Greta Gerwig se aventura en las profundidades del ala norteamericana del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York en busca de signos de la vida moderna. Se abre paso instintivamente entre los turistas y logra colarse en un ascensor a punto de cerrarse. «Permiso, ¡tengo que subir!» Finalmente se detiene frente a una pintura al óleo de 1870 de Winslow Home, que muestra a tres chicas empapadas, escurriendo sus pesados trajes de baño en la costa de Massachusetts. Una de ellas tiene la cara oculta bajo su mata de pelo rubio. Otra está sentada sobre la arena con las piernas desnudas abiertas en tijera y un gorro de baño que le da un aire andrógino, mientras le lanza a la rubia una mirada animal «¡Esas son mis chicas!», dice Gerwig. «¿No parecen chicas de esta época?».
Cuando Gerwig se propuso escribir y dirigir una adaptación de Mujercitas, de Louisa May Alcott – película que llegará el jueves a las salas argentinas con seis nominaciones al Oscar a cuestas, incluyendo mejor película, mejor actriz para Saoirse Ronan y mejor guion para la propia Gerwig, quien no fue nominada como mejor directora, ausencia que provocó incontables memes de «esta película, al parecer, se dirigió a sí misma»- se puso a buscar imágenes inspiradoras de chicas de la época de la Guerra Civil norteamericana, cuadros de «chicas que uno conoce», como las llama Gerwig. Estudió retratos del pasado que la impresionaron por su curiosa sensación de inmediatez y actualidad: una recién casada que prepara desdeñosamente la comida por primera vez, pintada por Lilly Martin Spencer en 1854, o una malhumorada adolescente victoriana capturada en colores sepia por la cámara de Julia Margaret Cameron. «La foto de esta chiquita es tremenda», dice Gerwig mientras señala la foto en su celular. «Tan arrogante, tan loca. Me encanta.»
Mujercitas es como un globo de nieve de la infancia femenina que ha sido sacudido y vuelto a contar generación tras generación durante 150 años. Desde 1917, la novela tuvo siete adaptaciones para la pantalla grande. Las hermanas March siguen funcionando como un perdurable test de personalidad para las jóvenes lectoras, que se identifican ya sea con la madura Meg ( Emma Watson, en la versión de Gerwig), con la frívola y ambiciosa Amy ( Florence Pugh, también nominada al premio de la Academia), con la tímida y romántica Beth (Eliza Scanlen, de la serie Sharp Objects), o como ocurre la mayoría de las veces, con la aventurera Jo, eterna heroína de las chicas rebeldes con afición por las letras, o sea chicas como Louisa May Alcott y también como Greta Gerwig. Sin embargo, a medida que la lectura del libro avanza, la identificación de las chicas de hoy con las hermanas se hace más incómoda: hacia el final, todas las March están casadas o muertas. Esas «cuatro chicas especiales y realmente talentosas, graciosas y competitivas», como las describe Gerwig, parecen quedar atrapadas por la historia, por la narrativa convencional de su época.
La película de Gerwig es menos una actualización que una excavación, una especie de investigación literaria de los personajes, de su creadora, y de lo que todas ellas querían realmente. El resultado es un metarrelato que abre de un golpe el mundo de Mujercitas para dejar asentada su postura sobre el tipo de historias que se cuentan sobre las mujeres y las niñas. Gerwig tiene 36 años y dice que al releer la novela de adulta quedó impresionada por la actualidad y vigencia de los diálogos, especialmente si se los despoja de todo el oxidado material que lo rodeaba. «Me asaltaban cosas que creía no recordaba haber leído ni escuchado», dice Gerwig, como cuando Marmee ( Laura Dern) le dice a su hija Jo: «Vivo enojada prácticamente todos los días de mi vida». «No son frases que uno imagine oír salir de la boca de Marmee, y sin embargo ahí está en el libro. ¡Lo dice!», afirma la directora, que estudió la trama de la novela y la vida de Alcott hasta descubrir lo que llama «la cosa subyacente», o sea la descripción de Alcott de «todas aquellas emociones que por entonces eran consideradas inapropiadas en una jovencita». La adaptación de Gerwig parece moderna, «pero no hay nada inventado», dice. «Estaba todo ahí.»
Florence Pugh como Amy, Saoirse Ronan como Jo y Emma Watson como Meg March, en el film, que llega a las salas el jueves, con seis nominaciones al Oscar Crédito: Wilson Webb
Gerwig no recuerda cuando leyó Mujercitas por primera vez. «Desde que tengo uso de razón, siempre supe quiénes eran las March», dice. «Son parte de lo quien soy». Hace apenas unas semanas, su propia madre le recordó que había interpretado a Jo en una producción teatral en la ciudad de Sacramento – donde estaba ambientada su primera película, Lady Bird, por la que recibió su primera nominación al Oscar- cuando tenía once años. Gerwig lo había olvidado, pero de pronto resurgió el atisbo de un recuerdo: en determinado momento, Jo debía caerse dramáticamente al suelo, y Gerwig recuerda haber pensado «Esto no me sale nada bien».
