Juan José Campanella: dirige teatro, llevará a Mafalda al cine y sueña con filmar la batalla de San Lorenzo

El director, que vive entre la Argentina y los Estados Unidos, analiza la situación “agonizante” del cine y apuesta al teatro.

«Me gustaría filmar algo sobre San Martín en su vejez, con algunos de los recuerdos de lo que quiso y lo que no fue», dice Campanella

Juan José Campanella tiene un gran deseo a concretar en un futuro quizás no tan lejano: filmar la batalla de San Lorenzoel bautismo de fuego del general José de San Martín, en el mismo campo, a orillas del río Paraná, muy cerca de la ciudad de Rosario, en que las tropas patriotas se enfrentaron con los realistas. “Es mi sueño –confiesa– llevarla al cine.”

Sería en el contexto de una película sobre el Libertador en su ancianidad, ya viviendo en Boulogne Sur Mer, y recordando viejas glorias. “A mí me gusta mucho la estrategia bélica de las batallas a lo largo del tiempo, y San Martín era fenomenal en ese sentido”, declara muy entusiasmado.

Pero antes pondrá en marcha otros proyectos: por de pronto, en pocas semanas, a comienzos de 2025, estrenará en su sala (Politeama) una obra de su autoría, escrita con su mujer, Cecilia Monti, que se llama Empieza con D Siete letras. También está en plena producción de Mafalda, la célebre tira de Quino, para que llegue el público en 2026. En la lista de pendientes, asimismo, se encuentra trasladar al cine Parque Lezama, la obra con tantas temporadas exitosas, en la Argentina y en el exterior, protagonizada por Luis Brandoni y Eduardo Blanco.

Campanella alterna su vida entre Nueva York, donde dirige algunos capítulos de la serie La ley y el orden, y Buenos Aires, su lugar en el mundo y donde desarrolla el resto de su actividad.

El director cinematográfico participó como invitado del ciclo LA NACION +cerca Protagonistas y respondió a varias preguntas que le hicieron llegar los suscriptores, algunas de las cuales forman parte de esta transcripción al papel de las partes fundamentales de ese encuentro. Hacia el final de la grabación recibió como obsequio un retrato de él mismo, realizado por Juan Colombato, uno de los dibujantes que publica sus trabajos en el diario. Solo le hizo dos observaciones: que al dibujo le sobraban algunos kilos (rebajó quince) y le faltaban algunas arrugas. En julio último cumplió 65 años, pero está muy lejos de jubilarse porque siempre está listo para embarcarse en nuevos desafíos.

En acción, en pleno rodaje de un episodio de La ley y el orden
En acción, en pleno rodaje de un episodio de La ley y el orden Mariana Roveda,UNIVERSAL TV LATAM

–Como Facundo Cabral, vos también podrías cantar “No soy de aquí ni soy de allá” con tu vida personal y profesional de un lado para el otro…

–En lo profesional puede ser, pero yo soy de aquí definitivamente. Ahora estoy acá tres meses con varios temas. Después me voy para allá para hacer dos capítulos más de La ley y el orden.

–Cada película y cada serie tuyas cuentan una historia determinada, pero si mirás para atrás y por las ideas que estás pensando desarrollar hacia adelante, ¿de qué se trata tu obra?

–Si hablamos de mi obra, como las cosas que yo escribí o generé, tienen que ver con el hombre común, generalmente de clase media. O sea, común en todo en todo sentido.

–Lo que llamaríamos costumbrismo y algo más.

–Sí, a la palabra “costumbrismo” alguna crítica empezó a darle connotaciones despreciativas. Pero a mí me encanta hablar de nuestras costumbres. Podemos ir al cine a ver historias de gente que no tiene nada que ver con nosotros, ya sean psicópatas o superhéroes, pero si te tengo que mencionar mis diez películas favoritas van a ser films en los que me pude relacionar con lo que estaba pasando en la pantalla. Y ese es el cine que más me gusta hacer a mí.

–¿Cuáles fueron esas primeras películas que viste de chico y despertaron en vos las ganas de ser parte de ese mundo?

–A los catorce años me acuerdo de que fue la primera vez que dije conscientemente: “Me gustaría hacer eso”. Fue viendo Cantando bajo la lluvia, cuando se repuso en 1973. Me obligó mi vieja porque yo no quería ir a ver un musical. Las madres siempre tienen razón. Salí de la sala, que era el Auditorio Kraft, de la calle Florida, y me fui a comprar a El Ateneo un librito titulado Así se hace cine, que todavía tengo.

–¿Cómo ves el futuro del cine con el avance de la inteligencia artificial?

–Soy pésimo para predecir el futuro, porque si vos me hubieras preguntado hace cinco años si el cine iba a estar tan muerto como está ahora, yo no lo hubiera dicho.

