Claudio García Satur, fiel a su propia estampa, decidió contar su vida en un escenario; una experiencia que se convertirá en un esperado regreso al teatro.
Camina por Avenida del Libertador coronado por un sombrero que lo protege de los últimos soles impiadosos antes del estallido de los ocres del otoño. Claudio García Satur conserva la hidalguía de esos personajes que interpretó y que paralizaban al país.
Sí, está claro que rápidamente aflora en las retinas el recuerdo de Rolando Rivas, ese taxista que catapultó al actor a una fama desmesurada. Aunque fue, es, mucho más que eso.
Hace tiempo que no se lo ve sobre un escenario, mucho más en una televisión abierta que ya no solo reniega de los intérpretes maduros, sino que ha discontinuado su producción de ficción. Pero el público no lo olvidó; ¿cómo archivar en un anaquel polvoriento a quien acompañó la vida de tantas generaciones?
Acaso, respondiendo a ese deseo de sus seguidores y a su propio anhelo de seguir ejerciendo su oficio, el próximo 8 de abril realizará una presentación en el Multiteatro cuyo título resume cabalmente el espíritu de la experiencia –El Rolo y yo-, y debajo la frase “quiero verte una vez más”, que bien aglutina el deseo de ambas partes, artista y espectadores, como en un acuerdo tácito. Desde ya, será mucho más que una charla a viva voz, sino un ritual, casi brechtiano, donde intérprete y público se enlazarán con complicidad.
“Podría definirlo como un acto temerario, una especie de alucinación llevada a la realidad, parece un chiste, pero no lo es”, confiesa Satur, la figura que con solo mencionar su apellido se instala rápidamente en el inconsciente colectivo. “Se le ocurrió a Carlitos (Rottemberg) llevar esta idea a uno de sus teatros”, reconoce.
El productor y empresario está detrás de esta “reparación histórica” -no será la primera vez que Carlos Rottemberg concrete algún milagro escénico- y, quien, con su habitual buen olfato, decidió que la ocurrencia de su amigo actor engalane una de sus marquesinas de la calle Corrientes. “Es una responsabilidad estar en ese espacio, pero si resulta un fracaso, cosa que no creo, nadie se enterará porque, justamente, fue un fracaso”. Razonamiento deductivo. Hay gran expectativa y una boletería que se “mueve” en sintonía con eso. “Los éxitos te los recuerdan, porque los vieron muchos”.
-Y usted ha tenido unos cuantos.
-Unos cuantos en teatro y ni hablar en televisión, pero, como decía (Jorge Luis) Borges, “el éxito y el fracaso son dos farsantes”. Nada de todo eso es cierto, pero, de eso vivimos. Yo vivo de mi expresión, como vos vivís de la tuya.
-Me enfrento a una gran estrella
-No soy una estrella, ni mucho menos.
Claudio García Satur nunca renegó de su estelaridad, pero siempre prefirió escabullirse de las efervescencias y los apasionamientos inmoderados. Aún en el pico de su popularidad, él prefería refugiarse en su biósfera más personal e íntima.
-Me parece que usted no se hace cargo de su rango.
-No soy una estrella, los chicos más jóvenes no me conocen.
El contrapunto podría extenderse durante horas. No hay modo de hacerle entender que su nombre está inserto en ese grupete de validados con la varita del éxito con mayúsculas. Mejor continuar y no contradecir al hombre, famoso en el ambiente por ser “quisquilloso”, diría una abuela.

-¿Podríamos definir la presentación que hará en el Multiteatro como un espectáculo?
-No, porque un espectáculo es algo que impresiona y yo ya no impresiono a nadie. Nunca impresioné a nadie.
-¿No?
-Lo que tenía era juventud y osadía. También en El Rolo y yo voy a ser osado.
-¿Sobre qué hablará?
-Sobre mi barrio, mi pieza, mis viejos; de por qué el “Rolo” existió.
-¿Por qué existió?
-Porque había grandes libros, pero también un actor detrás; por eso voy a contar quién era yo antes de Rolando Rivas.
Conversar con Satur es adentrarse en una charla con múltiples derivaciones. Y él no le quita el cuerpo a ninguna.
