Edgardo Cozarinsky tenía una mirada aguda y amable, conocimientos refinados de la cultura en general y la escritura y el cine en particular, y una envidiable capacidad de trabajo creativo. Era cordial pero nada untuoso, cultivaba la amistad sin alardes, y andaba siempre de traje. Un porteño de los de antes, que se fue esta madrugada a los 85 años, víctima del cáncer.
Hijo de judíos ucranianos, asiduo visitante de cines, librerías y escritores, se fue haciendo un nombre como periodista de las secciones culturales de “Panorama” y “Primera Plana”, fundó con su gran amigo el crítico Alberto Tabbia una excelente revista de cine, “Flashback”, lamentablemente de corta vida, se probó con una película experimental, “Puntos suspensivos”, escribió “Borges y el cine”, recopilación analítica del escritor como crítico, adaptador y adaptado, ganó su primer premio con un ensayo sobre el chisme como forma literaria en Proust y Henry James (coescrito con José Bianco) y al año siguiente, 1974, se mudó a Paris.
Allí empezó su labor de notable documentalista, con obras como “La guerra de un solo hombre”, sobre las memorias del oficial alemán Ernst Junger, muy culto, durante la Ocupación nazi en Paris (Jünger abjuraría del nacionalsocialismo aún antes de que finalizara la guerra); “Boulevards du crépuscule”, sobre la contrapuesta vida de dos artistas franceses en Argentina (la Falconetti y Le Vigan), “La Barraca. Lorca por los caminos de España”, “Le cinema des Cahiers”, retratos de Jean Cocteau y Henri Langlois, un hermoso capítulo sobre “Candilejas” en la serie “Chaplin Today”, todos trabajos de difusión en circuitos y canales culturales. Hermoso también, “El violín de Rothschild”, sobre una opera breve de asunto judío iniciada por Fleischmann, completada por Shostakovich, prohibida por Stalin, y todavía viva y deliciosa. En «Los fantasmas de Tanger», entre otras cosas, fue en busca del escritor Paul Bowles.
Cozarinsky hizo también varias películas ficcionales, no tan logradas, o no tan luminosas como los documentales. La primera, “Guerreros y cautivas”, que signó su regreso al país en 1989. Coproducción inspirada en un cuento de Borges, tenía un elenco impresionante: Dominique Sanda, China Zorrilla, Leslie Caron, Federico Luppi, Duilio Marzio, Selva Alemán y los jovencitos Gabriela Toscano y Juan Palomino.
Mejor le fue como escritor de cuentos, ensayos y memorias, desde “Vudú urbano”, 1985, con prólogos de Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante, “Museo del chisme” (donde reelaboró aquel premiado ensayo sobre el chisme como género literario), “Milongas”, “Palacios plebeyos” (las viejas salas de cine), “La novia de Odessa”, “En el último trago nos vamos”, “Dark” y otros títulos. También se probó exitosamente como actor y dramaturgo.
Se lo ve en algunas películas. Joven, bailando y llevando presa a Valeria Lynch en “La civilización está haciendo masa y no deja oír”, de Julio Ludueña, irónico en el parisiense “Diálogo de exiliados”, del chileno Raúl Ruiz (luego convertido en Raoul Ruiz), seductor divertido y fracasado en un episodio creado por él mismo de “Edición limitada”, y en el balance confeso de la propia vida en “Dueto”, hecho a cuatro manos con otro amigo, el actor Rafael Ferro. Esa fue su última creación, el año pasado. Ahora se ha ido, sin dejar sucesores.