La artista Mariela Renatta Renatti, investigadora de las materialidades poco convencionales, recibirá este viernes el nombramiento de Personalidad Destacada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el ámbito de la Cultura. La distinción será entregada en la Legislatura porteña por el artista Eugenio Cuttica y el legislador Yamil Santoro, autor del proyecto de declaración.
Se trata de una artista autodidacta, que no transitó los escalones de la carrera que hoy siguen los jóvenes que aspiran al gran mercado del arte internacional (academia, programa de artistas, clínicas, residencias y concursos). La vida la llevó por otros lados, al ser mamá a los 22 años (trabajos rentables de muchas horas para criar sola). Y siguió relegada la artista que había en ella por unos cuantos años. En la última década, retomó su pasión con tanta energía que logró también exponer y vender obras en países como Estados Unidos, Singapur, Inglaterra y China, apoyada por su compañero incondicional, Juan Yun. La alientan miles de seguidores en las redes.
Se había iniciado tomando clases de pintura cuando tenía 7 años y nunca dejó de pintar. A los 17 años pintó un mural en Santos Lugares, su ciudad natal, y recibió un diploma de manos del escritor Ernesto Sabato. Renatta se hizo sola, con su trabajo cotidiano en su taller. Siguió creando siempre. Estudió Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires (por esa idea de que no es posible vivir del arte) y obtuvo un diploma como Coach Ontológico Profesional, especializada en gestión emocional. De las dos formaciones hay mucho en su obra: la libertad de trabajar sin manuales, inventando técnicas y sumando materiales que no están en la historia del arte y su tesis, titulada Cómo rediseñar una emoción a través del arte, que refleja su enfoque en el arte como medio de transformación emocional.
“Las artes plásticas son para mí una experiencia visceral, una conexión profunda con los materiales que trasciende lo racional. Siento la necesidad de romper la superficie, de incorporar texturas y elementos que, aunque inmóviles, generen sombras, luz y movimiento, otorgando vida a cada obra. Mi búsqueda es desvelar mundos internos ocultos, transformarlos en luz y despertar en el espectador una sensación única, como si algo dormido en su alma se despertara, susurrándole un mensaje profundo y revelador”, dice ella.
En su serie anterior, Fluidos, creaba grandes abstracciones que podían leerse como paisajes. Dejaba correr el color por la tela, lo escurría o frenaba. Ponía a bailar piedras en ríos turquesas y astillaba troncos de acacias sobre cuadros color antílope. Es tanta la textura de estas obras que se exhibieron en el Museo de la Discapacidad María Kodama: se puede pasar la mano sobre la superficie de aquellas pinturas y sentir una marina, aun sin verla. Una geografía vista desde el aire por un pájaro.
Entonces, al visitar su taller, era habitual encontrala descalza saltando de un lienzo a otro desplegados en el piso, con sus potes de pintura en las manos. Iba salpicando color, brillo de plata, viruta, azul de ultramar. Renatta hacía correr mares, montes, arboledas: era por un momento la madre naturaleza y transformaba la cartografía con su vuelo.
Ahora, el paisaje en su taller es otro. Ella recibe transpirada y con una máscara como de astronauta. Cambió totalmente su obra. Del plano pasó al volumen y a torcer, moldear, apretar con las manos la materia que pinta con aerosoles. Busca lo que mejor canalice ese amor que tiene tan profundo por hacer arte. Un género levísimo (en apariencia) vuela afuera del marco, se estira y se mueve con el viento. Es la misma sensación que provoca ver los pliegues del lino o la seda en una escultura de mármol. Su intuición la hace dejar de lado las texturas: los tachos de pintura, la arena, la viruta y los brillos la esperan a un costado. Con las manos manchadas, poseída por su batalla cuerpo a cuerpo con la obra, a la que se entrega con pasión, se sumerge en un plano al que curva o estira, lo deja salir del marco del bastidor y desplegarse. Toma ese lienzo y lo pone de pie.
Le costó encontrar la técnica ideal para esta nueva serie. En el camino se quemó, se frustró… Casi prende fuego todo el taller tratando de modelar unas mediasombra que soñó en algún momento que la iba a poder hacer rígidas. Probó el yeso también. “Quería algo que tuviera un cuerpo fácil de moldear. Y bueno, me encontré con estos vinilos maravillosos y con la forma de poder moldearlos y darles color”, cuenta. Le llevó tiempo y esfuerzo físico encontrar su manera de crear. No revela sus secretos. Esa es su alquimia. Su arte es un gran experimento donde no se limita con nada. Quizá sea ese su misterio.
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación