Así lo testimonia la colección de potentes imágenes que deja como legado, entre ellas su fotorreportaje a los falangistas en Madrid -entre los que se infiltró durante tres años para poder lograr su cometido-, el retrato de Julio Cortázar meses antes de su muerte o la foto del artista Salvador Dalí postrado en el hospital.
Bosch decía que odiaba las fotos compuestas para parecer buenas, esas donde todo encuadra a la perfección. Una imagen, en su opinión, debía tener un efecto sobre quien la observa, una emoción, «un golpecito». «Cuando hago una foto, no la hago por lo que van a decir o no van a decir. Las hago para comunicar lo que me pasa a mí y que se entienda», definió en una de sus últimas entrevistas a la web documental Fotógrafos Argentinos.
«La única aspiración que tengo es que se acuerden de que yo fui un buen tipo. La fotografía forma parte de todo eso: si yo fui un buen tipo, quiere decir que fui un buen fotógrafo, es decir, que fui fiel a lo que pensaba, a lo que creo».
Premio Nacional de Artes Visuales 2011 y 2016 y Gran Premio de Honor Nacional de Fotografía en 2017, Bosch (Buenos Aires, 1945) se formó en la Editorial Abril, donde trabajó como paparazzi, reportero gráfico -fue socio de Argra desde 1970-, fotógrafo de moda, de arquitectura, y realizó fotografía publicitaria. También estuvo al frente de la sección fotografía del diario Noticias en 1973 y compartió redacciones clandestinas con Juan Gelman, Rodolfo Walsh y Paco Urondo.
En 1976 decidió irse a vivir a España, una partida que prefería no definir como «exilio» por la buena experiencia que había tenido en el exterior: allí fundó la primera Asociación de Reporteros Gráficos de Barcelona. Cubrió la invasión soviética en Afganistán, retrató a Dalí postrado en un hospital y al rey Juan Carlos haciéndole muecas.
Por aquella época, se infiltró como falangista durante tres años entre los fascistas en Madrid para hacer un fotorreportaje: él mismo dijo 40 años después que ese reto fotográfico había sido una hazaña propia de «un loco». Algunas de esas imágenes que Bosch tomó en las paradas y manifestaciones integraron la exposición «El huevo de la serpiente», que tuvo lugar en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
«La fotografía para mí es memoria. Desde el momento en que vos haces el clic eso es pasado y hay gente que modifica la memoria, modifica el lenguaje, depende la intención política, moral y ética de cada uno», dijo sobre su obra fotográfica, atravesada por la relación entre arte y memoria. Es que para él, la fotografía era mucho más una herramienta que una disciplina estética.
Después de su paso por España, Bosch se instaló en 1986 en Luxemburgo, en una granja que él mismo restauró, y desde allí colaboró con diversas revistas europeas como Opinión, Tiempo, The Observer, Sunday Times, Stern. Un año después paró con toda su producción y se dedicó al cuidado de su hija Eliane, que actualmente vive en Cuba.
«Era fotógrafo, y no exactamente relajado: hizo fotos que cambiaron el curso de la historia, miró y fotografió bombas cayendo encima de él en varias guerras, una vez se perdió en el Amazonas durante semanas, fue encarcelado y arrestado y perseguido por los países (y fuera de), se infiltró en grupos extremistas y finalmente tuvo un documental hecho sobre él…oh, y fue atropellado por un camión en el Vaticano mientras fotografiaba a Miguel Bosé una vez», resumió hoy su hija en las redes.
«Vivió una vida tremenda, y cuando contaba sus historias, todos se reunían a su alrededor con aperitivos y cojines y escuchaban durante horas», evocó Eliane.
Hacia fines de los 90 se mudó temporalmente a Madrid donde fue subdirector de la agencia fotográfica Cover y entre 2001 y 2007 alternó su residencia entre Luxemburgo y Barcelona, hasta el año 2007 cuando volvió a la Argentina y decidió concentrarse en la docencia y fundó el «Taller Continuo de Imagen», orientado a la fotografía periodística-documental contemporánea.
El notable retrato que realizó del escritor Julio Cortázar tomándose su rostro con las manos, meses antes de morir, fue la imagen elegida para acompañar el centenario de Cortázar en 2014. También participó de varias exposiciones en la Argentina vinculadas a su obra documental. En 2015 integró una muestra colectiva sobre Latinoamérica en el CCK con una imagen emblemática de un hombre en extrema situación de pobreza.
Así como la desigualdad económica, Bosch problematizó con su cámara y su capacidad artística temas que le preocupaban como la violencia, el despojo, la injusticia, el abandono y la muerte. Algunos de estas preocupaciones recorren el relato audiovisual que se hizo sobre su vida y obras: «Sombras de luz», un documental de Daniel Henríquez que se estrenó en 2018.
Aunque venía mal de salud, en el marco de la pandemia, Bosch se había sumado a la acción colectiva solidaria con la organización La Poderosa y donó una imagen suya junto a otros 100 fotógrafos.
Luego de darse a conocer la noticia de su muerte, seguidores de su obra y colegas lo despidieron en redes sociales. Su amigo, Mempo Giardinelli, con quien compartió coberturas durante la década del 60 y 70, escribió: «Entrevistamos a Salvador Allende y a Cortázar, relevamos la General Villegas de Manuel Puig y viajamos a decenas de ciudades y países y cubrimos marchas, represiones, fugas, y yo siempre admirando su valor, su decisión, su pensamiento blindado, su honradez. Fue mi amigo más ejemplar y permanente».
Bosch será recordado, entre otras cosas, por su compromiso y sus planteos en torno a la manera en que la ética debe interceptar el oficio del fotógrafo. Esas indagaciones estuvieron siempre presentes en frases como ésta: «La fotografía debe reflexionar sobre ella misma, debe buscar, preguntarse y debe manifestar su diferencia respecto a la fotografía que no es más que una herramienta al servicio del dinero, de la política, del poder y de la falsificación de la realidad».