-¿Fue anarquista?
-Sí.
El tachero anarco se confiesa con LA NACION. Y también le pondrá punto final a la charla cuando lo considere necesario. Así son las estrellas, aunque él no se asuma de esa manera.

Suceso
-¿Por qué le dijo que sí a Rolando Rivas, taxista?
-No tenía ni idea qué iba a escribir Alberto (Migré) hasta que me dio el primer libreto. Lo extraño mucho, era un hombre inteligente, muy culto, abierto y un autor de put… madre. Tenía el conocimiento del varón y de la mujer, de la clase media y de las mesas de lujo.
-Alguna vez, usted comentó que Alberto Migré llegaba a describir en sus didascalias los detalles de la vereda de la casa de los personajes como un modo de contextualizar exhaustivamente.
-Te contaba qué sentían los personajes. Podía decirte, “la pérdida de su compañera ha sido la pérdida de la ilusión de su vida”. Y eso te hacía entender que no se trataba de una mina más. Era un poeta.
-Vuelvo a lo de antes, ¿cuál fue su reacción cuando leyó el primer episodio de Rolando Rivas, taxista?
-”La put… madre, tengo que aprenderme siete páginas de monólogo”.
-Un reacción lógica, pero incompleta.
-Me maravilló lo que había escrito, pero, además, me estaba dando una gran oportunidad. Ya había trabajado con Narciso Ibáñez Menta y tenido un protagónico con él, venía de hacer cuatro años Los Campanelli, con la seguridad de saber que tenía un sueldo todos los meses para poder vivir, y ya me había sentado en la mesa de Mirtha (Legrand) en el año 1969, tres años antes de Rolando Rivas.
-Podría afirmarse que usted ya era famoso cuando le llegó hacer al que se convertiría en el taxista más famoso del país.
-No, tenía trabajo, pero a la gente le costaba asociar mi nombre con la imagen. Alberto Migré tuvo que pelear para que el canal aceptara que fuese yo el protagonista de esa historia.
Previo a la confirmación de su nombre, Alberto Migré lo invitó a cenar en reiteradas oportunidades: “Me iba chequeando, pero yo no me daba cuenta”. La estrategia salió bien y, finalmente, Satur fue parte sustancial de Rolando Rivas, taxista, la ficción que se estrenó el 7 de marzo de 1972 y que se vio los martes a las 22 por Canal 13 a lo largo de dos años. “Trabajar con Alberto Migré era hacerlo con el mejor bandoneonista, el (Aníbal) Troilo de la escritura. Yo soy tango, esquina, barrio”.
-Su barrio de infancia y juventud fue Boedo.
-De Boedo voy a hablar en el Multiteatro, de cómo era encarar una mina, pero no desde la liviandad, sino desde el detalle, desde la poesía.
Durante la primera temporada de Rolando Rivas, taxista, Satur estaba acompañado por Soledad Silveyra (Mónica Helguera Paz) y, durante el ciclo de 1973, fue Nora Cárpena (Natalia Riglos Arana) quien se sumó en reemplazo de su compañera para encabezar el programa que medía más de cuarenta puntos de rating. “De Solita me enamoré y ella salió disparada del programa. Nora, en cambio, era una amiga”.
“Yira que te yira, a través de la ciudad, este taxi mío, es un mundo en libertad”, decía la canción leitmotiv de la novela en formato semanal que, ni bien comenzaba a sonar, paralizaba a la Argentina.
“[A Alberto Migré] lo extraño mucho, era un hombre inteligente, muy culto, abierto. Tenía el conocimiento del varón y de la mujer, de la clase media y de las mesas de lujo. Trabajar con él era hacerlo con el mejor bandoneonista, el (Aníbal) Troilo de la escritura”.
-Ese “impostor” del que hablaba Jorge Luis Borges, que, en su caso, fue un suceso que muy pocos actores logran, ¿cómo le modificó la vida?
-Todo se dio súbitamente. Vivía en la calle Juncal y el teléfono de mi casa estaba descolgado todo el día, porque, de lo contrario, no paraba de sonar. Cuando quería hablar, cortaba y marcaba. No fue fácil, no estaba preparado para un éxito de esa dimensión.