Reabrir ese libro a los treinta años fue como descubrir un portal a su juventud. Cuando era chica idolatraba a Jo, y al releer la historia, se descubrió midiendo su vida adulta en función de las expectativas que tenía en su niñez sobre ella. «Pienso que como adultas siempre caminamos junto a las niñas que fuimos -dice-. «Siento que tengo que responder ante ella: si soy tan valiente o ambiciosa como debía serlo.»
Su película es una inusual adaptación que se centra en las hermanas March en su madurez. La historia comienza cuando las chicas se encuentran frente al precipicio de convertirse en mujeres, o sea promediando el libro. Aquel proyecto de infancia creativa quedó en suspenso, porque ahora hay que ganarse la vida o casarse con alguien. Luego la película avanza y retrocede en el tiempo, para analizar qué sueños de infancia florecieron y cuáles se frustraron.
Mujercitas es un metarrelato, que adapta la novela a la vez que define las distancias entre la autora y sus personajes Crédito: Wilson Webb
Jo, por ejemplo, hace su dramática entrada ingresando a las oficinas del periódico The Weekly Volcano para ofrecerle al editor, Dashwood, un cuento que escribió. Dashwood lo lee por arriba, se ríe de los chistes, tacha páginas enteras y le paga a Jo mucho menos de lo que debería. «Toda esa escena parece escrita ayer, reemplazando al editor con un ejecutivo cualquiera de un estudio de cine», dice Gerwig. Dashwood le pide a Jo que le lleve más material y que se asegure de que los personajes terminen «casándose o muriéndose, una de las dos».
Al excavar en ese mundo de Mujercitas, Gerwig se enteró de hasta qué punto la vida de Alcott había sido distinta de la de Jo, su alterego ficcional. Alcott nunca se casó. La línea argumental del padre de las March -que va al frente durante la Guerra Civil como soldado, para luego caer enfermo- provenía en realidad de la propia experiencia de la autora, que había servido como enfermera en un hospital de campaña. A Gerwig le interesaba lo que Alcott quería para Jo y «lo que escribió en su libro porque sintió que tenía que hacerlo». La agudeza de las cartas y diarios de Alcott fueron clarificadoras. «La finalidad y el objetivo de mi mercenaria existencia es el dinero», le escribió Alcott a una amiga, línea que Gerwig robó para ponerla en boca de Jo.
A la escritora nunca quiso dedicarse a escribir libros para niñas -le parecían «papilla moral para jóvenes»-, pero su editor insistía. La novela fue un éxito y se agotó en apenas dos semanas, lo que terminó sacando a la familia Alcott de la miseria más absoluta. Y cuando sus lectores reclamaron que Jo se casara -preferiblemente con su apuesto y acaudalado vecino Laurie, interpretado en la película por Timothée Chalamet-, la escritora le dio el gusto a público, con una sorpresa: en la segunda parte de la novela, originalmente publicada por separado como Buenas esposas, Jo se casa, pero no con Laurie sino con el profesor Bhaer, un inmigrante alemán. «Jo debió haber sido una literata solterona», escribió Alcott. Se sintió tan presionada a satisfacer las expectativas de los demás que no se atrevió a negarse al cambio de estado civil de su heroína, pero «por pura maldad, le encontré una pareja medio rara». El único camino que tenía Alcott para forjarse una vida independiente era vender una versión alternativa de su propia vida: una en la que Jo no fuese tan independiente como ella.
El personaje de la «casadera» Meg (Emma Watson) le permite a Gerwig explorar la maternidad como elección y no como forzada vía de subsistencia Crédito: Wilson Webb
Los relatos históricos suelen quedar rezagados ante la historia en sí. En todas las épocas hay cosas que uno tiene permitido hacer y cosas que uno tiene permitido escribir. Tres chicas podían bañarse tranquilamente en la playa sin que nadie las moleste, pero cuando Winslow Homer las pintó, resultaron perturbadoras para quienes miraban el cuadro. Un crítico dijo que las chicas tenían «las piernas demasiado coloradas» y que eran «burdas». En una revista familiar, les cubrieron las piernas. Si Louisa May Alcott quería quedarse soltera, allá ella; la heroína de su libro no tenía ese permiso. Nadie quedaría satisfecho. Sería deprimente. En definitiva, nadie compraría la novela.
En el final de su Mujercitas, Gerwig deja expuestas en la pantalla con total crudeza esas contradicciones entre la vida, el arte y los negocios. Jo March vuelve a visitar al señor Dashwood con un libro basado en su vida y la de sus hermanas. El editor insiste en que al final del libro, el personaje de Jo se case. Autora y editor regatean, y finalmente Jo acepta casar a su personaje, pero con un precio. Gerwig filmó esa escena «como el final de un romance en una película clásica de Hollywood», en contraluz, con máquinas de lluvia y la cámara en una grúa, con persecución en carruaje y un dramático beso.
