«El segundo botón hace o destruye una camisa», le lanza Jerry a George en lo que sería la primera verdad caprichosa de tantas que crearían durante 9 años. El piloto de Seinfeld estrenado en Estados Unidos el 5 de julio de 1989 comienza con una discusión de cafetería acerca de cómo deben estar ubicados los botones de una camisa. «No es masculino. Pareces que vives con tu madre», le dice burlándose Jerry a su amigo con principios de calvicie en el bar Pete’s Luncheonette que duraría solo un episodio. El prometedor futuro habitaría en los reservados de otra cafetería. Espacio que será testigo de confesiones, flechazos, proyectos absurdos y situaciones surrealistas. Y, sobre todo, de la incomodidad de romper con una pareja, y todas las posibilidades tentadoras de dilatar la escena.
Jerry y George analizan una frase que pronunció por teléfono una chica que le gusta a uno de ellos, como si fueran detectives intentando resolver el mayor enigma de la humanidad. Actitud que será una característica clave de la serie: buscar la intención y el sentido oculto de cada palabra aunque haya sido dicha de manera casual. Ensayan la pronunciación del mensaje para averiguar si aquella chica está interesada en salir con Jerry o simplemente llamó por cortesía. «Concluyó mi caso», escupía George, disfrutando (no tan) en el fondo que Jerry fracasa una vez más en el amor. Esa es la gran esencia de Seinfeld: alegrarse de la caída del otro.
Larry David y Jerry Seinfeld, los fundadores de la serie, destruyeron con astucia la idea de que el espectador solo se enamora de villanos carismáticos, héroes apasionados o personajes benévolos. George, Elaine, Kramer y Jerry no encajan en ninguna de esas etiquetas. Son simplemente personas miserables. La frase de Jorge Luis Borges «no nos une el amor sino el espanto» se ha repetido hasta el cansancio, pero pocas veces describió tan bien una situación como esta.
La idea de crear una serie sobre la nada surgió en una tienda de comestibles: David y Seinfeld estaban hablando y haciendo chistes sobre la variedad de productos que reposaban en los estantes. Luego de reírse un buen rato se dieron cuenta de que esa clase de diálogo no existía en la televisión, tampoco en el cine. Si a ellos esa conversación aparentemente banal los hacía estallar de risa, ¿por qué no buscar más adeptos para celebrar esas bromas escondidas entre las sopas envasadas?
Seinfeld es la sitcom más ambiciosa de la historia de la televisión, porque rompe los esquemas, creando un nuevo sistema. Ya desde la compleja, por momentos alambicada, construcción de las frases. Lo precisas y bellas que son las oraciones cada vez que los personajes hablan, algo nada habitual en las sitcoms. Ubicándolos más cerca del teatro norteamericano que de los latiguillos y tartamudeos de las comedias televisivas de su época. Nos damos cuenta que estamos ante algo especial. Seinfeld parece atentar contra la dicotomía entre comedia y tragedia. Lo que tonalmente suena a comedia, por momentos deviene en tragedia. El resentimiento, el desamor, la indiferencia, la construcción circular, la imposibilidad de alterar un destino que los lleva, por su propia miseria y egoísmo, hasta un castigo ejemplar.
Siguiendo el sendero de la tragedia clásica, no hay nada que ellos puedan hacer para evitar un destino patético. Al contrario, cada paso los acerca más a la perdición. Aunque en el camino se hurgen la nariz, se vuelvan adictos al pollo frito, tengan un record en el videojuego Frogger o se enamoren de un payaso de los infomerciales; el final solo puede ser uno. Y es ese que resuena en la ópera La Flauta Mágica de Mozart : «están condenados». Aunque ellos prefieran hablar de la ubicación de los botones de una camisa.
Anatomía de un chiste
Lo primero que debían hacer los guionistas cada vez que iniciaba una temporada era visitar a David y Seinfeld en su oficina compartida para vomitar la lluvia de ideas. Los escritorios de ambos estaban uno frente al otro, como dos pianistas de concierto. No había encargos en la serie, tampoco existía, como en otras sitcoms, un cuarto donde un grupo de escritores se sientan alrededor de una mesa para discutir los chistes mientras comen comida chatarra.
Larry y Jerry no querían contratar guionistas con experiencia en otras sitcoms. Buscaban escritores con una nueva perspectiva sobre el humor y la estructura dramática, porque esta serie no tenía antecedentes. Era distinta, por lo tanto se negaban a que repita recursos narrativos o gags que se hayan hecho en el pasado. Jerry y David rechazaron la montaña de guiones que les enviaron escritores estrella de Murphy Brown y Cheers, nada encajaba con lo que ellos necesitaban. Entonces pensaron que las respuestas estaban en su círculos de amigos y compañeros de stand-up.
