Cómo el cine abordó la prostitución para cuestionar prejuicios, subrayar perversiones y contar historias de amor

De La diligencia, de Tom Ford, a la recientemente ganadora del Oscar Anora, de Sean Baker, un recorrido por algunas de las películas sobre el “oficio más antiguo del mundo”

Una escena de El pasado me condena, protagonizada por Jane Fonda y Donald SutherlandGrosby Group – MPTV Images/The Grosby Group3

Pasaron los Oscar y la noticia al respecto es que, como sucede en muy contadas ocasiones, ganó una buena película, Anora, de Sean Baker. También se llevó el premio de actriz Mikey Madison por protagonizarla y, en su discurso, agradeció a la comunidad de chicas que ejerce la prostitución. Hace algunos años, mencionar tal tópico en una ceremonia de ese tipo se habría leído como una audacia justa. Pero como vivimos en tiempos de literales paradójicamente iletrados, ese triunfo implicó la acusación de que “Anora romantiza la prostitución”.

Anora (UIP-Universal).
Anora (UIP-Universal).

Dado que esta nota no es de sociología o de la rúbrica “sociedad” de este diario, no vamos a hablar del tema, que es complejo e incluye tanto a profesionales que han elegido esa tarea como a quienes se explota u obliga a llevarla a cabo. Pero sí podemos decir algo: la prostitución es tema de una cantidad enorme de films de todas las épocas. De hecho, la película hoy considerada por la célebre encuesta que década a década lleva adelante la revista británica Sight & Sound es sobre alguien que ejerce voluntariamente la profesión más vieja del mundo. Decir -como se ha escuchado en los últimos días- que una película sobre una prostituta puede llevar a una jovencita al “comercio” es equivalente a pensar que todo niño que vea Transformers tomará como vocación convertirse en una pala mecánica.

Dejemos, pues, la estulticia contemporánea y vayamos al cine. ¿Por qué la prostitución es un tema interesante? Porque ronda el sexo, lo íntimo, incluso lo pecaminoso. Es decir, lo que se coloca en la vereda tabú de la vida cotidiana, y como el cine muestra lo que no vemos todos los días -y porque, confesemos, en todo amante del cine vive un voyeur-, es natural que el sexo y sus adyacencias sean parte poderosa de sus temas.

Por supuesto que meretrices en el cine hay muchas, muchísimas, incluso si -como sucedió en Hollywood a partir de los años 30, con el código de censura de Will Hays- sólo se aludía sin mencionar literalmente la actividad. El personaje de Claire Trevor en el clásico de John Ford La diligencia es una prostituta; varios de los que realizó Marlene Dietrich en las películas de Josef Von Sternberg, también, sin ir más lejos. Pero “la profesión” en sí sólo se aludió directamente a partir de los años sesenta. De hecho, quizás la película que “autorizó” al “cine serio” a tocar el tema es El pasado me condena (AppleTV+), de Alan Pakula, donde Jane Fonda encarna a una prostituta que quizás tenga la clave de la desaparición que investiga el detective interpretado por Donald Sutherland. De hecho, Fonda ganó el Oscar por ese trabajo que rompía el estereotipo de mujer objeto, explotada y débil.

Antes, pero no mucho, Billy Wilder le había dado al asunto un giro de comedia sardónica en Irma, la Dulce (Prime Video), donde el noble Néstor, policía enamorado que interpreta Jack Lemmon, se convierte casi inadvertidamente en el proxeneta de Irma (Shirley MacLaine), después de una serie de vicisitudes en las que él es despedido y ella deja a su “jefe”. Es decir, dos solitarios que se encuentran: el problema de Irma es que hace lo que sabe hacer, y lo hace por amor hacia Néstor. Hay varios elementos subversivos respecto del sentido común: que Irma ha elegido en parte su profesión, que el sexo no es parte de la ecuación, que el problema es la soledad y que lo prohibido genera corrupción. A Wilder le gustan las situaciones paradójicas e irónicas, y el tapiz le sirve para contar otras cosas, al filo incluso de lo fantástico. Y MacLaine interpreta a su Irma con total naturalidad y sin ningún costado truculento: Wilder es más ácido en la medida en que usa la forma más masiva y “familiar” de Hollywood para contar un cuento de putas y policías.

