La música, como el resto de las artes, supone una actividad evolutiva, en la que siempre se está en búsqueda de lo nuevo, lo fresco o lo disruptivo. Hoy en día esa tarea parece ser sencilla; solo basta entrar y divagar por las redes sociales hasta encontrar a un artista de nicho en el que se encuentre un potencial inimaginable.
Sin embargo, en tiempos sin celular ni televisión, esa misma búsqueda estaba en la calle, los pubs y los escenarios. Durante esa época emergió la figura del cazatalentos, un oficio tan noble como malvado, según los nombres. Uno de ellos fue John Hammond, y su protagonismo en esta nota se debe a que no fue un cazatalentos cualquiera.
John Hammond, el mayor cazatalentos de la industria musical
Nacido en 1910 en Nueva York, Estados Unidos, John Henry Hammond pertenecía a una familia aristócrata. A los cuatro años comenzó a estudiar piano, actividad que fue rápidamente reemplazada por el violín. Claramente había pasión por la música, pero Hammond, a diferencia de su madre que lo alentaba a disfrutar de la música clásica, encontró un lenguaje en común con la música negra.
Un concierto de Bessie Smith en Harlem compró a un joven Hammond que, luego de pasar por la Universidad de Yale, colaboró como corresponsal de Melody Maker, la revista más antigua de música popular, fundada en 1926. En el medio, se paseaba de bar en bar descubriendo música y de paso tanteaba discográficas, todo con un objetivo: «Dar reconocimiento y valor a la supremacía de los negros en el jazz es la forma más efectiva y constructiva de protesta social que podía pensar».
Y así comenzó su extenso camino de ayudas y favores a artistas que realmente valían la pena. Empezando por Billie Holiday, una de las voces femeninas más aclamadas de la historia. Además, le dio una mano a figuras como Count Basie, Aretha Franklin y Cab Calloway, e incluso convenció a Benny Goodman de agregar músicos de color a su banda.
Luego de reflotar a Robert Johnson, compositor de blues, y enamorarse del bebop, Hammond dio vuelta la página y comenzó a interesarse por el folk. Y en 1961, su búsqueda le rindió frutos: vio luz y futuro en un joven medio raro llamado Bob Dylan. «No pareces un recién llegado, chico, parece que eres el genuino continuador de nuestra tradición. Tienes mucho, muchísimo talento, sólo tienes que administrarlo y será maravilloso. Voy a ficharte«, le comentó Hammond.
El último gran gol lo metió diez años después, cuando encontró a Bruce Springsteen, quien luego sería uno de los nombres más importantes del rock durante las décadas del 70 y 80. En 1987, Hammond falleció a sus 77 años por un accidente cerebrovascular.
Fuente: Ámbito