Una anécdota grafica aquellos tiempos de fama inconmensurable: “Estando en Mar del Plata, cenando en un restaurante con mi hermano, la gente no paraba de pedirme fotos y autógrafos, así que, luego de un rato largo sin probar bocado, corrí el plato y dejé de comer, pero le dije a mi hermano: “Si de ahora en más me voy a morir de hambre, prefiero pegarme un tiro. Jamás renegué del público, cómo podría protestar del cariño de la gente, pero era muy difícil, no había medida”.
-Además, usted siempre fue de esos actores que se resguardan. No ha sido una figura de estrenos ni fiestas de la farándula. Siempre fue muy reservado.
-Te diría que casi recoleto. De todos modos, la repercusión de Rolando… me llegó a los 34 años, ya era grande.
-Lo encontró plantado.
-Si hubiera sido más chico o inmaduro, me podría haber matado o convertido en un pelotud…

-Nunca lo mareó la fama.
-Al principio, un poco. No sé si era mareo o fastidio.
-¿Fastidio?
-Es que nunca esperé la fama como objeto de deseo, yo iba a laburar y, de ser posible, buscaba ganar bien. Una vez, mi viejo me dijo “que estés en una cartelera de teatro, no significa el triunfo”.
–Su padre, Enrique García Satur, fue actor, algo sabía al respecto.
-Cuando, a los dieciocho años, me dieron la libreta de enrolamiento, me dijo “vas a votar, vas a ir al Servicio Militar, pero todo eso confirma solamente tu condición de varón, ser un hombre te va a llevar un tiempo más”.
Terruño
Confiesa que “sólo estudié hasta sexto grado, pero soy un producto de los libros”. En reiterados momentos, dejará en claro que es un hombre muy leído, un fanático de William Shakespeare que puede desmenuzar al Bardo con notable precisión.
“Trabajé en el San Martín”, aclara, poniendo en blanco sobre negro que no solo los textos populares -que siempre dijo con convicción y rigurosidad- han sido su medio.
Como gran lector que siempre ha sido, Claudio García Satur es un ferviente admirador de la obra de William Shakespeare. Incluso, en 1965, llegó a interpretar Romeo y Julieta en Estados Unidos: “Estuvimos en el Central Park, en el Bronx y en Queens. Trabajé en el Shakespeare Festival y nuestro productor era también productor de A Chorus Line y de las presentaciones de Mijaíl Barýshnikov”.

-Sin embargo, decidió regresar al país.
-Me volví.
-¿Nunca fantaseó con radicarse en los Estados Unidos?
-Sí, claro, si hasta tenía una novia allá.
-¿Hablamos de novias?
-¿Te parece?
-¿Le gustaría estar en pareja?
-Sí.
Terminante el hombre. Se pierde el pelo, pero no las mañas, dicen. Cabello le sobra y de lo otro también. Terminante el hombre de 87 años, con dos hijas y tres nietos. “Aprovecho para decir a través de esta nota que, si hay alguna ‘mina’, acá estoy, y perdón por la expresión que no está de moda”.
-¿Quizás el lunfardo era algo despectivo?
-El problema no está en la palabra “mina”, sino en cómo la decís. Si yo digo “mi vieja fue una buena mina”, nadie debería ofenderse. Cuántos hay que dicen “señora” y cag… a palos a la mujer.
“Estaba en Mar del Plata, cenando en un restaurante con mi hermano y la gente no paraba de pedirme fotos y autógrafos. Luego de un rato largo sin probar bocado, corrí el plato y dejé de comer […]. Jamás renegué del público, cómo podría protestar del cariño de la gente, pero era muy difícil, no había medida”.
-Entonces, abrimos la convocatoria para posibles parejas.
-Si hay una muchacha que quiera conocerme… Se llevará un hermoso disgusto.
–A esta altura del partido, no claudica en su deseo de compartir la vida con una mujer.
-Sería importante. Debo reconocer que he sido bastante mujeriego.
-A confesión de partes.
