Boy George se rompió recientemente un dedo al resbalar por las escaleras en medias. Vuelve a vivir felizmente en Hampstead, después de haberse visto obligado a abandonar su casa de 20 millones de libras que tenía allí y alquilarla en Hackney Central para hacer frente a una colosal demanda de su antiguo compañero de banda Jon Moss. Lleva una férula en el dedo que funciona como un «mini trapecio», y que ha cambiado un poco su firma. Lleva un bombín rojo tan alto que podría tener varios sombreros más debajo; si se lo quitara, revelaría una estrella de David que se tatuó en el cuero cabelludo cuando estaba borracho.
Tiene pentángulos en la camisa y un gran abrigo de invierno que le cubre como si llevara todo el vestuario a la vez. Está deslumbrante. No se viste así para viajar en el subte, claro que no. En el subte lleva una gorra de béisbol, parece «el padre de alguien» y puede pasar prácticamente inadvertido.
Me han dicho que no le pregunte por las drogas, la cárcel o el dinero, tres cosas que hacen de Boy George una de las historias pop más fascinantes de todos los tiempos. Ha hecho servicios comunitarios (por denunciar falsamente un robo) en el Departamento de Sanidad de Nueva York, donde tuvo que recoger basura vestido con un mameluco naranja. También cumplió condena por encarcelar ilegalmente a un modelo noruego, al que encadenó a un radiador. Una noche, en la prisión de Holloway, proyectaron un documental sobre él, que hizo que otros reclusos se dispusieran a ser sus amigos.
Pero ha tenido muchas peleas en su vida. Hace unos meses fue al concierto de Madonna y ella lo desairó entre bastidores. «Estaba en una sala con todos sus amigos y no me saludó. RuPaul y Madonna son bastante parecidos: si no les gustás, todo el mundo a su alrededor tiene que odiarte también. Es como estar en el colegio con los chicos de onda». En los ochenta, Madonna le dio la mano y George supuestamente dijo: «Uf, no sé dónde la metí antes». Ahora dice: «He sido una jodida total, no se puede negar. Y para su crédito, ella nunca responde. Muy Leo» (El signo zodiacal de Madonna).
A Boy George siempre le ha resultado difícil resistirse a atacar a otras estrellas del pop. En X/Twitter se peleó con Liam Payne, de quien dijo que se había negado a hacerse una foto con su sobrina entre bastidores. «Está como una cabra», escribió bajo un vodeo de Payne tomado el día antes de que la ex estrella de One Direction muriera en octubre tras caer desde el balcón de un tercer piso en Argentina. Más tarde, en un podcast que se emitió el día del funeral de Payne, expresó su profundo arrepentimiento por su comentario: «No fue muy agradable, pero lo sentí. Sentí que estaba fuera de control». Nos encontramos varias semanas después del hecho, y dice: «Es muy, muy triste. Lloré cuando me enteré». ¿Le sorprendió que algo así le ocurriera a un músico en una época mucho más aséptica que aquella de la que salió él? «No tengo respuestas, sólo preguntas», señala.
Da la sensación de que su relación con los periodistas es mejor que la que mantiene con otros músicos. Boy George fue la primera estrella del pop que pasó de las páginas de chismes a las portadas; antes de él, sólo eran noticias de entretenimiento. Tuvo 20 portadas de tabloides en los ochenta, que vendieron tantos ejemplares que todos los periódicos empezaron a escribir columnas sobre pop. Pero su adicción a la heroína, que le costaba 500 libras al día, le hizo perder la cabeza: su propio hermano David incluso acudió a The Sun en busca de ayuda («Al yonqui George le quedan ocho semanas de vida»). En 1988, el crítico cultural Jon Savage dijo que George, detenido por posesión de heroína en el marco de la «Operación Cultura», se había convertido en un instrumento de Margaret Thatcher, y en parte de la narrativa moral de los tories.
