Se puede argumentar que la historia de Brad Pitt representa la fábula del ‘sueño americano’: una versión resumida diría que el único obstáculo que tuvo fue el de superar el mote de ser solo una ‘cara bonita’. Pero basta hurgar un poco para descubrir que hay más drama del que salta a la vista. Nacido en Oklahoma, en 1963, hijo de una familia de clase media, de adolescente decidió ir a Los Ángeles para triunfar en la industria del cine. Al principio trabajó como conductor de limusinas y promotor, disfrazado de pollo. Hasta que, por una casualidad, consiguió su primer trabajo en un rol menor de la serie Dallas. En 1998 explicaba su situación así: “En esa época deseaba ser famoso. Ahora quiero ser bueno en lo que hago”.
El primer papel que ayudó a cimentar su carrera como la de un sex symbol fue el del joven rebelde J. D. en Thelma y Louise, en 1991. Un año después llegaba Nada es para siempre y Robert Redford, el director (con el que más de una vez se lo comparó por su parecido físico), decía que lo había elegido como actor porque veía que tenía un gran conflicto interno, algo que servía para interpretar a un personaje rebelde que crecía en Montana bajo la tutela de un padre religioso. Haciendo un análisis retrospectivo, el galán de Entrevista con el vampiro confesaba: “No creo que haya tenido el talento suficiente en ese momento, pero la película es hermosa y es una historia que entiendo por cómo crecí en la vida real”.
El talento le fue reconocido esa misma década en películas como 12 monos (recibió su primera nominación al Oscar por el film de Terry Gilliam) y El club de la pelea, de David Fincher. Llegaba al incipiente siglo XXI dos veces coronado como “hombre más sexy del mundo” y en pareja con Jennifer Aniston, que encabezaba el megaéxito de la sitcom Friends. Era la pareja soñada para las revistas del corazón de Hollywood y para la sociedad norteamericana. Juntos fundaron, en 2001, Plan B Entertainment, una productora enfocada al cine independiente o de mediano presupuesto que sirvió como plataforma para acompañar desde su lugar de productor a nuevos talentos con visiones políticamente comprometidas con películas como Luz de luna, 12 años de esclavitud, La gran apuesta, Okja y Selma. La historia de amor con Aniston incluyó propuesta de casamiento en vivo en un concierto de Sting, una fiesta extravagante y millonaria…, y una separación aún más ruidosa. Las puertas, de alguna manera, siempre estuvieron abiertas para la extravagancia y la curiosidad de la sociedad del espectáculo.
El cuento de hadas parecía demasiado perfecto para ser real. En febrero de 2004, Aniston decía que sentía que era tiempo de formar una familia con él. Pero apenas meses más tarde, Brad Pitt comenzaba el rodaje de Sr. y Sra. Smith junto a Angelina Jolie. Ella confesaba que, al finalizar la película, se dieron cuenta de que había algo más entre ellos que hacía que disfrutaran muchísimo trabajar juntos. Los rumores de infidelidad se intensificaron y menos de un año después llegaba el divorcio con Aniston. Pitt se quedaba con la totalidad de Plan B y nacía la nueva pareja predilecta para los paparazzi, Brangelina.
La película de acción que hizo con su nueva pareja fue uno de los tantos éxitos de taquilla que ayudaron a cimentarlo como una de las estrellas que se convertía en sinónimo de salas llenas. Troya, las secuelas de La gran estafa y Guerra mundial Z probaban que, sin importar las críticas o los problemas de producción, Brad Pitt convocaba al público. También empezaba a colaborar con producciones de menor presupuesto y directores de alto perfil. Con los hermanos Coen en Quémese después de leerse (como un entrenador físico bastante hueco) y con Quentin Tarantino, en Bastardos sin gloria, como el teniente norteamericano Aldo Raine, “El apache”, que arranca el cuero cabelludo de los nazis.
Si el público tenía cierta fascinación morbosa por la vida del actor, el director de Tiempos violentos supo capitalizarlo. En Bastardos sin gloria, Pitt aspira tabaco como si se tratara de alguna droga contemporánea. En Había una vez… en Hollywood, Brad Pitt es un doble de riesgo, sospechado femicida, que desconfía de los hippies que traspasan el territorio de Cielo Drive, la calle donde vive su jefe y amigo, el actor Rick Dalton (Leonardo Dicaprio).
Los rumores sobre las adicciones del actor de Siete años en el Tíbet fueron el puntapié para que la prensa especulara sobre las razones de su divorcio, apenas dos años después de casarse, de Angelina. Hubo reportes sobre escenas de violencia familiar e infidelidades con Marion Cotillard en el set de Aliados hasta que la actriz francesa desmintió la noticia.
Pero la visión que tuvo Robert Redford parece ser la que eligió el actor para elegir sus roles. En Ad Astra: hacia las estrellas, que llegará a las salas locales el jueves.
Brad Pitt es un astronauta que debe impedir una catástrofe posiblemente provocada por su padre (Tommy Lee Jones). En los primeros minutos se deja en claro que las emociones no tienen lugar en la ecuación: como un soldado –o un androide– acepta la misión y recuerda las enseñanzas de su padre: “Hay que trabajar duro primero y jugar después”. También hay ecos de su vida pasada y una relación trunca con una mujer (Liv Tyler).
Más que como revisión de Solaris, del cineasta Andrei Tarkovski, este puede ser otro reflejo introspectivo de la vida personal del artista. Como en El árbol de la vida, la relación entre el padre y el hijo es tensa. En el film de Terrence Malick, Pitt era el padre religioso que era más que estricto con sus hijos. Al compararse con ese personaje, aclaraba: “No descargo mis frustraciones con mis hijos. En la película él es una persona muy triste por su situación. No puede progresar y se siente oprimido”.
La gran mayoría de los roles que eligió Pitt para construir su perfil como actor parecen involucrar conflictos existenciales, pena, miedo, ira contenida y melancolía. Ya sea como el joven (e impetuoso) detective de Pecados capitales, un criminal atormentado en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (una de las películas favoritas del actor) o el técnico que desafía el statu quo en El juego de la fortuna.
Pero el único Oscar no le llegó por su rol delante de las cámaras, sino detrás: ganó como productor del drama biográfico 12 años de esclavitud. Aunque en la película también tenía un cameo como un carpintero de rasgos mesiánicos que daba clases de moralidad el villano. Fue el primero en dar el discurso de agradecimiento en una noche que celebraba el triunfo de los artistas negros.
Por los elogios de la crítica, Ad Astra, la nueva producción de Plan B, se perfila como una de las candidatas a la próxima temporada de premios (al menos, en los rubros técnicos). Brad Pitt tiene doble oportunidad de lograr una nueva candidatura como actor: por la película de ciencia ficción de James Gray y por la oda al cine clásico de Tarantino en Había una vez… en Hollywood. Mientras se inicia una nueva carrera para la temporada de premios, algunos especulan sobre un posible regreso entre Pitt y Jennifer Aniston. La historia está lejos de terminar.
Fuente: Infobae