No es la única meretriz en la carrera de Shirley, claro: poco después sería la protagonista de otro musical, el primero dirigido por Bob Fosse, y que también se volvió un clásico, Sweet Charity (no disponible en plataformas) donde interpreta a otra prostituta que quiere salir del negocio y busca el verdadero amor. La película está basada en, quizás, la más amable de las representaciones del tema en la pantalla: Las noches de Cabiria (Mubi) donde el personaje lo interpreta Giulietta Massina. Entre ambas películas hay diferencias (además de cierto tono) pero el gran tema aquí es la discriminación y la posibilidad -o imposibilidad- de aceptar que alguien que ejerce o ha ejercido la prostitutición es un ser humano amable, generoso, bueno y -especialmente- digno del respeto de los demás. Sobre esa cuerda giran ambas películas (o, en el fondo, la creación de Fellini, otro ironista) y solían conmover justamente porque el espectador dejaba de lado los elementos más duros del tema para centrarse en su verdadero centro: la soledad que produce el prejuicio.

Hay películas que están en límites extraños. Por ejemplo, Bella de día (Mubi), de Luis Buñuel. Aquí la prostitución es en el fondo la perversión de sumisión de una mujer atraída por el sexo prohibido que ejerce como prostituta. Pero ese ejercicio es parte de una perversión personal, que Buñuel -y su guionista Jean-Claude Carrière, sobre todo- utilizan para reírse sardónicamente de su blanco predilecto: la burguesía que aquí también despliega sus discretos encantos. Para Buñuel todo era una broma cruel y su herramienta era el surrealismo (la misteriosa “cajita” que lleva el cliente oriental, por ejemplo, cuyo contenido jamás conocemos). Lo que lleva al personaje de Catherine Deneuve a ejercer el comercio de su cuerpo es el aburrimiento y la perversión del sometimiento y la humillación que no tiene con su apuesto, honesto y amoroso marido. La prostitución es la mosca en el paisaje, blanco de Buñuel que no por nada había estudiado entomología.

El negocio ha sido tratado en forma de comedia (siempre irónica) por Hollywood: el film que lanzó a la fama definitiva a Tom Cruise es la historia de un adolescente que transforma su casa en burdel cuando sus padres no están -y se enamora, o algo así, de una de las chicas, Rebecca de Mornay-. La película es Negocios Riesgosos (AppleTV+) y no sólo le dio a Cruise su primera nominación a los Globos de Oro, sino que fue un enorme éxito comercial en los años ochenta, paradójicamente más conservadores (en apariencia) de lo que se supone que son nuestros tiempos, Era Reagan mediante. Como pasaba siempre en las películas de los 80, el tono farsesco se va oscureciendo hacia lo crudo -la situación es, de hecho, algo que lo obliga- y mezcla varios géneros. Lo más importante es poner en el límite el valor del éxito económico que era, también, leit-motiv en esos años del “yuppismo” naciente (la película es de 1983). Utilizar la explotación sexual llevaba el asunto a un límite que volvía más comprensible el dilema al que llevaba el culto al dinero. Sigue siendo una buena comedia, dicho sea de paso.

Una década después, algo había pasado y si Negocios… volvía sórdida una comedia irónica, Mujer Bonita hacía lo contrario: transformaba en luminosa una historia de comienzo más bien sórdido. Éxito universal y lanzamiento ídem para Julia Roberts, el esquema de la película de Garry Marshall es La Cenicienta: la chica explotada que termina como princesa rescatada aquí por el millonario que interpreta Richard Gere. Por cierto, quienes se enternecieron y divirtieron con la película quizás no recuerden que, en el primer encuentro entre el rico y la prostituta, ella ejerce la profesión sin ningún problema y se ve (de modo no explícito) que le realiza una fellatio. Subrayamos la secuencia porque es un buen ejemplo de cómo el impacto de una película no tiene nada que ver con su tema o sus imágenes, sino con el efecto total y finalMujer Bonita no era una película calificada sólo para adultos, de paso, y los cines se llenaron de adolescentes. El tema era el surgimiento del amor entre personas que parecen no destinadas a estar juntas (es decir, el gran mecanismo de la comedia romántica) pero a los que une la soledad -en un caso el de la carencia; en el otro, el de la abundancia-, y cómo ese sentimiento supera la condición de cada personaje, ambos en los límites de lo moralmente permitido. Quizás esa dimensión irónica y cruel no haya sido totalmente evaluada aún, pero de cualquier modo, dado que llenó de adolescentes los cines, es la prueba de que nadie se vuelva a la prostitución por ver una película que “romantiza” el asunto.