La guionista Carol Leifer, quien escribió los chistes de los mejores episodios de Seinfeld (entre los espejos de los negocios de ropa que adelgazan y la trenza de pan que los Costanza se llevan de la casa de sus consuegros porque no fue comida durante la cena), contó en su libro Cómo tener éxito en los negocios sin realmente llorar: lecciones de una vida en la comedia lo difícil que era conseguir que Larry apruebe una idea. Mientras la guionista le contaba la situación cómica que se le había ocurrido Larry manifestaba un tic físico al sentirse abatido por el aburrimiento: estiraba su hombro hacia abajo y luego lo movía en círculo. Escuchaba las ideas realizando ese movimiento hasta que rechazaba la propuesta negando con la cabeza. La clave, según Carol, consistía en ser muy concisa, resumir una idea en una o dos oraciones, y que el punto final sea la carcajada en coro de Larry y Jerry.
Cuando le relató a Larry su visión de George llevando a una mujer sorda a una fiesta para que pueda leer los labios de su ex novia, intentando averiguar los motivos del reciente abandono, Carol logró romper el hechizo del hombro que se mueve en círculos. Si a Larry le encantaba una idea saltaba de su silla y gritaba eufórico : «¡Sí! ¡Eso es un capítulo! ¡Vamos a hacer eso!» . El trabajo de los guionistas no era solo escribir los chistes. Larry y Jerry involucraban a los escritores en cada aspecto del programa, de principio a fin: Carol participaba del casting, de la elección del vestuario y los accesorios de los personajes, de las decisiones en el montaje y hasta de la mezcla de sonido. El universo de Seinfeld se construyó en base a las obsesiones con los sabores de un babka de chocolate y los enamoramientos con nombres de películas inventadas. ¿Cuántos seguimos ilusionados con poder ver alguna vez Rochelle, Rochelle?
Dejarlo todo en la pista de baile
En el piloto de Seinfeld solo se ven tres personajes, masculinos. Elaine Marie Benes no existía aún. La única presencia femenina era la mesera, Claire (interpretada por Lee Garlington), quien sería un personaje permanente pero muy chiquito. La NBC ofreció comprar cuatro episodios más con la condición de que Larry y Jerry incluyeran a un personaje femenino de carácter fuerte. La dupla temía acercarse al terreno de la comedia romántica y para esquivar ese indeseado camino pensaron en acomodarse en el paso posterior a eso: una ex novia que se convirtió en una gran amiga luego del fracaso amoroso. Julia Louis-Dreyfus, quien venía de Saturday Night Live y de hacer un extraño personaje en la película de bajo presupuesto Troll, fue citada en los estudios para leer en conjunto una escena y ver si encajaba en el papel.
Mientras pasaban la letra Jerry comía cereales, como si estuviera en el set, y ese fue un detalle que a Julia le pareció encantador. Ese mismo fin de semana, aunque con algunas dudas sobre si estaba haciendo lo correcto, firmó su contrato por una corazonada: sentía que estaba sentada sobre una mina de oro aún por descubrirse. Pero además su personaje no era el clásico perfil femenino. Era un personaje más, a la altura de los otros tres. No estaba ahí para enamorar a alguno de ellos, tampoco para embarazarse.
Elaine tenía los mismos problemas que George, Jerry y Kramer: hallar un departamento con alquiler barato, encontrar un buen lugar para estacionar, escoger un candidato que no sea un idiota, que nunca le falte un cuadrado de papel higiénico en el cubículo del baño de un establecimiento. Los dramas intrascendentes de este grupo de amigos se transformaron en el centro de nuestra vida cotidiana de manera abrupta: el esperar por horas que se desocupe una mesa en un restaurante chino o el tentarse de risa en un recital de piano al ver un tubo de pastillas Pez con cabeza de Piolín (Tweety).
El personaje de Elaine creció temporada a temporada, cada vez más salvaje e impredecible. Con su extraña y poderosa forma de vestir: polleras largas y sueltas, zapatos con medias viejas y esa cabellera enrulada de color oscuro que contrastraba con sus blancos dientes cuando echaba una carcajada. Y su violento empujón en el pecho cuando Jerry le contaba una novedad. Elaine tuvo citas para el olvido, un novio adicto a chocar los cinco, un jersey de cachemira con un punto rojo, y un catálogo de jefes que intentaron volverla loca. Mr. Pitt que la sentaba a sacarle punta a los lápices y a ayudarlo a hallar las imágenes en los libros del ojo mágico, o el Sr. Peterman quien le pidió que le consiga historias para su autobiografía. Pero su mejor momento en la serie fue cuando nos enseñó que no hay que tener vergüenza de bailar con todo el cuerpo. Sus pasos de baile «Pataditas y pulgares» fundaron un nuevo estilo de danza que se convirtió en pines, remeras, pósters y, sobre todo, la desesperante necesidad de imitar en una fiesta esos enigmáticos movimientos. Es mucho más difícil de lo que se cree inventar el peor paso de baile. Solo Elaine Marie Benes podía hacerlo.