–¿No es demasiado dramático que digas que está muerto?

Está agonizante. Me refiero a la experiencia comunitaria de un cine lleno. No veo un cine lleno hace siete años, por lo menos. La pandemia le dio el último golpe, pero era un proceso que ya venía y que en realidad tiene que ver con la ventana tan corta del cine. La lectura siempre fue una experiencia solitaria. En el cine, la experiencia es comunitaria, especialmente en comedias, que es mi género más amado y adorado. A mí me gusta mucho ir a reírme y me río fuerte. Hoy en el cine no se hacen comedias. Esta creo que es la primera década desde el cine mudo que no tiene un gran comediante. ¿Quién es el Bob Hope, el Jerry Lewis o el Jim Carrey del momento? También se extinguieron las estrellas. La más joven es Leonardo DiCaprio, que tiene 50 y pico de años. Hoy las estrellas son superhéroes, el Capitán América, el Hombre Araña. ¿Quién es este pibe? El Hombre araña, no tiene nombre propio ni me interesa verlo en otro papel.

“Es un orgullo para el país”, dijo Juan José Campanella en marzo de 2010, cuando El secreto de sus ojos ganó el Oscar a la mejor película extranjera
“Es un orgullo para el país”, dijo Juan José Campanella en marzo de 2010, cuando El secreto de sus ojos ganó el Oscar a la mejor película extranjera GETTY IMAGES NORTH AMERICA

–Para nuestra generación, Batman era Adam West, ¿no?, pero ya desde hace varios años Batman es interpretado por distintos actores que vamos olvidando.

–Claro, exacto. Y cada vez más impersonal, más encapuchado y oscuro. No ves nada. La gran diferencia es que ahora el cine se experimenta solo, o con dos o tres personas, en tu casa. Y al perder la experiencia comunitaria, no emociona ni impacta de la misma manera. Ocurre también con la televisión. Todos los programas son de nicho. No hay uno masivo que todos conozcamos y que veamos todos al mismo tiempo. Se convirtió en la experiencia de la lectura, solitaria y cada cual a su ritmo y viendo distintas cosas.

–¿En qué te cambió la vida recibir el Oscar hace ya casi 15 años?

–En ese momento, 2010, no mucho, porque al mes empezaba con la producción de Metegol, que me demandó tres años y medio. Así que tuve que decir que no a todas las ofertas que me iban llegando. Pero sí hubo un cambio. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que a mí me sacó bastante del hambre de producir. Para mí el Oscar fue como una validación de que podemos hacer las cosas bien, pero que también tengo una responsabilidad de elegir bien lo que hago. Ahora pienso más si vale la pena realmente hacer tal película.

–¿En qué medida necesitaste de subsidios estatales?

–En gran medida, El mismo amor la misma lluvia se hizo con un crédito del Incaa. Los subsidios, hasta ahora, son automáticos para todas las películas, los quieras o no. Son créditos posteriores que tienen que ver con las entradas vendidas. A veces se usa como arma que se da plata a películas que no ve la gente, pero justamente esas son las películas que menos plata reciben. Las películas posteriores se hicieron sin el crédito. El crédito lo tenés que devolver y con intereses, así que si uno puede no sacarlo, no lo saca, pero no hubiera podido empezar sin eso. Nos hemos arreglado los argentinos para pasar de ser uno de los países más importantes del mundo a ser uno de los tres o cuatro peores del mundo occidental, por lo menos en términos económicos. Aun en ese caso, lo que da orgullo y por lo que nos conocen y nos prestan atención en todo el mundo, es por la cultura que ha generado la Argentina, que es notable, entre la que se cuenta el cine. Creo que al cine hay que ayudarlo, como a un jugador de fútbol que se lo incentiva cuando todavía no mete goles en las finales del mundial.

–En los Estados Unidos, ¿cómo se manejan las ayudas al cine?

–En los Estados Unidos hay un Fondo Nacional de las Artes, The National Endowment for the Arts, y hay mucho apoyo de las empresas a los artistas. Además, el gobierno apoya la industria del cine con un proteccionismo feroz: el cine es una de sus armas más poderosas para mantener la primacía en el mundoDe cualquier manera, según un informe del Ministerio de Economía argentino, el gasto del presupuesto que se hace en Cultura es del 0,06%.

–¿No es egoísta hacer lobby económico para el sector, cuando muchos alegan que más plata para ellos es menos plata para otros más necesitados?

–Esos son malentendidos. No es así. La pregunta parte de un postulado falso. Hay problemas mucho más grandes para solucionar en la Argentina, empezando por la corrupción. Cuando se solucione eso podríamos hablar de ese 0,06% que va a la cultura, si es poco o es mucho.

–¿Qué opinión tenés sobre la problemática del Incaa?