La escena parece triunfal, pero el verdadero triunfo es la publicación de la novela de Jo, más allá de las concesiones que debió hacer para lograrlo. En determinado momento, después de filmar esa metaescena, a Gerwig le preguntaron si no podía ser ese el final real de la película. «A lo que yo respondí que jamás habría filmado un final así, porque nadie habría entendido lo que acababa de ver», dice Gerwig. «Un final como ése no está en mí, y no podría estarlo.»
(Traducción de Jaime Arrambide)
Crédito: Jody Rogac / The New York Times
¿Quién es esa chica? Para descubrir a la multifacética Greta Gerwig
Greenberg (2010). Después de años de ser una de las más solicitadas actrices del movimiento mumblecore -surgido del cine indie norteamericano, del que fue una de sus principales propulsoras, difundido aquí principalmente desde el Bafici- Gerwig interpreta a la joven Florence Marr, interés romántico y inyección de vitalidad para el protagonista del título, encarnado por Ben Stiller con todo el nihilismo y misantropia que puede entrar en un cuadro de cine. Dirigida y escrita por Noah Baumbach en colaboración con Jennifer Jason Leigh -por entonces su esposa-, este film contiene muchos de los temas y preocupaciones que Baumbach volvió a explorar este año en Historia de un matrimonio y, sobre todo, le dio el impulso necesario a Gerwig para avanzar hacia el centro de la industria cinematográfica. Disponible en HBO Go.
Amigos con derechos (2011). Como si se tratase de un rito de pasaje para que las puertas de Hollywood se abrieran para ella (o derecho de piso que toda actriz debe pagar si no tiene el aspecto o los modos de una ingenua protagonista), Gerwig encarnó a una de las mejores amigas de la protagonista de esta película, Natalie Portman. Pero hasta en esta poco inspirada comedia romántica, su potencial fue claramente distinguido por el director, Ivan Reitman. Además de ser la consejera principal del personaje central, la actriz consiguió su propio romance de ficción. Que su pareja fuera Jake Johnson, otro hijo dilecto del mumblecore, resultó en las mejores escenas de un film que las necesitaba desesperadamente. Disponible en Amazon Prime Video
Frances Ha (2012). A modo de regreso a las raíces independientes pero de la mano de un autor reconocido como Baumbach, Gerwig no sólo se transformó en la inmadura, socialmente peculiar y entrañable Frances sino que también fue una de las guionistas. Este film, rodado íntegramente en blanco y negro, sigue los pasos de la bailarina contemporánea en el centro del relato, que no sabe qué quiere de la vida y no está muy segura de quién es salvo en los ratos que pasa con su mejor amiga y alma gemela Sophie (Mickey Sumner). Nómade por obligación e indecisa por vocación, Frances es uno de esos personajes que en manos de cualquier otra actriz habría resultado insportablemente millenial. Disponible en Netflix.
El plan de Maggie (2015). En tiempos en los que la comedia romántica es género casi en extinción para los grandes estudios de Hollywood, el cine independiente recogió el guante y produjo algunas verdaderas gemas escondidas. Entre ellas, se encuentra este film de Rebecca Miller, en el que Gerwig es una mujer que, en su búsqueda de ser madre, se involucra con un profesor ( Ethan Hawke), de la universidad en la que trabaja. Casado y pomposo a más no poder, el hombre decide dejar a su esposa ( Julianne Moore) para empezar una nueva vida con Maggie. Pero en la tradición de las comedias screwball de los años 40, las cosas no salen según lo esperado y le toca a la protagonista tratar de arreglar los cruces y malentendidos. Disponible en Apple TV+
Mujeres del siglo XX (2016). Casi como si se tratara de un reflejo de cómo podrían haber sido las hermanas March si hubiesen vivido en la década del 70 pero del siglo pasado, esta película escrita y dirigida por Mike Mills ( Beginners, así se siente el amor) transcurre en la California de 1979 y está centrada en la vida de Dorothea ( Annette Bening), su hijo Jamie (Lucas Jade Zumann) y las dos mujeres a las que les alquila habitaciones de su casa para llegar a fin de mes. Contada desde el punto de vista del chico, la historia sensible cuenta con algunos de los personajes femeninos mejor escritos en mucho tiempo. Gerwig interpreta a Abbie Porter, una fotógrafa «jubilada» de la escena punk neoyorquina en plena crisis existencial por una grave enfermedad que podría costarle la vida. Relato dramático sin dramatismos, este film confirmó a la actriz como ícono feminista. Disponible en Netflix.
Lady Bird (2017). Con cinco nominaciones al Oscar, incluida mejor película y dirección, este relato semiautobiográfico le permitió a Gerwig crear una historia de principio a fin. Desde el guión hasta la dirección, cada uno de los elementos del film protagonizado por Saoirse Ronan como la impetuosa, creativa y sensible adolescente rebautizada Lady Bird, construyeron un relato memorable, emotivo y con el que se podía reír a carcajadas un minuto y al siguiente estar llorando. Una exploración inteligente y más ácida que dulce sobre la relación entre madres e hijas y el difícil trance de la adolescencia, Lady Bird hizo que todas las miradas del Hollywood -y el mundo del cine en general-, se posaran sobre la talentosa Greta. Disponible en HBO.
Fuente: Amanda Hess, La Nación