Entrevistar a Ricardo y Chino Darín juntos, algo infrecuente, te hace sentir que la vida tiene sentido, aunque vos y tal vez ellos, salvando las distancias, sepan o sospechen que no. Te sentás en una suite de mil estrellas en el Palacio Duhau-Park Hyatt, aceptás, magnánimo y comprensivo, las disculpas de una impecable asistente de Marketing & Comunicación del hotel (“Queríamos que esta reunión se hiciera en la suite presidencial pero desgraciadamente hoy no está disponible”), descorchás un vino formidable que la gerencia le dejó de regalo a Darín padre (“Abrilo, abrilo nomás”, te dice él) y lo bebés de a sorbos, viendo pasar un humo sagrado por la terraza soleada e invernal, entre risas, mientras los Darín se sacan fotos y bromean, tan simpáticos como en la idealización colectiva.
Pero tus quince minutos de sibaritismo a lo Tony Montana te hacen pensar, también, que los personajes de la película que padre e hijo estrenarán el 15 de agosto, La odisea de los giles, están en las antípodas de este mundo: bonachones que juntan plata para formar una cooperativa agrícola y que, en vísperas del corralito de 2001, son estafados. Giles.
“A Perón le preguntaron quién era peronista y contestó: peronistas somos todos. Giles somos todos. En la Argentina preferimos a un vivo hijo de puta que a un tipo bueno. De tan bueno es boludo, decimos. Pero no hay peor gil que el que se cree vivo –explica Ricardo, y cita a su personaje de Nueve Reinas–. Además, guarda con los giles, los giles un día se cansan, los giles se juntan, se ponen de acuerdo. Eso pasa cuando el sistema te avasalla, te tira al piso, te arrastra.”
En un juego de espejos. Foto: Ariel Grinberg.
La película, dirigida por Sebastián Borensztein, se basa en la novela La noche de la usina, de Eduardo Sacheri. Ricardo y Chino Darín, que por primera vez actúan juntos, tienen papeles protagónicos: hacen de padre e hijo, con Verónica Llinás como esposa y madre ficcional. Los acompañan Luis Brandoni, Daniel Aráoz, Carlos Belloso y Rita Cortese, entre otros.
Los Darín también son coproductores del filme, con su empresa Kenya. Les preguntamos si trabajar juntos tuvo alguna contra. Dicen que no. Pero después, como si supiéramos algo del tema, planteamos que la mirada de un padre siempre es fuerte, a veces inhibitoria, y el Chino suelta: “Yo tuve miles de sensaciones. El rodaje fue una odisea en muchos aspectos. Pasamos por todos los estados”.
Ricardo, dijiste que en la productora de ustedes el Chino funciona como padre. ¿Por qué?
RD: Porque tiene las cosas más claras que yo. No sólo por contar con más información: por haberla procesado mejor. Resuelve asuntos con una simplicidad de la que carezco. Yo soy complejo, me enrollo. El sabe exponer asuntos con claridad; eso es de una gran ayuda.
Chino: No quiero discutirle, pero no pasa por una cuestión de información, es imposible que tenga más que él en este oficio. Pasa por los diferentes puntos de vista. Yo soy más pragmático; él, más etéreo. Es muy filosófico en un montón de cosas. Lo mío es ir a lo concreto.
RD: Aprendo muchísimo de él. Todo lo que puedo; hay cosas que me las pierdo.
Vienen de una familia de actores. Vos, Ricardo, a los diez años ya actuabas con tus viejos sobre un escenario. Y sin embargo, el vínculo con tu papá no se centraba en lo actoral.
RD: Para nada. Mi viejo nunca me dijo una palabra vinculada con el oficio. Mi vieja, sí. Si Chino dice que soy etéreo, mi viejo era una nube. Como si siempre hubiera estado pensando en otra cosa.
Tal vez esa falta de imposición, esa distancia, hizo que te dedicaras a la actuación con más naturalidad.
RD: No sé. Siento que con mis viejos, mi hermana, mi hijo, mis sobrinos somos una especie de circo sin carpa, una troupe ambulante. Evidentemente, la actuación fue una herencia. Igual, en el caso de mi viejo, no lo tengo del todo claro. Porque no era solamente actor: era piloto, escritor; ojalá me hubiera arrimado esa capacidad para escribir. Mi viejo era un poeta: negro, oscuro. Admiraba a Claudio de Alas, un escritor colombiano con una historia muy particular (N del R: fue un autor maldito, que se suicidó a los 32 años en una casa de Banfield).