«¿Ah, sí?», dice desconcertado. «No lo había oído antes. Nunca fui uno de esos homosexuales traumatizados». Mucho más divertido es jugar con la idea de que amaba a la «Dama de Hierro». Hace unos meses, se sentó a pintar en su estudio -no mucha gente lo sabe, pero Boy George hace llamativos cuadros de estilo Pop Art– y, para su sorpresa, la mismísima Maggie empezó a surgir del lienzo. «Simplemente apareció. Yo estaba como, ‘¡Oh Dios, es Thatcher!’». La compró un hombre de Birmingham, que en realidad era un auténtico fan de Thatcher «y me preguntaba qué sentía por ella, y yo le decía: ‘Bueno, ya sabés, era icónica, era legendaria, realmente no podías olvidarla…’”.
Anteriormente, George se hizo una foto con Thatcher en un acto benéfico en los años 90 («Fue como si la Torre Eiffel entrara en la habitación»). Pero en realidad él es socialista. Hace poco hizo un cuadro de una miserable Meghan en el funeral de la Reina, y otro titulado «47 razones para llorar por Trump». Luego se pone serio de repente: «Espero que Trump no tenga tiempo para pensar en drag queens. Y los derechos de las mujeres no son una cuestión política», dice, lo que significa que no deberían decidirlos los hombres republicanos. «Siempre he pensado eso desde que era chico; me da mucha rabia. Las mujeres deben decidir lo que quieren. Esa idea de que las mujeres abortan porque es más fácil. Conozco a muchas mujeres que nunca lo han superado. Hay gente cercana a mí que, 30 años después, sigue diciendo: ‘¿Y si…?’. Así que no me digas que se hace por capricho».
Intenta estar por encima de la política en general. Boy George en 2024 es una extraña mezcla de positividad zen y discurso imparable. «He hecho tres podcasts en los últimos tres días, estoy como: ‘¡Mierda, no puedo hablar más!’. Pero entonces me di cuenta de que sí puedo». Se adhiere a los «Tres Principios», la idea de que la experiencia de nuestra vida la crean nuestros pensamientos. Y dice que le encantan las pequeñas cosas ordinarias de la vida: «Hago abalorios y costura, y me concentro en lo que hago, hasta el punto de seguir la aguja y el algodón». También le gusta la sabiduría de los signos zodiacales. ¿Se lleva bien con los periodistas de Virgo? «Jon Moss era Virgo», dice. «Me encantan. Aunque existe esa tendencia a morir en una cruz por lo que crees que es correcto…».
Moss, que en su día fue amante de Boy George, además de baterista de Culture Club, inició una demanda por ser expulsado de la banda tras una pelea en 2018; no forma parte de la gira nacional de la banda que continuará hasta mediados de diciembre. Las otras diferencias principales del nuevo espectáculo son que Boy George canta ahora más bajo y que retoman su tema de 1982 «White Boy», una elección controvertida para quienes siguen los debates en torno a la apropiación cultural.
«Durante mucho tiempo no tocábamos ‘White Boy’», dice. «Cuando llamaba ‘blanco’ a alguien era despreciativo, sabés, porque para mí los negros tenían onda. Coqueteábamos con todo el rollo reggae/jamaicano, y mi look era casi un rastafari queer. Ofendía a mucha gente en aquella época». Algunos rastafaris, explica, «decían ‘¡Perfecto!’ Pero había gente que decía: ‘¡Mátenlo!’».
Aunque no descarta volver a alquilar su casa, se encuentra en una buena situación económica: acaba de firmar un gran contrato con la empresa de entretenimiento Live Nation e hizo el programa de televisión The Voice en Australia. Pero le gustaría que la gente conociera mejor sus canciones. «No me ponen en la radio, ¡pero he publicado 54 temas en los últimos meses!».
Ahora está mucho más relajado en el escenario: «Me di cuenta de que lo único que quiere el público es que lo hagas bien. No quieren que hagas boludeces. No vinieron a ver a Boris Johnson». Deja la puerta del vestuario abierta, intenta dejarse llevar. También lo fomenta en su equipo.
