El valor de la palabra: La prudencia

Según Aristóteles: «El sabio no dice lo que piensa, pero siempre piensa lo que dice». – Por Sandra Auteri, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Estimados lectores y lectoras:

Les deseo que hayan iniciado un año fantástico, con proyectos y sueños posibles, y dispuestos a trabajar para concretarlos.

Durante el 2017, comenzamos a conocernos en este espacio y tuvimos como medio LA PALABRA. Fuimos atravesados por LA ESPERANZA y portamos como bandera LA LEALTAD, LA INTEGRIDAD y LA FIDELIDAD.

Con el conocimiento y el análisis de todas estas poderosas virtudes, aprendimos que INCONDICIONALIDAD, LA CONSIDERACIÓN, LA CONTENCIÓN y LA DIGNIDAD son valores cotidianos, con los cuales crecemos, nos fortalecemos e iluminamos la construcción de un mundo mejor.

LA ÉTICA nos acompañará también en este nuevo año para que, cada vez, nos sea más fácil identificar, en la balanza, desde qué lugar estamos llamados a trabajar.

Por supuesto, en este camino nunca nos faltará LA ALEGRÍA, que siempre va a estar dispuesta a rescatarnos, con solo hacer la mueca de la sonrisa.

Les propongo comenzar este nuevo ciclo con cautela, o mejor aún, tomados de la mano de LA PRUDENCIA.
Mahatma Ghandi, en una de sus lecciones, decía:

“Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino”.

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La prudencia es una virtud poderosa, y trabajar en observar y perfeccionar esta virtud nos permitirá actuar de forma justa, adecuada, moderada, y así, poder enfrentar las situaciones comunes de la vida cotidiana con una mayor conciencia.

Con prudencia, nuestra personalidad se modifica para mostrarnos decididos, emprendedores, comprensivos y conservadores.

Nos reconocemos prudentes, cuando nos comunicamos con un lenguaje claro, literal y cauteloso, respetando los sentimientos, la vida y las libertades de los demás. Así, desde ese lugar, se ve la razón de cada persona, se logra discernir el verdadero bien para cada uno, desarrollando la capacidad de elegir los medios adecuados para realizarlo.

En la Grecia Antigua, en La República de Platón, la prudencia era descripta como una “virtud cardinal” junto con la justicia, la fortaleza y la templanza. Todas son los frutos de la sabiduría basadas en el amor por la justicia.

Continuando a Aristóteles, Santo Tomás de Aquino la define como: “la regla recta de la acción”.

Vale aclarar que en la teología católica, las virtudes cardinales, son hábitos que intervienen sobre la voluntad y el entendimiento para obrar según el juicio de la razón, iluminada por la fe.

El obrar prudentemente es el resultado de poder “comprender” con total responsabilidad, como el verdadero amor que se libera de las pasiones para llegar “al conocimiento” como objeto de la vocación humana.

Es una virtud discreta, pero nos maravillamos observando a las personas que habitualmente conservan la calma, y que aun en situaciones difíciles sostienen su comprensión, su compostura, su temple.

Asumir con humildad nuestras limitaciones y aprender de nuestras experiencias nos permite actuar con prudencia, y los verdaderos beneficios de hacerlo se ven reflejados en la conservación de un estado de salud físico, mental y espiritual equilibrado.

Es decir que nuestras mejores decisiones para actuar provienen de la experiencia, del entrenamiento de nuestras potencialidades, cada uno reconocerá las suyas.

Seamos prudentes con nuestros pensamientos, con nuestros deseos, y con todo aquello que consideramos que debe ser lo mejor para nosotros.

Seamos prudentes con lo que el mundo nos ofrece y con lo que elegimos y de lo que de él tomamos. Cada uno sabrá, íntimamente, qué puede beneficiarlo o perjudicarlo, y a quiénes puede arrastrar con sus decisiones, porque si éstas se basan en el bien común, no habrá de qué preocuparse, pero, si por el contrario sólo residen en nuestro interés, los resultados serán bien diferentes.

Comencemos este año decididos a trabajar, con prudencia, en esos sentimientos impulsivos que nos alejan de lo que amamos en todos los órdenes de nuestra vida.

Seamos prudentes recibiendo lo que nos ofrecen también. Todo tiene su justa medida, estemos decididos a encontrarla, y con prudencia, aprendamos juntos a ser impecables en cada momento.