allá de su ligazón con los relatos deportivos marcados por los ascensos y caídas, la historia es también un recorrido de crecimiento personal, una lucha contra demonios propios y ajenos empapada por las influencias del melodrama clásico y aderezada con una mirada feminista.
Tal vez ese sea el mayor logro de la serie: conjurar intereses y apuestas formales muy diversas sin caer en el pastiche, el apretujamiento o la declamación. El derrotero de Beth Harmon, interpretada por la actriz estadounidense-argentino-británica Anya Taylor-Joy, es también el camino de los años ’50 a los ’60, una era de cambios sociales y culturales que Gambito de dama utiliza en su provecho como trasfondo y vector de influencias. Del subsuelo de un internado de señoritas huérfanas al salón de un hotel soviético poblado por las más célebres personalidades del ajedrez, las siete horas de duración totales de la serie describen los dolores y placeres de uno de los deportes más solitarios e individualistas, moldeando en el camino a una criatura irresistible, tan compleja y contradictoria como frágil. En otras palabras, un personaje muy humano.
“Todos los jueves, Miss Graham enviaba a Beth abajo, luego de la clase de aritmética, para que limpiara los borradores. Eso era considerado un privilegio y Beth era la mejor estudiante de la clase, a pesar de ser la más joven. No le gustaba el sótano. Olía a rancio y el señor Shaibel le daba miedo. Pero quería aprender más sobre ese juego que él practicaba solitariamente en su tablero.» La descripción de Walter Tevis –el escritor detrás de las novelas El hombre que cayó en la Tierra y El buscavidas, trasladadas a la pantalla en sendos largometrajes– es escueta pero precisa. Y la serie reconstruye esa instancia irrevocable en la vida de la protagonista de manera fiel.
Beth queda huérfana luego de un incidente automovilístico que acaba con la vida de su madre y es internada en la escuela Methuen Home, a la espera de ser adoptada. Su vida anterior, sin padre a la vista, queda en el pasado, y el transcurrir de los días y las noches se hace un poco más llevadero gracias a la amistad con Jolene, una chica negra unos años más grande que ella. Y las pastillas que todos los días le hacen ingerir en el dispensario del internado. Unas cápsulas de color verde que provocan toda clase de imágenes fantásticas, cuando se apagan las luces y las sombras del exterior se impregnan sobre la superficie del techo del dormitorio comunitario. Luego de que el vínculo con Shaibel se afianza y el talento para el ajedrez de la niña de nueve años se hace evidente, las sombras adquieren definidamente las elegantes formas de los peones, los alfiles, las torres y las reinas, entre otros habitantes del tablero de juego. La nueva obsesión de Beth. Ese gran actor secundario que es Bill Camp le da vida al portero y hombre-para-todo de la escuela, el primer tutor ajedrecístico de Beth, al tiempo que Isla Johnston encarna a Beth durante la niñez, en el primer episodio de Gambito de dama. Hay algo irresistible en el descubrimiento de la genialidad precoz, un asombro que es al mismo tiempo humano y fuera de este mundo, y el rostro de Shaibel ante el primer indicio de lo extraordinario logra reflejarlo de manera efectiva y emocionante.
Luego de la publicación de la novela en 1983, Walter Tevis declaró que la inspiración para el personaje de Beth Harmon echaba raíces en sus experiencias personales en el mundo del ajedrez competitivo y su propia adicción a las drogas. Hubo al menos dos intentos de llevar el texto a la pantalla de cine. En el primero se barajaron nombres como los de los cineastas Michael Apted, Walter Hill y Bernado Bertolucci. Años más tarde, Heath Ledger estuvo involucrado en un proyecto que, de haber llegado a buen puerto, se hubiera transformado en su debut como realizador.
Para Scott Frank, que escribió y dirigió los siete episodios de Gambito de dama, lo realmente interesante es el hecho de que “Beth es la protagonista y la antagonista de su historia”, según afirmó en una reciente entrevista con Entertainment Weekly. “Y el ajedrez es el vehículo perfecto para contar eso.» En esa misma línea, el guionista de Mentes que brillan, El nombre del juego, Minority Report y Logan, a su vez jugador de ajedrez consumado, describe que su mayor preocupación eran las partidas en sí mismas. “Fue lo que me llevó más tiempo de preparación. Me obsesionaba hallar una manera de capturar la esencia del juego que fuera dramática y, al mismo tiempo, accesible para aquellos espectadores que no conocen nada sobre el ajedrez. La solución fue concentrarse en las apuestas emocionales de los jugadores en lugar de las piezas”, explicó.