¿Te gustaría escribir?
RD: No, no. Simplemente es una capacidad que le envidio a mi viejo.
Chino: figura en la Argentina y España. Foto: Ariel Grinberg
Chino, ¿cuándo tuviste claro que la actuación iba a ser tu destino?
Chino: No lo tengo muy claro todavía. Nunca lo tuve claro, y prefiero que sea así. Me gusta que sea una decisión a tomar continuamente, algo voluntario y no impuesto ni autoimpuesto. No tengo dudas de que influye muchísimo lo familiar. No sólo por mi viejo. Me crié en un ambiente en que los ritmos de la actuación, especialmente del teatro, marcaban nuestras vidas. Ibamos a cenar a la medianoche, después de las funciones. De chico, me rodeaba un mundo de actores, actrices, directores, productores. No se trata del ADN sino de que te termine atrayendo o no el ambiente en el que te criaste.
Llevás el nombre Ricardo por tu abuelo paterno, que murió días antes de que nacieras, y Mario por tu abuelo materno, el obstetra que te trajo al mundo. Hay más médicos en la familia. ¿Pensaste en serlo?
Chino: Se me ocurrieron todas las profesiones y oficios. Todas. Tengo amigos que a los 14 años sabían que querían estudiar administración de empresas. Yo no tenía la más puta idea. Hacia el final del secundario todos iban definiéndose, y yo nada. Empecé a investigar y a fantasear con lo que se te ocurra.
RD: A una edad determinada, les pedimos a los chicos que tomen una decisión profesional para el resto de sus vidas. Una imprudencia, porque no los orientamos a que averigüen qué los hace felices. Le damos prioridad a la idea de supervivencia, de supuesta supervivencia.
Yo fui al Pellegrini en dictadura. Te inculcaban que eligieras carreras que te “aseguraran” la vida. Vida como sinónimo de economía. Lástima que no les presté atención.
Chino: Quedate tranquilo que los cambios tecnológicos hicieron que ninguna de las profesiones convencionales, en el caso de que sigan existiendo, sean seguras. Al elegir, la única forma de no equivocarte es guiarte por un propósito interno, hacer lo que más te gusta.
RD: Mi viejo decía que si vas a equivocarte, mejor equivocarte con la tuya.
Chino: Ojo, que lo que yo digo da una idea de libre albedrío, como si fuera supermoderno y hubiese elegido, y me dedico a lo mismo que mis abuelos.
Alguna vez dijiste que de chico no te llevabas bien con la fama de tu viejo, que sentías que tenías que compartirlo con desconocidos. Ahora también sos famoso. ¿Cómo lo vivís?
Chino: Lo que sentía respecto de mi viejo era extrañeza, no sé si sensación de compartirlo. Más bien sensación de que nos invadían. En ámbitos medianamente privados, incluso familiares, todo el tiempo irrumpía gente que se nos acercaba con total confianza, como si hubiera un conocimiento previo muy cercano. Me daba cuenta de que no era algo común, aunque no llegué a entenderlo hasta más tarde.
RD: Chino me preguntaba cómo se llamaba el tipo que acababa de darme un abrazo y yo le respondía no sé, hijo. Y así a cada rato. Hasta que un día lo resolvió con su lógica. Me dijo: ya entendí, vos saludás a todos los que no conocés.
Chino: Lo vivía como una usurpación. Ver cómo se manejaba mi viejo en esas situaciones me sirvió de preparación.
Ricardo Darín, consolidado como estrella internacional de cine./ Foto: Ariel Grinberg.
¿Cómo se manejaba? ¿Con la simpatía que le conocemos? ¿La simpatía perpetua no termina siendo una carga como cualquier otra?
RD: No se trata de simpatía. Es una cuestión de pragmatismo. Si vos estás en buena onda con todo el mundo es mejor, más fácil, dura menos y te hace ahorrar energía. Hay gente que lucha, que pierde mucha energía, tratando de evitar esas situaciones, pero es inútil. El secreto es hacerlo rápido. Por supuesto que podés encontrarte con algún desubicado, pero la proporción es mínima.
¿Eso es lo que aplicás, Chino?