Compartir la heladera
Es imposible pensar a Jerry sin Kramer, a Kramer sin Jerry. Amigos, pero también roomates aunque los separe una puerta. Una puerta que Kramer (Michael Richards), con sus alocadas camisas, golpeaba con tanta fuerza que el equipo debía tener siempre a mano bisagras adicionales por si se rompía. Era, en gran parte, una distancia invisible: Kramer vivía la mayor parte del día en el apartamento de Jerry, abriendo y cerrando la heladera o tirándose en el sillón para ver Melrose Place.
La historia de cómo se conocieron se revela en la última temporada, en el capítulo en reversa La traición, el episodio más complejo narrativamente, pero además el más conmovedor. Luego de la placa informativa «11 años atrás», vemos a Jerry mudándose a su apartamento, todavía sin muebles. Kramer, en bata, sale de su casa y se presenta. Jerry lo invita a comer una pizza. Kramer le responde que no quiere abusar. «Somos vecinos. Todo lo mío es tuyo», le dice Jerry sin saber que esa frase también es una condena que lo unirá para siempre con Kramer, quien espía el interior de la casa de su vecino, todavía vacía, imaginando que todo lo que contenga ese living y cocina será de él.
El apartamento donde ocurrirán las conversaciones más descabelladas del programa fue decorado con las pasiones extravagantes y verídicas de Jerry Seinfeld: cajas de toda clase de cereales, juegos de mesa, historietas y muñecos de Superman y zapatillas blancas de deporte. Jerry tenía a sus adorables padres, pero Kramer era ese hermano molesto que le faltaba. Un adulto con el impulso de encabezar planes ridículos, sea realizar una mirilla invertida, fabricar un perfume con aroma a playa, curarse la tos con un jarabe para perro, o publicar un libro de mesas de café que es una mesa de café. Sin embargo, más allá de meterlo en problemas o de llenarle un cajón de Froot Loops con leche, Kramer también estaba dispuesto a entregarle lo más valioso que tiene: su sangre. Debido a un accidente que padece Jerry, Kramer decide donarle la sangre que atesoraba refrigerada, aunque su vecino no esté tan de acuerdo en recibirla. Una amistad que traspasa puertas, rejas y saltos en el tiempo.
El sueño de ser arquitecto
A George (Jason Alexander) lo caracterizan las frustraciones pero también sus excéntricos sueños: vestirse completamente de terciopelo, llamarse Art Vandelay, que lo apoden T-Bone, comer un sándwich mientras tiene sexo, que sus padres vivan lo más lejos posible de Nueva York y, por supuesto, ser arquitecto. O, al menos, que los demás crean que lo es. Porque, como bien explicó George, no es una mentira si tú te la crees. Replicando algunas actitudes de Larry David, George es el opuesto complementario de Jerry Seinfeld, al igual que les sucede detrás de los escritorios a los creadores de la serie. Uno es desbordado mientras el otro es medido. Jason Alexander no fue la primera opción para interpretar a George Costanza, el elegido era Paul Shaffer. Jerry lo quería para el papel sin siquiera hacer una audición, pero Shaffer jamás le devolvió el llamado.
George es el personaje más neurótico de la sitcom. Capaz de no atender por teléfono a su novia por miedo a que el llamado sea para cortar la relación. «Créalo o no, George no está en casa. Deje su mensaje después del tono. Debo haber salido o habría contestado. ¿Dónde puedo estar?» cantaba en su contestador eterno evitando a su posible ex novia. Pero George también tenía grandes ideas: construir un estante debajo del escritorio de su oficina para ocultar una frazada y un despertador, con el objetivo de dormir una siesta a escondidas después del almuerzo. Del ocultarse a mostrarse demasiado, incluso semi desnudo en una fotografía para impresionar a la empleada del local de fotos. Para George la apariencia es lo único que importa, de ahí su singular frase: «Cuando parece que estás siempre enfadado, todo el mundo piensa que estás ocupado».
Opacar la Navidad
Aunque no era un personaje principal, el comediante Jerry Stiller fue la pieza que magnificó la singular riqueza de Seinfeld. Cuando lo llamaron para que interprete al padre de George Constanza, Stiller ni siquiera había oído hablar del show, aunque ya era un pequeño suceso. En ese momento el actor estaba haciendo teatro y tenía contrato por 6 meses más en Broadway. Entonces declinó la oferta, decisión que enojó a su manager porque no podría creer que no se una al elenco del éxito de Seinfeld.