En la ficción, Beth, ya quinceañera, es adoptada por un matrimonio de Kentucky, pero la perspectiva de una nueva vida (y un cuarto enorme destinado sólo a ella) se choca con el desinterés absoluto de un padrastro ausente y una madrastra al borde del colapso (gran personaje, lleno de aristas y recovecos, interpretado por la actriz y realizadora Marielle Heller). El segundo capítulo de la serie –que sigue la cronología de la novela de manera consecuente, excepción hecha de algunos flashbacks desparramados aquí y allá– desarrolla en extenso la relación entre las dos mujeres, desde un recelo inicial hasta el inicio de una comprensión mutua, aunque no exenta de chispazos y encontronazos. Y de la compra a regañadientes de vestidos de saldo a la posibilidad de que el ajedrez se transforme no sólo en un ingreso extra para la familia –a esa altura integrada por ellas dos, luego del autoexilio del hombre de la casa– sino en el principal sustento.
Las primeras partidas, durante una prueba de juego simultáneo y en una competencia local, muestran a ese Scott Frank interesado en sacarle todo el jugo posible a las posibilidades del suspenso ajedrecístico. Para ello, no sólo resultan esenciales los encuadres y el montaje, sino la expresividad de Anya Taylor-Joy, cuyos ojos tamaño XXL –enmarcados por un corte de pelo bien sixties– logran transmitir sin filtros la duda, la autosatisfacción, el enojo, la alegría y una docena de emociones más, muchas veces sin solución de continuidad.
Al tiempo que se produce su ascenso en los rankings nacionales y los viajes junto a su madre se multiplican, el consumo de alcohol y barbitúricos también aumenta considerablemente, paliativos de necesidades insatisfechas y anhelos de difícil concreción. La actriz nacida en Miami en 1996 –cuya infancia estuvo repartida entre la Argentina y Londres–, demostró con creces sus capacidades actorales y versatilidad en films como La bruja, Fragmentado y Emma, pero en Gambito de dama el peso de la responsabilidad del éxito artístico descansa en una medida nada despreciable sobre sus hombros.
Entrevistada hace algunos días por ScreenRant, Taylor-Joy describió el proceso creativo detrás del personaje: “Una conversación que tuvimos con Scott muy temprano estuvo ligada a la intención de que ninguna partida de ajedrez fuera idéntica a las otras y que ningún episodio de atracones o de consumo de sustancias se sintiera igual al resto. Algo que me resulta fascinante sobre las adicciones es que, cualquiera sea la sustancia que utilices para automedicarte, la cosa funciona durante un tiempo. Por esa razón lo haces. Lo que te destruye es cuando deja de funcionar, lo cual es inevitable. Es entonces cuanto tu vida se sale de los rieles. Fue fascinante intentar comprender por qué Beth hace lo que hace. ¿Acaso cree que el uso de las pastillas es la única forma posible de concentrarse y ganar? Sus emociones resultan demasiado para ella y necesita calmarlas”.
El gambito de dama del título es, desde luego, una apertura típica en el ajedrez, la ofrenda de una pieza diseñada para alcanzar una ventaja estratégica en el tablero. Pero más allá de la literalidad del concepto, hay algo metafórico en esa elección: una figura simbólica que representa cabalmente a la propia Beth y sus sacrificios a la hora de transformarse en una jugadora del mayor nivel internacional. Lo cual, desde luego, implica enfrentarse a contrincantes rusos, históricos maestros en el circuito.
Cuando la placa sobreimpresa señala el año 1968 el arco dramático del relato ha llegado a sus últimas instancias. Beth ya no es la adolescente retraída, el bicho raro de la high school, aunque muchas de sus contradicciones y zonas erróneas siguen estando a la vista de todos. Su vida sentimental también ha florecido, aunque no sin complicaciones, y el regreso de una vida del pasado trae consigo un posible despertar de algo nuevo, un elemento que es, al mismo tiempo, político y personal. En las portadas de los diarios, el logro mayor: esa jovencita flaca y bajita se enfrenta a los mejores jugadores del mundo, todos ellos hombres y, en su mayoría, mayores a ella.
Allí está el ruso Vasily Borgov, némesis de Beth, el gran cazador blanco que la obsesiona y obnubila, además de aportar sangre deportiva a sus venas. Gambito de dama no es una película biográfica, aunque por momentos lo parezca, y la protagonista no refleja la vida real de ninguna figura del ajedrez en concreto, más allá de las posibles filiaciones con la carrera de Bobby Fischer, maestro del tablero desde los 13 años, el primer campeón mundial nacido en los Estados Unidos –en plena Guerra Fría, cuando el enfrentamiento entre las dos potencias incluía las movidas de los peones sobre los casilleros– y autor de un libro esencial en la literatura ajedrecística, My 60 Memorable Games. El cierre de Gambito de dama, en un país frío y lejano, encuentra a Beth completando el círculo iniciado una década atrás, en ese sótano con olor rancio habitado por un ser solitario, su tabla y sus piezas blancas y negras. Luego de sentarse y apoyar la pera entre las manos, la mirada firme frente al más inesperado de los rivales, llega la hora de mover, una vez más, uno de los ocho peones. El proceso es conocido, el mismo de siempre, pero ella es otra persona.
Fuente: Página12