El arte como vórtice: crear, incomodar, transformar

Por Paula Rivero, especial para DiariodeCultura.

Cada 15 de abril, el arte celebra su día. Y quienes vivimos atravesados por él no podemos evitar detenernos a sentir —más que a pensar— en lo que realmente significa crear en un mundo que muchas veces olvida lo esencial. El arte no es solo técnica ni estilo; es una frecuencia. Una forma de estar. Un canal por donde se filtra lo humano en estado puro.

A lo largo de la historia, las grandes obras no solo registraron lo que pasó, sino que lo transformaron. Fueron resistencia, belleza, dolor, memoria. En tiempos de oscuridad, el arte encendió luces. En medio del ruido, creó silencio. En lo personal, es mi forma de habitar el mundo: es mi vórtice, ese lugar sin tiempo donde lo simbólico, lo invisible, lo que no se dice, encuentra forma, color, cuerpo.

El arte incomoda cuando es necesario, pero también abraza. Nos ayuda a procesar lo que la razón no puede, a conectar con otros sin palabras, a preguntarnos desde lugares que no sabíamos que existían. Es territorio sagrado donde conviven la emoción y la idea, lo individual y lo colectivo.

En cada pliegue, en cada gesto pictórico, el arte nos recuerda que no hay una única manera de ver. Que toda mirada es una construcción. Que el mundo, lejos de ser plano, es un entramado de capas que la obra puede revelar, reinterpretar, reinventar.

Hoy más que nunca, necesitamos defenderlo. No como adorno, ni como privilegio. El arte es un derecho vital. Tiene que estar en las calles, en las aulas, en los medios, en las decisiones políticas. Tiene que estar en la vida real, porque es parte de ella. Porque allí donde hay arte, hay humanidad.

Celebremos, entonces, a quienes lo hacen posible: a quienes crean, a quienes enseñan, a quienes sostienen espacios culturales con el cuerpo y el alma. A quienes invitan a otros a mirar distinto, a sentir más profundo, a no pasar de largo.

Porque mientras haya arte, habrá posibilidad.
Y donde hay posibilidad… hay esperanza.