Sin embargo, poco tiempo después Woody Allen le daría al asunto una vuelta de tuerca mejor en Poderosa Afrodita (Prime Video), donde un periodista deportivo y padre adoptivo, ante la enorme inteligencia de su hijo quiere conocer a sus verdaderos padres, a quienes sospecha genios. Su sorpresa es que la madre es una prostituta de enorme corazón (Mira Sorvino, que se llevó merecidamente el Oscar por esta película) y, en realidad, bastante bruta. Más allá de las muy divertidas intervenciones de los dioses griegos a modo de coro fantástico que comenta la acción, lo que logra Allen es el retrato de una amistad totalmente inesperada entre su personaje y el de Sorvino, construido por encima de cualquier prejuicio positivo o negativo. La gente vale por lo que es y por su corazón, no por lo que haga para vivir o lo que lea o conozca, dice Allen que se coloca -intelectual autopercibido, además- en el mismo nivel que sus criaturas. También le cabe el sayo, y se lo pone. El sexo y la profesión erótica son parte del chiste y sirven para que sean los prejuicios del espectador lo que la película se encarga en disolver.

Casualmente los dos retratos más sórdidos sobre la prostitución -al menos entre películas canónicas- giran alrededor de la masculina. Una es la ganadora del Oscar -la primera película “X” que se llevó el premio- Perdidos en la noche (Prime Video), de John Schlesinger, donde Jon Voight era un gigoló marginal y poco dotado, manejado -un poco al azar- por el proxeneta enfermo interpretado por Dustin Hoffmann, que es tanto una historia sobre la sordidez a la que es llevado el sexo como -sobre todo-de una amistad entre marginales. Y la otra es Gigoló Americano (AppleTV+) en la que Richard Gere, una década antes de salvar a Julia Roberts, era un prostituto de lujo acusado de un asesinato, y a quien sólo puede salvar una de sus clientas millonarias… y casada. Aquí en realidad el sexo sirve para crear la necesaria clandestinidad de ciertos vínculos, pero el realizador Paul Schrader se inspira en Robert Bresson para hablar de la culpa y del deber (de hecho, el final se inspira en el de El Carterista). Y sí, muestra ese machismo radical y escondido de que sea más sórdido que una mujer opte por pagar por sexo que si lo hace un hombre. La película basa mucho de su impacto final en ese desbalance.

Nota bene: sería interesante que las plataformas volvieran a incorporar la genial L’Apollonide-Souvenirs de la Maison Close (estuvo en Netflix), la película de Bertrand Bonello sobre el último prostíbulo legal del París de fines del siglo XIX, que no sólo es bellísima sino que permite ver el mecanismo de explotación y, también, sus ventajas, especialmente comparables con el epílogo “contemporáneo” donde se contrasta el cuidado de salud y social que ejercían aquellas casas de tolerancia y el estrago de la pura calle, de las drogas y la sordidez del costado de una ruta. Y en cuanto a la explotación y la idea de prometer una buena vida a mujeres europeas e quienes se obligaba a prostituirse en América (tema recurrente en nuestra tierra), está disponible en Disney+ la muy buena y no estrenada en cines La Inmigrante, de James Gray (de los pocos grandes cineastas que quedan) con Marion Cottillard, Joaquin Phoenix y Jeremy Renner en un triángulo trágico. Casi una película argentina por tema y tono.

¿Y la mejor película del mundo? Cada diez años, la revista inglesa Sight & Sound lanza una encuesta mundial sobre el cine. Durante décadas, la ganadora fue El Ciudadano; hasta que fue desplazada por Vértigo, la genialidad de Alfred Hitchcock. Pero en la última versión, la película ganadora fue Jeanne Dielman, 23 Quai de Commerce, 1080 Bruxelles (puede aparecer en Mubi en breve, atención), de Chantal Ackerman, realizada en 1975, estrenada en los EE.UU. en 1983 y redescubierta por la crítica recientemente. Es un film de tres horas donde la protagonista (Delphine Seyrig) se levanta, prepara la comida, convive con su hijo adolescente, ordena la casa, sale a hacer compras, se prostituye, guarda el dinero que gana, prepara la cena, recibe a su hijo, cena con él, se entretiene un poco y se va a dormir. Narrada con un ritmo hiperrealista, es la historia de una mujer que ejerce la prostitución como una costumbre mecánica, una viuda que depende de ese comercio para llevar adelante su vida y la de su hijo. Pero no hay sordideces, no hay cuestionamientos: sólo la inmersión en una rutina donde el sexo es tan poco relevante como la compra matutina. Ackerman logró pintar la experiencia femenina (la experiencia de ser mujer en cierta sociedad, digamos) de un modo tan preciso que lo volvió una obra maestra. Y es el mentís absoluto para los escandalizados que, en el fondo, le tienen miedo al sexo, ese aditamento humano.

Fuente: La Nación