Todavía no existe ninguna película que pueda pensarse como candidata para asignarle la famosa Palma de Oro.
La mejor ha sido la de Jia Zhang-ke, Feng Liu Yi Dai (Atrapado por las mareas), pero, a juzgar por el jurado presidido por la cineasta estadounidense Greta Gerwig (Barbie) y compañía, las chances del cineasta chino son mínimas.
Quien resplandeció fue Demi Moore. A los 61 protagoniza The Substance, la segunda película de Coralie Fargeat. Interpreta a una celebridad de la televisión americana que luce fantástica y sigue dando clases de gimnasia todos los días.
En el preciso día de su cumpleaños, se entera de que la quieren reemplazar por alguien más joven, un percance menor después de algo que sucede y profundiza su crisis. La percepción del cuerpo en el tiempo y la toma de conciencia nunca es gratuita.
La obsesión por la juventud eterna o el deseo de detener el envejecimiento no resulta sorpresiva. Los estiramientos de la cara, las inyecciones de células madres y tantas otras terapias con fines parecidos constituyen un negocio colosal.
Tampoco se trata de una fantasía asociada a la belleza femenina y a la industria del espectáculo, aunque sí es el microcosmos elegido por Fargeat, que dirige su propio guion, cuya aparente brutalidad de la puesta en escena es más bien deliberado.
Es una película anabólica, hinchada, excesiva, y solamente por ser así y consecuente, The Substance es paradójicamente orgánica.
Como se desprende del título, la celebridad decide probar con un tratamiento secreto en que el propio organismo duplica y da a luz a otra versión de sí, aunque más joven, lo que conlleva a una alternancia entre un cuerpo y el otro por semana.
La regla del tratamiento consiste en recordar que el otro es uno mismo. Predecir que ese principio de identidad no funcionará es sencillo, entrever cómo resulta, imposible.
Pocas veces el Festival de Cannes ha programado una película tan extrema en la sección oficial. Titane, la ganadora de 2021, a la más extrema que se recuerde de David Cronenberg son versiones atenuadas si se piensa en las mutaciones que tienen lugar en el cuerpo de Moore.
Margaret Fargeat, quien encarna a su réplica joven, acompaña muy bien. La insolencia de la juventud se impone, una forma de expresar el desdén por la vejez. Hay que ver para creer.
Que los dos personajes estén en varias ocasiones desnudos es simplemente un matiz de color. La violencia es extrema, también lo es el ridículo, asumido hasta el paroxismo para trabajar sobre la obsesión de detener el tiempo y persistir en un ideal de belleza.
Una conjetura extraña: si Barbie fuera cineasta sería admiradora de The Substance. Fargeat y Moore estarán presentes en el día de la ceremonia de clausura. No se irán sin nada.