-Los que hemos nacido en la primera mitad del siglo veinte no podemos dejar de ser mujeriegos y machistas, porque hemos sido construidos por mujeres que hicieron machistas. Me crie con mi mamá y dos hermanas, una me llevaba quince años y la otra, catorce. Imaginate lo que era yo en sus manos, era el bebé del mundo. Cuando llegué a la adolescencia, ¡Dios me libre!, cómo me iban a dejar salir con una camisa arrugada. Me la sacaban y me la planchaban.
-¿Cómo ve a la sociedad actual?
-De una manera espantosa. Me preocupa la gente que no puede trabajar, que le saquen los medicamentos. Veo desesperación. No es que veo a la gente por la calle desesperada, sino que la veo andar triste. En consecuencia, entiendo que eso deviene de la desesperación y no se trata de un estado solamente privado, sino también social. No es de ahora, la sociedad se ha ido rompiendo como una tela que se desgarra. Tenemos un pueblo triste y yo no puedo estar alegre en medio de un pueblo triste. Puedo tener humor, pero no estar alegre, cuando hay gente que padece su condición de jubilado, un sector al que siempre le chuparon la guita.
-¿Ha sabido invertir?
-No, pero me importó un caraj… He ganado muy bien, bien, regular y hubo momentos donde no he ganado, como le sucede a todo el mundo, pero, cuando uno agarra una buena racha se fortalece. Sin embargo, ahorré algo, no mucho, sabiendo que llegaría este momento de la vida. Ahorré, pero también me achiqué. Vendí el departamento que tenía de ciento veinte metros cuadrados y me mudé a uno más chico que no llega a los cincuenta y queda exactamente enfrente del anterior.
Sostiene que algunos problemas en la vista (maculopatía) aparecidos recientemente le condicionan su afición por la lectura y que, incluso, apela a los mensajes de audio antes que a los escritos. Sus reseñas por WhatsApp son extensas, se lo percibe cómodo en el uso de sus dispositivos: “No soy distinto porque tenga un teléfono móvil, lo que cambian son mis acciones, porque tengo un teléfono. Antes, el llamado se terminaba haciendo, pero, a veces, un día después y desde un teléfono público. La mecánica cambia y el hombre comienza a cambiar para la mecánica. Si a mí me hubiese agarrado el éxito de Rolo con los celulares, hubiera sido tremendo, me hubieran sacado fotos hasta con la lengua afuera. Hoy sucede con los actores jóvenes, por eso rápidamente se deja de ser estrella para ser un ser humano común y eso, por un lado, es estupendo. Uno es un ser humano común, ahí tenés un título”.
Pide un café pequeño y reafirma que esa es la medida que le recalca al mozo. “Si no aclarás, te traen una palangana”.

-¿Se cuida? ¿Es estricto en sus hábitos?
-Salgo a caminar, no mucho, pero doy la vuelta a la manzana para fortalecer las piernas, ya que estuve en silla de ruedas dos meses y medio, fue mucho.
El actor comenta que se sometió hace un tiempo a una intervención quirúrgica y que, además, lidia con las consecuencias de un epoc, resabio de su hábito de fumador durante muchos años. “¿Cómo hace la gente de clase media para costear sus tratamientos de salud? Por suerte he trabajado mucho y tengo dos hijas que también tienen una madre con buena posición económica”.
-¿Es cierto que adhirió al anarquismo?
-Sí, en el concepto social de la palabra, no se trata de ser un individuo anarquista, sino una sociedad que piense así. De todos modos, sé que es una ilusión, una utopía. El mundo es otro. Desde la época de los señores feudales, siempre hubo un patrón. El patrón puede tener dos destinos, hacer el bien o hacer el mal. También puede haber grises y el anarquismo también puede ser un gris, pero no se pudo aplicar nunca. Y Trotski fue asesinado por un allegado. Hay que leer la historia y absorberla.
Trayectoria
Desde ya, Claudio García Satur es mucho más que Rolando Rivas, taxista. Enumerar los títulos teatrales y cinematográficos que protagonizó y los programas de televisión que encabezó, sería una tarea titánica, casi inabarcable. Imposible no pensar en ficciones televisivas como Dos a quererse, Historia de un trepador o Son de Diez o en piezas de teatro como Un guapo del 900, Aeroplanos o El conventillo de la Paloma, por solo citar algunos pocos ejemplos.