Chino: A veces sí, a veces no. Tengo mecha corta, salto más fácil. Más allá de que uno se predisponga lo mejor posible, se nos exige demasiado. Nadie te pregunta de dónde venís, qué te pasó, cómo te sentís; hay días en que estás pasando por situaciones de mierda o estás yendo a algún lado a los pedos y alguien se te acerca y le ponés onda, pero después te pide un video para el abuelo y después más. Si decís que no, no cae bien.
RD: Cada uno hace lo que puede, yo no critico a nadie. No todo el mundo puede, por personalidad o temperamento, entender un axioma que a mí me llevó cincuenta años de estudio: hacerse cargo de la situación y que sea lo más rápido y mejor para todos. Si te enroscás es peor.
En una entrevista con un diario extranjero dijiste que sos “alarmista, tremendista y pesimista”. Lo contrario de tu imagen pública.
RD: Eso es fugaz. Yo paso rápidamente por el alarmismo, el tremendismo y el pesimismo hasta llegar a la conclusión de que lo que me interesa depende de mí. Tengo que pasar por esas etapas, por todo lo negativo, para poder relajarme y aceptar lo positivo.
Lo contás como un mecanismo anímico natural, no como una tendencia a la bipolaridad.
RD: No, no es bipolaridad. Sería cuatripolaridad. Yo soy positivo, lo que no significa que no sea pesimista. Lo que seguro no soy es optimista.
¿Por qué?
RD: Porque, aunque tengamos más herramientas que nunca, no veo que la cosa vaya mejor que hace 400, 200 o 100 años. En la era digital, parece que tuviéramos el mundo al alcance, pero no resolvimos los problemas principales de la humanidad: el hambre, la desocupación, la pobreza. Existe hasta la condena geográfica. Haber nacido en Manhattan no es lo mismo que haber nacido en Kenia.
Una escena de «La odisea de los giles».
Ya que lo mencionás, ¿por qué se llama Kenya (Kenia en inglés) la productora de ustedes?
Chino: En 2009 viajamos ahí con toda la familia. Un viaje que nos encantó y que, creo, nos transformó a todos. Mi hermana y yo éramos adolescentes. Llegamos a Nairobi y fuimos internándonos en Kenia hasta llegar a lugares en donde no dejaban caminar a los blancos. Sentías que llamabas la atención en la calle y que se generaba una carga violenta hacia lo que representabas pero no eras.
RD: Estuvimos muy cerca de los animales en su hábitat natural y en contacto con culturas ancestrales. Conocer a a la comunidad másai te vuela la cabeza, los conceptos que manejan son muy distintos a los nuestros.
Chino: Volvimos y a una perra de mi hermana la llamamos Kenya. En las primeras reuniones de la productora estaba siempre ahí. En algún momento, le pusimos su nombre a la productora.
¿Por qué, Chino, el cine es para vos una fuente de placer y además de momentos tortuosos?
Chino: No lo sé. Los momentos tortuosos supongo que me ocurrirían en cualquier ámbito. También pueden estar relacionados con una experiencia en la que tuve que implicarme física y psicológicamente más de lo común para interpretar a un personaje que está vivo. La pasé mal. Vi todo negro. Había algo en lo que no funcionaba. Además, algunos rodajes son duros. De afuera se ve el glam, los eventos, el Palacio Duhau, que está buenísimo, pero no todo es así. Sigo adelante, más allá de la parte tortuosa. A veces se aprende más de los procesos difíciles.
Chino se define como pragmático. Y dice que su padre es «más etéreo».
Ricardo, a esta altura de tu carrera sos considerado, diría que junto con Julio Chávez, como “el” actor nacional, sobre todo en cine. ¿Te limita, te molesta, te resulta natural?
RD: Ni me limita ni me hincha las pelotas porque no lo siento así y no voy a sentirlo jamás. Por suerte, porque sería un encasillamiento. Entiendo que si hacés muchas veces algo, te van ubicando en un lugar simbólico, idealizado, pero no me interesa. Admiro a tantos colegas. Trato de aprender, de suplir mi falta de formación académica con conocimiento del terreno. Eso, entre otras limitaciones, no me da lugar a sentirme nada.
«La odisea de los giles» transcurre en una etapa política y económica fuerte, previa a los años de la grieta…
RD: ¿Te parece?
No digo que sea la única de la historia argentina, que estuvo atravesada por divisiones. En el elenco de la película hay actores de ideologías muy distintas, como Luis Brandoni, Verónica Llinás, Rita Cortese o…
RD: Eso es una bendición.