Cuando la obra terminó, Jerry y Larry David fueron a buscarlo de nuevo a Stiller para pedirle que por favor sea el padre de George. En ese encuentro los creadores del programa le transmitieron que no necesitaban un buen actor, ya lo tenían. Lo que buscaban era a alguien diferente. La actriz que hacía de su esposa, Estelle (Estelle Harris), gritaba mucho, con voz finita, y necesitaban un actor que tuviera un tono bajo para complementarse. Durante su primera actuación con público en 1993, Stiller gritó desaforado para sorpresa de todos y la gente de la platea estalló. Cuando en los últimos minutos del episodio Stiller le da repentinamente un golpe seco en la frente a su hijo de 35 años, Larry David se paró y expresó «¡Es esto!». Stiller explicó hace años que lo que hizo a esta serie diferente a otras es que todos los actores se divertían mucho haciéndola, les resultaba muy graciosas las líneas de cada personaje. Y eso puede comprobarse claramente si uno observa el rostro de Jerry Seinfeld durante casi cualquier escena: está siempre conteniendo la risa, y a veces, ni siquiera lo logra.
Además de enseñarnos a convocar la calma gritando la frase «Serenity Now«, Frank Costanza nos invitó a festejar cada 23 de diciembre el «Festivus«: una celebración opuesta a la Navidad donde se practican hazañas de fuerza y, lo más importante, el desahogo de agravios. Los integrantes de la familia se dicen unos a otros, mientras cenan, de qué manera los han decepcionado en el último año. En vez de un árbol con una estrella en la punta hay un tubo de aluminio pelado, sin adornos ni guirnaldas. El Festivus es una idea del guionista Dan O’Keefe, quien era devoto de este particular ritual desde 1966, como una respuesta a la tensión familiar. A partir del episodio de Seinfeld, el Festivus se hizo tan popular que la celebración fue apropiada en bares y casas de distintas ciudades. «Un Féstivus para el resto de nosotros».
No es una despedida
El último episodio de Seinfeld se emitió el 14 de mayo de 1998. Generando aplausos y enojos, el capítulo de una hora nos obsequió la posibilidad de reencontrarnos con todos los personajes que desfilaron por la serie: Poppie, Babu, Mabel Choate, Newman, el Chico Burbuja, Yev Kassem, el policía de biblioteca, los padres de la difunta Susan, Peterman y tantos más. Tres meses tardaron en producir ese capítulo con 52 actores invitados. Muchos de ellos interpretando a personajes enfurecidos con los protagonistas, en un juicio que se llevaría a cabo en el Condado de Latham. Sacando a relucir el historial de las maldades intencionales o accidentales cometidas en esos años.
La excusa de la detención de George, Jerry, Elaine y Kramer era por no cumplir la Ley del Buen Samaritano. Luego de que los protagonistas sean condenados a un año de prisión, minutos antes de que termine el último episodio de la serie, Jerry lo mira a George y le dice «Ese botón está en el lugar equivocado. El segundo botón es el más importante. Es el que le da forma a una camisa», la misma conversación con la que se inició Seinfeld en 1989. Nueve años, alrededor de 180 capítulos, en los que los personajes se volvieron ejemplo de cada situación cotidiana: sentirnos George si usamos una campera inflada en invierno o pensar en Newman cuando no llega a casa el correo.
Por fuera de la ficción, el ex presidente de la NBC, Warren Littlefield, tentó a Jerry Seinfeld con de $ 100 millones de dólares, 5 millones por capítulo, para que haga una temporada más, la número 10. «Dimos todo lo que teníamos», le contestó Jerry, rechazando la oferta en plena cresta de la ola.
Cuando grabaron los primeros episodios de la sitcom, Jerry, Julia, Michael y Jason se juntaban detrás del escenario para hacer «el círculo de poder». Una broma interna que nadie veía donde los cuatro protagonistas se tomaban de la mano y gritaban «¡Buen show!». La noche en la que iban a filmar el último capítulo hicieron, después de mucho tiempo, el círculo de poder. Pero esta vez no era un chiste. Jerry, inesperadamente, se puso serio, y les dijo sus tres compañeros: «Por el resto de nuestras vidas, cada vez que cualquier persona piense en uno de nosotros, pensará en nosotros cuatro. Y no se me ocurren mejores personas para que eso pase que ustedes».
El círculo de poder se transformó en el círculo del llanto, y tras 30 años esas palabras se convirtieron en una teoría comprobada: no hay manera de pensarlos por separado. Quienes consumimos cada episodio de Seinfeld como si fuera la Vitamina C que nos sube las defensas contra las penas inevitables necesitamos imaginar que George, Jerry, Elaine y Kramer siguen juntándose en la cafetería. Aliviando sus miserias con los fracasos ajenos.
Fuente: Infobae