Producida por el conglomerado de medios Turner junto a Disney Latinoamérica y Pampa Films, esta incursión de la televisión local en una true crime story, que aborda historias de sangre donde están envueltos personajes famosos, se transformó en el acontecimiento de la televisión argentina en 2019.
La serie funcionó tanto por su nivel de producción, la calidad del relato como por los desempeños actorales, donde destacaron desde nombres establecidos y probados como Jorge Román, Fabián Arenillas, Carla Quevedo y Gustavo Garzón, hasta revelaciones de jóvenes casi ignotos como Paloma Ker y el debutante Mauricio Paniagua, que se transformaron en dos de las grandes revelaciones de la producción de Turner.
El envío, dirigido por Jesús Braceras, pivoteó entre la realidad y la ficción, sabiendo intercalar pequeñas escenas de registro documental extraídas de archivo con la construcción ficcional, en una consistente recreación de época que no dejó fuera de pantalla los momentos del ascenso deportivo del púgil, cuyas defensas del título mundial paralizaban al país en la década del 70 o sus inicios pueblerimos, con la historia tejida entre Carlos y Pelusa, que fue una de las delicias de la serie.
El submundo del boxeo, la rivalidad con Nicolino Loche -otro campeón mundial argentino de boxeo, famoso por sus reflejos-, los últimos brillos del Luna Park y la figura de Tito Lectoure, la adicción de Monzón por la bebida y un carácter taimado que empeoraba por los efectos del alcohol, fueron algunos de los elementos que en distintas dosis y al servicio del relato fue poniendo en escena la serie, de exquisita inteligencia narrativa.
Otro de los atractivos fue el relato de la noche marplatense y la farándula vernácula, que bien podría dar lugar a una spin off (serie derivada), que diera cuenta de los entretelones de la fatídica temporada marplatense de 1988, donde no sólo fue asesinada Alicia Muñiz sino que también fue testigo de la muerte de Alberto Olmedo, en un verano regado de sangre, mujeres bonitas, diversión, alcohol y cocaína.
La apertura de la serie, con música de Sergei Grosny y de apenas un minuto veinte, donde se intercalan otra vez imágenes de archivo y ficcionales, fue también de gran calidad, para lo que es casi un género propio de este tipo de envíos desde el traveling automovilístico por Nueva Jersey que David Chase ideó para «Los Soprano» con fondo musical de Alabama 3.
Con la expectativas puestas en el desarrollo del juicio sobre el asesinato según quedó planteado en el fin del capítulo 12, que abarca todos los preparativos para la contienda judicial, el 13 prefiere arrancar con una disección íntima y descarnada de las últimas horas de Alicia Muñiz, desde su llegada a Mar del Plata la mañana del 13 de febrero de 1988 hasta su asesinato.
Con notables actuaciones de Jorge Román, que supo imprimirle un tono, un carácter y unos modos propios al Monzón adulto que encarnó magistralmente en toda la serie, y de Carla Quevedo como una Alicia Muñiz inestable, de aspiraciones confusas y que se mueve como equilibrista en los pliegues y la manifestación atroz de la violencia del campeón retirado, el final de «Monzón» es imperdible.