Chino: Es llamativo que sea algo de lo que hablar. No quiero comparar la política con el fútbol, pero es como si antes de comprar un producto alguien analizara si lo fabricó un hincha de Boca o de River. Absurdo. Pero está pasando en el arte. Algunos deciden no consumir determinadas obras porque las asocian con la ideología de una persona. Es triste. Aun en una película en la que un elenco entero esté a uno u otro lado de la grieta, siempre hay un equipo de rodaje con todas las banderas y colores. Perdón por la irrupción con este ímpetu, pero me parece un reduccionismo, una situación que me genera bronca porque es muy injusta.
Ricardo, ¿no sentiste que en estos últimos años te exigían definirte políticamente? Vos mismo dijiste que te consideraron un tibio.
RD: Es todo una gilada, al lado de la realidad de los que sufren de verdad. Muchos son hipócritas: dicen una cosa y piensan otra. Se acomodan según los momentos. En todo caso, el elenco de esta película es un ejemplo clarísimo de que a nivel artístico esas divisiones no existen. Y si existen son una parte más de la realidad. Juntarte solamente con los que piensan como vos es un poco onanista.
Chino: A él le adjudican posiciones que no son suyas, cosas totalmente absurdas, como textos falsos en Facebook. En España circulaba un audio sobre el independentismo catalán, y era un cuento de Hernán Casciari, relatado por el propio Casciari, que se lo atribuían a mi viejo.
La familia Darín en el Cerro Catedral, con Ursula Corberó (derecha), pareja del Chino.
Hace poco fuiste tapa de la revista ¡Hola! con tu pareja Ursula Corberó (actriz española de La casa de papel), en un barco cerca de Capri, sobre el Tirreno. Ella ríe con ganas mientras vos le ponés cara de dóberman al que sacó la foto. ¿Tan mal te llevás con ese tipo de exposición mediática?
RD: (Riendo) No les podés regalar esa jeta, hijo, pero me gustó igual, eh.
Chino: Me rompe profundamente las pelotas. Algunos, desde los medios o por afuera, dicen que es el precio a pagar por la fama. Por qué tengo que pagar un precio si no quiero comprar nada. La fama no es un fin para mí. Entiendo el laburo de estos tipos. Hacía 40 grados y estábamos por tirarnos al agua; ellos nos siguieron desde un bote, horas, con una cámara. Si te pongo un tipo a que te siga todo el día, desde que te levantás hasta que te vas a dormir, seguro que te vas a sentir como el orto, observado todo el tiempo. Hay gente a la que le gustará. No es mi caso.
Me hablás indignado como si fuera un paparazzi.
RD: El tema arranca más atrás, cuando se pone a la fama como valor. La fama no es un valor. Al contrario, la fama es horrible. Que todo el mundo sepa quién sos y que no sepas quiénes son los demás es horrible, de una gran soledad. Es increíble que ser famoso sea una aspiración.
Se lo idealiza como algo deseable. Pero es cierto que si ahora saliéramos el fotógrafo y yo borrachos a la calle, no pasaría nada. Si salieran ustedes dos, sería un escándalo.
RD: Partamos de la base de que jamás saldríamos en pedo. Somos abstemios (ríe).
Chino, ¿vas a seguir viviendo entre Europa y la Argentina o vas a radicarte en algún lado?
Chino: No sé, iré viendo qué pasa. Tendrá que ver con los proyectos. Ahora me requieren de la productora.
RD: Una productora que te cubre las espaldas, que está siendo amable con vos.
Como si fueras uno de los dueños.
RD: Igual, nos comunicamos mucho por Skype, siempre estuviste presente.
Vos, Ricardo, estás haciendo otra vez «Escenas de la vida conyugal», ahora con Andrea Pietra. Desde septiembre hasta noviembre se van a pressentarla en España. ¿Cómo terminó el tema con Valeria Bertuccelli?
RD: ¿Terminó?
No sé. Si no lo sabés vos…
RD: Eso no se termina nunca, a mí me va a perseguir toda la vida. Cómo puedo decir que se terminó si ni siquiera sé cuál es el tema. Terminarse seguro que no. Es una nube que me va a seguir adonde vaya.
¿No te sentaste a hablar con ella?
RD: No.
¿Te arrepentís de haber hablado con los medios?
RD: No, no me arrepiento de nada. De nada. Igual, ahora tengo la cabeza ocupada en el estreno de la película. Estamos en la recta final, muy enfocados en eso.
Fuente: Clarín