–No sé lo que está pasando exactamente. Me he desconectado de las peleas. Se dice una cosa, se dice otra. Sí estuve muy activo cuando hubo una intención de eliminar las sociedades de gestión, porque hubiera sido un tremendo error porque así funciona el mundo, es lo que nos protege derechos. Funcionan muy bien y no hay quejas al respecto. Personalmente estoy mucho más preocupado con la problemática general del cine a nivel mundial. No vaya a ser que nos quedemos con los créditos y sin pantalla o la gente no vaya más al cine. Así que me parece que hay que discutir otras cosas.

–¿Por qué creés que una gran mayoría de las personas relacionadas con el cine tiene una visión más de izquierda en política?

–No sé, no tengo idea. Sucede acá y en los Estados Unidos. Serán más sensibles al sufrimiento de otros. A la hora de ver cómo se resuelven esos sufrimientos, hay gente que cree que la solución la tiene la izquierda y otra gente cree que se resuelve por el libre comercio, el liberalismo. La verdad que me tendría que meter en la cabeza de todos los artistas, cosa que es imposible. Pero en los Estados Unidos el capitalismo no se discute. En cambio, acá el capitalismo como sistema está en discusión. Trato de mantenerme afuera porque si vamos a discutir el sistema, que lo discuta otro y yo me adapto.

–Si ganaras la lotería, ¿qué harías?

–Pagaría el crédito del teatro para poder decir “somos los dueños”.

–Te estás refiriendo al teatro Politeama, que construiste. ¿Te falta mucho pagar todavía?

–Mucho. Imaginate, es un crédito UVA. Cada vez nos falta más.

–Tenés una visión pesimista respecto del cine, pero apostás al teatro…

–Así es. El 10 de enero estrenamos en el Politeama Empieza con D siete letras, con Eduardo Blanco, Fernanda Metilli y Gastón Cocchiarale. Las localidades ya están en venta en Plateanet o en la boletería del teatro, Paraná 353.

En el backstage del ciclo LA NACION +cerca Protagonistas
En el backstage del ciclo LA NACION +cerca Protagonistas Alejandro Guyot

–¿Están caras las entradas de teatro para la gente?

–Creo que son las más baratas de su historia porque, comprensiblemente, en momentos de ajuste del cinturón, la gente lo primero que abandona es el esparcimiento y es lo último que recupera. Entonces, es imposible que la entrada haya subido como la inflación.

–Y a vos, siendo una persona dedicada al cine, ¿por qué se te dio por el teatro?

–Mira, a mí el teatro me gustó siempre. Con Fernando Castets y Eduardo Blanco estrenamos una obra de teatro en 1982 llamada Off Corrientes. Teníamos 22 años. Fue nuestro primer estreno profesional, antes de empezar a hacer cine. Después de Metegol, yo quería hacer algo que fuera antitécnico. Necesitaba volver a la fuente de texto y actores. En ese sentido, me encantó hacer Parque Lezama y nos fue bárbaro. Estuvimos once años. La nuestra fue la versión de la obra que más éxito tuvo en el mundo, aunque sea una pieza originalmente americana. Y después de Qué hacemos con Walter, en 2018, que fue también otro éxito, empecé a ver que la única manera de poder volver a oír las risas de 700 personas juntas iba a ser en el teatro. Para mí es la droga más grande que me puedas dar. Esta obra que estrenaremos tiene mucho humor y mucha ternura, y Eduardo Blanco y Fernanda Metilli son grandiosos.

–Recuperaste el nombre emblemático de un viejo teatro de Buenos Aires, de la Corrientes angosta, el Politeama.

–Se trata de la tercera construcción de este teatro en el mismo predio. En 1879 lo inaugura Sarmiento. Allí también se lanza el Partido Radical. Se demuele en el 20 y pico, en los 30 se vuelve a construir con un estilo como el del Gran Rex y se demuele en 1958 para hacer una torre. Tal es el lío que se arma que sale la “ley Politeama”, que si vos tirás abajo un teatro, tenés que hacer otro. Desde el 58 hasta 2019 hubo allí un baldío. No podían construir una torre si no había un teatro y ahí nos metimos nosotros.

–Qué diferente que es el cine al teatro, ¿no? Porque el cine es un rompecabezas que vas armando hasta la edición final. En cambio, el teatro es una experiencia tanto para el actor como para el espectador de algo que arranca y no para hasta que termina.

–La gran ventaja del cine sobre el teatro es que dentro de veinte años alguien va a ver mi película exactamente como yo la hice. En teatro baja la obra y se fue. Es efímero. La gran ventaja del teatro es que yo me río mucho más que en el cine y también me emociono mucho más. Tiene que ver con que en el cine está la imagen de los actores y en el teatro está el alma de los actores. Y ellos están escuchando a la audiencia: “Che, se rieron poco, se rieron mucho”. Cada función es distinta gracias al público. La risa marca el ritmo. Es como la batería, base rítmica de una música.