-¿Qué le queda por hacer?
-Nada. Tal vez, Rey Lear, pero ya, por edad, no lo podría hacer. Uno no puede entender cómo William Shakespeare pudo escribir esas obras con tanto conocimiento del ser humano. Los actores nos enamoramos más de aquello que podemos llegar a decir en el escenario que del personaje en sí mismo.
-¿Por ejemplo?
-Me hubiera gustado mucho decir, en Así es la vida, “hay que agrandar la mesa, vieja”.
-Interesante enamorarse de los parlamentos antes que de los personajes.
-Cómo no te vas a conmover diciendo “mi reino por un caballo”, frase de Ricardo lll de William Shakespeare. ¿Quién no va a querer decir eso? “My kingdom for a horse”, repite en inglés, elevando la proyección de su voz, aunque sentado, erguido sobre sí mismo. Y uno no puede más que ver a un gran actor y a un hombre apasionado.
-¿Padeció el prejuicio de ser “popular” de parte de algunos sectores de la crítica o la intelectualidad?
-Dicen “un actor de televisión no puede ser un gran actor de teatro”.
-Absurdo.
-En la lista de esos actores están Rodolfo Bebán, Alfredo Alcón, Mauricio Dayub. La televisión no hace buenos o malos actores.
-No es sencillo hacer televisión.
-Es muy difícil. Ahora no sé cómo será porque hace veinticinco años que no hago televisión, salvo unos especiales de Tiempo Final de los hermanos (Sebastián y Alejandro) Borensztein y otro programa con Claudia Lapacó.
-¿Volvería a hacer televisión?
-Ya no puedo, tengo una pierna medio jodida, apareció el problema en la vista y tengo el epoc de todo lo que me fumé en la vida.
Con Guillermo Bredeston y Rodolfo Bebán hacían explotar las boleterías del Provincial de Mar del Plata en las décadas del sesenta y setenta. En los noventa hicieron Los galanes peinan canas, ya siendo maduros. “Una vez le dije a Guillermo (Bredeston), viendo la platea llena de mujeres grandes: ‘Antes eran todas chicas’ y él me respondió: ‘Son las mismas, que crecieron’”.

-¿Piensa en el paso del tiempo?
-Los pensamientos son como perros que te asaltan y te mueren.
-¿Qué dicen esos “perros”?
-Hablan sobre la vida, la muerte, el tiempo. A veces, aparece el “perro” tiempo y uno dice, “pucha, son 87 años”. Quizás el fin esté cerca o lejos, o, quizás, no haya fin. Ese es un buen pensamiento, entonces el “perro” se va.
-¿Hablará sobre esos “perros” en el escenario?
-Seguramente. ¿Por qué uno no piensa en el tiempo cuando tiene 25 años? Porque a esa edad se es eterno.
“Tal vez [me quedó pendiente hacer] Rey Lear, pero ya, por edad, no podría. Uno no puede entender cómo William Shakespeare pudo escribir esas obras con tanto conocimiento del ser humano. Los actores nos enamoramos más de aquello que podemos llegar a decir en el escenario que del personaje en sí mismo”
Pausa su hablar para pensar en voz alta sobre lo inevitable de la finitud propia, pero también la de los demás, que no es otra cosa que pensar en la suya: “Mis amigos de Loria y San Juan, donde nací, partieron y, con la muerte de cada amigo, es también mi propio yo que se va. Cada amigo del barrio es un ´yo´ que se fue”, dice el hombre al que, desde que nació, apodaron “Pirata”.
“¿Puedo irme? Estoy cansado”, dirá con una sonrisa y deja una frase flotando, “No soy uno solo, soy varios y, al mismo tiempo, no sé bien quién caraj… soy”. Ya donó más de una hora de su tiempo. Y el cronista lo acompaña del bar hasta la puerta de su casa que queda a pocos metros. “Hola, Claudio”, le dice con mucha calidez una jovencita que camina por Libertador y bien podría ser su nieta.
-Vio cómo los jóvenes lo conocen.
-Es mi vecina.
Para agendar
El Rolo y yo. Función: martes 8 de abril a las 20. Sala: Multiteatro (Av. Corrientes 1283)
Fuente: La Nación