«Incluso hoy, por ejemplo, mi maquilladora, Christine, tenemos esta gran sesión mañana para la gira, estamos haciendo algunos looks antiguos increíbles y tenemos diez modelos. Christine me dijo: ‘No voy a hacer 10 modelos’. Le dije, ‘Nena, bueno, entonces no vengas. No quiero que alguien sea un aguafiestas, mañana quiero alegría’. Entonces le dije al conductor: ‘Dejala en el cementerio de Highgate’. ¡Ja!»
Han pasado 40 años desde que participó en el single a beneficio de Band Aid «Do They Know It’s Christmas?», que fue número uno y del que podría decirse que fue la estrella. Lo divertido de grabarlo fue que «todo el mundo se portó increíblemente bien»: Paul Weller, Bananarama y Marilyn se pusieron en modo compañeros de escuela. «Bob Geldof había iniciado todo el asunto y recuerdo que pensé: ‘Pelotudeces de jefecito’».
Sólo atendió la llamada de Geldof porque era irlandés, como él. George O’Dowd, uno de los seis hijos del constructor Jerry y la madre Dinah, adoraba a las chicas duras del colegio, las que fumaban en los lavabos. «Siempre sentí que estaba destinado a ser gay. Nunca deseé ser heterosexual. Los niños del patio me llamaban ‘nena’ y yo pensaba: ‘¿Qué tiene de malo? Las chicas son increíbles, váyanse a la mierda’».
Luego vuelve a producirse ese brusco cambio de tono. «Mi padre le pegaba mucho a mi madre, y éstas eran chicas que podían valerse por sí mismas. Para mí, cualquier mujer que no aceptara una mierda era una diosa. Y ya fuera Joan Collins o alguna mujer de la tele apagando un cigarrillo en un plato de gambas, yo quería que mi madre fuera esa mujer; que dijera: ‘Me voy’. Por supuesto, no había escapatoria».
La sensación de que su madre estaba atrapada alimentó su amor por el drag.
«No se le permitía ser glamorosa, pero era guapa y tenía estilo y, por desgracia, mi padre se lo arrebató. Cuando era niño, me volvía loco de emoción si mi madre iba disfrazada». Un amigo señaló hace poco que su madre le dio permiso para ser él mismo. «Al principio, se resistía. Con el tiempo, se convirtió en: ‘¿Dónde está mi papelera? Ah, la has convertido en un sombrero’».
Se queda callado un momento.
«Obviamente, ahora estoy en paz con mi padre, y no era del todo malo». Cierra el tema con rapidez: su padre era creativo, dice, con una letra preciosa, acorralado por las exigencias de seis hijos. Sin embargo, es difícil imaginar que su relación pudiera recomponerse. ¿Cuándo ocurrió? «Después de su muerte».
Durante la pandemia, Boy George se dio un baño de sonido al son de cuencos tibetanos y gongs. El terapeuta le dijo que era probable que tuviera experiencias vívidas. («Puse los ojos en blanco, ¡como si fuera así!») Entonces, cuando se quedó dormido, apareció su padre, sentado de espaldas a él, mirando una puesta de sol. «No llevaba camisa. Mi madre siempre le metía la camisa por dentro del pantalón. Mi padre decía: ‘Es mi casa, haré lo que me salga de los cojones. Si quiero tirarme un pedo, me lo tiro’. Así que ahí estaba, de espaldas a mí. Fue genial. Sentí que no tenía nada que decir».
Fue un punto de inflexión, y desde entonces ha estado en un «viaje creativo»: escribiendo, componiendo, cosiendo y abalanzándose sobre todo lo que surja: «A veces me quedo en el estudio hasta que anochece y me río de lo que hago: ‘Estoy loco, ¿por qué hago esto?».
Su legado, en lo que al resto de nosotros respecta, podría ser que Boy George sólo fue siempre él mismo. Cada vez que tocaba fondo, resurgía aún más Boy George que antes.
«Cuando era más joven, me dejaba llevar por la exuberancia juvenil, y he cerrado el círculo y me he vuelto un poco más como era cuando tenía 14 años. Un poco menos defensivo, un poco más confiado. Pero siempre me ha impulsado la emoción de estar en el juego, de ensuciarme las manos. Por eso nunca llevo las uñas pintadas, porque no puedo conservar el esmalte».
Fuente: Página12