Una fase humana del actor surgió tras la última entrega de los Oscar, cuando apareció en solitario sobre la alfombra roja y su joven esposa, Meital Dohan, de 40 años, anunciaba a la prensa la separación matrimonial, ya que la convivencia era muy difícil “aunque sea Al Pacino”, ya que para ella el hombre está “viejo” y además es “muy tacaño”.
Fuera de esos detalles es imposible negar la importancia de Alfredo James Pacino en la industria de Hollywood y en el imaginario cultural de las últimas cuatro décadas, con todos los cambios tecnológicos y estéticos que vienen sacudiendo el fenómeno del cine y lo audiovisual.
Para muchos, su rostro es para siempre el de sus 32 impetuosos años, cuando fue identificado como Michael Corleone en “El padrino”, de Francis Ford Coppola, en la que en 1972 se batió con éxito ante el monstruo sagrado Marlon Brando, que renacía luego de un ostracismo involuntario, y figuras de prestigio como James Caan, Sterling Hayden y Richard Conte.
Antes había participado en un pequeño filme de Fred Coe y logró el papel protagónico de “Pánico en el parque” (The Panic in Needle Park, 1971), un drama sobre morfinómanos en el que el director Jerry Schatzberg se entretenía en mostrar un festival de jeringas hipodérminas en acción, aunque en muchos países la película se estrenó con posterioridad a “El padrino” porque su figura ya era un anzuelo para las boleterías.
Nacido en el East Harlem neoyorquino, se dice que tuvo una adolescencia difícil y amistades dudosas con las que cometió pequeños delitos y sufrió cárcel a los 20 años, pero en esas circunstancias aprendió el arte de la simulación y sus inclinaciones le permitieron aspirar a otra cosa.
Abandonó sus estudios y realizó trabajos de subsistencia para pagarse sus clases de teatro; actuó en espectáculos suburbanos y fue rechazado en el Actors Studio la primera vez que quiso ingresar, pero en la segunda le fue mejor y llegó a cursar bajo los ojos expertos del mismísimo Lee Strasberg, pilar de la escuela en la que se impartía “el método”, una forma de actuación que habían adquirido tanto Brando como el malogrado James Dean.
En esos años el cine de Hollywood estaba sufriendo transformaciones conceptuales y estéticas y ya no se buscaban galanes carilindos, sino otras formas de verosimilitud en las que militaban Robert De Niro, Dustin Hoffman y Harvey Keitel, a las que Pacino adhirió por naturaleza.
Su papel de adicto en “Pánico en el parque” llamó la atención de Coppola, que de inmediato lo incorporó al elenco de “El padrino” en el papel de Michael Corleone, que lo llevó a la fama y convirtió su rostro en un emblema dentro del cine del siglo XX.
La casualidad quiso que sus abuelos maternos, primera generación de su familia en Estados Unidos, fueran originarios de Corleone, un municipio siciliano pegado a Palermo, el mismo que imaginó el novelista Mario Puzo para darle un origen al clan homónimo.
Él mismo contó su ingreso a la filmación de este modo: “Un año después de hacer ‘The Panic in Needle Park’, me llama Francis. Me cuenta que quiere hacer esta película, y yo pensé que iba a hacer el personaje de Sonny. A mí me decían Sonny en la escuela así que estaba bien. ‘No, quiero que seas Michael’, me dijo. ¿Yo? No puedo ser yo porque soy petiso, pensé. Cuando viajé a Los Angeles a filmar, todos me rechazaban por serlo, pero Francis se salió con la suya”.
Ese fue el trampolín que selló su vida, que continuó su personaje en los dos “Padrinos” subsiguientes y que lo hizo brillar en títulos como “Espantapájaros”, también de Schatzberg, con Gene Hackman; las duras “Sérpico” y “Tarde de perros”, ambas de Sidney Lumet, y donde su paso por el Actors Studio se veía a la legua.
Asimismo, se lo vio en otra clase de películas como “Un instante… una vida”, de Sydney Pollack, romántica y con carreras de autos; “Justicia para todos”, de Norman Jewison; “Cruising”, de William Friedkin, en la que simula ser gay para investigar unos crímenes; y “Caracortada”, una “remake” de Brian De Palma, otro batacazo en el que hizo de Tony Montana, un gángster cubano enquistado en Miami.
Fue un enamorado en “Prohibida obsesión”, de Harold Beckher y con la anodina Ellen Barkin, y en “Frankie y Johnny”, de Garry Marshall, con la espléndida Michelle Pfeiffer; y un militar ciego y bailarín de tangos en “Perfume de mujer”, de Martin Brest, en un papel que originalmente había sido de Vittorio Gassman.
A esos títulos se sumaron “Carlito’s Way”, de De Palma, en la que los argentinos pudieron disfrutar a Jorge Porcel en un papel secundario; “Fuego contra fuego”, de Michael Mann, donde su enemigo era De Niro; “En busca de Ricardo III”, que protagonizó y dirigió para demostrar su estirpe shakespeareana; “Había una vez en… Hollywood”, de Quentin Tarantino, y varias películas más hasta “El irlandés”, del maestro Martin Scorsese, junto a De Niro y Joe Pesci como compañeros de lujo.
Una de sus características salientes es que quien lo haya visto jamás podrá olvidar su intensa máscara y el sonido profundo de su voz.
A los 80 años, Al Pacino guarda en su casa un Oscar por “Perfume de mujer”, dos Golden Globe por “Sérpico” y “Perfume de mujer”, dos David de Donatello por “El padrino” y “Sérpico”, y varios por su actuación en el teatro, como los Tony por “Does a Tiger Wear a Necktie?” (1969) y “The Basic Training of Pavlo Hummel” (1977), entre otros premios.