Emma Stone no lograba quedarse de quieta. En la casa familiar de Scottsdale, Arizona, se comportaba, como ella misma lo ha dicho, “como una joven mandona y ruidosa” que ya sabía, desde entonces, que tenía una necesidad de canalizar su histrionismo en el cine. Sin embargo, el camino a esas clases de teatro que eventualmente empezaría a tomar tuvo como puntapié una experiencia poco grata que la acompaña hasta el día de hoy. Cuando Emma no podía quedarse quieta, cuando tenía esos episodios, estos también eran fruto de un cuadro de ansiedad severo que se despertó en un día normal, en la casa de una compañera del colegio.
En lugar de estar concentrada en la conversación, Stone pensaba en qué sucedería si esa casa en la que estaban comenzaba a prenderse fuego, el primero de muchos pensamientos oscuros que encendió las alarmas de sus padres. “Los tres años siguientes a ese momento estuvieron marcados por la compulsión de querer tener todo bajo control, de pedirle a mi madre que me reasegure que íbamos a estar bien, necesitaba la certeza de que nada de mi mundo iba a cambiar”, explicó la actriz, quien se refugió en el teatro para explorar otras realidades, sumergirse en roles que le permitieran liberar esa ansiedad, trabajarla desde otros contextos.
Su recuperación paulatina fue multifactorial, pero el arte cumplió un rol significativo, al igual que el incentivo de su madre. Como su personaje de Mia en La La Land, Stone no perdía el foco y tenía un objetivo en mente: traspolar la experiencia del teatro escolar a un ámbito de mayor escala. “En esos años, mi mamá ponía música en casa todo el tiempo”, recordó la actriz. “Ponía la banda sonora de Los miserables, me contaba la historia, y después me llevaba a ver la obra. Eso me transformó completamente porque el canto pasó a convertirse en otra herramienta para expresar lo que me estaba pasando, les daba un peso más grande a las palabras, y algo similar me sucedió con el baile”, sumó.
Como consecuencia, empezó a tomar clases para ser bailarina profesional, hasta que supo cuándo tenía que parar. “Me gustaba muchísimo, pero no era buena en la parte técnica, no ejecutaba bien muchas cosas, entonces me incliné puramente hacia la actuación y eso terminó siendo mi terapia: cuando sentía que estaba por tener un ataque de pánico, me aprendía mis líneas y arrojaba todo ese miedo a un lado en pos de los personajes, canalizaba mi energía por ahí”, manifestó.
La actuación como forma de suspender el tiempo
Lejos de eludir sus problemáticas de salud mental, Stone estaba enfrentando su realidad cada vez que era elegida para integrar diversas obras de la escuela secundaria. Cuando se mudó a Los Ángeles, redobló la apuesta y empezó a notar un cambio en su personalidad. “Siempre fui de querer esconder lo que me pasaba, pero con la actuación no podés darte ese lujo, tenés que dejar los miedos de lado porque cada proyecto es algo nuevo y desafiante al que le tenés que poner el cuerpo”, remarcó y añadió: “Cuando empecé a trabajar consistentemente, se empezó a suspender el tiempo y yo dejé de buscar la perfección o el control absoluto, me fui sacando muchas imposiciones”.
Tras algunos roles en series como Medium y Malcolm in the Middle, Emma hizo su debut cinematográfico con el personaje de Jules en Supercool, gran exponente del humor de la Nueva Comedia Americana, film dirigido por Greg Mottola y producido por un referente de ese movimiento, Judd Apatow.
El carisma insoslayable de la actriz le permitió obtener roles secundarios en otras comedias, hasta que finalmente le llegó el merecido protagónico en la gran Se dice de mí, de Will Gluck, una original relectura de La letra escarlata que, al mismo tiempo, rendía tributo a largometrajes de los 80 de John Hughes y Howard Deutch, desde El club de los cinco a La chica de rosa. Stone interpretaba con vulnerabilidad y sarcasmo a Olive Penderghast, una adolescente que se convertía en el blanco de sus compañeros tras la circulación de un falso rumor sobre su persona, y su trabajo le valió una nominación al Globo de Oro a mejor actriz de comedia. De esta forma, Emma había logrado superarse una vez más y estaba lista para nuevas conquistas.
De la dupla con Ryan Gosling a querer salir de la zona de confort
En 2011, Stone filmó la primera película que la unió a Ryan Gosling, la comedia Loco y estúpido amor que marcaría el comienzo de una amistad entre ambos. Este entendimiento los llevó a trabajar juntos en dos nuevas ocasiones: en Fuerza antigángster, en 2013, y en La La Land, en 2016. Dos años antes, Emma había surfeado la ola mediática suscitada por su romance de alto perfil con Andrew Garfield, su compañero en El sorprendente Hombre Araña y su secuela, y había salido intacta de esa atención repentina que se depositó sobre su vida privada. En el plano profesional, la Emma inquieta de su adolescencia resurgió.
