¿Cuántos lenguajes tiene el arte? En principio: muchos. Cada cual desde su especificidad se dedica a contar historias, reflexionar, interpelar, conmover. Sin embargo, a veces —y sobre todo en tiempos interdisciplinarios— hay traslados, desplazamientos, adaptaciones. Ahora, en la capital de Córdoba, Eduardo Sacheri le habla a su auditorio justamente de eso, de cómo el arte muta de forma. En 2005 escribió la novela La pregunta de sus ojos y cuatro años más tarde Juan José Campanella la llevó al cine. Decir «la llevó» es una simplificación muy ordinaria, porque la tarea de trasladar un discurso, no sólo de un dispositivo a otro, sino también de un género a otro, requiere de un trabajo arduo, extenso y también minucioso. La historia es conocida: El secreto de sus ojos —ese es el nombre de la película— se transformó en una de las argentinas más importantes de la historia porque logró, no sólo una masividad inédita, también ganar el Óscar a la mejor película extranjera.
Minutos antes de la una de la tarde del martes —el día previo al inicio del Congreso de la Lengua—, la gente hacía cola para entrar al Cineclub Municipal Hugo del Carril, sobre la calle San Juan, pleno Nueva Córdoba. Arriba, en el Auditorio Fahrenheit, Sacheri daría una masterclass gratuita de guión. Organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación y el Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales (INCAA) y en el marco del Festival de la Palabra, el escritor contó los pormenores de aquella odisea: la escritura del guión junto a Campanella. Pero, ¿fue una adaptación de su novela o se trató, por el contrario, de un discurso, de un producto, de una obra totalmente nueva? «No hay forma de meter 300 páginas de una novela en dos horas que dura una película», comienza diciendo el escritor. Frente a él, unas ciento cincuenta personas —prácticamente todos jóvenes— lo escuchan atentamente.
Sentado en una banqueta alta, de camisa arremangada y mirada concentrada, Sacheri asegura que «todo lector recrea el libro cuando lo lee, entonces construye otro libro. Lo mismo el director, hace otro libro, porque además se lo apropia». Al lado, una pantalla gigante va proyectando escenas de la película para ejemplificar cada una de sus reflexiones que vienen, además, con secretos detrás de las decisiones cinematográficas. Por ejemplo, cuenta que en la novela decidió que Benjamin —el personaje interpretado por Ricardo Darín— desaparezca un tiempo. Entonces lo mandó a Jujuy. «En el cine, en cambio, lo que dejás de ver corre el riesgo de dejar de existir», comenta sobre los cambios en el guión. Además, en la novela, Pablo Sandoval —en la película: Guillermo Francella— tiene un gran protagonismo; no así en el cine. Campanella le dijo que necesitaba que el personaje de Soledad Villamil, Irene, ocupe un rol más central. Sacheri cuenta que luego de ese pequeño debate con el director, llegó a su casa «desencajado», y le dijo a su mujer:
—¡Me lo quiere sacar a Sandoval!
—¡Noooo! —le respondió ella.
«En la literatura, uno trabaja solo. A lo sumo con su editor, pero el trabajo es prácticamente en solitario. En cambio en el cine el trabajo es mucho más colectivo. No es sólo el guionista y el director, son también los actores, por supuesto, pero también los técnicos. Hay un montón de gente trabajando. Desde mi perspectiva de trabajador solitario, me preguntaba: ¿todos van a opinar algo?», cuenta con gracia. Luego se refiere al título de la película, que no es el del libro. Recuerda el momento en que surge la idea de modificarlo:
—Eduardo, le queremos cambiar el nombre, ¿te molesta?
—Sí, por supuesto que me molesta.
Otro gran cambio, asegura, es el género. La pregunta de sus ojos «no es un policial, es un drama con un accidente, pero la película sí es un policial». ¿Y cómo se construye un policial? ¿Qué tan grande tuvo que ser el giro que dio la obra original para adaptarse al nuevo género? Pistas, dice Sacheri, el policial tiene pistas. Entonces hace correr la escena de las cartas en el proyector. Los protagonistas se meten en la casa de la madre del asesino en Chivilcoy y le roban las cartas que su hijo le envía. Sigue prófugo. Quizás, algo en esos textos lo delaten. Cuando pasan en limpio los datos recolectados, nombran algunos apellidos. Justamente, esos apellidos son las pistas: jugadores de Racing. Así logran encontrarlo después —las disculpas debidas al spoiler—, en un partido en el Cilindro de Avellaneda.
Lo cierto es que esos apellidos están «truchados», puestos en sus bocas con la post producción. Al principio, eran apellidos comunes, sin sentido alguno, pero más tarde, cuando estaban en el rodaje, Sacheri habló con algunos fanáticos de Racing que vivieron los años setenta y decidió ponerles los originales. «¡Pero la escena ya se había grabado! Campanella había hecho varios planos y justo hay uno que la cámara pasa por atrás de un velador y hace más foco en el velador que en la boca de Darín. Luego Ricardo dobla la voz y listo. Nadie se dio cuenta», confiesa.
Luego se detiene en la escena de la pasión, tal vez la más aclamada de la película. Cuando Sandoval le cuenta a Benjamín Espósito que esos nombres en las cartas son, efectivamente, de jugadores de Racing. Entonces, en el proyector, el personaje de Francella dice: «El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios… pero hay una cosa que no puede cambiar… no puede cambiar de pasión». Ahora, en la intimidad de este auditorio, Sacheri asegura que «la pasión, en la película, se muestra más como prisión, como cárcel, por ejemplo con el alcoholismo de Sandoval. Para mí la pasión es mucho más de eso. Sin embargo la gente suele ver esta escena como una reivindicación de la pasión… Pienso en el arte: vos escribí, da tu mensaje, después que la gente piense lo que quiera».
Cambios. Cientos de cambios en el pasaje de un dispositivo al otro. «En el libro, Sandoval muere por una enfermedad y además, cinematográficamente hablando, no se ve cuando se muere. En la película lo mata la patota de la Triple A, ¿se acuerdan? Eso en la novela ocurre pero no matan a Sandoval», cuenta Sacheri. Y así, ante tantas modificaciones, surge la pregunta que el propio autor, ahora, en este cineclub, se hace: ¿es una adaptación o una obra totalmente nueva? «Pese a todos los cambios, si yo le saco el jugo a mis personajes, son los mismos: dos tipos que trabajan en Tribunales tratando de hacer las cosas bien. Por eso yo creo que sí, es una adaptación.»
«No hay secretos ni recetas, pero si pienso qué fue lo que tuvo de bueno este laburo es que con Campanella discutimos cada detalle con salvajismo. Algunas las gané yo, otras las ganó él», cuenta entre risas. Finalmente, y luego de responder algunas preguntas que le hacían los espectadores —asiduos lectores de su obra—, concluye: «El cine es un lugar al que me invitan y me siento cómodo. Pero mi casa son los libros».
Fuente: Luciano Sáliche, Infobae.