–¿Cómo afectó tu postura política en la percepción que la gente tiene de tu trabajo?

–Mucho, mucho, mucho. Hay un personaje en Twitter [actual X], que se llama el Coronel Gonorrea, que seguramente lo conocés, que me dijo cuando leyó un tweet mío: “Ojo, no te metas en el lavarropas emocional de Twitter”. Eran momentos de mucho fragor, con el país dividido, pero a nivel de pelearse familias o con las amistades. Y la verdad que en un momento me cansé. No quiero más de eso. No sirve para nada. La sociedad toma su decisión y no le importa lo que diga nadie. No es algo en lo que yo pueda dar cátedra. Creo que ha dañado muchísimo a la cultura argentina. Niní Marshall, por ejemplo, fue una actriz ultrapopular todo el tiempo, aunque fuera antiperonista. Nunca, en mi casa, donde eran todos peronistas, a nadie se le ocurrió decir: “No, mires a Niní Marshall”. Todo lo contrario.

–Y ahora, en cambio, quedás a tiro de la era de la cancelación.

–Claro, exacto. Y no beneficia a lo que hago ni al público. Y yo no hablo de política en mis películas y obras. Hablo de cosas humanas que nos unen a todos. La verdad es que no hay ningún beneficio y uno termina peleándose con gente con la que no se quería pelear. No quiero eso.

–¿Cómo se maneja el ego de los actores famosos que debés dirigir? ¿Es muy complicado?

–Los grandes actores que llegan a esa posición son muy profesionales. Y cuando pasa se soporta. En el cine eso es más fácil porque el trabajo termina, entonces te lo bancás un tiempo.

–¿Qué opinás del wokismo en Hollywood, cómo afecta la taquilla y qué pasa ahora que vuelve Trump a escena con todo eso?

–Creo que el wokismo es una de las peores cosas que ha sucedido en este siglo. Pasa de la corrección política, que está bien, a la exageración y de ahí un poco a la censura. Ya es una cosa sin sentido. Sin sentido común. Hay un hartazgo de la sociedad a ese exceso de corrección política que ha matado el humor. En los sets pasa lo mismo: ya no sabés ni cómo hablar. Antes todo era mucho más divertido. Ahora todo el mundo tiene miedo de cómo decir las cosas. No formás una amistad. Yo a mi mujer la conocí en un set hace 25 años y hace 26 años que estamos juntos. Yo le digo a mi hijo, “vos no hubieras nacido, hoy”. Con un mínimo de sentido común y experiencia de vida, te dabas cuenta de que esto iba a traer una reacción para ir hacia atrás. Y en ese contexto, que tiene que ver con un montón de cosas, como el tema de la inmigración, todo lo que estamos viendo en el mundo es una recontrarreacción. A Trump lo han votado gente de color, mujeres y hasta demócratas, ¿no? ¿Qué quiere decir esto? Se van para el otro extremo para parar lo que resulta forzado, por ejemplo, cómo se tiene que hablar, me parece que es ridículo. Es ridículo y provoca una reacción.

–¿Cuánto falta para ver tu versión de Mafalda?

–Está en plena producción en Mundo loco, que es el estudio de animación que fundamos con Jorge Estrada y Gastón Gorali para hacer MetegolMafalda estará lista para 2026.

–Cuando hiciste Metegol uno pensaba que era un desafío por única vez, pero seguís avanzando por el terreno de la animación. ¿Qué estás encontrando?

–La verdad es que el tema lo va siguiendo Gastón con un equipo que se formó que es muy bueno. La animación necesita gente muy especializada, también en la manera de trabajar, que es muy distinta al cine en vivo. Con Metegol, con la que estuve todos los días durante tres años y medio, el primer año fue una adaptación de los dos mundos, muy interesante. Todos aprendimos, creo, algo de todos. Y ahora vuelvo con Mafalda, que es una tremenda responsabilidad.

–Me imagino qué difícil ponerle voces, ¿no? ¿Cuántas voces de Mafalda escuchaste hasta ahora?

–En pruebas para los distintos personajes, más de 600. Ya tenemos a Mafalda, Felipe, Manolito y al papá. Falta la mamá, Susanita y Libertad.

–La última pregunta: ¿cuál es la película imposible que te gustaría filmar?

–A mí me gustaría filmar algo sobre San Martín en su vejez, con algunos de los recuerdos de lo que quiso y lo que no fue. Siempre le digo a Jorge Fernández Díaz que me encanta su libro La logia de CádizMi sueño es filmar la batalla de San Lorenzo en tiempo real porque es espectacular como la describe Jorge y mi gran sorpresa es que duró apenas doce minutos.

Fuente: Pablo Sirvén, La Nacion