La actriz apostó por colaboraciones con realizadores que admiraba, como Alejandro González Iñárritu en Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) -film por el que recibió su primera nominación al Oscar- y Woody Allen en Magia a la luz de la luna e Irrational Man. Cuando le llegó la propuesta de interpretar a la aspirante a actriz Mia Dolan en La La Land, reaparecieron ciertos miedos. “Estaba muy entusiasmada por trabajar con Damien (Chazelle) y con Ryan otra vez, una persona que conozco mucho y respeto, pero a la vez sabía que el rodaje iba a ser extenuante y de hecho pasé por momentos difíciles”, reconoció la actriz, quien se abocó al musical que le dio su primer Oscar con ese deseo de afrontar el temor que la venía acompañando desde pequeña.
“La La Land también implicó recordar momentos duros de mi carrera”, aseguró la actriz, en relación al costado abyecto de la industria. “A los 16 años, un director de casting me gritó porque yo no me acordaba el guion que me había dado segundos antes. El audicionar para un papel es algo indescriptible, me han humillado muchas veces, Hollywood es un lugar en el que si no sos fuerte, te pueden quebrar fácilmente. Yo nunca me sentí tan valiente como Mia, pero tampoco hice las valijas cuando el panorama se complicó”, remarcó en una entrevista con The New Zealand Herald. La preparación para el largometraje se produjo en paralelo a los ensayos para Cabaret, su única incursión en Broadway hasta el momento, con el emblemático rol de Sally Bowles.
El hecho de subirse al escenario fue otro momento de quiebre para la actriz, otro paso enorme en su carrera, pero también en su trabajo de manejo de miedos y ansiedades. “No puedo decir que la actuación es la cura definitiva para mi ansiedad”, aclaró. “Pero como soy una persona que piensa cada paso que da, alguien que tiene mucha energía, le tengo que dar otro uso a esa sensación para no terminar con un ataques de pánico, y Cabaret me ayudó a comunicarme a través de la danza, del canto, de la interpretación más gutural, me condujo a un lugar nuevo y a partir de ahí empecé a elegir papeles en función de mis necesidades, no de las de un estudio o de lo que la audiencia podía esperar que hiciera, mis elecciones son extremadamente personales”, explicó.
Pobres criaturas y el reencuentro con Yorgos Lanthimos
Cuando Stone ganó a comienzos de año el Globo de Oro por su interpretación de Bella Baxter en Pobres criaturas -su segunda colaboración con el realizador Yorgos Lanthimos, tras La favorita-, se dirigió al cineasta y le aseguró que el haberlo encontrado en su camino le cambió la vida. “Siempre voy a estar agradecida por eso”, expresó en su discurso. Esa liberación a la que siempre alude la actriz, ese vehículo sacrosanto que son los personajes pluridimensionales que busca encontrar, ganó un nuevo estímulo gracias a sus trabajos con el director griego.
“Siempre admiré la manera en la que entrelaza de una manera hermosa el humor y la congoja, porque así es la vida. Yorgos entiende y ama a las mujeres. En cuanto a Bella, ella no tiene vergüenza, ni traumas, ni siquiera tiene un pasado. No se crio en una sociedad que les impone límites a las mujeres. Eso puede ser increíblemente liberador (…). Es como un desbloqueo y una aceptación de lo que es ser mujer, y ser valiente y libre. Socialmente, uno está formateado para preocuparse por agradar a los demás. Ella no piensa en eso”, apuntó la actriz sobre el rol (concebido originalmente por el autor Alasdair Gray y adaptado al cine por Tony McNamara) por el que aspira a obtener su segunda estatuilla dorada, y que está centrado en esa mujer que es resucitada por un científico interpretado por Willem Dafoe.
La interpretación de Stone es disruptiva, efervescente, y deja al descubierto su notable crecimiento artístco, lo que también se vuelve ineludible al mirar la comedia negra La maldición, la filosa sátira creada por Nathan Fielder y Benny Safdie, y coproducida por la actriz junto su marido, el guionista y director Dave MCary, en la que se destaca con una personaje demencial que la obligó a trabajar desde la incomodidad, como el de Bella. “Estoy en un momento de mi carrera en el que disfruto experimentar”, reconoció Stone. “En los rodajes de Yorgos siempre me encuentro con un clima proclive a eso, a lo lúdico, a cierta locura, y eso colaboró en mi proceso de quitarme presiones”, añadió la actriz, quien asegura que ya no es tan dura consigo misma y que, como Bella y sus transformadores bailes, le está perdiendo el temor a la crítica, a la mirada ajena.
“Antes llevaba un gran peso encima por ser buena en todo, y eso me ocasionaba ansiedad, pensamientos relacionados al miedo a la muerte que atentaban contra mi trabajo, pero ahora me concentro en la respiración, en cómo el estar viva es sinónimo de entusiasmo, de querer seguir contando historias y usando la creatividad para estar presente, eso es algo que tengo que hacer sola, el cine no lo va a hacer por mí, pero yo sí puedo utilizar mi sensibilidad en los personajes que interpreto y Bella tiene mucho de eso, de hacer lo que ella siente que está bien aunque la sociedad le diga lo contrario”, asume.
Fuente: La Nación